Resumen. Es el último escrito de este seminario y en él incorporo dos elementos que no había podido incluir: la idea de espejo organizativo de Nitsun, y el de los supuestos básicos de Bion.
Resumen. Es el último escrito de este seminario y en él incorporo dos elementos que no había podido incluir: la idea de espejo organizativo de Nitsun, y el de los supuestos básicos de Bion.
Palabras clave: Espejo organizativo, supuestos básicos, Nitsun., Bion, emparejamiento, ataque-fuga, dependencia, ansiedad, grupo.
Fue nuestro último encuentro. Lo sabíamos y alguien comentaba: momento de duelo. Bueno, es lo que se suele decir, pero creo que es mejor pensar en momento de separación más que duelo. Aunque doler, duela un poco.
Comenzamos como siempre, hablando de nuestras cosas. Había sillas vacías y, aunque alguna persona ya comentó que no podría venir y otras se encontraron con problemas de tráfico importantes, la sensación era diferente… cierto que a partir de lo que habíamos hablado en otras ocasiones pudimos comprobar que los casos que se habían presentado se habían resuelto, o casi resuelto; pero… pero la realidad es que en un momento me pasó por la cabeza que era preciso hacer un cambio. Y renuncié al segundo espacio, a pesar de saber lo útil que os resulta, para aportar más elementos conceptuales. ¿Por qué?
De lo que iba apareciendo consideré que había un par de cosas importantes qué decir. Una de ellas era el concepto de M. Nitsun (1996) sobre el espejo organizativo. La otra la digo luego.
La propuesta de Nitsun surge de la práctica organizativa. Viene a señalar que en una organización, cada nivel traslada sobre sus niveles de organización superior e inferior el conjunto de características relacionales que no puede elaborar suponiendo que en ese otro nivel le serán elaboradas y, posteriormente, reintegradas en el funcionamiento del nivel de que hablamos.
Si pensamos en una relación individual, esa relación contiene una serie de ingredientes que no nacen originalmente en ella sino que proceden del conjunto de relaciones con las que nos hemos ido constituyendo, fundamentalmente, en las primeras etapas de nuestra vida. Recordábamos días atrás el fenómeno de la transferencia. Decíamos que por este mecanismo automático, inconsciente y omnipresente, trasladábamos a la relación actual el mismo esquema relacional aprendido en los primeros años de nuestra vida y que nos vincularon de forma especial con aquellas personas que resultaron ser significativas para nuestra historia. Ello nos permite contemplar en la relación que mantenemos con nuestros pacientes unas características que van más allá de la problemática por la que acuden a nosotros. En los tres casos estudiados estos días podíamos comprobar que, más allá de las circunstancias concretas que eran el motivo de nuestra intervención, había unas características relacionales que nos atrapaban de forma particular. Pues bien, esas características definen parte de lo que llamamos transferencia. Y que eso que se da (en el supuesto que pudiéramos hacer una disección) en la vertiente relacional paciente – profesional, también se da a la inversa. De esta forma en esa relación individual se da una serie de fenómenos transferenciales que la definen y que la hacen diferente a otra relación asistencial.
Cuando trabajamos con varias personas a la vez, esto es, cuando trabajamos con un grupo de personas, este fenómeno transferencial se da con mayor importancia e intensidad. Y ese hecho, el de la intensidad e importancia, tiene un impacto sobre nosotros como profesionales que llega a paralizar buena parte de nuestra capacidad de trabajo; aún más, va incidiendo en nuestra manera de ser de forma que vamos siendo modificados, poco a poco, por las características relacionales que esos pacientes ven imprimiendo en nosotros. ¿Habéis oído la frase o la idea de “imprime carácter”? Se dice, en los ámbitos católicos, cristianos, que hay determinados Sacramentos que “imprimen carácter”, es decir, que marcan un antes y un después que determinan buena parte de la trayectoria de quien los ha recibido. Eso es así desde un punto de vista moral y ético, pero también se da en otras circunstancias no necesariamente Sacramentales.
