01 Oct Contaminación del objeto de estudio
Dr. J.M. Sunyer
Bueno, espero que cuando lean estas líneas se hayan recuperado de las vacaciones; y que éstas hayan sido lo suficientemente agradables como para recuperar estos momentos de felicidad de los que uno siempre anda cojo. Claro que cuando estoy escribiéndolas todavía no he entrado en este período por lo que lo que a continuación pueden leer quedará desfasado respecto al hoy; corresponderán, pues, más al pasado que al presente. Y han nacido de la clase de hoy, último día del curso antes de las vacaciones Navideñas.
Decir, simplemente, que la clase me ha parecido fascinante, les puede resultar a peloteo del profesor. Y quisiera aclarar que no pretendo ser pelota sino que, para mí, este calificativo de fascinante proviene de la lectura psicológica que realizo. Otros calificativos también pudieran ser aplicados. Y voy a tratar de explicar este aspecto fascinante.
Creo que ni el propio O. Kernberg hubiese podido sospechar la cantidad de asociaciones que han surgido en un espacio tras la lectura de su texto: Paranoiagénesis en organizaciones. De entrada, deseo señalar que Otto Kernberg no es precisamente un don nadie. Es un profesional al que por su trayectoria profesional se le escucha con especial interés y lo que dice de las Organizaciones no proviene sino de profundas reflexiones basadas en la práctica clínica sobre las mismas. Cierto que podemos no estar de acuerdo con lo que dice; pero posiblemente deberíamos escucharlo atentamente porque su voz, proveniente de la experiencia de años, algo debe estar diciendo.
Y, en cualquier caso, ello nos puede servir para considerar un aspecto: el de la contaminación del objeto de estudio. Es decir, parece que cuando un colectivo de personas participa de un nexo común, su dinámica queda impregnada de los aspectos derivados de dicho objeto de estudio. Este elemento nos aclara mucho de las situaciones sociales, por ejemplo, que se están viviendo.
En su artículo O. Kernberg señala varias cosas. De entrada, se apoya en la clasificación de Jacques (1976) y subraya que las organizaciones funcionales, según este autor, «permiten que una persona se relaciones con las demás con confianza, descartando cualquier sospecha o recelo». Subrayo la idea de descartar cualquier sospecha o recelo. Y, sigue diciendo Kernberg, que dicha teoría de las organizaciones como sistemas abiertos proviene de otro autor, A. Kenneth Rice (ver artículo y sus referencias que omito en este comentario). Si siguen el artículo con detenimiento, y tras los ejemplos que relata, describe los síntomas de estas organizaciones de sistema no indispensable y, de ellos señalo los siguientes: actuaciones engañosas, deshonestas y antisociales; o miembros que muestran tendencias antisociales en todas sus relaciones (…) que no son solo aceptados sino admirados por actuar impunemente.
Tras estos aspectos que vienen luego descritos en ejemplos que aporta, aborda el aspecto de la etiología que, tras describir algunos componentes, acaba desembocando en los mecanismos de identificación proyectiva y procesos proyectivos en general. Posteriormente aborda el tema de los mecanismos correctores.
Volviendo a la dinámica de hoy (espero que la recuerden en su momento), creo que podemos decir que ha sido especialmente activa, generándose debates muy interesantes y partiendo de un primer comentario personal con relación a la distribución de los miembros del grupo en el círculo de la clase. Dicho círculo mostraba, por buscar un paralelismo geográfico, una evidente desproporción de densidad de población entre en un lugar del mismo (curiosamente el que se sitúa cerca de la mesa presidencial) y otras zonas del mismo grupo. Y pese a mi insistencia aparecía una inercia a no moverse y buscar una redistribución de las personas del grupo de forma que lo hicieran más equitativo.
Desde el paradigma en el que me sitúo y desde el que puedo explicarles cosas con relación a la Orientación Psicológica, todos los elementos que aparecen en la escena son potencialmente significativos. Su significación dependerá de si los detectamos o no y si tras observarlos, le damos un significado u otro. Evidentemente, de esta distribución y del hecho de encontrar una resistencia a cambiar de asiento para conseguir una distribución más homogénea, podemos o no encontrar significados. Es decir, podemos no considerar lo que parece evidente (la diferente distribución del personal) y podemos también decir que, si la gente no se cambiaba de sitio, a pesar de que el conductor del grupo lo indicaba y pedía, era sencillamente porque o no quería, o porque estaba cómoda en donde se encontraba, porque no consideraban importante o válido lo que el profesor decía, o simplemente porque les daba pereza.
Ahora bien, si estas cosas a las que no doy consideración especial comienzo a dárselas o a pensar sobre qué elementos pueden estar expresando, me encuentro con una lectura mucho más compleja de lo que en un principio no tenía significación, no tenía significado.
