Entiendo que no preciso recordar que lenguaje, pensamiento y conocimiento son tres aspectos de lo mismo, del símbolo. Esto ya lo señaló Elias (XXXX) en su teoría del Símbolo y que no divergía de las propuestas Estructuralistas ni de las realizadas por Vigotsky. Pero esto que es de Perogrullo parece que solo lo saben los niños. Y Paloma nos lo recordó. En la sesión de grupo que trajo para pensar sobre él, regalaba todo un tratado de psicología profunda amén de otras visiones de la psicología.
Erase una vez un niño nervioso, hiperactivo, con serias dificultades para manejarse en el contexto grupal ya que se le activaban fácilmente las reacciones que los demás clasificamos de agresivas. Este niño se encontraba en un grupo y su conductora lejos de asustarse se le acercó y, cogiéndolo por los hombros para organizar un juego, facilitó que ese niño revoltoso pensara, ¡ah, somos un tren! Y yo la máquina (o el maquinista). Así empezó un discurso grupal espontáneo y todos los otros niños se sumaron, se subieron al tren que iba camino de Irlanda. Ir(l)anda. Y llegaron a un zoo, a un parque zoológico y a otros muchos sitios. En unos aparecían árboles, en otros leones, en otros… Y los niños subían y bajaban del tren cada vez que visitaban una estación. Unos se convirtieron en tréboles. Eran dos tréboles diferentes, uno derrotado, caído al suelo. Le otro se le agarraba a los pies. Y el maquinista se convirtió en un mago. Porque había muchos peligros y tenía que reconvertir a los personajes o las historias que aparecían en otras más manejables.
Y ya estaban en Francia. Pero ese mago no acababa de conseguir todo lo que se proponía, y apareció otro, otro mago. Y trataban de hacer que las cosas fuesen de otra forma. Y se encontraron con un volcán. Con todos sus peligros y fuegos. Lo construyeron con cojines. Y era muy peligroso. Porque había un volcán pero también otro, diferente, pero igual de peligroso. Entonces aparecieron los aviones. Eran de papel, porque el papel sirve para hacer aviones. Y los lanzaban contra el volcán para apagarlo o reconvertirlo. Y también se lanzaban contra las conductoras. Que estaban ahí y eran los alemanes, que son malos por definición. Y… e hicimos banderas, eran banderas pero una era de Paz.
Y colorín colorado ese cuento se ha acabado.
Magnífica lección de psicología aplicada, de psicoanálisis, de… conducción de grupos. Porque en todo grupo se desarrolla un proceso de pensamiento, de lenguaje, de conocimiento. Son procesos activos que se establecen en el mismo momento en el que los humanos estamos en contacto con humanos, o con nosotros mismos (pensar es hablar consigo mismo). Toda nuestra comunicación, verbal o no verbal, forma parte de todos estos procesos de pensamiento. De niños y de adultos. ¿Y qué hacemos? Vamos elaborando cosas que corresponden a nuestra propia experiencia. Y esa elaboración pasa necesariamente por la acción, por la comunicación, por la verbalización, por el pensar nuestra experiencia vital.
Podríamos pensar que solo se trataba de hablar en torno a aquella experiencia grupal. Y de hecho hubiera sido una de las salidas lógicas: se presenta un caso para pensar sobre él, sobre la conducción o sobre algún otro aspecto preocupante. Esto es lo que en principio haría un buen supervisor. Se trataba de un grupo que utilizó el psicodrama para hablar del drama, o los dramas. Del drama de unos niños que no encontraban cómo encajar en el grupo de adultos. Alguno de ellos en complicadísimos procesos de adopción. Otros con serias dificultades familiares en las que los padres, posiblemente desbordados por las circunstancias, no podía hacer frente a las demandas, mínimas, del hijo. Todo un drama. Otro que tuvo que ceñirse a unos planes internos de supervivencia para no conectar con las tremendas emociones que le suscitaban la relación con los demás…
El conductor trata de tomar los elementos que sobresalen para vehiculizar el desarrollo grupal. Este es el eje central de la función conductora: tomar lo que el grupo va insinuando para darle forma. Y si tiene suerte, no sé decirlo de otra forma, su acción tiene la potestad de convertir algo que sonaba a individual en algo grupal: el tren. Subirse al tren de la experiencia, de la vida, es precisamente eso: subirse al tren del discurso grupal para coparticipar en su construcción. Y en esa metáfora que no deja de ser un juego, los miembros del grupo se suman o no. Suben o bajan. Y crean formas. Formas que no siempre son lógicas, entendibles desde el pensamiento adulto; pero cargadas de significado que se transmite, se capta, genera otras asociaciones y juegos. Es decir, concatena ideas, sensaciones, palabras, significados, afectos; y mediante este esfuerzo natural, se establece una matriz de significados. Ya siempre estará ese tren en ese grupo, con sus imágenes y sus hechos.
De hecho los niños y los adultos organizamos nuestra mente a partir de las experiencias que vamos teniendo. ¿Qué significará para ellos la idea de tren, de Irlanda, de zoo, de…? Estas palabras no dejan de ser metáforas a través de las que van informando de aspectos parciales de su vida personal. Y en el grupo (ya lo intuyó Moreno cuando inició la psicoterapia de grupo incluyendo en ella las formas expresivas teatrales) no es sino el escenario en el que se expresan todos esos aspectos. Pero también hablan de la posición en la que se sitúan en la vida, del paso de la posición pasiva a la activa, de los peligros que ello encierra, etc. Árboles y animales, volcanes y tréboles… y magos. Y banderas, símbolos de algo que para los niños es la expresión más genuina de lo personal, de lo que uno enarbola orgulloso de sí mismo y que luego, en el entorno social llamamos identidad colectiva.