Por ir a un ejemplo fácil, los que hemos tenido el privilegio de ir a un colegio privado sabemos que nuestras formas de escribir (antes, que ahora con el poco uso de la estilográfica y el excesivo uso de los portátiles y de la imagen, eso ha cambiado) permitían distinguir entre quienes habíamos ido a un colegio o a otro. Eso tiene que ver con la impresión del carácter. Y pasándolo a nuestro ámbito, los grupos de personas a los que atendemos, sea individual o colectivamente, van imprimiéndonos carácter.
Pues bien, ese carácter guarda mucha relación con los estilos relacionales que vienen determinados fundamentalmente por los pacientes a los que atendemos (ya que por número suele ser más patente el impacto que ejercen sobre nosotros que el que ejercemos sobre ellos). Eso hace que haya grupos de pacientes demandantes, que se posicionan en un ángulo reivindicativo que hace mella en nosotros de forma que nos encontremos con “lo reivindicativo” como entidad propia o casi propia. Esa actitud, por ejemplo, hace que nosotros adoptemos esa característica reivindicativa y la traslademos al nivel de organización superior que es el que nos contiene (o debiera hacerlo). Y, dado que las personas de ese nivel no solventan ni contienen esa característica de manera que nos pueda ser operativa para poderla trasladar, a su vez, a los pacientes con los que trabajamos, la características que les hemos trasladado a nuestros superiores se traslada al nivel siguiente, y siguiente… y así sucesivamente.
Eso me recuerda una vieja imagen infantil de imposible resolución: en casa, en el cuarto de baño teníamos un espejo que estaba situado justo en frente a un pequeño armario que, a su vez, tenía otro espejo. Si abríamos un poco la puerta de ese armario de forma que la imagen no se superpusiera totalmente, al mirarnos en el primero veíamos la imagen del segundo que, a su vez, quedaba reflejada en el primero y que, a su vez, se volvía a reflejar en el segundo y así de forma casi infinita. Pues bien, eso es una parte del espejo organizativo de Nitsun.
La otra recorre el camino inverso: todas aquellas cosas que las personas que se sitúan en un nivel superior y que no son capaces de resolver generan una relación en la que queda impresa la dificultad que existe entre ellas; o el conflicto. Al no poder ser resuelto ese conflicto se traslada al nivel siguiente, inferior, que a su vez, al no poderlo resolver porque les viene de encima, lo trasladan al siguiente, y al siguiente, y al siguiente… hasta llegar al ciudadano que, en todo caso lo traslada a su familia que al encontrarse ya seriamente dañada no hace más que asumir una parte del conflicto que nada tiene que ver con ellos. Véase si no, la actual crisis económica (por no decir la social y la política): durante una serie de años hemos considerado que la vida era Jauja, que aquí podíamos hacer lo que quisiéramos, que atábamos los perros con longanizas. Esa creencia, delirante a nivel social ya que en nada se ajustaba a la realidad de la vida terrestre, venía estimulada, avalada, aplaudida por nuestra clase política que, a la postre es reflejo de lo que a nivel más básico es el tono social. Pero la clase política, en lugar de asumir el delirio colectivo en el que estábamos (muy posiblemente como respuesta negadora de procesos de duelo que guardan relación con años más oscuros y con una guerra civil que muchos se niegan en enterrar) y, consecuentemente, en lugar de estimular, aplaudir y jalear les debiera haber abierto los ojos ante tamaño disparate y poner medidas contenedoras de la parte delirante colectiva siguieron negando los hechos y generando más caos. La consecuencia es que ahora es el ciudadano, reflejo organizativo de una clase política sentada en su Olimpo particular, quien tiene que vérselas con medidas totalmente drásticas que, tomadas en otro momento, no nos hubieran llevado al grado de malestar en el que estamos.
Si este es el fenómeno descrito por Nitsun, ¿cómo es que se articulan dentro de cada estrato estos niveles de malfuncionamiento colectivo?
