37)ME BASTARÍA CON SEÑALAR QUÉ ELEMENTOS DE LA OBRA DE FREUD CONSIDERAMOS IMPORTANTES

37) Me bastaría con que señalaras qué elementos o aspectos de la obra de Freud consideras importantes en relación al trabajo grupal; luego, ya es mi problema profundizar en él o no. ¿Te parece?

Sí, de acuerdo, aunque me pones en un serio aprieto. A pesar de mi formación y por respeto a quienes se han formado con más ahínco, no puedo definirme como psicoanalista. Además, muchos otros tienen formación y textos que te pueden servir para hacerte una idea cabal de lo que Freud fue descubriendo a partir de su experiencia clínica, analizando a algunos de sus pacientes y de su propio proceso de análisis personal. Es más, a la que puedas, paséate por su obra.  A mí, una de las cosas que más me han impactado, aportaciones y reflexiones teóricas aparte, es la forma de explicar y desgranar su pensamiento. Conozco su obra a través de la traducción que hizo López-Ballesteros en 1972. Sé de la complejidad que conlleva traducir un texto y la responsabilidad en la que incurre quien lo hace. Y más allá de si se ajusta exactamente a lo que aparece en el original, el texto que poseo rezuma una delicada preocupación por facilitar la comprensión de ideas que son muy complejas y difíciles de transmitir. Voy a intentar saciar un poco tu deseo.

 

Para resumir, te diría que ocho son los aspectos que organizan fundamentalmente su planteamiento conceptual: 1) el reconocimiento de lo inconsciente. 2) un par de modelos topográficos compatibles entre sí que describen eso que llamamos psique. 3) el método de la asociación libre como sistema de acceso a las cadenas simbólicas que organizan nuestra psique. 4) el reconocimiento de la existencia de la transferencia. 5) el señalamiento de la presencia de resistencias a la emergencia del material inconsciente. 6) la importancia de los sueños como vía regia de acceso a esos contenidos inconscientes. 7) la consideración de la sexualidad y de la pulsión como la energía básica. 8) la importancia de la pulsión creativa y destructiva. 9) la función estructurante del complejo de Edipo. 10) una teoría sobre el conflicto psíquico. Como ves, no es poco.

 

Segismund Schlomo Freud (Freigberg, 1856 – Londres, 1939) fue el padre de una revolución psicológica de alcance inimaginable. Representó un giro copernicano en la concepción del ser humano a partir de su esfuerzo en conceptualizar y tratar de describir eso a lo que llamamos psique a partir de una realidad: el hombre es un animal, un mamífero que, por lo que sea, posee un elemento diferenciador respecto a otras especies animales porque ha desarrollado algo a lo que llamamos psique que es lo que ha posibilitado una evolución en su capacidad de crear y destruir, amar y odiar, pensar, sentir, transmitir esos pensamientos y sentimientos a los demás, organizar y transmitir unas normas de comportamiento social, alcanzar cotas de desarrollo técnico y social elevadas, etc.

 

Seguramente el hecho de haber nacido a mediados del XIX, la época en la que vivió, las dos guerras que tuvo que sufrir, etc., hicieron que la visión que transmite del ser humano fuese un tanto tétrica. La idea es que quien nace es un animal sometido a unos instintos al que hay que educar para convertirlo en humano. Y en este proceso de humanización el individuo debe contenerlos, educarlos, darles forma y, en consecuencia, debe quedar «reprimido» un buen bagaje de aspectos que le pertenecen, pero que son «incompatibles» con el vivir en sociedad; hasta el punto que el propio elemento represor acababa siendo parte de su propio sistema psíquico. Y esto desde la noche de los tiempos. Los instintos serán vistos como algo anómalo por una parte de sí mismo y por el entorno en el que vive y se desarrolla. De hecho, Lola, hay un pensamiento un tanto generalizado en el que se ve al hombre como un ser «puro» al cual la sociedad ha desvirtuado, y se alimentan conductas, comportamientos y actitudes que abogan por una liberación para que sea ese ser supuestamente original y puro. Siendo romántica esa idea, se sitúa en las antípodas de una realidad.

