38) Comentaste que posiblemente M. Klein recibió la influencia de Ferenczi, ya que fue su analista. No sé si es una figura relevante o no, pero, en caso de serlo, ¿en qué lo sería pensando en lo grupal?
Curiosamente, en los textos que habitualmente manejo e incluso en aquellos que hablan de grupoanálisis relacional, no he sabido encontrar referencia a su obra y aportaciones. Tampoco oí hablar de él durante mi formación y creo que ahora será la primera vez que se plantee su estudio en los cursos de formación grupal en los que estoy implicado. Parece que hemos reproducido lo que le ha sucedido en el ámbito psicoanalítico; pero, tras indagar sobre su obra, me parece que convendría profundizar mucho en él, ya que buena parte de lo que dice fue también señalado por Foulkes; posiblemente corresponda también a esos flujos de pensamiento de su época porque algo de su pensamiento respecto a lo que es un individuo coincide plenamente con el de N. Elias.
Piensa que fue uno de los predilectos de Freud, con quien mantuvo una muy estrecha y larga amistad –se analizó con él e incluso le propuso ser, a su vez, su analista‒. Pero es verdad también que tras esa enorme cercanía hubo una separación y posterior ruptura. Y, posiblemente, esa ruptura se hizo mayor por las reacciones de otros psicoanalistas que acabaron haciendo leña del árbol caído. Cosa que sigue siendo frecuente.
Quizás lo más relevante no sea tanto el tema de la relación transferencial y contratransferencial que, en cierta medida, introduce la cuestión de la mutualidad como uno de los ejes de trabajo (al menos el grupal), sino que la filosofía que destila apunta a una visión del ser humano en íntima interrelación con el otro. Ya no es un sujeto en relación con un objeto por la importancia que la misma tiene, sino que es un sujeto en relación con un objeto, que a su vez es sujeto en relación con él, ahora objeto, y que de esta relación emerge una construcción mutua: una construcción conjunta del ser humano. Es decir, cosas que se han dicho desde otras disciplinas –estoy pensando en la sociología de N. Elias o en el pensamiento radical de Foulkes– emergen con igual fuerza en el pensamiento de Ferenczi. Posiblemente, su concepto de mutualidad o de análisis mutuo tenga ese punto seductor, de atracción que, a su vez, genera temor. Pero, debajo del mismo, emerge su filosofía respecto al ser humano que, a mi modo de ver y sin que lo supiera, tiene mucho de grupoanalítico.
La verdad es que no sé si seré capaz de transmitirte lo relevante que Ferenczi puede ser, porque debo seguir estudiándolo. Sí te confesaré que cuando entré en ello –de la mano de Aron–, encontré algo muy seductor en él y creo que es algo tiene que ver con la posición que ocupa el profesional y que siempre se percibe; y que en algo –o mucho– coincide con mi posición ante el paciente. No tanto por la autoridad cuanto por la distancia que se establece. Se tiene la idea –que no siempre es necesariamente cierta– de que una relación cercana es mejor que una más distante; pero esto no depende sólo del tipo de paciente o pacientes con los que trabajamos, ni de las propias características personales del profesional y las del contexto: la relación es algo que se construye siempre entre quienes son los actores de la escena psicoterapéutica. Precisamente debe ser así, porque un trato en el que haya una mayor cercanía e incluso un grado de familiaridad no buscada, puede confundir a quien acude en ayuda pensando, como suele ser habitual, en relaciones distantes, frías, «profesionales»; y, si entramos en confusión, ya estamos comenzando con mal pie.