El conductor habla, dice cosas, participa, calla, ve, observa, anima, frena. Y es miembro del grupo porque está en el tren, en el de los significados grupales, en tanto que representante paterno o materno. En tanto figura que posibilita la simbolización de lo que, en un principio, era solo una actividad. Al contener, al delimitar el terreno de juego, el jugador desarrolla sus potencialidades. Y crea. Y en esa actividad creativa, va descubriendo nuevos significados. Y, posteriormente, cierra intentando dar un significado, recoger lo sucedido como forma de mentalización colectiva secundaria (secundaria a la que cada uno ha podido realizar). Y esta experiencia, la que han tenido esos chavales, queda registrada en su propia historia. Y aunque la fascinación de un día no asegura que los demás sigan esa senda (así es la vida y así es el proceso psicoterapéutico), es una de las estaciones a las que hay que visitar ocasionalmente.
Ese lenguaje grupal está preñado de símbolos que están en lo social. Irlanda, Francia, Alemanes, Banderas, Paz… pero también mago, avión, ataque, volcán, peligro, trébol. Elementos que forman parte de su lenguaje y que adquieren significados a partir de su uso. Y de jugar con ellos. Y en ese juego nos enfrentamos con la necesidad de convertir lo malo en bueno o viceversa, la necesidad de hablar del volcán para buscar su desaparición, y de ver a las conductoras como alemanes (un día oí a papá hablar de esos alemanes, de una tal Merkel-por ejemplo-) que “son malos” porque están ahí, como las conductoras que también ponen límites, constriñen nuestra capacidad al tiempo que nos la posibilitan. Pero esta constricción es la que posibilita la creatividad: no es posible de otra manera. De la misma forma que la ausencia de la madre posibilita que el niño la fantasee a través del chupete o del dedo. Es la ausencia, la interrupción del continuo amamantamiento, el que posibilita la emergencia del deseo, de la búsqueda del pecho, biberón o como le queráis llamar.
Los elementos antigrupales como la agresión, reconvertidos en algo creativo. Pero esto que sonaría a una cierta actitud humanista es en realidad el resultado del propio proceso elaborador que ya Klein señalaba en la construcción del Yo: la parte que no se puede incorporar se proyecta sobre el espacio exterior que se torna, frecuentemente, en persecutorio. El Yo no puede hacer otra cosa que tratar de fragmentar esos aspectos proyectados e integrar todos aquellos fragmentos que le pueden ser útiles y, al incorporarlos, dispone de una imagen de sí mismo y del mundo en el que está más armónica con su propia experiencia vital. Para ello cuando los Alemanes se tornan las conductoras éstas no reaccionan al uso sino que toleran parte de estas agresiones reconduciéndolas de forma que aquello que fue depositado en ellas no se torna de forma agresiva contra el proyector y, así el niño puede integrar esos fragmentos de forma más armónica consigo mismo. Nitsun no lo hubiera explicado mejor que Paloma. Tal fue la actitud de las conductoras de la experiencia. No entraron a ver quien tenía más fuerza sino que tomaron cual judocas la fuerza que presentaban los niños y la reconvirtieron en otro potencial, esta vez creativo. Y del que se benefician todos.
Pero, ¡cómo son las cosas de la mente! Cuando comenzó a presentarnos el grupo coincidió en un momento particular del nuestro. Estábamos hablando de la despedida, de la finalización de estos cuatro años de trabajo intenso. De la necesidad de un alto en el camino para poder darnos la oportunidad todos de valorar qué queremos. En cierto modo habíamos comenzado la mañana con una valoración general y se pudieron ir exponiendo muchas de las emociones compartidas que han ido regalándose entre nosotros a lo largo de cuatro años, cuatro intensos años. Pero la mente colectiva, aquella que proviene de las aportaciones conscientes y, fundamentalmente, inconscientes de todos los presentes, iba configurando una serie de pensamientos que acabaron confluyendo en lo que se nos presentó: el grupo de niños preadolescentes.
Ni tampoco ella lo sabía. Espontáneamente lo trajo y… habló de su grupo y, sin saberlo, del nuestro grupo. De nuestros cuatro años tratando de jugar y de paliar la fuerza destructiva del volcán y reconvertirla en algo con lo que se construye. Y ese punto y aparte que hemos puesto hoy puede posibilitar que el próximo párrafo o libro tenga otros ingredientes. Ahora ya sabemos de qué va eso. Sabemos que somos como la escultura que hicimos: una danza en la que por parejas vamos entrando en el túnel formado por los propios danzantes, una cadena que simbolizaba muy bien el propio transitar de la vida, del cambio generacional, de las nuevas aportaciones a partir de las anteriores, una cadena infinita en último término que solo se detiene para el aplauso que se entrega a todos los participantes. El aplauso a todos y, especialmente a Mercedes y Sara que nos lo han facilitado. Y a todos, a todos nosotros.
Creo que hoy, en Madrid, ha comenzado algo nuevo. Y nadie lo sabe.
Gracias Paloma mensajera. Ha sido un placer.
Dr. Sunyer
23 de mayo de 2014