 

El reconocimiento del inconsciente.

 

Sabemos que Freud era amante de la arqueología (Mitchell, 2004). ¿Y qué hace un arqueólogo, Lola? A partir de señales casi imperceptibles para los demás, es capaz de descubrir ciudades que han quedado ocultas tras siglos de abandono, de conocer aspectos de su cultura, de sus hábitos y costumbres. Para ello, va quitando las capas de tierra que ocultan esas ciudades para dejarlas al descubierto. Pues algo semejante hizo con los pacientes: intentar ir desbrozando el camino para poder entender cómo eran, qué había pasado para que fuesen como eran y no de otra forma, etc. En cierto modo, nada diferente de lo que debiéramos hacer nosotros ante un paciente o un grupo: esforzarnos en descubrir qué hay detrás de lo que observamos en unos comportamientos, en unas preocupaciones, en cualquier manifestación humana. Descubrir ese pasado, esas historias que le han constituido como es en la actualidad, supone dos cosas: una labor de desescombro, tratando de no dañar, y una tarea reconstructiva que permita que el paciente se entienda más y mejor a sí mismo sin pretender juzgarle lo más mínimo. ¿Cómo empezó toda esta aventura?

 

Me atrevería a decir que casi por casualidad. Un neurofisiólogo como Freud quedó impresionado por las demostraciones de Charcot y Bernheim; el primero demostraba que no eran los nervios los que estaban dañados ante algunas manifestaciones clínicas de tipo histérico de los pacientes que estudiaba, sino que eran las ideas las que paralizaban sus a miembros o distorsionaban gravemente su percepción. Esto es, que lo que generaba una serie de síntomas eran aspectos de los que el paciente no tenía ni idea y, por lo tanto, era inconscientes. Lo que hacían era utilizar la hipnosis para que el paciente no ejerciera un control consciente sobre sí mismo y lo que se veía era que la sintomatología desaparecía durante el tiempo de hipnosis. Esto impresiona, ¿no? Seguro que has visto trabajar en la tele a algún hipnotizador, y verlo impresiona; a mí al menos.

 

Breuer, un buen amigo de Freud, había intentado utilizar la hipnosis para aliviar la sintomatología más psíquica; no fue muy efectivo, pero constató que la verbalización de situaciones pasadas y la descarga emocional asociada tenían efectos curativos. Tras valorarlo conjuntamente, Freud concluyó que lo perturbador era el contenido del recuerdo y de las emociones, y no las ideas en sí. Es decir, que el sufrimiento, la sintomatología derivaba de la tensión que se daba en el organismo para mantener ocultos determinados recuerdos, pensamientos y emociones.

 

Un alto, Lola. Cuando estamos ante varias personas, uno va descubriendo que hay temas de los que no se habla: cada grupo tiene sus propios temas reservados. No hay ninguna razón para no hacerlo, pero es como si, de forma tácita, determinados temas se orillasen. Algunos de ellos podrían ser enumerados y no es que «no se quiera hablar», es, sencillamente, que no se encuentra el momento de abordarlos por ser algo «incómodos». Pero hay otros que no aparecen o cuesta mucho que emerjan y se coloquen en medio como tema de conversación. Pero alguien externo a ese grupo puede darse cuenta de que «de eso no se habla». ¿Podríamos considerarlo como una forma de aludir a lo que está en esa especie de inconsciente grupal? Sigamos.

 

Primera tópica.

