13) Ya veo, pero ahora lo que me sugiere todo este tema es que no has hablado para nada de la noción de conflicto, de conflicto psíquico. Aunque suponga interrumpir las líneas de la entrevista, ¿qué entiendes por él?
Cierto que hasta ahora no hemos abordado la noción de conflicto. Sí de la idea de sufrimiento, de necesidad de ayuda y acompañamiento, pero no de conflicto. Creo que toda expresión psicopatológica es señal de conflicto psíquico, entendido como la resultante de tensiones difícilmente articulables entre la necesidad de funcionamiento autónomo, individualizado y la de sentirse miembro de un grupo con cuyas personas uno se siente vinculado de forma que las interdependencias que se generan sean compatibles con el desarrollo individual. Es decir, el llamado conflicto psíquico no es tan interno cuanto externo. O igual ni es interno ni externo ya que surge, nace, se desarrolla en el espacio de la interrelaciones interpersonales. Guarda mucha relación con los vínculos que se establecen con el entorno y el entorno con él. No siempre se cree en él. Hay corrientes psicológicas que no consideran que sea catalogable como conflicto y lo ven como distorsiones, aprendizajes erróneos, carencias en el afrontar los problemas o las situaciones, carencias en el mantenimiento de actitudes activas, etc. Otros pensamos en que esas cosas son expresión de conflicto. Y expresión que respondería a un “por qué” pero también un “para qué”. Quizás en pleno S. XXI y en occidente debemos poder comenzar a pensar en el conflicto como algo más propio del homines aperti que del homo clausus. Eso conlleva un problema: la corresponsabilidad –no digo que voluntaria –con la expresión del sufrimiento del otro. Aquí también hay un para qué.
La idea de conflicto psíquico no está en la base de todas las conceptualizaciones psicológicas ni psiquiátricas. La presencia de alteraciones perceptivas, conductuales o cognitivas en buena parte de los trastornos permite que se siga la misma senda que otro tipo de alteraciones de tipo neuropsicológico o neuroquímico y reduce en buena medida lo que se denomina enfermedad psiquiátrica o trastorno psicológico a aspectos parciales mejor o peor complementados entre sí. De ahí que sea relativamente fácil, y desde esta perspectiva absolutamente legítimo proponer modelos de intervención en los que el abordaje se centre en lo sintomático. Lo sintomático como expresión del síntoma, esto es, de la señal que uno lanza para que el otro la pueda captar. Señal que algo sucede y que precisa ayuda. Pero esa ayuda se entiende, en ocasiones, como la manifestación de una carencia.
Siguiendo Laplanche, J., y Pontalis, J-B., (1981), desde sus inicios el psicoanálisis descubrió el conflicto psíquico y rápidamente hizo de él el concepto central de la teoría de las neurosis (:77). En realidad lo que aparece es una tensión entre diversos componentes del individuo que trata de resolver como puede. En mi opinión, Lola, lo que se denomina enfermedad mental, trastorno psíquico, trastorno psicológico, es en realidad la expresión rotunda de un profundo conflicto interno. Expresión que, al mismo tiempo, trata de encontrar la vía de resolución al mismo; aunque pueda ser o parecernos errónea; pero si lo interno y lo externo forman una unidad, ¿qué significará aquí conflicto interno?. ¿Y qué es eso de “conflicto interno”? Este es otro punto interesante porque señala un lugar de importantes divergencias. La idea de “conflicto interno” proviene, pues, básicamente del pensamiento psicoanalítico que, a su vez, es fruto de toda una época en la que se estudiaba al sujeto de forma individual y no a la persona en relación con las demás. En un primer momento (1888, 1893) Freud postuló que el conflicto aparecía en el lugar de un trauma no recordado. Esa idea seguramente está en la base de muchas opiniones que se oyen en la calle: “tuvo un trauma y acabó así”. Pero lo que popularmente entendemos por trauma no es exactamente a lo que Freud se refería hace ya más de un siglo. Posteriormente (1894, 1906) la idea se centró más en la representación de algo que era insoportable. Ya a partir del 1920, emerge otra hipótesis en las que los conceptos de fijación, regresión y sublimación están en los cimientos de la patología psiquiátrica. En este sentido cobraba más relevancia la idea de que el conflicto provenía de la tensión que existiría entre las diversas instancias psíquicas, y fundamentalmente, entre el yo (es decir, el conjunto de aspectos que rigen nuestra forma de ser, de actuar, de interpretar lo que hacemos, lo que nos pasa, y cómo todo esto lo articulamos con la realidad), y aquellas otras instancias en las que lo que predomina es, o bien un componente instintivo (el ello), poco o nada elaborado y tendente a la búsqueda de la satisfacción inmediata, o bien un componente normativo (el superyó) que trata de ahogar permanentemente cualquier intento de satisfacción o cualquier solución de compromiso del yo. Evidentemente estamos hablando desde una perspectiva psicoanalítica quizás un tanto rigidificada al simplificarse. La lucha entre Eros y Tanatos se agazapa en torno a esos conflictos. Pero a mí me parece, Lola, que desde esta perspectiva, el conflicto se sitúa en lo que sería el interior del sujeto, ¿no? ¿Podríamos salir de este lugar?