Si en algún momento, a lo largo de mi formación, apareció el nombre de Ferenczi, venía asociado a la idea de «desertor» o de alguien que se apartó –en el sentido negativo– del camino correcto marcado por Freud. Pero nunca fueron contempladas sus propuestas. Es más, tampoco aparecía en los textos que he tenido la ocasión de leer de autores grupoanalíticos; reacción que, por lo que he ido viendo, ha sucedido en el propio seno de la comunidad psicoanalítica. Hay quienes han criticado este apartamiento –por ejemplo, el que con rotundidad realizó E. Jones en la biografía de Freud (Gutierrez-Peláez, 2013)– por el hecho de no seguir las directrices ortodoxas. Otros se han hecho eco de esta, llamémosle, injusticia (Mitchell, 2004; Aron, 2001; Coderch, 2006; Daurella, 2009; Martín-Cabré 2011; Ávila, 2013); lo que es paradójico, pues es el autor más veces aludido por Freud en sus trabajos (Jiménez Avello, 1998:28, citado por Gutiérrez- Peláez, 2013:5). Pero el paso de ser el predilecto a casi el defenestrado guarda mucha relación con las reacciones que muchos tienen frente al libre pensamiento, a la autonomía y el desarrollo, que poco a poco fue lo que adquirió Ferenczi respecto de Freud, sin olvidar los alineamientos de otros psicoanalistas seguidores de la ortodoxia que, por mostrarse fieles al iniciador del psicoanálisis, tuvieron dificultades para asumir otros desarrollos que lo han enriquecido. Pero estas reacciones, entendibles en todo caso, creo que tienen mucho que ver con las propuestas de relación que planteó Ferenczi.
Sándor Ferenczi (Hungría, 1873 -1933) fue el octavo de doce hermanos. Estudió Medicina en Viena especializándose en Neurología y Psiquiatría (sentía pasión por la hipnosis y la histeria) y se acercó por primera vez al trabajo de Freud con Breuer. Conoce a Freud en 1908 a través de Jung, y desde el primer momento traban una fuerte amistad (Gutiérrez-Peláez). Su obra, medio oculta a lo largo de muchísimo tiempo, ha supuesto un cierto revulsivo.
En efecto, «fue uno de los contados analistas que, partiendo de las ideas que Freud postuló en 1910, intentó profundizar y desarrollar una teoría sobre la contratransferencia que diera cuenta de los desafíos que la clínica psicoanalítica iba paulatinamente asumiendo, y preconizó una metapsicología de los procesos psíquicos del analista durante el análisis» (Martín Cabré, 2011:78). Perteneció a la primera generación de psicoanalistas y «más allá de contribuir a la comprensión y conducción de casos difíciles, contribuyó a una ampliación de los recursos terapéuticos» (Zaia, 2005:113). Sus aportaciones, por ejemplo, convencieron a los miembros del grupo de Freud para incluir el análisis del analista como primera necesidad, porque de no contemplarse esta condición «puede llevar a la intolerable situación [de] que nuestros pacientes estén mejor analizados que nosotros mismos» (Ferenczi, 2012/1932e: 250; ver también Diario clínico, 1932c: 137) (Extraído de Gutiérrez-Peláez, 2013:5).
Sorprende que alguien, en los inicios del siglo XX, o sea hace cien años, escribiera a Freud señalándole, por ejemplo, que «si los hombres practicaran una abertura en su manera de pensar egocéntrica para imaginar una vida en la cual les tocase sufrir constantemente la interrupción del acto antes de la resolución orgástica de la tensión, se darían cuenta del martirio sexual soportado por las mujeres y de la desesperación provocada por el dilema que las reduce a escoger entre el respeto a sí mismas y la plena satisfacción sexual. Ellos comprenderían mejor por qué un porcentaje tan importante de mujeres resuelve el dilema a través de la enfermedad» (Ferenczi, 1908) (recogido por Zaia, 2005:117). Todo un síntoma de apertura mental. Pero en esta cita, apunta claramente a que la relación –en este caso la sexual– no es cosa de uno y otro, sino que es cosa de dos. Y, también, que la enfermedad es una vía para salir de determinados dilemas existenciales o relacionales. Si esta idea la ampliamos y la trasladamos a la relación asistencial, podemos constatar que es totalmente rupturista, y permite entender las reacciones de aquellos que frente a la posibilidad de entender las interrelaciones que se dan con el otro –sea paciente, sea persona de a pie, sean los miembros de un grupo– prefieran negar la existencia de la misma y mantenerse en la profundización de lo individual.
