Preámbulos de una intervención

«Preámbulos de una intervención» bien podría ser el título que podríamos poner a la sesión del jueves, ¿no? Y fue sesión intensa. Os animasteis a aprovechar los casi 50 minutos de grupo grande y a compartir pensamientos, ideas, entre vosotros. En momentos veía un grupo de psicólogos hablando con bastante libertad en torno a un tema tan concreto como ¿cómo nos organizaríamos ante la llegada de un posible paciente? Y veía varias cosas a la vez:

Por ejemplo, si pensásemos que en medio del grupo se encontraba el objeto sobre el que discutíamos podríamos ver cómo cada cual veía una parte de este mismo objeto. Y, en principio, el objeto era el mismo para todos. Pero cada uno aportaba su visión, su percepción: problemas de tipo ético, otros de carácter práctico, o de índole psicológica, o de… Cosas que habíais trabajado en vuestro espacio personal o más familiar, aparecían bajo el preámbulo «nosotros hemos pensado…» Y en otras ocasiones quienes hablabais lo hacíais de forma personal «creo que…» O sea se combinaban visiones familiares con percepciones o pensamientos personales. A veces os daba por pensar en el objeto que teníamos en medio de la sala, y en otras ocasiones os discutíais no sobre lo del centro de la sala sino sobre lo que otro había dicho. Como podéis ver (os recuerdo que somos un grupo de psicólogos que estamos estudiando psicología y que, aprovechando esta asignatura, nos ponemos a reflexionar sobre los fenómenos que se dan en la relación de Orientación), como podéis ver un complejo ejercicio de psicología en acción.

Otra cosa que vi. La metáfora de la mente grupal: Si cada uno de nosotros representase un conjunto de pensamientos que existen en la mente individual, el interjuego entre nosotros podría ser visto como el equivalente al que tenemos cada uno en la nuestra. Unos priman sobre otros, otros no pueden ser expresados porque aparecen otros que parecen ser más relevantes. Unos terceros optan por permanecer ocultos, otros se objetivan en movimientos corporales… Comprender que cada persona, su pensamiento es lo más libre que tiene nos puede facilitar la comprensión del ser humano. De cualquier ser humano. No hay, no habría, pues, pensamientos buenos o malos. Lo que hay es unos que entendemos y aceptamos, y otros que no entendemos y por lo tanto, tendemos a no aceptar; y a relegarlos en un apartado. Pero este apartarlos no significa destruirlos. Está ahí, vivitos y coleando, y en cualquier momento pueden fluir. En la medida que posibilitamos su salida y comprensión, favorecemos el desarrollo del sujeto. O del grupo. O de la Organización.

Por otro lado tenemos lo que era, en aquellos momentos, una propuesta imaginada: la llegada de un paciente. Y dicha propuesta facilitó que pensáramos sobre la cantidad de elementos que giran en torno a la llegada de cualquier paciente a la consulta; paciente o encuentro con una organización o grupo. ¿Qué pasa si cuando vais a un centro a trabajar como orientadores os encontráis con compañeros de curso liados hasta las cejas con los problemas del centro? ¿Hasta qué punto este elemento os afectará en vuestros análisis? ¿Cómo se organizan los elementos de la confidencialidad que, como es lógico, saltarán con facilidad en cuanto las tensiones derivadas del trabajo afloren en los encuentros? Y como estas otras cuantas cuestiones que supisteis muy bien ir hilando. Y para hilarlas teníamos que estar atentos a un pequeño detalle; pequeño pero de gran poder destructivo: que en vez de dirigir la atención al tema que nos había reunido, ésta se desplazara hacia las opiniones y criterios de nuestros compañeros. Y ¿qué hacía que el foco se desplazara hacia otros lugares? Las lógicas discrepancias personales, o las emociones que nos generaban sus opiniones. Como si a veces a los humanos nos resultara muy difícil entender que en contextos grandes como el que estáis experimentando, lo que uno dice cobre una intensidad o una dimensión inusitada: pero esto no es que la persona lo diga más intensamente, sino que la situación, el contexto, lo agranda. Y con su agrandamiento aparece nuestro empequeñecimiento. ¿bonito juego, no creéis? Y si me siento empequeñecido (o veo grande lo del otro, que es lo mismo,) contra-actúo de forma que pueda «restablecer» mi tamaño. A partir de ahí tenemos abierta la guerra. Y es que los humanos nos matamos cada vez que nos confundimos. Si en vez de matarnos pensáramos que estamos confundidos, podríamos salir de esta confusión y evitaríamos algunos males. Pues bien, esto que sucede en los grupos grandes, sucede exactamente igual en nuestras mentes. Nos peleamos con nuestras propias ideas y pensamientos.

Y esto que os puede sonar a psicoanálisis (y lo es), no es sólo psicoanalítico. Por ejemplo. Cuando viene una persona con un cuadro fóbico y desde el cognitivismo, por ejemplo, pretendemos modificar eso que se llama «pensamientos erróneos», ¿qué creéis que estamos haciendo? Tratamos de sacarlo de situaciones de confusión en el que esta persona se encuentra cuando ante su pantalla mental aparecen pensamientos, ideas, que no son acordes con la realidad en la que vive. Estas ideas que el sujeto vive como autoimpuestas (en ocasiones, ya de forma delirante, dicen que «me las ponen»), son ideas sobrevaloradas (¿cómo las llamaba al referirme al grupo grande?) que adquieren para el sujeto un valor enorme frente a las que no puede salir (alias, pensar). Por esto necesita que alguien le ayude, en este caso mediante estas listas de pensamientos que se le piden, conforme, a penar en otras ideas alternativas. Fijaros bien, otras ideas que puedan ser vividas con la misma importancia que la que se le imponía.

El grupo supo orillar esta dificultad y centrarse en la problemática central. La del paciente;: paciente que, si Dios quiere, vendrá el próximo martes, a las 8:50.

Sed puntuales, por favor.

Un abrazo.

 

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