33)¿POR QUÉ DEBERÍA ORGANIZAR GRUPOS DE PSICOTERAPIA GRUPOANALÍTICA?

33) Está bien, sé algo de las razones, llamémosle, económicas, de eficacia y eficiencia, me dices para qué sirve y para qué no, ¿por qué debería organizar grupos de psicoterapia grupoanalítica?

 

Mira, Lola, no voy a tratar de ser en esto políticamente correcto. En tu pregunta hay varias cosas condensadas, creo. Por un lado la disyuntiva entre los abordajes individuales y grupales. Y por otro, el tipo de abordaje grupal. A ver.

 

En una pregunta anterior ya abordé porque habría que primar lo grupal sobre lo individual y creo que ahí ya te indicaba algunas de las razones por las que, como dices tu, “deberías” organizar grupos de psicoterapia. Y sé que la palabra “deberías”, suena un poco mal; o bastante mal ya que huele a orden o a presión. Claro que también tendríamos que justificar el porqué trabajamos individualmente.

 

Creo que los grupos de psicoterapia los deberíamos hacer, fundamentalmente, porque nos da la gana, porque disfrutamos con ello, porque es un espacio de aprendizaje y de reflexión sobre el ser humano, porque es un lugar higiénico también para nosotros los profesionales, y porque es la mejor posibilidad que tenemos para ayudar a los pacientes a salir del autismo al que le condenan sus síntomas. ¿Te parecen razones suficientes? Quizás.

 

La otra cuestión es el tipo de orientación con la que trabajamos. Esta es totalmente personal. Poco te puedo decir más allá de mi propia experiencia profesional. Cuando me inicié, estaba muy influido por el entorno psicoanalítico –Kleiniano en un principio, Lacaniano, después –y este ambiente me llevaba a entender la psicoterapia y lo que ahí sucedía más desde estas posiciones más… ¿ortodoxas?, que las grupoanalíticas. La primacía en la consideración de la psique como algo individual y, en consecuencia, la constatación de que lo que le pasaba a cada paciente era una cosa suya, alimentaban también esta posición. Los años, las propias experiencias de formación y análisis personal, y –sin duda –la búsqueda de una identidad más propia, me fueron llevando a la posición grupoanalitica. Creo que ésta es más real, más cercana a lo que cada paciente vive y consume a diario –y más en pleno S. XXI –que otras aproximaciones. También ha cambiado o se ha ampliado la base psicoanalítica: la presencia cada vez mayor de posiciones más relacionales, interpersonales, intersubjetivas…, facilita mi convicción de que esta orientación es útil y más real que las otras. Pero, como para gustos.. los colores. 

 

El trabajo en el terreno de la salud en general, y en el de la salud mental en concreto, no es un trabajo cualquiera. Cuando uno lleva varios años en esta profesión va descubriendo cómo hay una contaminación del objeto de estudio, en este caso, los problemas humanos, que fácilmente nos lleva a eso que gusta tanto decir en inglés, burn out, y que en nuestro idioma es una palabra que empieza por c…, y que es algo así como que se está harto, cansado, hasta las narices. Podemos darle cobertura científica y entonces manejaremos la palabra inglesa. Y me dirás, ¿por qué? Nuestro trabajo no es precisamente agradecido. Ni económica ni laboralmente. Las limitaciones del ser humano para conseguir que los demás sean más felices en el sentido de ser más autónomos, más conscientes de su situación, de que realicen modificaciones suficientemente importantes como para seguir viviendo con una mayor calidad de vida emocional, son grandes. Y el estar algo más de cuarenta horas semanales (en el mejor de los casos,) con problemas humanos deja un poso, llamémosle radiactivo, importante. Y ante ello debemos disponer de algo que dificulte que esa radiactividad penetre tanto en nosotros que sus consecuencias afecten a su entorno más inmediato, el familiar, el personal y, también el laboral. Y el mejor instrumento que tenemos para neutralizarlas es el de que aquellas cosas que tengan que ver con la interrelación con el otro pasen por ser algo que nos da la gana hacerlo y, encima, que nos resulte agradable, divertido, cómodo. Soy consciente de que habitualmente no es así, de que debemos hacer cosas porque eso es lo que hay, porque es lo que se debe hacer y porque es lo que se nos pide constantemente. Y está bien, no pretendo romper con nada; pero hay algo que nuestra salud mental y la de los que nos rodean exige: que seamos capaces de hacer de ese trabajo algo placentero, divertido, creativo, agradable. En relación con esta actitud Grotjahn (1977) señala algunas cuestiones concretas que tienen la virtud de provenir de alguien con años de experiencia. Dice que el profesional debe tener sentido del humor, el sentido del humor puede ayudarle al terapeuta a impedir que el grupo caiga en una infantilización innecesaria (…) el hombre que tiene sentido del humor invita al grupo a verlo de modo realista y a corregir sus exageraciones transferenciales. El sentido del humor del terapeuta le da seguridad al grupo y les permite a los pacientes perforar las defensas de carácter del terapeuta puesto que obviamente el terapeuta puede también recibir las bromas e inclusive reírse de sí mismo con el grupo. Para el grupo es importante ver en el terapeuta una figura transferencial y una persona real. (1977:166). Creo que esto sólo es posible cuando nuestra tarea de conductores de grupo y profesionales de la salud se realiza desde un ángulo de placer, de creatividad, de sentirlo como algo agradable. Concretando más esta idea nos dice que el terapeuta grupal debe ser una persona espontánea y capaz de respuesta empática. La respuesta debe ser espontánea, natural, directa, pero debe combinarse con un siempre vigilante sentido de la responsabilidad (:163). Podríamos seguir, pero como último apunte creo que deberíamos poder incorporar en nuestra actividad profesional ese matiz sobre el que el mismo Grotjahn llama la atención: el de ser actor o ser ejecutante, poniendo de relieve así, algo tan claro como que la emoción básica debe ser honesta y auténticamente sentida, mientras que la expresión de esta emoción constituirá una parte de la destreza del terapeuta o, dicho de otro modo, de su ejecución (:165). A ello le añado lo que denomino “opacidad operativa” (Sunyer, 2005) mediante la que el profesional puede ir aportando aspectos personales de forma que esa aportación tanga objetivos psicoterapéuticos y sin que esas aportaciones desvelen aspectos muy personales del conductor.