Para Aron (2001), «S. Ferenczi y O. Rank pueden ser considerados como los antepasados de la teoría relacional» (2001:14). Pero antepasados no significa necesariamente los padres de la idea. ¿Y qué es esa teoría? Para Mitchell (2004) «es una perspectiva alternativa que considera prevalente las relaciones con los demás y no los instintos como los elementos básicos de la vida mental» (2001:17), lo que nos coloca en cómo es la relación asistencial, qué elementos transferenciales y contratransferenciales aparecen y cómo son tratados. Ahora bien, ¿qué representaron sus aportaciones? Daurella (2009), hablando de su experiencia en el Congreso Internacional celebrado en Madrid en 1998, señala en un texto con un título significativo, El caso Ferenczi o el retorno de lo reprimido, que su influencia puede percibirse en «el nacimiento de la teoría de las relaciones objetales; en el pensamiento de Klein, Bion, Winnicott, y, por supuesto, Balint, en la elasticidad de la técnica psicoanalítica contemporánea; en la revalorización del factor traumático en la comprensión de la patología, en la valoración actual de la personalidad del analista como uno de los factores determinantes de lo que ocurre en el campo relacional constituido por el analista y analizado, en el intersubjetivismo norteamericano; en la consideración, en fin, del psicoanalista como un profesional muy interesado en el efecto terapéutico de su trabajo» (:7); es decir, como puedes ver, no está de más que a quien ha sido reconocido como una gran influencia para esos otros autores de referencia, lo tengamos muy presente.
Al parecer, la ruptura que se da entre Freud y él sucede en 1931, cuando Ferenczi consigue leerle el trabajo Confusión de lengua entre los adultos y el niño (Ávila 2013: 83, Gutiérrez-Peláez:5). Freud «defiende la neutralidad del analista frente a las actitudes de maternaje, afectos y cuidados que despliega Ferenczi en su trabajo clínico» (Ávila:83); pero ¿qué sucedió para que Freud le diera la espalda? Entiendo que Ferenczi evolucionó –muy posiblemente no de la manera que le hubiera gustado a Freud– y en este proceso evolutivo habría, siguiendo a Ávila, cuatro momentos o fases.
Una primera en la que remarca algo que ya el propio Freud había aplicado. «Ferenczi sugiere la necesidad de buscar nuevos caminos a la técnica clásica» (Ávila 2013:85), a lo que llamará técnica activa, que tiene como objetivo:«a) ayudar al paciente a vencer sus resistencias prestándole más ayuda que la emanada de la propia transferencia; b) ayudar al paciente colocándolo en situación psíquica más favorable a la solución deseada del conflicto, c) intervenir para evitar la satisfacción sustitutiva tanto dentro como fuera de la cura, d) fijar un tiempo para la finalización del tratamiento; y e) incluir en el trabajo analítico una influencia educadora, de manera que el analista pueda en algunos casos actuar como consejero y educador»(ibídem:85). Freud ya recogió dicho término en un trabajo de 1919. En este trabajo se percibe una crítica velada a las posiciones de Ferenczi; pero, aun así, apunta que tal vez el oro puro del psicoanálisis tenga que mezclarse y perder esa pureza. Por ejemplo, Freud aboga en este texto por animar a determinados pacientes, entre ellos, los de tipo fóbico, a que realicen actividades que activen su fobia para poder no solo superarla, sino aportar más datos para el propio análisis.
Para Ávila, habría un segundo momento, que es cuando se habla de la elasticidad en la técnica psicoanalítica. En esta fase, Ferenczi propone esa elasticidad que «consiste en evitar la aplicación estricta de la regla de la abstinencia» (ibídem:87). Esta técnica conlleva una cierta humildad por parte del analista que abandona ese puesto de supuesto saber para huir de una relación en la que cabe una cierta sumisión del paciente respecto al profesional. Es como si buscara una cierta horizontalidad y mucha honestidad por su parte. Pero esta elasticidad suponía, según entiendo, una adaptación al paciente que buscaba, por un lado, huir de la rigidez de la norma y, por otro, transmitirle al paciente algo que hace pensar en la idea winnicottiana de «madre suficientemente buena». En este sentido, la experiencia clínica parece aconsejarnos siempre una modificación importante de la relación con el paciente; y mucho más en la situación grupal en la que todos nos vemos constantemente.