Pasemos por alto, de momento, la distribución desigual. Pero si tomamos la respuesta a la solicitud del profesor nos encontramos, en principio cuatro razones a primera vista sencillas: o no quería cambiar, estaba cómoda, no consideraba importante lo que el profesor decía o sencillamente, tenía pereza. Es decir, alguien pide algo a alguien y la respuesta es NO. Si así fuese, bastan comentarios. Si ese no tuviese el revestimiento de «no quiero cambiar», seguimos en el mismo lugar que antes. Si la pátina que cubre la respuesta es «yo ya estoy cómodo», parece que es algo exactamente individual, ajeno a la participación grupal: el grupo no va conmigo (en términos organizativos sería algo así como: yo no tengo nada que ver con la organización, lo cual, en el ámbito político, por ejemplo, tiene graves consecuencias). Si la respuesta es la pereza estamos hablando de una respuesta anímica, cargada de determinados afectos, frente a la solicitud de cambio. Si la respuesta fuese una devaluación de lo que el profesor decía, estamos hablando, entre otras cosas de una reacción que «mata o anula» el valor que la experiencia del conductor puede tener.
Me gustaría saber, a estas alturas, si ello no se correspondería a lo que O. Kernberg recoge con relación a la desconfianza, sospecha o recelo.
En ocasiones, estos elementos no guardan tanto una relación con las personas cuanto con las palabras que se utilizan. Por ejemplo, si al término «paranoia» le doy una significación terrible (alguien me pidió que buscase otro término más suave, ¿recuerdan?), parece que es el término mismo el que me genera desconfianza, sospecha o recelo. Esto es muy frecuente en las organizaciones: atribuyo a una palabra o situación un significado mayor del que per se tiene, y este mismo hecho paraliza mi propia comprensión del caso. Lo mismo nos ha sucedido en otras ocasiones, no en la sesión de hoy, pero si en clases pasadas. Por ejemplo, ante algunas consideraciones en relación el cuento de los hermanos Grimm. O respecto al contenido simbólico. Y otras muchas que Uds. también recuerdan. Es decir, parece que una de las reacciones de que dispone el ser humano frente a determinadas situaciones es el de incrementar o sobrevalorar el significado de los hechos o palabras que tenemos delante; de esta forma, al ser tan fiero el león al que nos encontramos, podemos justificar una retirada discreta y no profundizamos sobre lo que ello significa.
Les decía que, en nuestra organización —la clase—, había numerosos elementos que podían ser los representantes de los aspectos persecutorios, paranoides. Les hablé del control de asistencia, de la evaluación de los trabajos o del cuaderno de bitácora. Incluso mi propia presencia yendo de grupo en grupo e interesándome por lo que dicen o dejan de decir. Estos aspectos que encarnan por ellos mismos elementos persecutorios, podrían acabar paralizando la propia dinámica de la asignatura si no se abordan. Lo cual no quiere decir que la intensidad de la vivencia persecutoria, tenga que ser la misma para todos. Y, evidentemente, hay muchos otros ejemplos. Entre ellos recuerdo las respuestas globales ante la solicitud de realizar bien el genograma o la red social. O lo que sucede cuando
Por esta razón es importante que, como futuros psicólogos y como Orientadores, tengan presente la ubicación de aquellos elementos que generan temor, y respecto los que sentimos desconfianza, sospecha o recelo. El capítulo que nos toca para el próximo día atañe a los elementos destructivos en una organización. Es la primera parte de un trabajo muy sugerente que mi buen amigo Morris Nitsun ha escrito y publicado.
Un saludo.
P.S. Pasadas, casi, las fiestas navideñas he releído el texto. Y como quiera que en muchas ocasiones pienso en el proceso que estamos llevando a cabo (que podríamos denominar de ¿cómo orientar al orientador?) me he encontrado con dos agradables sorpresas. O tres. La primera es un extenso artículo que apareció en La Vanguardia el pasado día 29 de diciembre en el que su autor, Edgar Morin, reflexiona en contra de la fragmentación de los saberes. Su lectura me recordó algo que en clase habitualmente señalo: la necesidad de integrar. Integrar recursos, integrar elementos que aparecen como aislados. ¿Recuerdan mi sorpresa al ver que casi nadie incluía en su cuaderno de bitácora alguna reflexión sobre la última evaluación de trabajos? Y otras muchas cosas que no aparecen en sus reflexiones. Integrar. Tratar de compaginar elementos que están aparentemente desconectados. Y desde el planteamiento psicológico del que trabajo, el empeño por la integración es constante.
La segunda sorpresa guarda alguna relación con la primera. He podido evaluar todos los trabajos. Tan sólo 7 u 8 personas no han pasado el listón. Lo cual lamento. Pero también me alegro por los resultados obtenidos por la mayoría; aunque hay un «pero».
Es la sorpresa, que lo vinculo a lo anterior, al ver que la experiencia de clase no es utilizada como elemento sobre el que reflexionar desde cualquiera de los interesantísimos trabajos presentados por Uds. Es algo así como si se fragmentara la realidad: una cosa es la experiencia que vivimos en nuestras clases y otra la experiencia de escribir un texto. Y ante ello me pregunto muchas cosas, por supuesto. ¿Por qué esa fragmentación de la experiencia? Entiendo que les resulta difícil. Pero quisiera subrayar que las experiencias humanas, todas, presentan una unidad. Y uno de nuestros objetivos, como orientadores, es poderles dar esa unidad a las personas que nos consultan. Unidad de la experiencia de vida.
Y la tercera sorpresa. He podido corregir también los cuestionarios que les pasé el primer día. Pronto pasaremos los segundos. Parece una gráfica más atemperada que la de otros años. Podría decir algo más «realista». Habrá que ver cómo evalúan Uds. los resultados obtenidos.
Un saludo
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