 

El grupo es un espacio de reflexión y aprendizaje sobre el ser humano. Por lo que no sólo es el lugar de tratamiento “del otro” cuanto del tratamiento del “nosotros”, por lo que ese albero en el que se van a dar y se dan relaciones intensas, interdependencias vinculantes que tienen carácter terapéutico y psicoterapéutico, sólo va a poder cumplir su cometido si nosotros, como profesionales (y también como personas) estamos empeñados en aprender de nuestra propia esencia humana reflexionando sobre ella. La humanización de las estructuras sanitarias, algo que se señala constantemente, sólo es posible si nosotros, los profesionales, somos capaces de humanizarlas y humanizarnos. Esta ya es otra de las razones por las que, amiga mía, debemos hacer grupos. El grupo, de esta forma, nos rescata de la tendencia de acabar embebidos de unas creencias ajenas a la realidad humana, y engreídos de nuestra posición de poder relativo frente a los pacientes. Ese engreimiento, esa posición barnizada de narcisismo patogénico, no es otra cosa que un distanciarse del otro consiguiendo que cada vez nos alejemos más no ya del paciente sino de nosotros mismos. He aprendido mucho y quiero seguir aprendiendo de lo que estas personas me enseñan a diario.

 

A partir de aquí podemos pensar en otro tipo de argumentos como pueden ser qué utilidades prácticas o de consideración del ser humano podemos tener. Ahí, Lola, acudamos a un clásico como Slavson (1976) quien ya a principios del siglo pasado nos señaló siete razones o posibilidades por las que hay que hacer un grupo: como tratamiento exclusivo, como tratamiento primario, como subordinado al tratamiento individual, como terapia paralela, para pacientes cuyas necesidades pueden ser igualmente atendidas tanto mediante el tratamiento individual como mediante el grupal, pero que debido a la estructura de carácter pueden ensamblar ambos de modo que los dos procesos se complementan y estimulan recíprocamente, como terapia previa, como terapia de terminación y como período de prueba. Esto nos lleva a pensar que la psicoterapia de grupo tiene una cierta versatilidad, y que ésta en realidad dependerá de la situación, del profesional, de la patología, de las características de las personas con las que vamos a trabajar y de sus disponibilidades y ganas de hacerlo.

