103) Ya. Sé que tengo que andar con precaución, cuidar al grupo, y todo esto. Pero me pongo nerviosa. Llevamos veinticinco sesiones y tengo sensaciones muy variadas. Hay días que parece que estamos perdiendo el tiempo y otros en los que interaccionan mucho. No sé a qué es debido. Hay momentos en los que parece que cualquier comentario genera reacciones totalmente imprevisibles y trato de ir separando lo que dicen de lo que hacen. Hay una persona que casi sistemáticamente llega tarde y el otro día, aquella persona que se enfadó por lo del teléfono, se enfadó con él. Le dijo que hacía muchos esfuerzos por llegar a la hora y veía que se lo tomaba con mucho relajo. Fue una sesión caliente. ¿De esto va el trabajo en el grupo?
En buena parte, sí. Estamos para hablar más del aquí y ahora que del allá y entonces, así que ¿por qué te pones nerviosa? ¿Qué te pone nerviosa? Lo normal es que, en muchos momentos, la vida del grupo oscile por fases aburridas, fases espesas, momentos de calidez, otros de intensidad como el que cuentas… Habrá que pensar no sólo que el grupo está valorándose sino valorándote, calculando qué temas son los que les preocupan realmente y están en condiciones de abordar, cómo se coloca cada cual en relación con los demás, cómo reaccionas ante todo ello… ¡están trabajando! Y emergen relaciones entre ellos y comienzan a responsabilizarse de su propio trabajo. Si alguien reprocha a otro su tardanza es, entre otras cosas, porque está interesado en el trabajo que se realiza. Y esto hay que valorarlo más que las razones profundas por las que se puede molestar. Ahora no toca.
Veinticinco sesiones ya es un período importante —como seis meses—, lo que no significa que la ansiedad haya tenido que desaparecer. Va y viene. Cada vez que se acercan un poco más entre ellos, se activan los niveles de ansiedad que ya emergieron al inicio del grupo. El progreso de los grupos no es lineal, no va en un proceso creciente. Sigue más una idea de espiral en la que se van dando momentos repetidos de forma más o menos rítmica, aunque también es cierto que esos momentos no tienen el mismo color que en un principio.
Aunque en los primeros encuentros la ansiedad es más frecuente, es muy fácil que nos encontremos en situaciones similares más adelante. Piensa que estamos en este período que podríamos señalar como de fase temprana del desarrollo grupal y que abarcaría los cuatro o cinco meses de inicio del grupo, en el caso de una frecuencia semana, como es el tuyo; si nos encontráramos dos veces por semana, o incluso más, estos procesos se aceleran. Durante todo este tiempo se están negociando de forma tácita y en ocasiones de forma explícita, muchas cosas relativas al propio grupo y su conductora. Es un largo período en el que abandonados ya los motivos de consulta, emergen más claramente los roles, los patrones de relación grupal, los acuerdos tácitos sobre lo que se dice y no se dice. Tú misma estás en esta misma tesitura: ¿qué dices y qué callas? ¿Qué tomas en consideración y qué no? ¿Utilizas sólo el lenguaje verbal o incluyes el no verbal? ¿Cómo vigilas el mantenimiento de las fronteras del propio grupo, es decir, los horarios, la organización o no de subgrupos…? ¿Te muestras activa o pasiva? ¿Propones temas o no? ¿Cómo reaccionas frente a la agresividad entre algunos miembros? Las propias preguntas que te estás haciendo en estos momentos se pueden corresponder con las que se hacen a sí mismos.
Como en todo desarrollo humano, en esta etapa se establecen las identificaciones con aspectos parciales de cada uno para con todos, incluida tú. Percibirás cómo algunas respuestas obedecen a lo que uno pone en el otro y no tanto lo que el otro dijo. Estos dos y otros muchos de los denominados mecanismos de defensa, son también mecanismos de comunicación y, por lo tanto, formas mediante las que establecemos vínculos con los demás. En esta fase grupal aparece ese mecanismo del que ya hemos hablado, la identificación proyectiva, cuyo objetivo fundamental o uno de los más importantes, es modelar al grupo y a las personas que están ahí, a la manera de las expectativas de uno. Ahí se explican muchas veces estas conversaciones aparentemente banales. Y de ahí, precisamente, la presión que notas en actuar, en organizar la tarea, en proponer un índice de temas, en dirigir la conversación para que «aprovechen la sesión».
Roitman, M. (1989) cita a Horwitz (1983) para indicarnos tres escenarios en los que la Identificación proyectiva tiene una función básica: el de rôle suction, es decir, el rol impuesto por el grupo; el del portavoz, y el del chivo expiatorio. Estate atenta a qué tipo de juego estamos jugando. Sobre todo porque el rol de «el que llega tarde», por ejemplo, puede acabar siendo una forma de fijar su relación en el grupo, más allá de que ésta sea la forma habitual de relacionarse. O el del «que se enfada siempre», que es otra manera de quedar atrapado. Esto supone que debemos estar atentos a la estructura que fija determinadas formas repetidas de actuación. Por lo peligroso que en ellos hay.