A partir de Freud fueron apareciendo otras formas de ver el conflicto que venían acompañadas de la conceptualización de los denominados mecanismos de defensa apuntados en 1894 por Freud y posteriormente más establecidos y estudidados por su hija, A. Freud en 1950. Evidentemente Lola, no es este el lugar ni el momento –ni me siento capaz de ello –para hacer una revisión de las diversas conceptualizaciones del conflicto psíquico, pero quizás sí que sería conveniente señalar que si bien en un primer momento la idea fundamental es que éste proviene de una herida interna que surge por las tensiones entre diversas instancias internas del sujeto, pronto comienzan a oírse voces que tratan de incluir más al otro en la génesis del mismo. Entre ellas, y a modo de ejemplo, las de Adler, cuyas divergencias con Freud empezaron a hacerse evidentes en 1908, y tras él otros que no aceptaban con tanto entusiasmo la presencia omnipresente de la libido y la búsqueda de la satisfacción como motor básico. Y si hasta entonces la libido era como el elemento central que trataba de encontrar la vía de satisfacción y de cuyas dificultades emergían las tensiones que generaban el problema, Adler comienza a proponer que posiblemente las experiencias de abandono o sobreprotección eran las causantes del mismo al generar un Yo desamparado (Papanek, H, 1982).
No sé hasta qué punto podríamos pensar que los mecanismos de defensa no son solo la forma de defendernos de algo. Podríamos pensar que son también mecanismos de comunicación; si por comunicación entendiésemos algo más que el hecho de informar, y consideráramos que en el momento que comunicamos algo al otro se establece un vínculo con él, quizás podríamos comenzar a considerar que el conflicto se sitúa ahí, en el vínculo, la construcción de ese lazo de unión, en la bidireccionalidad del mismo. En el lazo que se establece con el otro, en la unión que surge tras este enlazamiento. Si retomásemos la idea de Spitz por la que los lazos biológicos que se han establecido y establecen con la madre (y luego el resto de humanos) se transforman en complejas estructuras psicológicas (recordemos los tres indicadores, la sonrisa, la ansiedad ante el extraño y la aparición del no) mediante las que el infante va a ir resolviendo el tema crucial de su separación e individuación, ¿en qué medida podríamos considerar que el conflicto, las raíces del mismo, se ubican ahí y se reproducen y repiten cuando se dan las circunstancias que una y otra vez plantean el mismo nudo? Si considerásemos que el Yo del sujeto surge, nace y se desarrolla a partir de la resolución de la simbiosis inicial (Mahler), podríamos pensar hasta dónde eso que llamamos conflicto psíquico proviene de la gran dificultad que aparece (y posiblemente se reproduzca una y otra vez) en la resolución del vínculo de interedependencia que se establece con el Otro. De hecho, cuando O. Rank propuso –y muchos no le entendieron –lo del trauma del nacimiento, no se refería tanto al hecho del mismo parto cuanto la separación de la madre. Por su parte H. S. Sullivan, que no comulgaba con las tesis más biologicistas de Freud, puso el acento en las limitaciones y distorsiones del Yo ya que para él lo importante eran las relaciones interhumanas (Wyss, D., 1975), por esta razón la idea de conflicto en él proviene de las deficientes relaciones con las personas de referencia básica, en tanto que no satisfacieron las necesidades de ternura, y por las deficiencas en la capacidad de contención de su propia ansiedad. En realidad, Sullivan, Ferenczi y Rank fueron de los primeros en subrayar la importancia de las relaciones sobre los impulsos. Seguiremos con ello pero antes, pérmiteme Lola que hablemos un poco de Klein.