 

En efecto, la asistencia psiquiátrico-psicológica de las personas presenta muchas posibilidades de atención grupal; pero hay que tener la habilidad para ajustar lo que sería el modelo ideal de psicoterapia de grupo grupoanalítica (por pensar en el modelo que trato de ir desarrollando aquí) a la realidad asistencial. En este sentido podríamos definir varios niveles de trabajo (el de contención, intervención en crisis, apoyo a tratamientos psiquiátricos, los grupos de poblaciones diagnósticas concretas, trabajo con adicciones, grupos de niños y de adolescentes, grupos para familiares de pacientes psiquiátricos, grupos de duelo, grupos de profesionales en situaciones de crisis o de alto nivel de estrés, grupos dirigidos a profesionales no vinculados a la salud…etc.), que exigen una readaptación de la técnica a la realidad de las personas que constituyen el grupo. En realidad podríamos decir que hay tantos tipos de psicoterapia de grupo como profesionales dispuestos a desarrollar este tipo de trabajo en un área determinada. Las razones que estarían apoyando tal decisión son varias: razones de planteamiento clínico (aquellas que se sustentan en la necesidad de organizar un espacio para promover determinados cambios en las personas que reciben asistencia), razones de tipo investigador y aprendizaje (más allá de las investigaciones que se deseen desarrollar lo que se constata es que aquellos grupos formados por personas de una misma patología presentan una oportunidad única para profundizar en esa patología entendida como objeto de estudio, como consecuencia precisamente de la “contaminación del objeto de estudio” que se da en ellos), como sistema de mejora de la asistencia ofrecida a la población (aquí se enlazarían los aspectos de eficiencia y eficacia), como planteamiento económico (no sólo por la posible y relativa disminución de costos sino por el enriquecimiento que supone para pacientes, profesionales e institución).

 

Como creo haberte repetido hasta la saciedad, Lola, la enfermedad es entendida como expresión y resultado del aislamiento del ser humano. Hecho derivado de fijaciones en situaciones o en posiciones muy tempranas de su desarrollo y que les impide conectar con sus seres queridos, las personas de sus grupos de referencia de forma creativa y participativa.  Por esta razón, la intervención grupal pretende romper el aislamiento ubicando a las personas que agrupamos en una posición que le permita un redesarrollo que no es otra cosa que posibilitar mejor una oportunidad de maduración en cualquiera de los aspectos que he comentado anteriormente. Foulkes nos dice que lo que a nuestros pacientes, los psiconeuróticos, los psicosomáticos, los psicóticos, los delincuentes o las psicopatías antisociales, los que sufren eternamente por su mala suerte, los que tienen tendencia a sufrir accidentes, todos ellos lo que tienen en común puede definirse así: no han superado su neurosis infantil. Están mucho más atrapados a fijaciones a situaciones edípicas o posiciones psicosexuales y configuraciones preedípicas. No pueden hacer frente a la realidad, o poder estar con sus seres queridos, o éstos no pueden con ellos.[1] (1964:298). Es decir, la experiencia grupal va a posibilitarles conectar con estas posiciones, posibilitarles la comprensión de sus propias dificultades, pensar sobre ellas, y reinstalar una conexión con el grupo que les sirva para salir del aislamiento en el que se encuentran. O como bien señala Grotjahn, M., la parte básica de toda terapia debe tener lugar en los grupos. Creo que la terapia grupal constituye el modelo básico de tratamiento (1979:56).Y es que cuando nos brindamos la posibilidad de ver cómo se activan toda la variedad de relaciones y formas de proceder que habitualmente constituyen nuestro esquema de ir por el mundo en la relación del propio grupo, es cuando podemos comenzar a sentirlas como parte inherente a nosotros y tras ello, tratar de entenderlas, modificarlas.

 

Entiendo que profundizar en este punto es complejo y sobrepasa las limitaciones de este libro. Hay quien considera que la psicoterapia de grupo, o la psicoterapia grupoanalítica, son técnicas que utilizamos los profesionales para “curar” a los pacientes. Y esto es cierto; pero ¿es sólo eso? Creo que no. Creo que es una forma de trabajo vinculada a una idea del ser humano que, al tiempo que le ayuda a “curarse”, nos ayuda a todos. Muchas veces lo dice y lo repite J. García Badaracco: los propios profesionales de la salud no creemos en ella. No creemos en las grandes posibilidades de rehabilitación que, con gran esfuerzo, es verdad, se pueden alcanzar con intervenciones grupales siempre y cuando quien sea su conductor, crea en la utilidad real de la psicoterapia. Si no creemos nosotros mismos en lo que hacemos, ¿quién lo va a hacer? Mira, Lola, no son las organizaciones sanitarias, ni los planes de salud los que creen en ello. Todos estos y otros muchos organismos está bien que existan porque hay muchas necesidades; pero creo que si realmente creyeran en la propia capacidad del sujeto para poder establecer relaciones saludables, estas mismas organizaciones cambiarían radicalmente su orientación.

 

[1] Traducción del autor.