Tres posiciones

Hoy nos volvimos a ver tras varios días de no hacerlo; o mejor, tras varias interrupciones debidas a causas ajenas a la materia de trabajo. De hecho, y desde la venida del Dr. Gimeno, nuestro ritmo se ha roto, interrumpido: la LOPS estuvo presente. Y por si fuera poco, este ritmo volverá a romperse la semana que viene ya que el puente de la Constitución, con la Purísima detrás, altera los planes de trabajo.

Hay algo que parece diferente. De hecho, percibo un cambio en el grupo tras la última evaluación de trabajos que no sé a qué atribuir. Cierto que coincidiendo con la venida de mi compañero Gimeno, el tipo de textos y las cosas que os propongo hacer son algo menos teóricas. Quizás eso incida en este cambio que percibo. Pero creo que hay algo más.

Hoy nos costaba hablar. Como si no supiéramos de qué. Apareció la idea de control que favoreció un pequeño debate entre uno de vosotros y yo. Luego emergió otra idea: el temor a hablar ya que no podíamos controlar lo que los demás iban a entender de lo que dijésemos; o miedo a equivocarnos o a decir cosas no ciertas. En algún momento propuse la idea de la persecución: como si nos sintiéramos perseguidos por los comentarios que os pudiese hacer, o como si algo nos agobiara y ello nos llevara a conectarnos con cosas ajenas al aula.

Esto es algo que hacemos todos varias veces al día.

Luego una compañera nos introdujo otra idea complementaria: diálogo. Hablamos para poder entendernos. Y lo decía en oposición a lo que sucede con un texto escrito. Con él no podemos dialogar pero aquí, sí. Y os comenté que hablar es poner en voz alta cosas que pasan por nuestra cabeza; y que al hacerlo, no siempre podemos «controlar» lo que decimos de manera que, a veces, somos nosotros los primeros sorprendidos de lo que hemos dicho. Está claro que las emociones nos traicionan a veces. Que los grupos, las personas, en la medida en que podemos dialogar, hablar a través del espacio que nos une y separa, podemos ir entendiendo un poco más lo que nos sucede en nuestro espacio interior.

¿Qué nos estará sucediendo? ¿Será que nos estamos acercando a una situación compleja para todos nosotros, en la que debamos resolver un problema importante? ¿Y qué problema sería? Quizás algo que tenga que ver con las relaciones con este profesor. Parece haber algo que no nos permite asumir que lo que hacemos en clase depende de nosotros fundamentalmente. Exclusivamente de nosotros. Y cuando digo nosotros me refiero a todos y cada uno de los que componemos la clase. Y pasar de una posición en la que «esperamos» que el Otro diga algo, a otra en la que cada uno se anima a decir lo que quiere. Y este paso es complejo. Se abren dos ideas paralelas que me parece importante reflexionar. Una es la relación que el grupo establece con el profesor. La otra, a las fantasías que circundan o rodean a la voluntad y deseo de hablar.

Vayamos a la primera: la relación con el profesor de la asignatura.

No es muy exagerado pensar que esperamos muchas cosas de él. Seguramente su edad y su forma de hacer, despierte un conjunto de sentimientos, afectos, ideas, fantasías, cuyo común denominador pudiera ser esperar que nos dé el maná del conocimiento. El profesor visto como fuente inacabable de ideas que nos nutren intelectualmente. Además como se le ve sin especiales reparos para hablar o decir o hacer cualquier cosa, pues será que… bueno que es algo así como «maravilloso».

Ahora una pregunta: ¿Cuál es el estado natural de todo ser humano en el que el individuo considera que el otro es fuente de ideas que nos nutren, intelectualmente hablando?

¿En qué momento de nuestro desarrollo (así os doy pistas) el cachorro humano considera al otro la base de su seguridad, de su bienestar…?

Creo que habréis pensado que este momento es el de la infancia. Y sabéis que en este período se establece una relación con el ser que se considera «maravilloso» que nos posibilita el ir adquiriendo una serie de habilidades, conocimientos, alimentos de forma que no hay que hacer esfuerzos especiales. A este momento los psicólogos le llamamos… dependencia. El niño depende de sus padres, de su madre. Y aquí, en nuestro contexto, el alumno depende de su profesor. O sea, dependemos del Dr. Sunyer.

Lo que sucede es que este Dr. Sunyer considera que ya no estamos en edad de ir dependiendo tanto del otro. Y es que está muy convencido. Y aunque sabe que es necesario pasar por un período de dependencia, este estado debe finalizar. Y debe ser así porque las dependencias son complejas y, en ocasiones, generan pendencias. Y eso ya no es bueno. Y no lo es porque los elementos de enfado que toda dependencia genera puede llevar al traste con la relación si se perpetúa excesivamente. Y como esto lo sabe, no facilita mucho que os quedéis en esta posición; y os pregunta aquello de

—¿de qué queréis hablar hoy?

Y claro, al ver su posición tan… expectante, entonces tenemos un problema. ¿cómo salimos de esta posición dependiente, cómo pasamos a una posición más autónoma dados los miedos que nos agita un cambio de postura? Y ahí viene la segunda idea que os señalaba al inicio de este cuaderno.