Habría un tercer período, el de la técnica de la relajación y neocatarsis, en los que claramente se distancia del maestro y, a consecuencia de ello, un progresivo apartamiento de los círculos psicoanalíticos. Para que lo entiendas: dado que una de sus preocupaciones era la relación y los elementos de poder que subyacen, lo que en cierta manera proponía respecto al trabajo psicoanalítico era establecer una relación de mayor cercanía, algo parecido a lo que hacía Anna Freud con sus pacientes. Curiosamente ella se lo criticó, señalando que trataba a los pacientes como ella trataba a los niños y, en cierta manera, Freud era muy crítico con este tipo de relaciones que supuestamente rompían la esencia del psicoanálisis. Esto, que en ciertas lecturas puede resultar como ofensivo, cuando uno trabaja con determinados pacientes y circunstancias, no es tan raro. Por muchas vestiduras que se rasguen. La presencia de amabilidad, comprensión, paciencia y cercanía como forma de crear una atmósfera en la que se facilite un mayor grado de regresión y se posibiliten evocaciones del pasado a los pacientes que presentan fuertes resistencias narcisistas y de racionalización, cosa muy frecuente en la clínica– no solo no es malo sino todo lo contrario. Junto a esta modificación, en la experiencia asistencial también incluye lo que llama neocatarsis, mediante la que busca que se reproduzca ‒no que se repita‒ el trauma original.
Finalmente, Ávila menciona un cuarto período: el de «la recuperación del trauma como factor causal y período del “análisis mutuo”» (ibídem:91). Ahí aparece la convicción de que el trauma se basa en elementos reales que han podido ser fantaseados y no un producto de las fantasías y frustraciones del paciente; y se concreta en ocho aspectos en los que, más allá de la intensa atmósfera emocional, introduce el análisis de la contratransferencia como elemento de desarrollo del proceso analítico, y la «mutualidad de la experiencia» analítica.
A lo largo de estos cuatro períodos Ferenczi va perfilando sus propuestas. De ellas, la que posiblemente llame más la atención e interés sea el abordaje de lo que podemos llamar fenómenos transferenciales, esto es, transferencia y contratransferencia (que no deja de ser una inseparable pareja de baile). Según Daurella (2011), «fue el primer analista que habló de la contratransferencia considerándola no como un obstáculo o un inconveniente peligroso sino como un instrumento imprescindible […]. Valora sobre todo la experiencia vivencial del paciente y alerta contra la sobrevaloración del trabajo interpretativo no vinculado a la experiencia del paciente. Y considera que la empatía, la capacidad de sentir con el paciente es la base de la técnica psicoanalítica»(:10). Ciertamente el tema de los fenómenos transferenciales –abarcando en ellos tanto la transferencia del paciente como la contratransferencia que la primera genera en el profesional– es un tema arduo. No es fácil navegar por esas aguas en las que la línea que separa cuánto de lo que el profesional siente proviene del paciente o de sus propios elementos transferenciales sobre él, es muy fina. Pero ahí se metió Ferenczi.
Siguiendo a Martín-Cabré, «para Ferenczi la terapia psicoanalítica exigiría una doble función: por una parte, el analista debe observar al paciente, escuchar su discurso, construir su inconsciente a partir de sus palabras, pero, por otra, debe controlar constantemente su propia actitud respecto al enfermo y si es necesario rectificarla» (2011:80). Ahora bien, siendo cierto esto, me planteo dos cosas: si la relación transferencial es el nombre que ponemos a eso que surge del paciente a partir del marco de trabajo y del estilo propuesto por el profesional, sabiendo que este profesional está inmerso, a su vez, en el papel que también el paciente le propone, ¿no sería mejor incorporar ese aspecto básico del trabajo psicoanalítico para beneficio del paciente? Por otro lado, ¿qué hacemos con los aspectos que el propio profesional traslada sobre el paciente y la situación analítica provenientes de su propia experiencia vital? Ante ello se entiende que Ferenczi propusiera que los candidatos a ser psicoanalistas tuvieran su propia experiencia como pacientes, lo que les daría un mayor conocimiento de sí mismos y podrían captar mejor los elementos que transfieren ante cada paciente.
