118) Ya, pero no dejan de asustarme estas cosas. Es como si quisiera tener bajo control todo lo que sucede en el grupo y veo como que no, que no van por ahí los vientos. Hablaste de lo agresivo pero también observo otra cosa: hay como determinadas miradas entre dos personas que me hacen pensar que se gustan, como que hay un cierto atractivo entre ellas. Me hace sentir un poco incómoda porque pienso en la posibilidad de enamoramientos en el grupo y, esto, me pone a la defensiva. ¿cómo intervengo?
Ciertamente el lado opuesto de lo agresivo es lo amoroso, si bien ambas caras pertenecen a la misma moneda: la fuerza vital. Y las personas nos enganchamos mediante hilos o corrientes de relación que se encuentran entre estas dos polaridades. Que se gusten dos personas en el grupo es tan posible como que se odien. ¿No te gusta el muchacho de los ojos azules? A poco que te relajes observarás que también desde ti se mueven hilos similares. Percibirás una cierta mayor fluidez comunicativa e incluso en tus ratos libres puedes descubrirte pensando en él. Pues lo mismo les puede suceder a ellos, ¿no? Otra cosa será dilucidar si este tipo de afectos proviene de aspectos desintegrados y confusos de unas personas o nacen de lugares más acordes con el proceso madurativo. Y qué se cuece tras ello, porque en muchos casos estos aspectos emergen como resistencias al proceso psicoterapéutico paralizando la incursión del grupo o de algunas personas por determinados territorios de la psique humana. Ahí también debes incluirte tú. Por esto es importante saber el significado de todo ello; si tales relaciones deben o no aceptarse en el grupo en tanto que no dejan de ser una partición, un subgrupo dentro del mismo o son consecuencia de estados de confusión afectiva que favorecen en incremento de vivencias afectivas y el deseo de vincularse masivamente a alguien. En mi opinión deben abordarse estos aspectos ya que rompen la pretendida equidistancia emocional que media entre todos y si obedecen a los aspectos más desintegrados de sí mismos estos afectos acaban destruyéndolos. Debe abordarse esta situación para poder deslindar qué hay de movimiento evitativo, resistencial, confusionante, o de condensación de otros afectos en estas personas. De hecho, uno de los ingredientes que aparecen en los comentarios de los pacientes ante los temores del grupo (y también entre los profesionales, sobre todo los alumnos de psicología cuando se les plantea este tema), es el de enamorarse de otro o del propio conductor. Y no es tanto por un tema de moral grupal, sino que dichos movimientos afectivos se corresponden a flujos individuales y a otros que tienen un componente antigrupal: también son resistencias al trabajo que realizáis.
En efecto, las relaciones amorosas sean entre pacientes y, en ocasiones entre éstos y el profesional, también presentan o son la expresión de dificultades en el seno del grupo. Y debe ser tan cierto como que tampoco en los textos grupales aparece autor alguno que hable de ello: el pánico a hablar de lo que muchas veces pasa y nos involucra está muy teñido de lo que alguien comentaba al pensar en los aspectos de los abandonos, caracterizado por la negación de la limitación y la persistencia de una omnipotencia infantil. Es decir, hay una serie de ideas que tenemos los propios profesionales, que provienen de nuestra experiencia personal con los pacientes que solemos negar siguiendo esos trazos más psicóticos de nuestra constitución personal. Rutan y Stone insinúan el tema amoroso, dentro de un capítulo dedicado a los afectos en el grupo, pero lo colocan dentro de los elementos contratransferenciales. Debe ser, sin duda, que los afectos amorosos generan serios problemas en los grupos, tanto si aparecen entre los miembros como si involucran al conductor. En realidad, aunque algo más tolerados, tienen el mismo componente rupturista de las agresivas. El seducir, el enamorar a alguien no deja de ser, también, una maniobra involuntaria, inconsciente si quieres, para preservar determinadas áreas de la mirada e investigación del otro. Con la seducción atraemos la mirada del otro hacia determinados aspectos personales facilitando que aquellos otros que no queremos que sean vistos o visitados, queden al margen. La seducción está presente en la mayoría de las relaciones interpersonales. Y creo que un cierto componente seductor es garantía de acercamiento. Ahora bien, cuando este componente pasa a ser lo que nos limita el abordaje de determinados aspectos, entonces podemos decir que tal juego es una resistencia al avance del grupo.