La segunda idea era la que atañe al conjunto de ideas y fantasías que nos genera el deseo y temor a hablar. En principio parece que hay miedo. Miedo que tiene un cierto matiz persecutorio, ¿no? Porque si lo que puedo decir debe recibir, previamente, el visto bueno de los que me van a escuchar, entonces paralizo mi habla. Si lo que digo o dejo de decir debe llegar a todos y cada uno de los oídos de la misma manera en que lo he dicho, entonces vuelvo a paralizar mi habla. Fijaros que ello obedece a unas fantasías de…¿control? que, se ubican en una posición muy particular: la posición esquizo-paranoide.

Como hemos comentado alguna vez hay tres posiciones en las que nos colocamos los humanos. Posiciones que corresponden a grupos de ansiedades básicas, muy básicas, y por lo tanto muy elementales. Y aquí la idea de «posición» es equivalente a la de «el punto desde el que desarrollo pautas de relación y funcionamiento».

Una es la posición Contiguo/ Autista (Ogden), y las otras dos son la posición Esquizo-paranoide, y la posición Depresiva (M. Klein). Estas tres conviven a lo largo del tiempo y del desarrollo del ser humano, no pudiéndose encontrar una sin la existencia de las otras dos. Una de ellas puede ser preeminente mientras que las otras dos quedan más agazapadas. Y se corresponden cronológicamente a momentos del desarrollo individual, y no deberían ser entendidas como «patológicas», aunque pudieran ser «patogénicas». ¿Entendéis la diferencia?

La posición Contiguo/ Autista, se corresponde a una forma de organizarse ante ansiedades que presupone que si me aíslo y me encierro en mí mismo, me tranquilizo. En la medida en la que reclamo una reafirmación de mis fronteras físicas y mentales, me aseguro calma. Por ejemplo, no es difícil que veáis que juego con las gafas, con un lápiz, que tableteo sobre la silla o me meso la barba. Estos movimientos, más allá de considerarlos como descargas motoras —que lo son—, se corresponden a constataciones de mis límites corporales, a mi constancia corporal, a mi contacto corporal con algo que me limita y que, en un grado extremo podríamos observar en niños autistas. Son la expresión de elementos que se corresponden a esta posición. La idea que subyace es que «necesito reafirmar mis límites ante ansiedades que se me despiertan en el grupo grande». Por ejemplo. Pero esto no lo diré, pero lo tomaré como información de mi persona. Creo que sois lo suficientemente inteligentes como para que encontréis paralelismos en vuestro caso.

Las posición Esquizo-Paranoide, básicamente se corresponde a una forma de organizarse ante ansiedades importantes que presupone que, en la medida en la que fragmento, escindo las vivencias que voy teniendo, me aseguro una calma ante las ansiedades. En esta fragmentación hay una separación de aquellos elementos que puedo asumir como personales y aquellos que no los puedo asumir. Por ejemplo, no es difícil que en ocasiones no oiga lo que alguien dice, o que piense que lo que voy a decir es una solemne tontería, o que os vais a reír de una idea que me está saliendo por la boca, o que me veis ridículo ante esta propuesta lectiva… Estas ideas fragmentan la realidad que vivo: no oír lo que alguien dice posiblemente se corresponda a no poder escuchar lo que dijo por las consecuencias que ello puede tener para mí; o la valoración de «tontería», no deja de ser una devaluación (yo devalúo algo que yo digo), con lo que descafeíno la importancia de mi pensamiento; o vuestra risa os coloca, en mi imaginación, en una posición “superior” a la mía; o mi “ridiculez”… ¿qué operación hago? Escindo, mediante la devaluación, el pensamiento omnipotente, la sordera psíquica…

La posición Depresiva, básicamente se corresponde a una forma de organizarse ante ansiedades importantes que presupone que, en la medida en la que acepto las limitaciones en las que me encuentro, puedo comenzar a asumir que ni soy omnipotente, ni vivo aislado de los demás; y acepto que llego a lo que llego, realizo lo que creo que debo realizar de forma que, sabiendo que hay más personas, voy a contribuir con mi aportación a mantener la corriente de pensamiento. Por ejemplo, no es difícil que en ocasiones no sepa qué decir, o que lo que decís me impregne afectivamente, o me vaya a casa con ideas que habéis aportado. Y me sienta aceptado y querido por vosotros. Y sepa que he intentado hacerlo lo mejor posible, con mis fallos y aciertos; que de esto tenemos todos.

Pues bien, creo que como grupo estamos en una encrucijada. Nuestro desarrollo, como el de cualquier grupo humano, sea una familia, sea una pareja, sea una organización o un país, supone también el instalarnos en una posición más depresiva de renuncia a la omnipotencia de la fase anterior, o al autismo del primero. Y esta renuncia nos puede facilitar el paso hacia una relación diferente. Una relación en la que cada uno de vosotros asumáis que la clase es vuestra, que el grupo os pertenece. Y esto, aunque parezca mentira, es vuestro gran reto. Y vuestro éxito como personas y como grupo.

Un saludo.

 

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