Cierto es que todo el conjunto de elementos transferenciales dependerá –y mucho– del conocimiento que tenga el profesional de sí mismo y de la experiencia profesional en este terreno. Es decir, utilizar los fenómenos transferenciales como instrumentos imprescindibles y eficaces del propio tratamiento es una forma más completa –a mi entender– de utilizar los desarrollos psicoanalíticos. Y esto es lo novedoso en Ferenczi (ibídem: 81) y que me lleva a algo que con frecuencia comento: la contaminación del objeto de estudio. Con ello, me refiero a que los aspectos de la relación asistencial vienen contaminados, impregnados, por las características relacionales –y, por lo tanto, las psicopatológicas– del paciente, generando lo que en inglés se denomina enactment, y que no es sino la encarnación inconsciente en el profesional y en el paciente, de aquellos roles y de la estructura relacional asociada que uno «impone», tácita pero involuntariamente, al otro y que no se corresponde a lo transferido. Más adelante, volveremos sobre esta propuesta.
Por otro lado, uno de los aspectos del fenómeno transferencial es la contratransferencia. Como tal, suele calificársela de negativa (Aron, 2001), pero Ferenczi, en opinión de Martín-Cabré, va más allá: «en realidad, más que dominar la contratransferencia, Ferenczi iba a descubrirla» (:82). Y ¿qué será descubrirla?
Ferecnzi descubrió que el posicionamiento más o menos típico de un profesional anónimo y neutro acababa facilitando que el paciente repita la estructura relacional que se había dado entre padres e hijos y que era lo que le había conducido a la enfermedad. «Ferenczi vio, en la hipócrita actitud educada del analista, una forma de hipocresía profesional que conducía tanto a mantener reprimida la capacidad crítica del paciente como a enmascarar los auténticos sentimientos del analista por mucho que ello fuese percibido por el paciente» (Aron, 2001:162). Es decir, que esa actitud empobrecía el trabajo analítico. Ello, siguiendo a Aron, hace que el trauma no pueda ser trabajado suficientemente ya que ello requeriría que esa vivencia pudiera ser elaborada en un ambiente de seguridad y confianza que solo se puede conseguir si existe una actitud por parte del analista que lo posibilite, esto es, una atmósfera de máxima sinceridad y honestidad. Para Ferenczi, las raíces de la psicopatología se sitúan en las relaciones tempranas y la curación requería de una nueva experiencia relacional que, inevitablemente, pasaría por llevar esa honestidad y sinceridad hasta el extremo.
En efecto, «Ferenzci considera que el objeto esencial de la elaboración analítica y, por tanto, de la interpretación del analista son la compulsión a la repetición y las múltiples manifestaciones de la transferencia, que deben ser consideradas como “un verdadero material inconsciente”» (Martín-Cabré, ibídem:83), lo que significaría –entiendo yo– que en el espacio de la relación que se da entre el paciente y el analista en el aquí y ahora de la sesión se instalan las repeticiones y significados de antaño y eso es parte del “verdadero material inconsciente”; y esto que se instala, activa reacciones contratransferenciales, parte de las cuales pertenecerían al propio profesional, pero la otra parte corresponden a hacer que ese analista encarne la persona y reproduzca la situación que el paciente desea que esté en ese momento. Fíjate que, en la situación grupal, esto es bastante más complejo y, además, involucra al profesional de forma más intensa en tanto que es ubicado por todos y cada uno de los miembros del grupo en un determinado lugar y, al mismo tiempo, él mismo, en el grupo, trata de ubicarles también –y en contrapartida– en el lugar que él quiere.