Las relaciones que establecemos los humanos entre sí siempre contienen niveles de ansiedad que no siempre son fácilmente digeribles. Cierto es que en la mayoría de las circunstancias, los humanos capeamos el temporal como podemos y, en la medida que somos capaces de ello, salimos más o menos sin excesivos rasguños. Pero cuando las relaciones se dan entre varias personas a la vez, esos niveles de ansiedad se disparan y facilitan que en esa misma relación se visualicen alguno de los tres sistemas mentales descritos por Bion: la segunda cosa que quedó en el tintero.
Nuestro grupo de estos miércoles fue convirtiéndose en grupo. Es decir, se fueron creando una serie de condiciones que permitieron a muchos darse cuenta que comenzábamos a ser grupo. Y entre otras cosas era lo que Bion denominaría “grupo de trabajo”, es decir, una serie de personas que hablaban de cosas que tenían que ver con lo grupal, con el trabajo de cada uno, con circunstancias que les atormentaban… eso, un grupo. Ese grupo tenía pues un motivo por el que nos reuníamos; y cualquier observador podría definir de qué se trataba nuestro grupo.
Lo que sucede es que, siguiendo a Bion y observando la práctica diaria, es que ese grupo de trabajo, como cualquier otro, tenía unas corrientes, llamémoslas subterráneas, que condicionaban parte del funcionamiento de ese grupo de trabajo. Esas corrientes se corresponden a lo que Bion denominó Supuestos Básicos.
Llámense supuestos porque para Bion, la idea de supuesto conlleva una manera de pensar, una actitud que hace que las cosas se vean de una manera u de otra. Por ejemplo, antes de Galileo la gente que habitaba el planeta tierra tenía una visión de la misma plana: la tierra era plana. Viendo la línea del horizonte marino pensaban que allá de los confines de la tierra, en el Finisterre de cada pueblo, el mar tenía que precipitarse y caer en unos abismos poblados seguramente por monstruos. Eso obedecía a una lógica aplastante: si es plano como una mesa, el agua que vierto en ella cae al llegar a su límite. Eso era su supuesto, su manera de ver el mundo. Pues bien, Bion detecta tres supuestos que son ideas que pensamos acerca de cómo disminuir la ansiedad que sentimos ante el hecho de estar en grupo. O dicho de otra forma, el compartir con los demás ideas, pensamientos, sentimientos, y todo un tralará complicado y complejo genera en nosotros un particular estado de ánimo. Este estado de ánimo no es precisamente tranquilizador ya que activa muchas cosas que antes no teníamos activadas. Eso hace que pensemos cosas que si se pusieran en marcha aliviarían esta tensión.
Una de las maneras que tenemos es considerar que la tensión que sentimos en un grupo ante el hecho de convivir varias personas e intercambiar experiencias sería que el conductor, el profesor en este caso, nos diera todo su saber, todo su bagaje de conocimientos. Dicho de otra forma, satisficiera nuestra ansia de saber no mediante el descubrimiento (que es lo que pretendo) sino mediante la aportación de esa información que él (egoístamente) posee. Cuando esa idea señorea por el grupo y es captada por el conductor, diremos que el supuesto que nos embarga es el de Dependencia. Es un estado de ánimo muy presente y fácilmente detectable. Siempre acabamos pensando que “el otro” es el que debe sacarnos del pozo en el que estamos ya que seguro que él es quien nos ha metido en él. Y si no nos ha metido, sí tiene los instrumentos necesarios para sacarnos del atolladero. La dependencia es uno de los mecanismos que socialmente se activan con más frecuencia. Y lo veis con asiduidad. Hemos creado una sociedad en la que consideramos que todos tenemos derechos, que el Estado, papá estado, nos debe dar aquello a lo que tengo derecho. El supuesto de dependencia señorea en nuestras calles. Y ello porque la ansiedad que sentimos ante la situación económica, política, etc., es suficientemente elevada como para creer que habrá alguien que nos solvente la papeleta. Supuesto de dependencia. El profesor nos dará aquello que prometió, y si no lo hizo, mal profesor. O trasladado al ámbito de vuestro trabajo, si vosotros no dais lo que debéis darnos, malos profesionales. Yo seguiré pidiendo de puerta en puerta que alguna habrá que me abra y me de lo que me debe dar.