 

Con estas observaciones, Freud (1915) llega a una propuesta que será revolucionaria en aquel tiempo: el ser humano dejaba de ser considerado como algo casi intocable y pasaba a poder ser pensado desde un ángulo científico y no religioso. Consideró que tenía que haber un tipo de energía que se transformaba en contenidos psíquicos. Y algunos de estos contenidos no podían –o no debían– acceder a la conciencia por alguna razón, claro. En consecuencia, la psique debería estar formada por una serie de contenidos: unos emergían a la conciencia y podían ser expresados, compartidos, en tanto que otros no. O sea que la psique estaría formada por una parte consciente y otra inconsciente. Pero no lo entendamos como dos compartimentos estancos, no; ni tampoco como receptáculos o reservorios de estos contenidos. Más bien como que hay una serie de contenidos (vivencias, ideas, pensamientos, símbolos, significados…) a los cuales el sujeto puede acceder con más facilidad, y otros a los que es muy difícil o incluso imposible tal acceso; como si los primeros estuvieran en aguas más superficiales y los otros en las profundidades abismales a las que el hombre no tiene acceso. Esta división es lo que forma la primera tópica.

 

¿Y qué se «guarda» ahí, en el inconsciente? Pues contenidos que no pueden ser descubiertos, verbalizados, pensados y, por lo tanto, son contenidos alejados que posiblemente hayan sido reprimidos por el propio sujeto. Es decir –y es complicado poder explicar esto–, hay algo de categoría psíquica que es enviado a las profundidades marinas mediante un esfuerzo, llamémosle, represivo. En realidad, lo que parece que sucede es que el individuo emplea –de forma inconsciente– parte de su energía en mantenerlos a raya; lo que nos resta capacidades, claro. Esto es como cuando uno pone el aire acondicionado en el coche: pierde potencia porque parte de la energía se destina a refrigerar el habitáculo.

 

Ahora bien, ese inconsciente ¿es individual y sólo individual? Porque, si bien lo detecta en un primer avance en el trabajo que realiza con los pacientes, nada nos obliga a considerarlo como un hecho o fenómeno individual. El inconsciente también es algo social. Hay un vasto componente en lo social, en las diversas relaciones que se realizan entre miembros de la sociedad, entre los miembros de eso que llamamos grupo humano que no están al alcance de los que lo componemos. Y esto en todos los órdenes humanos.

 

Otro inciso: Te decía que hay temas que cuesta poner sobre la mesa; como que hay un cierto temor. Pero cuando el grupo los aborda se consigue un efecto curioso: se incrementa el acercamiento entre unos y otros. Podríamos pensar que esos temas sufrían una determinada presión para no emerger, pero en cuanto disminuye esa presión, los miembros del grupo pueden sentir un tipo de liberación, de tranquilidad porque aquello que les amordazaba –eran cosas que estaban en la mente de muchos, pero que no salían– ya se pudo colocar en la corriente del pensamiento grupal. Siguiendo la idea de Freud, podríamos pensar que hay temas que se colocan en una zona más consciente, otros que están ahí pero que no… y estarían en una zona más preconsciente; en tanto que de otros no se habla: los que están en la zona inconsciente. Pero no se habla no tanto porque no se quiera traerlos a la palestra, sino porque ni nosotros mismos sabemos de qué elementos estamos hablando. Por esto son inconscientes. Sigamos.

 

La asociación libre

 

Ya, pero… ¿cómo sabemos que hay cosas en eso llamado inconsciente cuando no tenemos ni idea de lo que hay ahí ni de qué se trata? Totalmente de acuerdo. El inconsciente no está constituido por cosas que quedaron reprimidas –y en cierto modo olvidadas–, sino por un amplio abanico de elementos constitutivos del individuo y de la sociedad en la que está que no han llegado ni siquiera a poder ser nombrados, no tienen ni acceso a la estructura simbólica; y por esto son inconscientes. Y van apareciendo con el paso del tiempo, del progreso de la propia civilización –o incivilización–, aspectos que de pronto toman forma, adquieren carácter de ciudadanía y pueden comenzar a ser nombrados, intercambiados… Es difícil poner un ejemplo, pero pensaba en la idea de la redondez de la tierra o que ésta gira en torno al sol… En su momento eran cosas que estaban ahí pero que ni podían ser –no solo nombradas–, sino que ni podían ser pensadas.

