A finales de septiembre y con una temperatura que comienza a ser aceptable me he decidido a escribiros estas líneas de bienvenida ante el curso que comenzaremos, D. m., el jueves a eso de las nueve de la mañana. Esta práctica de escribir a los alumnos antes de iniciar el curso comienza a ser una tradición en mí. La intención es daros la bienvenida y, de forma paralela, comenzar a calentar motores para poder daros algo que os pueda ser útil en vuestro trabajo cotidiano.
Este curso tiene como objetivo acercaros al trabajo grupal, facilitaros alguna de las herramientas que os puedan servir si en un momento dado decidís organizar uno o varios grupos de trabajo con vuestros pacientes a los que soléis llamar usuarios. Pero acercaros a lo grupal no es lo mismo que ser expertos en la conducción de grupos para lo que se precisa no sólo bastantes más horas de las que se ofertan sino muchas más horas de vuelo profesional. Dicho de otra forma, tener los mínimos conocimientos de conducción de un vehículo no significa que podamos participar en una carrera de fórmula 1. Pero por algún lugar hay que empezar y este puede ser uno de ellos.
De la anterior experiencia me llegó el comentario de que “ dada la complejidad del asunto daba miedo iniciar la conducción de grupos”. Esto podría considerarse como un fracaso ya que si el objetivo es acercarse a la conducción de grupos y la conclusión es que da mucho miedo y hasta frena la idea, ¡menudo fracaso! Sí, se puede entender así. Pero también se puede entender como justo lo contrario ya que si cuando nos dan el carné de conducir ya creemos que podemos ir por ahí haciendo lo que nos da la gana y no nos cuelgan la “L” recordándonos y avisando a los demás de nuestra falta de experiencia, menudo peligro. Además es curioso constatar que esa L ya no la debe usar el conductor novato una vez transcurridos X años (no recuerdo ahora cuántos son): o sea no se le da por “experto” en la conducción por las horas que se ha pasado en el volante sino por el tiempo transcurrido desde que obtuvo el permiso. Esto significa que una persona puede haberlo dejado en el cajón de su mesita de noche durante todo este tiempo y… ya no eres conductor novato. ¡Fantástica perversión (una más) de nuestro sistema.
Por otro lado resulta algo paradójico considerar que hay que aprender a “conducir” grupos cuando desde el mismo momento en que nacimos ya estamos en grupos, y nos manejamos en ellos. Aunque quizás la idea de “conducir” grupos en realidad se refiere a otra cosa: ¿cómo nos las podemos apañar para sacar provecho si nos reunimos con una serie de personas que sufren, andan desorientadas y se muestran muy sensibles a la realidad en la que viven? ¿Cómo podemos entender lo que sucede entre las personas a las que hemos convocados para participar en un grupo? ¿Qué hacer con estas cosas que suceden ahí?
Hay algo que vengo constatando cada vez con más claridad pero que no me atrevía ni a formularlo como pensamiento organizado: no todos tenemos la misma capacidad para pensar, para digerir lo que nos sucede y no actuar inmediatamente o exigir que esa actuación paliativa se realice a la velocidad que deseo. No es que quiera decir que hay personas “superiores” y otras “inferiores”, no. Pero sí que no todos tenemos la misma capacidad de elaboración de las cosas que nos suceden. Y esto tiene que ver con los procesos madurativos y con los ámbitos en los que nos movemos y vivimos.
Cuando a un bebé de pongamos… ocho meses le ponemos una puntita de helado en los labios para que lo deguste y va y le gusta, lo normal es que pida, exija más. Y esta exigencia puede ser muy intensa y como afortunadamente no mide más de medio metro y todavía lo podemos contener, la exigencia va pudiéndose paliar y se calma. Lo mismo en situaciones adversas: si lo está pasando mal porque tiene hambre o está cansado, la exigencia a que se le resuelva la situación suele ser alta y los adultos nos las vemos y deseamos hasta calmar ese malestar. Y esto son reacciones que, a esa edad, son absolutamente normales. Y en el lógico proceso madurativo al que sometemos al bebé en el progreso hacia la adultez va incluido el desarrollo de una serie de capacidades que palian su exigencia que es sustituida por determinadas habilidades para pensar, entender la situación, atemperar su necesidad (a veces capricho) y obrar, decimos, civilizadamente. Es decir, en los procesos de maduración individual y de socialización colectiva, se dan una serie de pasos que posibilitan que aquellas actuaciones más articuladas con la necesidad básica se vean atemperadas por la capacidad de pensar, de racionalizar algo o mucho lo que sucede y buscar la mejor salida posible. Pues bien, no todos hemos alcanzado los mismos niveles de racionalización, de poder pensar lo que nos sucede, entenderlo y aceptarlo.
Lo que he ido aprendiendo de los diversos alumnos que se citan en estos cursillos es que trabajáis por lo general con personas con bajos niveles de elaboración y, consecuentemente, la exigencia con la que os llegan es muy alta. Este hecho hace algo más difícil la conducción de grupos de personas ya que todas ellas presentan la misma dificultad. Ello nos lleva a tener que comenzar a pensar en cómo nos las apañamos para facilitar que se inicien pequeños procesos mentales que aminoren su malestar, acrecienten la comprensión de los hechos y puedan desarrollar las capacidades que tienen.
De esto va el curso: cómo nos acercamos a una serie de personas a las que hemos convocado para trabajar conjuntamente de forma que esa demanda pueda articularse creativamente y no de forma destructiva. Lo que significa que los primeros en deber potenciar esta capacidad somos nosotros.
Así pues, bienvenidos a esta nueva singladura.
Un afectuoso saludo,
Dr. Sunyer
Los comentarios se refieren a las sesiones que he realizado con los profesionales que han acudido al curso que organizó la Diputación de Barcelona.