Pero no siempre es este el estado, el supuesto que señorea. Otro es el de ataque-fuga. No es que sea más violento que el anterior (que ya lo es de por sí), sino que tiene una vertiente aparentemente más agresiva: nuestros problemas se solventan desgajándonos del grupo, separándonos de él puesto que son los demás componentes del grupo los que no quieren resolver el problema que tenemos. En este supuesto la ansiedad toma forma de ataque: la culpa la tienes tú. Proyectamos el malestar sobre el otro. Y claro, una vez proyectado, el otro es el que tiene la cara de monstruo y, consecuentemente queda justificado que me marche, que tome las de Villadiego, y monte mi propio chiringuito. La escisión está servida; pero no porque esa sea la solución, sino que es la manera que tengo para paliar la ansiedad que siento. En las parejas, en muchas familias, en muchos negocios, en muchos grupos sociales, y hasta en los movimientos independentistas, esa fantasía (independientemente de su legitimidad) está en el Orden del Día. Y, posiblemente en alguna de las sillas vacías de hoy estaba esta idea. Y en el terreno social está en boga. Muchas de las separaciones, de las rupturas matrimoniales, de las fugas de muchachos de sus hogares, en muchas de las agresiones que se conocen, el elemento ataque fuga está presente. Eso no resuelve el problema sino que lo desplaza o aplaza. Depende.
Pero en otras ocasiones no es ni la dependencia ni el ataque-fuga el que toma las riendas del poder en un grupo, familia (la familia es un grupo), una sociedad, un estado, una nación…, sino otro supuesto igual de peligroso: es el de emparejamiento. ¿Cuántas parejas en momentos de crisis no consideran la posibilidad de tener un hijo que sea el que arregle nuestra situación? ¿En cuántas ocasiones no hemos creído que un nuevo proyecto, la compra de una vivienda, un cambio de lugar de residencia…, serán lo que arregle nuestra convivencia? El supuesto de emparejamiento conlleva la creencia de que eso que surja de nuestra actividad colectiva, ese “hijo que nace de nuestro emparejamiento” será el salvador de nuestras ansiedades. Y bajo este supuesto nacen cantidad de proyectos que son como huidas hacia adelante, como zanahorias que puestas ante nuestros ojos nos llevan a caminar y caminar creyendo que en ese andar, cambiar de planes, nuevos proyectos colectivos, nuevas singladuras, nuevos renaceres, estará la paz ante la ansiedad que tenemos. Y de esa forma nacen muchos proyectos de intervención social, muchos lemas que parecen señorear como señeras en nuestras vidas creyendo que tras ellas desaparecerán por siempre las ansiedades de las que hemos hablado otros días.
Estos tres supuestos, dependencia, ataque-fuga, y emparejamiento, están siempre presentes en la relación interpersonal y, especialmente, en las relaciones grupales. Siempre hay uno que sobresale y queda más evidente, lo que no significa que los otro dos no estén latentes y dispuestos a capitanear nuestra lucha contra la ansiedad si el que lleva la voz cantante ceja en su intento. En muchos casos el que señorea lo hace de forma que nunca abandona su estancia, pero en otros cede el paso a otro cualquiera de los dos. Y todo ello como formas desesperadas de atenuar la ansiedad que sentimos ante el contacto con los demás.
Y con estas líneas os dejo por ahora. Desconozco en estos momentos si habrá o no un segundo nivel de trabajo que seguro que nos vendría bien a todos. Creo que hemos trabajado bastante. No suele ser fácil agrupar personas de tan diversos intereses y procedencias, pero creo que hemos sido capaces de desarrollar un buen clima de trabajo.
Muchas gracias y hasta siempre.
Dr. Sunyer
Los comentarios se refieren a las sesiones que he realizado con los profesionales que han acudido al curso que organizó la Diputación de Barcelona.