 

Volviendo al tema, podríamos pensar que, si se consigue que nos relajemos, ese estado nos permitirá soltar más la lengua, ¿no? Pero ¿por qué habría que traerlo a la superficie? Porque la hipótesis que se dibujaba era que la tensión que se generaba para mantener a ese material fuera del alcance de la conciencia era la que generaba la sintomatología. Y así, una vez fuésemos capaces de liberarlo, desaparecería el síntoma ¿no? De Perogrullo. Pero ¿cómo llegar a esos contenidos de los que no tenemos consciencia?, me preguntabas. El uso de la hipnosis no parecía muy útil –entre otras cosas porque a Freud se le daba muy mal el hecho de hipnotizar–; pero no era muy útil porque de nada sirve descubrirle cosas al paciente si no es él mismo quien las descubre. Y muchas veces no es tan importante lo que sucedió en un momento de su vida, sino las emociones y afectos asociadas a ese hecho. Entonces se desarrolla un método muy simple: pedirle al paciente que se relaje, que abandone ese control sobre sí mismo y se autorice hablar de lo que le venga a la mente, tratando de no poner cortapisas a nada de lo que le vaya viniendo. Salvando las distancias, es como cuando uno toma unas copas de más: en este estado de semiembriaguez uno está más relajado y dice cosas que no diría en sus cabales.

 

El hecho de estar más relajado parece sugerir que hay algo que produce tensión o que está ojo avizor a ver qué se dice o no, ¿verdad?  Esto es de lo que se trata: que el paciente –o los pacientes, si pensamos en un grupo– se sienta lo suficientemente relajado como para poder hablar de lo que sea. A eso que le pedimos al paciente le llamamos asociación libre. Y esto está muy bien, porque parece muy sencillo: uno está ante su analista y se pone a hablar de lo que sea, y en ese ir desgranando ideas, palabras…, el analista va oyendo, escuchando, captando aspectos que pueden tener que ver con cosas suyas, pero que, al no tener ni guion, ni la vigilancia de decir lo que conviene, ni preocuparse por el qué dirán, emergen sin más. Pero, claro, las cosas no son así de sencillas. ¿Lo experimentaste alguna vez?

 

Fijémonos en una cosa: aquí lo que aparece en escena es un profesional que escucha lo que el paciente dice. Esto es: el profesional observa lo que el paciente señala, lo que dice o calla… Pues bien, esta es una posición legítima en la que se supone que para el paciente no hay interferencias en ese hablar o callar. La problemática que se estudia es la que supuestamente se sitúa en el objeto de estudio, ¿de acuerdo? Pero sucede algo: Freud va constatando que en ese juego fácil de hablar de lo que sea comienzan a pasar cosas. Una de ellas tiene que ver con la mirada del paciente que, en cierto modo, dificulta no sólo una escucha neutra, sino que la propia mirada parece que involucra al profesional en el discurso, lo atrapa. Parece claro que no es lo mismo hablar a una pared sabiendo que alguien te escucha que hablarle a ese alguien a la cara. Para evitar la parte incómoda, el analista se pone fuera de su campo de visión y, para que el paciente se relaje más, le propone tumbarse en el diván. ¡Aja!, ya tenemos una situación un tanto anómala o artificial, claro: el paciente habla y no ve a su analista con lo que, en principio, deberían desaparecer aquellos elementos que atraparían o condicionarían ese discurso libre; además, se tumba en un diván con lo que la situación no parece que tenga que ser incómoda, ¿no? Es como quien dibuja por dibujar, hace garabatos sin pretensión de darles forma especial… Incluso algo parecido a ese juego tan viejo como es el ver formas en las nubes de cualquier día de verano. Ahí, nuestro aparato perceptivo se relaja y ve, percibe formas que le hacen pensar en la idea de un caballo, una cara…

