El grupo como espacio para pensar
En una ocasión definí el grupo como el espacio de elaboración de nuestros procesos internos. Creo que podemos volver a definir el grupo como el espacio mental de elaboración de sucesos, relaciones, afectos y vivencias que conciernen a sus componentes y, por extensión, a los miembros de la sociedad de la que somos parte. Esto visto desde el punto de vista asistencial nos permite pensar que tanto si estoy en la relación con un paciente o con varios a la vez, lo que se crea entre unos y otros no es otra cosa que un espacio para elaborar sucesos y vivencias. Y os recuerdo que para mí, dos ya pueden formar un grupo.
Metafóricamente podríamos decir que el espacio que media entre los que nos sentamos en círculo para formar el grupo, ese espacio representa el espacio mental en el que elaboramos estas cosas que nos conciernen. ¿qué entiendo por elaboración? Si elaborar según la RAE es un apalabra que proviene del latín (Del lat. elaborāre) y significa: Transformar una cosa u obtener un producto por medio de un trabajo adecuado, lo que hacemos en el grupo es transformar una serie de cosas que tienen que ver con lo que nos pasa y obtener un producto que será el resultado de esta transformación; y que, en términos de salud mental, equivaldrá a proporcionar nuevos recursos y nuevas formas de entendernos en nuestras relaciones con los demás. Esa transformación no proviene de las mágicas aportaciones del conductor (que como tal se pone en posición de servir y ayudar al grupo) sino de las aportaciones que hacen los miembros del grupo que tratan de ayudar, aumentar la comprensión de los hechos, dar apoyo e incluso soluciones prácticas a lo que trae cada compañero del grupo.
Ese trabajo de elaboración, es decir, de transformación de lo que expresamos de forma más o menos libremente en un producto nuevo que no deja de ser una mejor comprensión de nosotros mismos y de los demás, nos permitirá entendernos. Aquí convendría subrayar dos tipos de entendernos: una la que supone entender las circunstancias que explican los compañeros del grupo en el contexto en el que se viven, y dos, entender los paralelismos que se dan en el aquí y ahora de la relación asistencial. Es decir, no se trata sólo de entender lo que le pasa en el allá y entonces de la realidad externa al grupo sino la de entender el aquí y ahora de la realidad relacional del propio grupo. Esto es lo que quiero decir con la idea de entendernos.
¿Qué significa entendernos en este contexto de forma más concreta? Cuando un miembro del grupo, por ejemplo, habla y cuenta cosas sin mirar a los ojos de los demás, algo está diciendo. Pero lo hace (en principio y si no anda súper enfadado o es muy, pero que muy tímido) sin darse cuenta; aunque los demás sí se dan cuenta de que no les mira al hablar. Ante eso podemos hacer varias cosas. Una es considerar que es su forma de relacionarse, su forma de ser y dejar ese mensaje silencioso (el de hablar sin mirar) y no indagar en lo que ello representa. Otra sería señalárselo para que tome conciencia de ello; e incluso programar determinados “ejercicios” con el fin de que aprenda a mirar a los ojos de los demás. Una tercera sería indagar de dónde proviene esta conducta relacionada posiblemente con aprendizajes familiares. Otra podría ser decir lo que uno siente cuando le habla sin mirarle a los ojos. Y podríamos seguir, pero lo que estamos haciendo en cualquiera de los casos (a excepción de primero) es tomar un síntoma (aparentemente no problemático) y ponerlo en el pentagrama de las relaciones intergrupales. Es decir, el síntoma silencioso pasa a ser parte de la comunicación oficial. Al hablarlo, al poder poner palabras a esa conducta, lo que estamos haciendo es ampliar los niveles de comunicación con esa persona. Y él a su vez, podrá pensar algo sobre ello y sobre las consecuencias que tiene en sus relaciones con los demás. Ese pensar se da porque alguien ha subrayado un síntoma que pasaba casi como desapercibido. Así comenzamos a entendernos. Y eso con todo. Dicho de otra forma, los síntomas que presentamos las personas siempre guardan relación con aspectos de la comunicación que quedan fuera del pentagrama que leemos normalmente. Eso va desde el ejemplo que he puesto a los elementos y expresiones somáticas y llega hasta el propio cuadro psicopatológico. Así un intento suicida es tan mensaje como una dismorfofobia o una alteración del carácter. Lo que no significa que todos ellos tengan igual dificultad de comprensión y aceptación.
Como en el grupo estamos para hablar de estas y otras muchas más, la consecuencia es que los que participamos de este espacio nos ponemos a pensar sobre los demás y sobre nosotros mismos. Esto conlleva que en la medida en la que vamos cogiéndonos confianza, los temas que se abordan y la forma de hacerlo va siendo cada vez más personal. Ello nos permite conectar con lo que sentimos o lo que nos hacen sentir los demás. ¿Qué siento cuando alguien me habla y no me mira? ¿qué siento cuando alguien mira más a unas personas que a otras o no me mira a mí y a las demás sí? Hablar de estos sentimientos, hablar de lo que nos generamos unos a otros y mirar de relacionar todas estas experiencias con nuestra propia historia, eso nos reubica en el mundo, en el seno de las relaciones sociales y familiares y en el propio grupo.
Pero esto no es gratuito ya que en tanto que estoy para contribuir a elaborar todo eso, es decir, a digerir todo eso y poderlo integrar, me veo involucrado en los temas de los que se habla y de las vivencias que se activan. Ello exige del profesional de la psicoterapia (y esto es lo que lo define como tal) el desarrollo de la capacidad de una disociación operativa que mantenga activados sus procesos mentales. A eso que creamos para conseguir esa disociación operativa le llamo “yo auxilar” aunque quizás para no confundirlo con la definición que se hace de este término igual mejor lo llamamos “yo auxiliante”. Que en realidad se corresponde al “yo auxiliar” que precisa el paciente para poder reactivar su capacidad de elaboración, su capacidad de pensarse.