No es hasta Klein cuando emerge con fuerza otra teoría sobre el conflicto que se fundamenta en las relaciones de objeto. Hay un aspecto en esta conceptualización que me parece una apertura a la idea de que el mundo interno y el externo coparticipan enla construcción del sujeto. En efecto, los procesos de introyección y proyección van jalonando la construcción del aparato psíquico y es a través de las relaciones que se establecen entre los elementos (objetos) constructivos y destructivos que provienen de la percepción y de las relaciones que el sujeto establece con el entorno, y de cómo reinterpreta todo ello (agradables o constructivas, desagradables o destructivas), que el sujeto organiza no sólo su identidad sino la forma en la que se organizarían los conflictos psíquicos. Aquí, a diferencia de la posición ortodoxa por medio de la cual el individuo se hace a partir de lo que vive, la visión que tiene el bebé es a través de las tonalidades perceptivas que tiene del mundo que son las que le constituyen de una y no de otra manera. Entiendo que mis palabras puede generar críticas desde algunos planteamientos feministas, pero creo que la relación que se establece entre el bebé y su madre (o la persona que le cuida y que acaba siendo para él punto de referencia) es básica. Mediante lo que el bebé proyecta en ella y lo que de ella introyecta. Mediante las reacciones que ella presenta frente a los elementos con los que ella puede identificarse introyectivamente y que pueden activar una identificación proyectiva sobre el bebé (y viceversa), en ese mejunje, se va constituyendo el Yo y, fundamentalmente un apartado del mismo: la conciencia de sí mismo, el self. Evidentemente no estoy hablando de la idea de mamá o de papá. Sino de las figuras maerna y paterna: la que cuida y la que determina (o recuerda) que hay algo más allá de la unión bebé-madre o madre-bebé.
Ahora bien, sin cuestionar ni un ápice la realidad del conflicto que tiene el sujeto (más allá de lo que suponga la comprensión interna del cómo y del porqué aparece), la consideración del sujeto como parte inseparable del grupo en el que nació y del grupo social al que pertenece supone una reconsideración del mismo. En este sentido el conflicto no solo es del sujeto sino del grupo en el que está inserto. Es decir, la tensión que desde una perspectiva tiene que ver, por ejemplo, con la dificultad de articular sus deseos con los requerimientos sociales y pulsionales, es también la que tiene en articularlos con las personas con las que está intervinculado. El conflicto que se va ubicando en las interrelaciones con el otro signfica que esos vínculos vienen determinados por algo a lo que podemos llamar conflicto (que se evidenciará ahora o no, más tarde). El grupo familiar, extensión de las figuras materna y paterna, sostiene las bases del conflicto. Posteriormetne la tensión se actualiza instantáneamente en el individuo y en el grupo, siendo una de sus manifestaciones la forma de presionar para que el resto del grupo, grupo familiar por ejemplo, se ubique de una particular manera ante sus propias demandas de actuación individual y viceversa. Desde esta perspectiva, la problemática del individuo es también una problemática del grupo al que pertenece, es decir, la problemática que tiene con las personas con las que se relaciona. Por esto el abordaje grupal debería ocupar el centro de los planteamientos asistenciales.
Claro que me preguntarás, Lola, que ante eso qué podemos hacer. El abordaje psicoanalítico supone una serie de intervenciones en aras a que el sujeto pueda ir modificando sus estructuras internas (Coderch, J., 2001) a través no sólo de las interpretaciones que vayan emergiendo en el proceso analítico sino también como consecuencia de los fenómenos transferenciales que se despliegan en la relación asistencial. Pero esta idea no significa tanto, para mí, un desvelar las fantasías o los deseos ocultos, cuanto desvelar los aspectos dañados de las interdependencias que establecemos con los demás (y veceversa) que son, de alguna forma, la reactivación de las estructuras dañadas en las primeras relaciones que se tuvieron con las personas significativas.
Si considerásemos que las cicatrices de las heridas generadas –involuntariamente, claro– durante las tempranas experiencias vinculantes con los progenitores y primeros cuidadores como consecuencia de las reacciones a las proyecciones sobre ellos y las consiguientes identificaciones introyectivas que suelen ir paralelas a las diversas experiencias de apego que se tienen con ellos (y viceversa), estuviesen expresándose mediante lo que llamamos sintomatología, estaríamos colocando la comprensión del llamado conflicto en un lugar que es grupal per se. Y esto no se suele considerar. Por ejemplo, Kauff, P.K., (1995), en un interesante trabajo en el que se comparan los enfoques psicoanalítico y grupal, al hablar del proceso psicoanalítico señala que el proceso es, en términos fundamentales, de cuestionamiento; la meta general consiste en articular tanto como sea posible y comprender lo que puede comprenderse. El proceso psicoanalítico tiene por objetivo contar la “historia dentro de nosotros” de manera tan clara y completa como sea posible, a fin de maximizar el control del individuo sobre esa historia, tanto durante el tratamiento como mucho después de que éste terminó (1995:3). Ahora bien, esta idea, que se aplica a muchos procesos analíticos grupales, propone un “mundo interno” separado y diferente del “mundo externo”. Para salvar ese escollo se plantea la visualización del grupo (que es algo perteneciente al denominado “mundo externo”) como una proyección de ese mundo interno a través de los mecanismos de proyección y de identificación proyectiva con los que estamos equipados los humanos.
