03 Ene Hoy, jugamos
Hoy os propuse un juego: plasmar en una hoja de papel palabras relacionadas con lo que había ido apareciendo a lo largo de estos días. Cada grupo las debía colocar, al alimón y de forma espontánea, para poder trabajar con ellas luego. E intercambié las hojas escritas por vosotros con una finalidad: alejar el objeto, producto de vuestros esfuerzos, de la persona que lo iba a estudiar. Esta como veis es ya una de las cosas que tenemos que hacer: introducir distancia entre lo que hacemos y lo que pensamos sobre ello.
¿Qué visteis en ello?
Creo que cada grupo hizo un esfuerzo importante para «analizar» el material que aparecía. Unos os fijabais en la colocación de las palabras, otros en la disposición de la hoja, otros en qué palabras eran centrales y qué otras eran periféricas, también había quien buscaba significados al emplazamiento de cada una de estas palabras. Todo un ejercicio complejo interpretativo a partir de un material cualquiera.
Luego os pedí que repitiésemos el ejercicio en el espacio vacío que quedaba en el centro del círculo. Ahí aparecieron una docena de palabras, personificadas en otros tantos voluntarios, y que se distribuyeron, con bastante lógica, en este espacio. Y bajo la atenta mirada de los demás. Evidentemente hay que agradecerles el esfuerzo que realizaron. Luego nos pusimos a hablar de todo ello, creando otro ejercicio complejo interpretativo a partir de lo que el grupo pudo aportar.
Y os propuse varias cuestiones. ¿Qué material ha salido y cuál no ha salido? ¿por qué habrán salido unas palabras y no otras? Como os decía en uno de mis escritos de mi Bitácora, podemos considerar al material que ha salido como los elementos conscientes de nuestro pensamiento grupal. Este material es manifiesto; mientras que el que no ha salido lo podemos considerar latente. Lo manifiesto y lo latente son dos conceptos que se utilizan en psicología dinámica para describir aquel conjunto de ideas que son compartidas, que emergen en el contexto de una relación, y las que permanecen ocultas en esta misma relación. En la metáfora del iceberg, es el equivalente a la parte emergente y a la parte sumergida.
¿Con qué tenemos que trabajar?
Evidentemente con lo emergente, con lo manifiesto; pero sabiendo que hay una parte y muy importante que queda oculta. Y sabiendo, además, que esta parte oculta ejerce una presión importante sobre la que se manifiesta.
Cuando los humanos hablamos, lo que hacemos es establecer una relación con el otro que, de forma constante, trata de adecuarse a las respuestas que el otro nos da. Si conversamos, claro. Es decir, si establecemos una relación en la que, de lo que se trata, es establecer una corriente de pensamiento que nos enriquezca. Pero no sucede así cuando lo que pretendemos es utilizar la conversación para determinar quien de los dos tiene más poder sobre el otro. Los políticos se colocan en este segundo lugar, por ejemplo. Pensar con el otro, pensar en común, supone el esfuerzo por construir un edificio en el que quepan las ideas de uno y de otro. Que quepan quiere decir, realizar un esfuerzo por comprender el significado que para el otro tienen determinadas cosas que vemos como ajenas a nosotros; o que siendo comunes, adquieren otros significados. Y cuando quiero establecer este pensamiento común con el otro, quedan aparcados una infinidad de pensamientos e ideas que, asoman a lo largo de mi charla, pero que juzgo no oportunas para el objetivo que tengo en la conversación. Dicho en terminología psicológica, emergen unas palabras, ideas y pensamientos que constituyen la parte manifiesta de mi conversación, y quedan aparcadas aquellas que pueden distorsionarla y que, por lo tanto, quedan en latente. Eso significa que podrían salir; pero que sólo lo harán cuando juzgue que no la conversación o la relación. Pues bien, el objetivo que tenemos en Orientación Psicológica es el conseguir que el material manifiesto, sea el mayor posible; o que lo latente disminuya su importancia.
Pensaba en estos momentos en lo que Ivey señala como «Intencionalidad Cultural». Ya lo veréis cuando toque el capítulo correspondiente. Pero en síntesis supone ser capaces de facilitar que el otro pueda ir ampliando su «material manifiesto» de manera que se pueda sentir con más posibilidades comunicativas, adaptativas y de resolución de problemas. La cuestión es cómo lo hacemos, ya que como habéis visto hoy en clase, aparecen dos cuestiones: una de confianza, otra de tiempo.
Colocasteis la palabra «proceso» en el medio del aula. Luego venían otras: silencio, expectativas, autoestima, vergüenza, … Esto no son sólo palabras, sino que anuncian los hilos que son la urdimbre sobre la que debe ser tejido el tapiz. En unos casos estos hilos benefician el proceso, en otros lo enlentecen. Pero es que, además, aparece otro factor: los sentimientos que estas ideas nos producen en nosotros. Sentimientos que percibo comienzan a tomar cuerpo. De entrada uno indica «peligro». Como resulta que somos del mundo «psi», esto desata fantasías persecutorias que pueden dañar el propio proceso. Lo verbalizó una de vuestras compañeras: si lo que uno dice es «producto» de sus características personales.
Evidentemente, pero esto no es lo que nos debe preocupar. Sobre lo que tenemos que pensar, creo yo, es sobre lo que significa lo que aporta esta persona, que actúa cual portavoz inconsciente del grupo. O los sentimientos que se nos activan. Por ejemplo, ¿qué estarían sintiendo los integrantes del grupo tras la propuesta que os hice de trabajo conjunto? ¿qué sentimientos emergieron al ver que pasaban los minutos y no parecía que nadie se animase a salir? ¿Cómo andarían nuestros intestinos al ver cómo se cruzaba la mirada del profesor con la nuestra? Pues bien, estos sentimientos actúan sobre las ideas y los pensamientos que se nos ocurren. Y sobre los movimientos de nuestro cuerpo. Y ¿qué hacemos con ellos? Suelo aconsejar una cosa: es mejor hacer algo con ellos, que sean ellos los que hagan algo con nosotros. Y esto es un consejo de amigo; de amigo y profesional. Es mejor verbalizar, de alguna forma lo que sentimos para así, poder orientar el sentimiento, que sea él quien nos domine y haga algo con nosotros.
¿Puedo deciros que sospecho que este tema os asusta? ¡Normal! No es que os quiera poner en una tesitura compleja y asustadora. Quiero, os lo vuelvo a decir de otra forma, que aprendamos de la propia experiencia educativa (esto ya lo dijo Rogers) con el fin de que podamos entender un poco lo que sucede en la situación asistencial o profesional. Sé que estamos en la Universidad, y este marco tiene la tendencia natural a valorar lo intelectual como lo más importante. No descarto este hecho. Sé que es importante el estudio. Pero la vida profesional me ha enseñado que este aspecto es el que menos importancia tiene cara vuestro desarrollo profesional. Me parece (estoy convencido,) que comenzar a tocar los sentimientos que genera este espacio os va a resultar mucho más útil que disponer de listados de elementos necesarios para, por ejemplo, describir los tipos de empatía. Con lo que vais a trabajar es precisamente con los sentimientos que os surgirán de vuestros contactos profesionales, no con los tipos de empatía. Esto sólo es útil para hacer una publicación, que también hay que hacerlas. Pero que reflexionemos sobre las cosas que nos pasan a lo largo de la hora y media, las cosas que nos ocurren o las que sentimos sirve para que dispongáis de recursos personales para poder atender a las personas o grupos que puedan acudir a vosotros.
Bueno, vale por hoy. Tengo gente que espera.
El jueves recordad, el mismo capítulo.
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