Por otro lado puede ser que sientas que el grupo te «fuerza» a actuar de una manera porque consideras que o «está perdiendo el tiempo», o «a ver qué hace ésta ante la discusión». No está de más pensar si esta idea es originaria en ti o proviene de la dinámica que el propio grupo está, tácitamente, deseando. Pregúntatelo, incluso en voz alta. Los hilos que mueven a las personas que constituimos un grupo son muy finos y potentes. En muchas ocasiones te puedes encontrar ante la necesidad de intervenir, de actuar, de hablar cuando, pensándolo fríamente, no hubieras intervenido. Ahí es importante que pienses en qué se te ha activado, qué cosas pueden estar siendo colocadas por el propio grupo que te llevan a actuar. Eso también nos pasa a los padres. La identificación proyectiva no es patrimonio de nadie. Guarda relación con la dificultad de funcionamiento autónomo y con un atrapar y asirse al otro.
Hay numerosísimas situaciones en las que ese mecanismo de defensa, de comunicación, está en marcha. Por ejemplo, ¿cuándo das de comer a un niño pequeño no te sorprendes abriendo la boca al tiempo que la abre él o como intentando que así también se le abra? Pero también en otras ocasiones como cuando los niños son pequeños y pensamos que no van a saber superar una prueba determinada; o la lentitud con la que la resuelven provoca en nosotros una tensión que no podemos soportar. En estas ocasiones, actuamos, interferimos en su aprendizaje. Y lo hacemos no tanto porque nos lo pidan sino porque hay algo que se nos mueve dentro de nosotros que nos empuja a actuar. Bien por el temor a que se caigan, a que puedan hacerse daño, a que «no les guste no hacerlo bien», bien porque el ritmo en la resolución, la forma cómo lo resuelven, etc., actúa en nosotros de manera que nos vemos obligados a intervenir. Ahí podríamos pensar que hay algo que ponemos en ellos con lo que nos identificamos posteriormente y que nos obliga a actuar. Pues lo mismo sucede en los grupos. En ocasiones pensamos, sentimos, que los demás no acaban de resolver no sé qué cosa y, como si fuésemos quienes tuviésemos las fórmulas magistrales, intervenimos impidiendo el normal desarrollo.
El profesional, en ocasiones, no se da cuenta de este aspecto y puede acabar teniendo tendencia a intervenir ante lo que explican, ante lo que cuentan; lo que es o puede ser especialmente peligroso para el grupo y para él mismo. Este aspecto, ha sido señalado también por Roitman, M. (1989), el grupo puede dar al terapeuta un enorme poder a través de la identificación proyectiva, pero también en otra situación puede reducir su capacidad de ayuda. El terapeuta debe usar estas proyecciones que le dan tanta autoridad en la creencia de su capacidad y habilidad para ser efectivo en su trabajo con el grupo. Debe ser capaz de quitarse de encima y devolver al grupo en forma de interpretación aquellas proyecciones que convierten al terapeuta en malo, hostil, desamparado u omnipotente. Kaplan (1982) nos avisa del peligro de un uso sin sentido crítico de la identificación proyectiva por parte del profesional. En consecuencia, un profesional falto de confianza en sí mismo, puede ignorar este aspecto en él y ser crítico, arrogante o no darse cuenta de quien en el grupo actúa de esta forma (1989:243). Sin embargo hay otro aspecto en este mecanismo: moldear la conducta a partir de criterios personales. Este aspecto considerado habitualmente como negativo, constituye un elemento clave en muchos aspectos de la educación y en las relaciones entre los humanos. En muchos momentos se precisa la utilización de este mecanismo como la única forma de intervenir ante situaciones que pueden representar un peligro. O meramente aquellas en la que uno vela por el otro. Sin embargo en estas situaciones psicoterapéuticas se parte de una base no interventora, como si el otro no estuviera sujeto a los demás, refugiándose en una posición más romántica que real en la que el ideal del «individuo independiente», prima como refugio ante posiciones melifluas de algunos profesionales de la salud con poca experiencia clínica. La cuestión se sitúa en si tal intervención está amparada por la idea de cuidar o de no tolerar algo por parte del profesional. Eso exige un trabajo interno importante y en ello la formación del profesional tiene mucho que hacer. Como ves hay muchos aspectos que se activan y nos atrapan en este trabajo.
Las aportaciones que se van realizando propias de la Función Verbalizante van dirigidas a ayudar al sujeto a separarse del objeto que le afecta. A comprender cómo la intensidad afectiva guarda mucha relación con la distancia y también con las fantasías de ser modificado por el objeto motivo de nuestro malestar.