Sin embargo, esa disyuntiva, legítima y operativa y que es la que se aplica en la mayoría de los planteamientos psicoterapéuticos grupales, parte de una diferenciación individuo-grupo, o individuo-sociedad. ¿Podría no ser así? ¿Podríamos considerarlos a ambos como dos expresiones del mismo proceso de humanización? Cuando tenemos en cuenta esta otra posibilidad, la idea de psicoterapéutico queda enriquecida por la de la interdependencia y por la de proceso. Creo que cuando consideramos este enfoque, el de la unicidad entre el sujeto individual y el conjunto de personas con las que inevitablemente está interrelacionado, es cuando comenzamos a situarnos desde la perspectiva grupoanalítica –o a lo que yo considero como tal. En este sentido podemos pensar que el sujeto “enfermo” no es más que la expresión de su aislamiento. Es decir, la psicopatología sería la expresión del grado de aislamiento (soledad te decía antes) en el que el sujeto ha quedado ubicado o el reducto en el que se ha guarecido. Es decir, la psicopatología es la forma que cada sujeto ha encontrado para mantener, de alguna forma, los vínculos con el Otro. Vínculos que, al tener numerosas heridas procedentes de otras tantas experiencias patogénicas, acaban adquiriendo una forma de enlazarse con el Otro que reactiva –involuntariamente, claro –la estructura o estructuras tipo que aluden a la misma herida inicial. El daño a su identidad, a su self, a su sí mismo, acaban conformando otra identidad que, en este caso viene cubierta por la etiqueta diagnóstica que le asignamos. Eso significa que si nos ponemos en una perspectiva interpersonal, interrelacional, lo que se visualiza al estudiar el conflicto es que éste es algo que no sólo pertenece al sujeto individual que lo porta sino que también es la expresión de una serie de tensiones no resueltas en la matriz de relaciones del grupo familiar al que pertenece, tensiones que provienen de otras anteriores pertenecientes a sus familias de origen y que han sido actualizadas en el grupo familiar en el contexto en el que éste vive.
Fíjate, Lola, lo complicado de la situación. Por un lado estamos empeñados –educación mediante– en la existencia de un mundo interno. Elias venía a decir que ese empeño en la creación de eso que llamamos espacio interno no es otra cosa que el intento desesperado del ser humano de nuestra civilización por ocultar a los demás lo que son las vivencias de cada cual. Y hasta podríamos considerar que cuando diferenciamos un mundo del otro –sin negar que hay experiencias que uno vive por sí mismo –estamos estableciendo también la negación de estas mismas vivencias. Entonces, ¿podríamos considerar que no estamos hablando de cosas que suceden en un lugar o en otro? Si considerásemos que estamos involucrados en procesos de interacción con el otro (u otros) y que esos mismos procesos interactivos solo producen más interacción y procesos de ello mismo (Stacey, 2003[1]), igual podemos considerar que no hay un adentro y un afuera sino que lo que hay es interacción constante con los demás y con uno mismo.
En estos momentos creo que situados en el grupo, el conflicto se instala en las relaciones con sus miembros, con algunas de sus configuraciones, con el conductor y con la propia estructura. Es decir, el conflicto se reactualiza en la relación asistencial –también en la individual– y en el caso del grupo, se reubica en las relaciones de interdependencia vinculante que se establece con sus miembros y sus diversas constelaciones. Y digo bien, se instala, reubica: transcurrido el tiempo que el paciente precisa para sentirse en el grupo “como en su propia casa”, es cuando emerge el conflicto. Y se instala porque comienzan a aparecer tensiones que surgen de la propia dinámica entre los miembros del grupo afectados por aspectos similares del mismo conflicto. Esto es debido no solo al desarrollo de los aspectos transferenciales en el grupo, sino a que los miembros del grupo reproducen inconscientemente, los aspectos que cada uno ha ido poniendo en los demás de forma que las diversas configuraciones grupales acaban identificándose introyectivamente con lo que “el otro” ha colocado ahí. Y ahí está el conflicto individual y grupal. Ello nos llevaría, entre otras cosas, a abordar la importancia que creo que tienen dos mecanismos clave: la identificación proyectiva y la introyectiva.
[1] Stacey, R.D. (2003). Complexity and Group Processes. A radically social understanding of individuals NY: Brunner-Routledge