Todo ello conlleva un reto. Porque la idea que subyace es que el secretismo del profesional no ayuda, sino que deja al paciente perplejo –o sometido– en tanto que hacer explícito lo que el profesional percibe, siente o piensa le permite ubicarse en la realidad de una nueva relación a partir de la que puede entender las características que de forma involuntaria inserta en la misma; y modificar lo que pueda. Esto debe realizarse en un ambiente de total confianza y sinceridad (Aron, 2001).
En su Diario Clínico (Boschan, P. J., 2012), Ferenczi transmite una forma de abordar y trabajar los fenómenos transferenciales que conlleva una implicación mayor –posiblemente cercana a un furor curandi– del propio profesional que lo que se consideraría «correcto» en entornos quizás más ortodoxos. Entiendo que esa utilización de lo que se transfiere supone ubicar en el aquí y ahora de la relación aspectos que tienen mucho que ver con estructuras muy arcaicas y su consideración conlleva serios problemas en el nivel contratransferencial. Ahí y por propia experiencia, emerge todo un caudal de elementos que en muchas ocasiones he creído que provenían de una cierta telepatía: la captación de ideas y pensamientos del paciente a partir de esta implicación en el aquí y ahora, asusta; y viceversa. Recojo una cita del diario de Ferenczi que nos trae Boschan: Aquí la única brizna de paja que nos ofrece la experiencia analítica actual es la idea lanzada por mí -si recuerdo bien- del diálogo de los inconscientes. Cuando dos personas se encuentran por primera vez -dije entonces- se produce un intercambio de movimiento de afectos no solamente conscientes sino también inconscientes. Otros que yo han demostrado con qué frecuencia sorprendente los fenómenos llamados de transmisión de pensamiento se desarrollan entre médico y paciente, frecuentemente de manera que supera de lejos la posibilidad de azar. Si estas cosas llegaran algún día a verificarse, podría parecemos a nosotros, analistas, que la relación de transferencia pudiese favorecer extraordinariamente la instauración de manifestaciones de receptividad más afinada. (2012:2). El tema no es para tomárselo a broma, claro. Porque cuando uno tiene estas vivencias, lo primero que considera son los propios elementos que el profesional transfiere sobre la figura del paciente, ¿verdad? Pero, ¿podría no ser solo de eso?
Y es que, posiblemente, lo que evidencia Ferenczi es que está convencido de la importancia de las interacciones en la construcción de la psique de cada uno. Es decir, que para Ferenczi, hay una construcción compartida de la psique del otro, el otro es una creación de los demás; pero no una creación metafórica, sino que, realmente, a través de las interrelaciones se crea la mente del otro que, a su vez, crea la de los demás. Según Genovés (2012), «la importancia del “otro” en la construcción de un nuevo psiquismo se advierte desde muy temprano en la obra de Ferenczi. En ella se podrían separar dos vertientes: por un lado, el “otro” como constructor del psiquismo infantil; por otro, como apuntalador a través de la personalidad del analista en la cura» (ibídem:1). Esta idea, que no puedo dejar de compartir, viene refrendada por las aportaciones que nos hace Castillo (2016).
En efecto, según Castillo, que cita a Jiménez y Genovés (1998), Ferenczi «pone en un primer plano el problema de la gestación del aparato psíquico en un espacio intersubjetivo (Jiménez y Genovés, 1998:246, citado por Castillo, 2016:1) y da especial relieve al contexto en el que se constituye el sujeto» (Borgoño, 2001:196, citado por Castillo, ibídem:1). Desde la perspectiva relacional–intersubjetiva en la que se coloca, subraya que en la obra de Ferenczi hay la «presencia de un amplio conjunto de ideas, propuestas y posiciones que son auténticos fundamentos para una teoría que permitirá dar cuenta no solo de la constitución del psiquismo en un contexto relacional-intersubjetivo sino, fundamentalmente, de la sobredeterminación configurativa que las peculiaridades de ese contexto tienen sobre el referido psiquismo y su dinámica»(Castillo, ibídem:2).
