03 Ene Juan, de nuevo. Nueva entrevista.
Tercera entrevista. Y larga, por cierto. ¿Por qué? Podemos pensar varias cosas, claro. Que quizás no habíamos previsto el tiempo convenientemente o que la sesión nos parecía de lo más interesante. Me inclino a pensar en lo último. Tuve esta sensación, como si en realidad tuvieseis la necesidad y la curiosidad de seguir explorando y explorando… Ello, lo reconozco, me gustó mucho. Pude percibir interés, deseos de seguir aprendiendo de ese personaje tan complejo. Y me gustó porque me informa de vuestro interés se ha desplazado desde la idea de «catalogar al paciente» a la de «conocerlo». Fijaros que nunca podremos hacer nada si no conocemos al paciente lo más que podamos y nos permitan las circunstancias. Nuestro objetivo, pues, es conocerlo para poder orientarlo.
Ese interés por Juan se alimentaba de las cosas que os iba diciendo. Ese contemplar la vida desde una perspectiva tan racional, ese no poder entender (eso dice) el lenguaje de los afectos, esa separación entre la razón y el corazón, como decíais, esta posición desde la que habla, piensa, actúa, eso os iba alimentando el interés. Pero fijaros una cosa. He hablado de «esta posición», ¿verdad? Esto es lo que hemos visto en uno de los capítulos que hemos trabajado.
¿Y qué posición es? Creo que estaréis de acuerdo en que no es ni autista/contigua, ni depresiva. Es esquizo-paranoide. Esta posición, es decir, esta forma de entender las cosas abarca prácticamente su vida. ¿me seguís? Por ejemplo, “coloca” todos los elementos emocionales en Luisa, su mujer. «Atribuye» todo su malestar a la «forma cómo Luisa ve las cosas». Y cuando Juan determina la «adultez» de su hijo de 5 años, lo que está haciendo es subrayar aquellos aspectos racionales que le plantea. Fijaros cómo, el mismo hecho de alquilar un apartamento a 200 metros de donde vive, pero no pudiendo irse a vivir ahí, no deja de ser una expresión más de su tendencia esquizoide (separadora), y que facilita, por lógica elemental, la emergencia de ideas paranoides (persecutorias): «no me puedo ir lejos para poder atender lo que pueda suceder en casa» en una velada alusión a lo «malo que puede suceder ahí». Control.
Ahora bien, fijaros que esta misma situación se daba entre nosotros y él. Por un lado, creo, os enfadaba. Os rebelaba la idea de que todo debe ser racional. ¿Por qué? Porque os imponía una división que, en principio, va en contra de lo normal. Es como si os obligara a colocaros en una posición más esquizoide. Y creo que os “obligaba” como a defender a Luisa, intentando demostrar por activa y pasiva, que él posee la verdad y vosotros podíais estar equivocados. Creo que parte del quedaros atrapados tiene que ver con esta actividad de su posición mental. Y que creo que queríais juntar. Pero aquí viene una cuestión básica: ¿Hay que juntarlo? Porque como sabéis, la posición esquizo-paranoide no deja de ser un mecanismo defensivo y comunicativo. Si lo consideramos así, no podemos juntarlo. No podemos imponer nuestra solución. O mejor: sé que es la solución ya que en realidad, la posición más evolucionada del ser humano es la que se sustenta en la posición depresiva; pero si bien es la posición que podríamos llamar más «correcta», ésta sólo se alcanza cuando uno puede posicionarse ahí.
La idea de lo que decía de forma humorística, «clases de lengua» es correcta. Claro, Juan debe poder aprender el lenguaje de los afectos. Pero aquí aparece otra pregunta: ¿Nunca lo aprendió o lo desaprendió? Parece más creíble es que lo haya desaprendido. Pero ¿por qué alguien desaprende algo? Creo que todos vais a entender que ese desaprendizaje es una reacción regresiva. Es decir, es colocarse en una etapa anterior a la del aprendizaje. Si desaprendo quiere decir que me coloco en un estado anterior al que tengo tras el aprendizaje, ¿no? La pregunta puede ser: ¿por qué ha decidido desaprender? Y si partimos de la idea de que no ha habido ninguna lesión que le haya producido esto, lesión física, claro, lo que deberemos pensar que la lesión es emocional. Pero no tenemos ni idea de qué tipo de lesión emocional es esa. Sí sabemos de sus consecuencias: la separación drástica de lo emocional de lo racional. ¿Qué puede darme tanto terror del mundo emocional que necesito separarme de él? ¿Por qué necesitaríais separaros de lo emocional y abundar en lo racional? Fijaros que parte de esta respuesta la tenéis vosotros. Si os paseáis por vuestro Cuaderno de Bitácora, podréis ver qué mayormente la tendencia es a «racionalizar» «intelectualizar» el texto más que a salpicarlo de elementos personales. Esta racionalización, veis, es un mecanismo defensivo frente al «corte» que puede dar el aportar cosas personales en ese texto que, por definición es íntimo. Ahí tenéis una pista de porqué Juan separa lo que debe ir junto. Pero hay una rendija, una rendija muy pequeña: sigue en casa. Lo razona de diferentes maneras: pero sigue en casa como queriendo, en el fondo, mantener bajo el mismo techo lo emotivo de lo racional. Y el pánico que le entra cada vez que le viene la idea (desde lo real, claro) de que si se ha separado debe ir a su apartamento, debe ser enorme. ¿por qué? Porque si se separa físicamente, esa separación constata la separación interna que tiene. Y eso le da pánico, aunque no sea ni remotamente consciente de ello. Y el camino que va a tener que recorrer, si se anima y podemos estar a su lado, es el de ir entendiendo (él y nosotros, claro), qué miedos justifican esa separación. Por eso la propuesta de «clase de idiomas» era una buena propuesta. La idea básica sería proponerle un espacio, una psicoterapia, para poder ir profundizando en la comprensión de su situación para ayudarle a ir tomando decisiones respecto su relación con Luisa y su hijo. Siempre valorando que su idea inicial es la de «recomponer la relación con Luisa desde una perspectiva nueva», ¿me explico?