 

Lola, disculpa que de nuevo interrumpa el discurso. Vamos a ver. Lo que suele ser habitual es que cuando se juntan unas personas y tengan que hablar, la pregunta es ¿de qué se habla? Y se buscan temas concretos, un algo a lo que agarrarse y concretar. Y es que no es fácil, nada fácil, hablar «de lo que sea» cuando quienes se encuentran no se conocen de nada, ¡si ya es difícil entre quienes se conocen…! Uno podría preguntarse ¿dónde está la dificultad? Al menos la primera idea es que al no conocerse no hay confianza. O no hay la suficiente confianza. Y si no la hay, podríamos pensar que entre ellos hay una cierta tensión –producto de la misma desconfianza– y que esa tensión es lo que frena. Lo que nos lleva a pensar que el primer objetivo sería conseguir que esas personas se sientan suficientemente relajadas y con la suficiente confianza como para hablar de lo que sea. Sigamos.

 

La transferencia.

 

Pero pronto Freud observó que eso no era suficiente y que al paciente no le resultaba tan sencillo hablar sin más; es decir, en un principio la técnica funciona y el paciente habla sin especiales problemas; pero a medida que va pasando el tiempo, los días, eso comienza a flojear y a paralizarse: o bien el paciente no sabe de qué más hablar, se aburre, no ve le sentido a lo que aparece, o se queda mutis… ¿Qué estaba sucediendo?, se debió preguntar Freud. Pues muy sencillo, debe ser que aquí hay fuerzas que se oponen a la libre expresión de las ideas: es decir, si el acuerdo era «hable sin preocuparse de lo que dice», por ejemplo, ¿por qué de pronto comienza a haber un algo que cuestiona ese acuerdo y parece que hasta se opone a él? A eso le llamó resistencias. Es decir, en la libre asociación, en ese hablar sin mayor guion ni planificación ordenada, aparecían unas fuerzas o razones más o menos ocultas, que se oponían al plan inicial. Esto sucede también en el grupo: las personas nos vemos porque estamos en círculo, y eso coarta algo la libertad asociativa; pero superado este punto… ¿se puede hablar de lo que sea? Eso es fácil de decir, pero la realidad es otra –y más cuando estamos entre profesionales–. A esas resistencias les llamó mecanismos de defensa: formas de funcionamiento mental, trabas que nos ponemos, razones más o menos entendibles y lógicas, deformaciones inexplicables, tendencias a la racionalización de las cosas…, que no dejaban de ser mecanismos que se oponían a la libre aparición de ideas o pensamientos y afectos. Por ejemplo, si en ese juego de ver formas en las nubes –que en principio es un juego perceptivo sin más– veo la figura de un monstruo amenazante y no lo puedo decir, será porque algo me impide comunicarlo. Eso sería una resistencia. Y el mecanismo que bloquea decirlo podríamos llamarlo, represión, ¿no? Si esto ocurre en una idea que me ha venido y pensar en decirla me avergüenza y la freno, la reprimo, eso sería una resistencia. Me resisto a comunicarla o, incluso, a hacérmela evidente.

 

Pero también descubrió otro elemento que dificultaba este juego a modo de resistencia: el paciente comenzaba a tratar al analista como si en realidad representara a alguien de su entorno familiar o de su entorno significativo. No solo le trataba como si fuese esa otra persona, sino que la relación que se establecía con él era muy semejante (por no decir idéntica) a la que esta persona tuvo con alguien de su pasado. Esa actualización involuntaria en el aquí y ahora de la relación con personas que habían sido significativas en el pasado no podía deberse a otra cosa que a un mecanismo mental que en cierta medida se oponía a la aparición de nuevas ideas y al mismo tiempo interfería en la relación asistencial. Eso sucede también en el grupo. Es como si lo que percibimos del otro hace que nuestra relación con él se asemejara a otra que tuvimos en el pasado. A este fenómeno le llamó transferencia.

