30) Vale, acepto la eficacia, pero ¿qué me dices de la eficiencia?
Te decía, Lola, que mientras la eficacia aludía a la utilidad de lo que hacíamos, la eficiencia habla de la operatividad y de la cantidad de trabajo que se realiza en una determinada unidad de tiempo. Y evidentemente el trabajo en grupo es eficiente. No sólo por la operatividad del mismo en tanto que trabajamos situaciones reales en el aquí y ahora del grupo, sino porque son varias las personas que se encuentran trabajando el mismo aspecto y porque pueden trasladar mucho más fácilmente esos elementos al contexto real en el que se encuentran diariamente con las consecuencias normogénicas en estos mismos contextos. No olvides que el grupo no deja de ser un lugar de entrenamiento privilegiado en la medida que a partir de las relaciones que se dan ahí, cada paciente tiene la oportunidad –y hasta la obligación –de realizar cambios, probar nuevas formas de relación con el otro y consigo mismo. Y lo es para el equipo de trabajo puesto que posibilita una atención que puede fácilmente ser generalizada a muchas más personas que lo que puede hacerse de forma individual, viéndose ante la tesitura de potenciar los elementos normogénicos frente a los patogénicos.
Entiendo que la eficiencia de un tratamiento ha de producir una mejoría importante en el paciente, que tal mejoría persista y que siga presente durante un tiempo prolongado y que se dé en un tiempo breve (Sunyer 2000). Como no quiero pecar de tendencioso en estos temas, volvamos a pedirles a Vinogradof y a Yalom, su opinión al respecto. Dicen lo siguiente: hoy en día la terapia de grupo todavía mantiene esa ventajosa característica que es la disponibilidad. Se puede tratar a un elevado número de pacientes utilizando eficientemente el tiempo, el espacio, el personal y otros recursos (…) una reunión en grupo permite que se produzca una psicoterapia útil incluso cuando el número de profesionales sanitarios por pacientes es tan bajo que no permite que la psicoterapia se desarrollo sobre una base individual (Vinogradof, S., Yalom, I.D., 1996:21). Y cuando estos autores buscan basarse en algún trabajo señalan que al menos un estudio ha demostrado que el tratamiento grupal es más sistemáticamente eficiente y/o rentable que el tratamiento individual Tosewland, R. W., Siporin, M., (1986) (Vinogradof, S., Yalom, I.D., 1996: 21). También indican que más de un terapeuta de grupo clarividente ha indicado que muy pronto los clínicos tendrán que justificar la terapia individual y defender su decisión de no utilizar la más rentable terapia de grupo (Dies, R. R., (1986) en Vinogradof, S., Yalom, I.D., 1996: 21).
Por otro lado, hay un aspecto que tiene que ver con la actitud del propio conductor y que no deja de ser uno de los factores de la eficiencia del tratamiento: su actitud más o menos activa ante el grupo es un factor a tener en cuenta ya que en base a este aspecto, los componentes del grupo pueden sentirse más o menos atendidos en su sufrimiento. Es posible que en muchas ocasiones, aquellos que procedemos de orientaciones más psicoanalíticas hayamos querido trasladar la actitud ante el paciente neurótico, que viene por voluntad propia, que desea profundizar realmente en aspectos que le afectan y que son los que con frecuencia tenernos en nuestras consultas a pacientes de todo tipo de gravedad, cuya voluntad de análisis personal es otra, y que no disponen, por lo general, de los mismos recursos culturales, de lenguaje, de control de la ansiedad que los primeros. Esa actitud, posiblemente más pasiva y más reflexiva, no siempre es la que precisa el paciente ingresado o que acude a los centros de atención ambulatorios, o los que están en el terreno de las toxicomanías, y otros trastornos importantes. Ello ha facilitado, creo yo, que la forma cómo somos recibidos tiene unas dosis de escepticismo, de recelo, absolutamente comprensibles. Por otro lado, en la actitud más o menos activa o presente del profesional juega un papel importante el grado de gravedad que presentan puesto que ante situaciones de mayor desestructuración se requiere una mayor presencia y un lenguaje mucho más concreto que en aquellas otras en las que el nivel de estructuración está más conservado. También el grado de experiencia del profesional y sus rasgos de personalidad son un componente a tener en cuenta. En fin, como ves, Lola, hay muchísimos factores que inciden en el proceso terapéutico.
También la posibilidad de trabajar en co-terapia facilita la seguridad del mantenimiento de los tratamientos. En efecto, ante esta modalidad de trabajo la suspensión de una o varias sesiones por ausencias del profesional (vacaciones, congresos, enfermedades,..) permite asegurar la estabilidad de los procesos terapéuticos que se dan en el grupo al tiempo que incrementa la capacidad de contención, de comprensión e interpretación de los hechos que se dan en este espacio. Este aspecto, en el que abundaremos más adelante al hablar de elementos técnicos más concretos, viene recogido por algunos autores, por ejemplo, J. Scott Rutan y W. Stone quienes señalan las ventajas y desventajas que tiene. En cualquier caso, mi experiencia me confirma en las ventajas.
Por último y por ser un poco hereje, ¿podríamos considerar la incorporación de aspectos técnicos procedentes de otras corrientes del pensamiento psicológico de forma que los pacientes desarrollen habilidades, entrenen nuevas formas de hacer, experimenten situaciones novedosas que pueden romper algunas pautas habituales de funcionamiento –y que por lo general tienen mucho de pautas psicopatogénicas –de forma que la eficiencia aumente? En este sentido me alineo con Nitsun (2016) quien tras su larga experiencia no percibe incompatibilidades suficientes entre la aplicación de tratamientos cognitivo comportamentales y la psicoterapia grupoanalítica. Por lo general son más cuestiones de tipo político que clínico.