107) Veo que pones mucho énfasis en la Identificación Proyectiva. De hecho no dejas de hablar de ella en las últimas preguntas. ¿Por qué lo consideras tan importante? ¿No hay más mecanismos en el grupo?
Por supuesto que las hay y tampoco quiero descartar el que posiblemente en estos momentos de mi vida, este aspecto constituya una preocupación también personal. Pero más allá de ello, considero que la identificación, la proyección y la identificación proyectiva, constituyen un tripartito de mecanismos de comunicación y de expresión del poder que son básicos en el desarrollo del ser humano; y por lo tanto se manifiestan en el grupo en toda su amplitud. Pero para mí, la identificación proyectiva y la envidia constituyen el par de elementos más destructivos que tenemos los humanos.
Nitsun, en su trabajo del 1996 sobre el antigrupo, nos señala que la regresión, la ansiedad de supervivencia, los fallos en la comunicación, la identificación proyectiva y la envidia son los primeros determinantes del desarrollo del anti-grupo. Pero si bien podemos entender fácilmente que ante situaciones de caos, de incertidumbre, de un cierto temor a la pérdida de la propia identidad como consecuencia de estar entre extraños, facilite la utilización de recursos menos evolucionados como pueden ser comportamientos pasivos, intentos de garantizar que yo soy yo, de mantener fronteras entre lo que pienso y lo que piensas, etc., la presencia de mecanismos tan potentes y potencialmente destructivos como son la Identificación proyectiva y la Envidia, son más difícilmente asumibles.
Ya he hablado suficientemente de la identificación proyectiva. Sabes que el recipiente en el que voy a depositar todo un conjunto de aspectos que son enteramente e inaceptablemente míos va a ser bien una persona, una situación, un aspecto del grupo, de su conductor, de la institución que nos cobija o, incluso, una idea que me hago de algo. ¿Pasamos a hablar de la envidia?
Hay quien confunde la envidia con los celos. Son dos cosas diferentes. Los celos son sentimientos que tenemos todos los humanos (pero también los percibimos en nuestros perros, por mucho que te sorprenda) cuando percibimos, imaginamos que aquella otra persona a la que amamos quizás también es o puede ser objeto de amor por parte de un tercero. Ese sentimiento nos lleva a reivindicar la «propiedad» del objeto amado, a luchar por él y, a ser posible, deshacernos de aquella otra persona que pretende hacerse con ese objeto de mi propiedad. Cuando en el grupo miras más al chico de los ojos azules que a otro miembro, si ese otro miembro tiene un cierto deseo de que seas «su» terapeuta, puedo sentir celos. Y puede que cada vez que constate que le tienes predilección, cosa por otro lado entendible, sus reacciones y comentarios van a estar cargados de ese sentimiento. Podemos sentir celos, incluso, de si tienes preferencia por «otro grupo», o por otros «profesionales» y nosotros somos como los «secundarios» en tu cuadro de preferencias. O de tu vida privada. O de los afectos que determinado subgrupo puede tener por otro miembro. O…, es decir, en los celos siempre hay una situación triangular. Mi deseo no es destruir el «objeto amado» cuanto tratar de evitar que puedas ser «objeto amado» para otro u otros. Y como sentimiento triangular sólo puede emerger cuando descubro una cierta triangulación en mi grupo familiar, lo que requiere una cierta maduración yoica.
La envidia es más primitiva. Pretende, básicamente, destruir aquel objeto del que siento eso. Busco destruirlo, destrozarlo, fragmentarlo, porque anhelo poseerlo y hacerlo mío. Sólo mío. Dado que existe un vínculo de tipo narcisista con ese objeto, al que atribuyo poderes y beneficios, no sólo me pertenece (que ya supondría una cierta separación entre el objeto y yo), sino que en realidad lo vivo como una extensión de mí mismo. Pero una extensión dañina que debo destruir por ese daño percibido. Activa en mí sentimientos muy primitivos de tipo sádico tanto de categoría anal como oral. De forma que cuando percibo que alguien del grupo tiene algo (un objeto, una característica, un determinado desarrollo…) que deseo ardientemente para mí y no para otro, lo envidio. Y trataré de destruirlo como sea. Bien mediante ataques directos, o mediante la descalificación, la ironía, el cinismo, el lenguaje o la broma sarcástica… De ahí viene lo dañino del sentimiento de envidia.
El lugar en el que la envidia se muestra en toda su actividad es básicamente en los grupos. Y en el momento de desarrollo de tu grupo, la envidia puede estar campando por sus fueros. Y una de las maneras por las que se expresa es la forma cómo los miembros valoran los progresos de los demás. O la manera cómo pueden o no disfrutar de lo que otros cuentan. O, incluso, la forma mediante la cual uno se muestra. Es decir, si por las razones que sea no puedo tolerar el desarrollo de otro, o la forma que tiene de vivir o de disfrutar de las cosas, o no puedo tolerar el que sientan envidia de mí, entonces me conduciré de forma anómala: en unos casos criticaré o devaluaré lo que el otro exponga. O puedo mostrarme muy cauto y reservado de mis propios progresos no sea que puedan ser motivo de envidia. O me mostraré cínico, agrio, devaluador de todo lo que me muestre aquella persona o situación que me produzca eso. O, lo contrario, muy competitivo, ávido de tener todo lo que pueda, pretendiendo estar siempre en el meollo de las cosas. Pero ambas cosas como vía para acabar destruyendo lo que toco.
Cuando el grupo va pudiendo abordar estos temas y la relación que se establece entre ellos, la Función Verbalizante es como el bálsamo que posibilita no sólo pensar sobre ellos sino y sobre todo, el poder manifestarlos. Ese hecho en sí ya comienza a ser el antídoto que permite el acercamiento desde otro ángulo a la persona de la que siente celos o desde el aspecto que de ella se envidia. La incorporación en la red asociativa simbólica del pensamiento individual y grupal de estos aspectos representa la extensión de las raíces individuales en la matriz del grupo, lo que le fortalece y refuerza los lazos normogénicos.