 

Vuelvo a interrumpir el relato. Ciertamente ese grupo de personas no necesariamente están calladas todo el rato. Hablan en principio de lo que les urge y, por lo general, en el terreno de la clínica, el tema es cercano al motivo de consulta. En otros espacios no clínicos, el tema suele ser el trabajo, la organización en general…, temas que no tienen especiales trasfondos. Pero sesión tras sesión no se puede estar hablando de los mismo, claro; y ahí es cuando uno comienza a ver que hay eso que podemos llamar resistencias. Y las hay de dos tipos: unas que hacen referencia a la propia temática o temáticas, y otra que tiene que ver con lo que cada uno representa para el otro. Porque en cierta medida, lo transferencial es también una resistencia. Sigamos. 

 

Los sueños.

 

También observó otra cosa: los pacientes, cuando se ponían a hablar de cualquier cosa, traían de vez en cuando sus sueños, fragmentos de sus pesadillas, de los sueños que habían tenido alguna noche anterior a la sesión… Eso le dio nuevas pistas a Freud. Se dijo: este material hay que tratarlo como el resto de las cosas que aparecen en la asociación libre. Y así lo hizo. Pero, claro, al escuchar los sueños y tratar de entender algo de ellos ayudado por el paciente, se dio cuenta de algo que a todos nos sorprende: en primer lugar, que no suelen tener lógica alguna; es decir, que tanto importa que una vaca vuele como que huela una caca, o tanto da nadar en aguas turbulentas como anidar en enaguas de una turba lenta. Vamos, como que las imágenes que aparecen, las ideas que les acompañan no guardan una lógica como diría Matte Blanco, asimétrica, sino simétrica–. Que en el sueño tanto vale arre que so, y que no es incompatible una cosa con la otra, que presente y futuro son lo mismo y del mismo valor. Otra observación fue que en muchos sueños aparecían contenidos eróticos o sexuales. Entonces se comenzó a interesar por ello. ¿Qué pasa en el dormir que los personajes quedan distorsionados, que la lógica pierde su forma habitual de expresarse, que los contenidos quedan medio camuflados?

 

Eso debe ser –se debió preguntar el bueno de Freud–como en la política y en sociedades muy dictatoriales: uno desea decir cosas que la autoridad no permite expresar y busca, como hace el teatro o hace el arte, la forma de expresarlas sin que la autoridad se dé cuenta: tiene que superar una censura. Es decir, que en el sueño emergen ideas de forma camuflada para que puedan expresarse sin despertar a quien duerme; y si en algún momento el soñante se despierta, será porque hay un contenido en el sueño que no pasó por la mirada atenta del censor, y éste despertó al soñante para interrumpir ese juego de libre asociación mental nocturna. Y Freud descubrió que, si trabajaba con el paciente sobre esos contenidos, iban apareciendo recuerdos o retazos de los mismos que conformarían parte del material que se sitúa en los abismos de la psique. Y hablar de estos contenidos, aliviaba al paciente.

 

Nuevo inciso. Y aquí puede ser que te sorprenda. En los grupos de psicoterapia aparecen relatos de los sueños de algunos miembros. Esto es bueno, claro. Y en estos sueños hay muchos contenidos entre los que se encuentran los sexuales. La cuestión es cómo trabajar con ellos, aspecto este que espero poder contestar más adelante. Ahora bien, ¿has pensado en la posibilidad de considerar que en ocasiones los relatos que se articulan en un grupo pueden ser leídos como si de un sueño se tratara? Lo dejo ahí. Sigamos.

 

Pulsión.

