Ansiedades y supuestos básicos
Bion fue un psiquiatra inglés del siglo pasado que en uno de sus desarrollos teóricos (posiblemente por el que es más conocido entre los que nos dedicamos a lo grupal) es el que tiene que ver con los llamados “supuestos básicos”. Un supuesto, aquí, es una hipótesis, una creencia a partir de la que se actúa de una o de otra forma. Por ejemplo, hay quien opina que comer melón en el momento de la cena es malo porque no deja dormir bien, y uno tiene pesadillas. Esa hipótesis está presente en muchas familias de forma que en ellas no se toma jamás un melón en estos momentos del día. Pues bien, esto es un supuesto. Como lo era el que la tierra atraía a las cosas que estaban sobre ella y esa atracción era la causante de que las cosas se cayeran y que no pudiésemos volar: no era una fuerza llamada gravitacional sino la atracción que esa tierra ejercía sobre lo que se posaba en ella (y a nadie se le ocurre pensar que también ejercemos una fuerza gravitacional sobre la tierra, aún siendo cierto; pero como la intensidad es tan baja, tan despreciable, que la anulamos). Otro supuesto. Sólo que en el terreno que nos movemos, el supuesto no es consciente si bien se actúa. Es decir, estamos hablado de supuestos inconscientes que emergen y se detectan a través de cómo funcionamos las personas. En estos casos, estos supuestos son formas de pensar y sentir que consideran que las ansiedades que tenemos se amortiguarían si…
Según Bion, tres serían los supuestos que emergen en la situación grupal: el de Dependencia, el de Ataque y fuga, y el de Emparejamiento. Y los detecta al constatar el comportamiento de las personas en un grupo, el comportamiento y el estilo de la relación que se establece. El primero, es decir, la primera hipótesis inconsciente que emerge en el grupo supone que las ansiedades que tenemos desaparecerán por la acción del líder del grupo. Es decir, si me pongo en la actitud de “el sabe, yo no”, él me sacará de la situación, estos posicionamientos hablan de un supuesto al que llamamos de dependencia: yo, nosotros, dependemos de él. Y esta posición es muy clara y evidenciable en la clínica. Cuando los pacientes esperan de nosotros que les saquemos del atolladero se colocan (y nos colocan) en posición de dependencia. Y en parte, la tensión y cansancio que nos generan tras la visita se debe a eso. Y por esto nos sorprende cuando les vemos fuera charlando tranquilamente con quien sea cuando un ratito antes estaban en la consulta diciendo lo que nos decían. Nos sorprende e incluso molesta porque en el supuesto de dependencia la vivencia que se nos activa es que nosotros debemos solventarle algo de lo que le está pasando.
La posición de ataque y fuga proviene de creer que las ansiedades que nos despierta una situación se resolverán si me peleo, discuto, me alejo, me separo del otro o de los otros. ¿Cuántas veces el paciente se enfada con nosotros al constatar que no somos capaces de resolverle sus problemas? ¿O en cuántos matrimonios hay la creencia de que la resolución de los problemas de convivencia vendrá de la discusión, de la pelea, de la acusación…? Las ansiedades que rodean muchas situaciones de la vida no se suelen resolver mediante ese tipo de medidas, pero es cierto que es una de las maneras mediante las que la sociedad cree que así se resuelve la cuestión. ¿Cuántas veces las ansiedades que provienen de determinados pacientes no las resolvemos derivándolos a otro ya que consideramos que nosotros no podemos con ellos, o con la ansiedad? En esta forma de establecer la relación no se mira tanto el encontrar puntos de contacto sino de separación. Por lo que no se escucha al contrario ya que de hacerlo podrían aparecer puentes que unen ambas riberas y eso activa las fantasías de fusión. Se ve con frecuencia en las crisis matrimoniales. Hay un continuo juego de ping pong, en el que lo que se busca es la anulación del contrario.
La tercera vía es la de emparejamiento por la que consideramos que en la medida que todos participemos colegiadamente y de forma unida en la consecución de un objetivo común, las tensiones entre nosotros desaparecerán. Y de ahí, o el hijo que viene a resolver nuestra situación de pareja, la compra de la vivienda porque ese proyecto nos aunará, el viaje que nos servirá para estar más juntos, o nuevas iniciativas que al ser como si fuese el producto de nuestra nueva dimensión será el que paliará nuestras deficiencias. De esta forma muchos grupos buscan encontrar algo que les agrupe con la creencia que esa cosa será lo que nos unió. Y es cierto que las desgracias (por ejemplo, un terremoto, una emergencia nacional) lo favorecen; pero la realidad no deja de ser un espejismo, útil quizás, pero espejismo a la postre. Los políticos, los gobiernos, suelen activar este tipo de cosas buscando banderas, motivos de orgullo colectivo, éxitos deportivos o militares, que consiguen durante un tiempo solventar la angustia de base que subyace en el colectivo.
Estas tres vías vienen complementadas por Hopper cuando señala un cuarto supuesto: no-cohesión: masificación/agrupamiento. Y que en cierta medida habla de los dos polos en los que nos podríamos ubicar: en la posición de amebas o la de crustáceos. Es decir, o totalmente masificados sin diferenciarnos los unos del otro, o totalmente aislados (por muy juntos que estuviésemos) dentro del caparazón individual. Pero en este juego de me acerco al otro y hasta dónde me acerco sin confundirme también podríamos ubicar a los tres supuestos de Bion. En el primero, el otro no existe más que si es el líder de quien dependo y a quien me engancho (me uno casi confundiéndome en él; y esa unión la percibe el profesional que en ocasiones se asusta de la excesiva “dependencia” del paciente); o me separo violentamente de los demás ante la fantasía de poder quedar excesivamente unido a ellos (en las crisis adolescentes, el marcharse de casa dando una patada, un portazo no dejan de hablar de las terribles fantasías de quedarse atrapado en el otro); o me uno tanto que no puedo diferenciarme, aunque eso sí, gracias a un proyecto común que a la postre es el objetivo de nuestra existencia.
Eso nos da una pista para entender algo de lo que sucede cuando vemos que el grupo o se pone en una u otra posición. Habla de los niveles de angustia que aparecen y cómo se lidia esta angustia, y en estas circunstancias podemos buscar en el registro de los comportamientos sociales situaciones similares para que las personas vayamos entendiendo algo de nuestro funcionamiento en el grupo. Es decir, lo que se pretende en el grupo no es sólo que los componentes vayan desarrollando determinadas habilidades sino y fundamentalmente que podamos incrementar la capacidad de entender lo que nos pasa y cómo eso que nos pasa está conectado con los síntomas que presentamos. Dicho de otra forma, todo síntoma, toda señal que emitimos las personas a lo largo de nuestra existencia guardan relación directa con conflictos más o menos resueltos. Cuando el hombre no puede digerir el conflicto, integrarlo de forma creativa en su vida de manera que de esa asimilación pueda obtener beneficio no sólo el sino el entorno en el que se encuentra, comienza a manifestar su malestar mediante búsquedas más o menos desesperadas. Una de ellas es lo que se denomina enfermedad mental. Otra son los procesos somáticos. Un tercero es un tipo de desarrollo en el que no aparece mentalización sino sólo motorización de la ansiedad.
Y, si me permitís, si consideramos que hay tres tipos de angustia, la depresiva, la paranoide y la confusional, ¿podríamos calibrar hasta qué puto el supuesto de dependencia entra en juego la primera, en el de ataque y fuga la segunda, y en el de emparejamiento la tercera?