Al final de la clase una compañera se me acercó con una pregunta, pregunta que agradezco de veras. «Siempre nos preguntas cómo nos sentimos nosotros, pero ¿cómo te sentiste tu?»
Gracias por el interés. ¿Cómo me sentí? Un poco perdido. Y un poco enfadado. Empiezo por el enfado. Me enfadó el goteo de alumnos. Me ha parecido una falta de respeto total al trabajo que habíamos iniciado. Éramos pocos al inicio de la clase (habían pasado ya 10 minutos), y sabéis que trato de ser lo más puntual posible. Que lleguéis tarde, por las causas que sea, es una falta de respeto, de cuidado y de atención (por no hablar de educación, que es todo esto, claro) no sólo a Juan (es decir, al trabajo que estaba haciendo), sino a vuestro profesor y sobre todo, a los compañeros que estuvieron puntuales al inicio de la sesión. Y es cierto que hay múltiples circunstancias que pueden hacer que uno llegue tarde. Pero en este caso, no se entra. Y si uno tiene falta de asistencia, la tiene. Hay que responsabilizarse de lo que uno hace. Eso me ha dolido porque creo que asumo siempre la responsabilidad que tengo ante vosotros, entre otras cosas, la de la puntualidad. Y me ha dolido también por la falta de respeto hacia los compañeros que estaban ahí. ¿Por qué el día del paciente llegasteis todos a tiempo y hoy no? Es que como es el profe el que hace la representación, no importa. ¡Gracias!
Y del enfado a la sensación de estar perdido. El goteo me desconcentraba, no me permitía ponerme en mi lugar, no me facilitaba acabar de actuar como Juan hubiese actuado. Y creo que esto ha incidido en la propia «dispersión» de las preguntas. Además, y esto también me ha desconcentrado, había quien hablaba por señas con personas que se ubicaban en el otro ángulo de la sala. O personas que hablaban por lo bajín; estas cosas, por las que no voy a montar ningún circo, claro, me siguen mostrando la falta de profesionalidad (y educación) que espero de vosotros. El desconcentrarme, el perderme, no se debía a que las preguntas fuesen más o menos dispersas, sino que éstas lo eran porque no todos estabais a lo que debíais estar.
Y por lo que hace referencia a los que sí estabais en la situación, con éstas me he sentido de diversas maneras: acorralado en algunos momentos, jugando al Ping Pong en otros, no comprendido en cuanto percibía que «la empatía» era difícil de establecer. Porque por ejemplo, estaría totalmente de acuerdo que no deja de ser alucinante que la teoría de «puertas abiertas» no deje lugar para la intimidad. Ahí estoy de acuerdo con vosotros; pero no Juan. Juan ha de percibir (o debiera percibir) que comprendéis perfectamente el que tenga las puertas abiertas, el que mi hijo pueda ver a sus padres en plena actividad sexual, el que… Que lo comprendáis no quiere decir que lo aprobéis. Que lo comprendáis significa que, situados en mis coordenadas de visión de la vida, eso encaja, es coherente. Y como encaja no puede pensar que daña al hijo. Pero, repito, que lo comprendáis no significa que lo aprobéis. Pero no somos jueces, sino psicólogos. Deberemos poder ver en esto su «sintomatología», es decir, sus intentos desesperados por unificar cosas, aunque las haga por caminos que no unifican. Tiempo habrá para que se replantee este extremo; pero sólo se lo podrá replantear cuando comience a verlo como algo que no contempla los sentimientos. Hecho, éste, que sólo podrá ocurrir cuando pueda comenzar a pensar que éstos no son peligrosos. Y esto es un camino complejo, largo y, en ocasiones, penoso.
Bueno, y nada más. Desearos unas muy felices fiestas. Que los Reyes, que sí existen (a pesar de lo que dice Juan), os traigan no sólo regalos (la objetivación de los afectos), sino un montón de buenos sentimientos.
En enero apenas tendremos 3 ó 4 sesiones. Una de ellas será para que rellenéis cuestionarios, otra para cerrar la experiencia. La travesía casi ha concluido.
Felices fiestas,
Con todo aprecio.
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