 

Ahí Freud concibió algo más: que el organismo tiene una ¿energía? de carácter somático, pero que pasaba a tener carácter psíquico. A esa energía, que era como la fuerza del sujeto, una tensión de carácter psíquico pero de raíz somática la llamó pulsión. Esa energía, ese empuje, esa presión que motiva al organismo a buscar la forma de ser descargada con la finalidad de obtener una satisfacción recibe el nombre de pulsión. Es decir, que el ser humano buscaría, siguiendo a Freud, la forma de satisfacer esa pulsión –en principio de carácter sexual– mediante la localización de objetos que lo permitieran. Como puedes comprender eso supuso un terremoto en aquellos momentos (siglo XIX). La idea era que el individuo busca la satisfacción de determinadas necesidades o, dicho de otra forma, la pulsión busca un objeto para liberar la tensión y obtener una satisfacción. Pero claro, pronto fue descubriendo que en torno a determinadas partes del cuerpo anidan sensaciones placenteras: por ejemplo, el bebé busca el pecho de su madre para satisfacer esa pulsión y, al mismo tiempo, alimentarse. Y descubrió que a lo largo del desarrollo se van sucediendo unas zonas a otras en cuanto a interés o importancia en paralelo a la maduración del individuo; diversas zonas erógenas, de manera que se obtenía una satisfacción: zona oral, anal, genital. Esa pulsión sexual es energía libidinal que busca satisfacerse. Y la forma de hacerlo es mediante objetos que posibilitan esa descarga y que son diferentes en función del estadio madurativo en el que se encuentre.

 

Otro alto, Lola. Las personas que componen un grupo buscan –siguiendo la idea primigenia de Freud– un tipo de satisfacción en el propio grupo; tanto en el plano individual (agradar, sentirse reconocido, liderar, ser el agresivo…) o en el plano de las diversas constelaciones (ser el líder alternativo, el que rompe la baraja, el chivo expiatorio…). Y esa satisfacción hay varias formas de conseguirla, pero… ¿habría alguna expresión relacional que fuese la expresión de ese deseo, de esa pulsión? Eso te lo planteo porque creo que algo hay en la dinámica del grupo que guarda relación con ello. Hablaremos más adelante; ahora sigamos.

 

Segunda tópica.

 

Pero los progresos de Freud van avanzando, claro. Ya no le era tan útil la primera clasificación que había establecido, porque se dio cuenta de que no siempre esa satisfacción libidinal se centra en la búsqueda de un objeto externo, sino que en muchas ocasiones ese objeto es uno mismo. O que las personas tenemos unas capacidades para reprimir algunos deseos para conseguir algo que nos interesa, o para protegernos, o simplemente porque hay algo en el entorno que nos presiona a ello. Esto le llevó a considerar una segunda tópica, una segunda estructura, compatible con la primera: debe haber un aspecto de la psique que quizás surge del contacto con el entorno. Si considerásemos que la energía de tipo pulsional es la que inicialmente presenta ese cachorro humano, igual podríamos pensar que hay una estructura, a la que denominaremos Ello, que es el lugar en el que se encuentra. Pero que en su contacto con el exterior y a tenor de sus necesidades y deseos, ese Ello genera una estructura, como una costra, a la que denominó Yo. Pero ese Yo, a medida que va pasando el tiempo, intenta domeñar las tensiones que provienen del Ello, ¿no? Sí, pero no suficientemente. Porque poco a poco va captando señales de quienes le rodean que vienen a ser como prohibiciones o normas que limitan, que ejercen un marcaje sobre él. Y las va haciendo suyas. El espacio psíquico que las contendrá constituye otra instancia, la del Superyó. Estas tres instancias tienen, a su vez, aspectos conscientes e inconscientes: las dos tópicas son compatibles entre sí.

 

Nuevo alto. ¿Qué elementos hay en las relaciones que se establecen entre los miembros del grupo que pudieran aludir, metafóricamente quizás, a esta segunda tópica freudiana? No te lo voy a señalar, Lola, pero si considerásemos al grupo como un caleidoscopio en el que las diversas configuraciones de personas en torno a los temas que se abordan, esta amalgama activa y dinámica puede ser que asuma la representación de aspectos más estructurales semejantes a lo que podría ser la segunda tópica, ¿no? Te lo dejo abierto porque no es momento de darle vueltas a eso; pero… Sigamos.