En esta construcción del otro, Ferenczi, en su primer texto “propiamente psicoanalítico” (Genovés, 2012:3), señala, en una cita que este autor recoge, que «los objetos amorosos son introyectados: quedan mentalmente integrados en el Yo. El niño ama a sus padres, es decir se identifica con ellos, principalmente con el del mismo sexo, viéndose de ese modo en todas las situaciones en las que se halla el padre objeto de identificación. En tales condiciones, la obediencia no es un sinsabor; el niño experimenta incluso satisfacción ante las manifestaciones de la omnipotencia paterna porque en sus fantasías se apropia de ese poder y no obedece más que si mismo cuando se pliega a la voluntad a la voluntad paterna(Ferenczi, 1909, p. 126)» (Genovés, 2012:3), en donde se percibe cómo ya hay una variación en la posición respecto a Freud. Parece la idea de introyección de objetos, avanzándose a los postulados que posteriormente adoptó Freud en la consideración del objeto como elemento central en la construcción del Yo.
Desde esta visión novedosa en aquel momento, lo que percibimos con claridad es cómo se va instalando la idea de la construcción del otro a partir de las relaciones que se establecen con él y que, ampliadas, le llevan a Castillo a hablar de construcción compartida de la mente. Evidentemente, no es lugar este para profundizar más, pero en muchos aspectos la visión grupoanalítica –y posiblemente más la que según Farhad, con quien coincido, se denominaría posición radical– no se aparta del pensamiento de Ferenczi. Pero, y en cualquier caso, si aceptamos tal influencia y en convergencia con algunos estudios de las neurociencias (Rizzolatti, G., 1996, Remachandran, 2012), las comunicaciones interpersonales van más allá de las verbales y no verbales, generándose un campo de interacción verba y no verbal en el que habría que poder incluir todas aquellas comunicaciones inconscientes que transmitimos por otras vías, a través de las que todo ser se construye a partir de las relaciones con los demás y, al tiempo, los construye; todo un camino exploratorio.
En este sentido y de cara a los aspectos relacionales, hay que considerar, como importantes, aspectos como la empatía y la alianza terapéutica. La empatía, entendida como la capacidad de sentir lo que siente el otro, ponerse en su piel, habría que pensarla en plano bidireccional, ya que de esta forma el paciente capta que el profesional es capaz de ponerse en su situación; y en cierta forma, la recíproca. Pero esa reciprocidad conlleva acercarse al tema de la mutualidad en el trabajo analítico; lo que no está exento de problemas. En efecto, otro de los aspectos cruciales, y que posiblemente determinara claramente la separación con Freud, fue la idea de análisis mutuo inserto en la idea de mutualidad; si bien esa idea la confundió con la de simetría. Esa tendencia a la horizontalidad relacional –que hoy en día podría incluso ponerse de moda dados los movimientos políticos y sociales de esta primera parte del siglo XXI– no deja de ser un tema muy serio.
En este sentido, Ferenczi, en su texto de 1926, dirá: «para mí, y para mis análisis ha representado un progreso esencial el tomar […] la relación del enfermo con el médico como base del material analítico» (Genovés, 2012:7), y en la línea de volver a pensar la relación con el paciente, se preguntó: «¿es la resistencia del paciente quien provoca el fracaso, o se trata más bien de que nuestra comodidad se resiste a adaptarse a las peculiaridades de la persona, en el plano de la aplicación del método?» (ibídem:8).
Ciertamente el tema es complejo. Y esa complejidad fue explicitada por Ferenczi. En la relación con el paciente, en esta relación de a dos, no es nada fácil el acercamiento que, de hacerse, obliga a que el profesional adopte una cercanía en la que sepa manejar bastante bien la noción de opacidad operativa: ser capaz de hablar de uno sin necesidad de mostrarse como siendo él. Pero en la relación grupal la complejidad es aún mayor. ¿Cómo articular la cercanía, la sinceridad mutua que se demanda en el trabajo grupal, cómo acepta el profesional entrar en la arena que conlleva ser señalado en sus contradicciones, sus posibles favoritismos, sus respuestas sesgadas por la carga de poder… todas estas cosas y muchas otras más las tendremos que ir respondiendo a través de la experiencia y el compartir nuestros propios aprendizajes en otro trabajo de mutualidad entre profesionales.