La seducción es un componente de las relaciones humanas mediante la que tratamos de atraer al otro al tiempo que deseamos ser aceptados por él. Es un juego de doble dirección o mejor, de doble intencionalidad. La sonrisa, esa primera expresión social del ser humano, es la forma más básica de seducción. A partir de ahí se van estableciendo y desarrollando otras maneras de caerle bien al otro y de facilitarle o hacerle posible, de entrada, una buena conexión con nosotros mismos. La simpatía es una natural consecuencia. Tratar de establecer una buena corriente afectiva facilita que la relación empiece con buen pie. Ser antipático, adusto, frío, no facilita la buena relación, sino más bien lo contrario. Ahora bien no estamos obligados a ser simpáticos, a tratar de seducir a todo aquel que se nos acerca. Cuando esto se torna una obligación, un imperativo, entonces nos encontramos ante el uso de la seducción y de la simpatía como medida defensiva. Aquí podríamos pensar que aparece un temor frente al que uno se defiende mediante la simpatía y la seducción. En este mismo terreno podríamos incluir al chistoso, al que busca ser gracioso, a quien está más pendiente de agradar al otro que en ser agradable. Son formas de evitar una supuesta agresión, por lo que subyace una cierta actitud paranoide que trata de compensarse a través de estas conductas.
La seducción puede dar pie a otro nivel de relación: la de enamorar al otro, la de facilitarle la creación de imágenes y fantasías de contenido erótico con una única finalidad, la de mantenerle en una forma de relación en la que el control queda totalmente al descubierto. Y en los espacios terapéuticos, tanto individuales como grupales, se da con una cierta frecuencia. Cierto que no seduce quien quiere sino quien puede. Es decir, el seductor precisa de alguien seducible. Pero esta misma idea, si la pensamos un poco más detenidamente, verás que, en realidad, involucra por un lado, aspectos muy infantiles tratando de asegurarse, seducción mediante, el afecto, el amor de esa persona significativa, y por otro, obedece a la actualización de comportamientos regresivos que vienen activados por fantasías e intentos de confirmación de las mismas de carácter omnipotente. Ello nos lleva a pensar en las profundas carencias afectivas que tratan de ser solventadas mediante estos juegos de seducción amorosa, propuestas más o menos latentes de relación extragrupal que acaban dañando a quienes quedaron atrapados y al propio grupo. En los casos en los que aparece la seducción seguida de enamoramiento, más allá de lo que supone de agradable la apertura y hasta una disolución temporal de las fronteras psíquicas que son las que les posibilitan alcanzar tal estado emocional, lo oportuno es trabajarlo y obrar en función de las consecuencias de esa relación para el resto del grupo. Por lo general supone el abandono de estas personas ya que no suele ser fácil ni la decisión de quien se queda en él, ni permanecer activando las envidias y celos inherentes a esta situación. Pero sea cual sea la consecuencia, el daño en lo que se refiere a la dinámica del grupo está servido. Y es que aquí se introducen, en realidad como en otros apartados pero posiblemente de forma más declarada, los elementos transferenciales.
En efecto, si hacemos caso de la presencia de la transferencia en el grupo, esto es, de la activación y actualización de una estructura relacional y de los afectos consecuentes que muestran la forma habitual con la que cada uno tratamos de relacionarnos con los demás, parece lógico pensar que a través de estos movimientos de seducción, ésta se coloque en la estructura grupal y que como señalaba Schindler, es o actualiza también una estructura de hermanos, unos sentimientos libidinosos de poder potencialmente superiores a los fraternos y que provienen de las figuras parentales. Aquí el divide y vencerás vuelve a estar de manifiesto, correspondiéndose la táctica inconsciente a una reactivación de fantasías de poder muy infantiles. Y el poder y significados de tales relaciones tiene la vertiente edificante que supone acercar unos miembros a otros, facilitar grados de cohesión y complicidad y, por lo tanto de compenetración en el trabajo. Pero también tiene la otra vertiente: la de expresar la unión en contra de lo que significa la figura de autoridad, la figura normativa, la que posibilita los grados de simbolización que precisamos los humanos para seguir siéndolo. Caminar por la cresta de esta montaña, con una vertiente más materna y otra paterna, es complejo; y atractivo, claro.
Indicábamos que las manifestaciones agresivas eran unas de las que iban en pos de la salvagurada de la especie. Las otras son las amorosas. Y ambas traban a unos miembros con otros, estableciendo lazos que bien elaborados y trabajados a través de la Función Verbalizante, consiguen mantener a raya las fantasías de disociación, ruptura, soledad, y la misma muerte. Los componentes del grupo buscan un sistema de relación que les posibilite vivir y sentirse vivos. En ello los afectos de tipo amoroso pueden ser una forma de garantizar este estar vinculados los unos a los otros.