 

Complejo de Edipo.

 

Bueno, vamos viendo aspectos de la teoría psicoanalítica. Uno de ellos, es la importancia de la pulsión que tiene en su origen un marcado interés sexual. Pero en este terreno, la niña o el niño se encuentran en una relación en la que no solo está su madre –con quien ha establecido una relación simbiótica por necesidades biológicas primero y psicológicas después– sino que también está el padre. Y va descubriendo que no es igual la relación con uno que con el otro. Y que entre ellos también hay una relación de la que está excluido. ¡Vamos, que ha aparecido una triangulación! Y que esa simbiosis que se daba con su madre comienza a no ser tanta porque hay un tercero en liza y que busca su lugar. Ahí entra algo que posibilita la introducción del cachorro humano dentro del entramado de la humanidad y –en consecuencia– del proceso de lo civilizatorio: El complejo edípico.

 

Ese pasaje sería equivalente, por buscar una metáfora histórica, a lo que representó para nosotros, los españoles, y en realidad para buena parte de los europeos, la invasión y la cultura romana: dicho período, el romano, supuso pasar de un estado atomizado, desmembrado y desorganizado de tribus varias (es decir, lo que podría ser un equivalente a una situación más caótica, más psicótica) a una situación de orden y estructuración (por ejemplo, el derecho romano y una serie de normas de relación interpersonal y social, un idioma común, las redes de comunicaciones…, una estructura, en definitiva). Si nos trasladamos al sujeto, dicha circunstancia no supone sino la organización psíquica capital a partir de la cual el sujeto accede a un nivel de maduración superior; es más, accede al proceso simbólico. Dicha maduración conlleva la aceptación de la estructura triangular por la cual ya no puede echar marcha atrás y recrear la fantasía de ser reencarnado en la madre: la célula narcisista quedó rota por la presencia de ese tercero en discordia, el padre. Padre, madre e hijo (independientemente de su sexo, claro) se ubican en posiciones claras el uno respecto del otro: tal es la estructuración edípica. Esta parte de la teorización no deja de seguir teniendo un fuerte tinte descriptivo, si bien la descripción del Complejo de Edipo permite seguir pensando en que hay un grado de aceptación de lo que el otro produce en uno, de la influencia externa sobre la estructura individual. El pasaje edípico supone, pues, la entrada de un orden interno (y externo) nuevo, gracias a la existencia de la ley, encarnada en la figura paterna.

 

Un último alto, Lola. Es difícil trasladar esto a lo grupal; pero con frecuencia pienso en la estructura del grupo –tanto la formal como la imaginaria– y en cómo determina las características de las relaciones entre los miembros del grupo, incluyendo al conductor, claro. Evidentemente esto guarda mucha relación con el tipo de personas que componen el grupo, con cómo se estructuran las seducciones, las imposiciones, los elementos simbólicos…

 

Con todo ello se puede entender la complejidad de la conceptualización psicoanalítica –y la casi imposibilidad de resumirla en estas pocas líneas–, conceptualización que se ha ido haciendo más y más compleja –y completa– gracias a las aportaciones de seguidores y disidentes, y cómo este desarrollo puede ser entendido desde la lectura de Freud. Es cierto que tiene un trabajo más, el de 1921, en el que aborda el tema grupal y que tendremos ocasión de abordar más adelante. En cualquier caso, la cuestión es si un grupo es un agregado de individuos que van a ser atendidos en su individualidad o si vemos al grupo como un todo cuyo funcionamiento pudiera ser entendido como la metáfora mental de un individuo o si lo que observamos es a unas personas en diversas configuraciones relacionales o… Es decir, depende mucho de dónde uno se coloca.