76) De acuerdo voy viendo la complejidad del hecho convocante. ¿Lo que has comentando en las anteriores preguntas es lo que tiene que ver con el encuadre?
Mira, por encuadre entendemos el marco que los profesionales diseñamos para nuestras intervenciones y desde el que tratamos de entender las cosas. En general se suele emplear el término inglés de «setting», pero creo que en nuestro idioma la palabra encuadre engloba bastante bien el concepto. Habría dos niveles simultáneos: el encuadre externo y el interno. El primero, que no deja de ser sino la plasmación del segundo, queda explicitado por aspectos de los que hemos hablado (cuántos pacientes, qué pacientes, cuánto tiempo de grupo…), y también por aspectos de tipo escénico u hotelero (qué sala, su decoración, su distribución…). El segundo hace referencia a los aspectos internos que posibilitarán que todo lo que suceda en el primero sea encajado de una u otra forma. Éste determina las premisas básicas a partir de las que entendemos las cosas. Es algo así como la determinación de las coordenadas que sitúan los puntos en un plano o en el espacio. Los puntos de referencia que nos permitirán hacer una lectura de lo que sucede y que se diferencia de otra lectura realizada desde otro encuadre, es decir, lo que quedaría dentro de la Función Teorizante. Y este encuadre es personal. Cada uno nos movemos en unas coordenadas. Es como si fuese nuestra «filosofía» de la intervención o mejor, las coordenadas desde las que podemos edificar una filosofía de la intervención. Engloba las circunstancias personales que convergen y la determinan. Y es muy importante poder delimitarlo y tenerlo muy asumido porque es a partir de ese encuadre desde donde podremos pensar las relaciones que se dan en el aquí y ahora del grupo, que es lo verdaderamente importante.
Este es un aspecto, el del encuadre, muy interesante. Sobre todo cuando se oyen tantas voces reclamando eso que denominan «eclecticismo». Porque una cosa es que pueda entender que existen otros puntos de referencia desde los que mis compañeros entienden lo que le sucede al grupo o a un individuo, y otra muy distinta es que mis puntos de vista se modifiquen según sopla el viento: el travestismo profesional como el chaqueteo político siempre acaba siendo un problema. Es como sucede en otros lugares: una manzana para un biólogo no es lo mismo que para un físico, o para un químico, o para una persona hambrienta. Y así, de la misma forma que para el biólogo es el fruto de un árbol, fruto comestible, etc., etc., para un físico puede ser un objeto de forma esferoide, de una textura y peso determinados, que sufre los efectos de la gravedad cuando lo dejamos caer; y para un químico será un aglomerado de determinadas sustancias químicas que han adquirido unas características particulares y que, una vez disueltas en el estómago humano, aportan determinados componentes al organismo humano. La dificultad la tenemos cuando no podemos pensar que todas estas cosas se dan al mismo tiempo, al unísono. Se supone que cada profesional ve las cosas de forma diferente. Pero eso no significa que una visión sea «mejor» que otra, sino que se subrayan elementos diferentes de la realidad psíquica. La cuestión es cómo integrar las diversas ópticas. Cómo concibes estas descripciones de la manzana sin que ello suponga dejar de ver lo que ves.
Si comenzamos por los elementos del encuadre interno podemos seguir las opiniones de Guillem, P., Loren, J. A. (1985: 43), quienes al aludir al encuadre retoman ideas de varios autores. Por ejemplo, comienzan con la opinión de Rodrigué (1966)quien defineel encuadre como «el conjunto de actividades no interpretativas que tienen por finalidad mantener la marcha ordenada del proceso analítico»; y tras él toman la de Winnicott cuando dice que «es la suma de todos los procedimientos que organizan el análisis» (…). Posteriormente nos traen a Liberman quien define el encuadre como el «marco de referencia donde se ubica el terapeuta» y, luego, a Bleger (1970) que distingue dos encuadres: «aquel propuesto y mantenido por el psicoanalista y aceptado conscientemente por el paciente, y aquel (otro) proyectado por el paciente; este segundo encuadre sería el depositario de la parte psicótica de la personalidad y se constituye en una verdadera compulsión a la repetición que a menudo puede permanecer muda o inadvertida» Guillem, P., Loren, J. A. (1985: 44). Si nos detenemos en estas definiciones, fíjate que la idea de encuadre es como la de un complejo caleidoscopio de elementos del punto de referencia a partir del cual entenderemos las cosas. Vemos como en el deporte, el balonmano por ejemplo, un aspecto del encuadre viene determinado por las líneas que fijan el terreno de juego. Si la pelota sale de estas líneas, el árbitro señala un tipo de falta u otro. Si la pelota entra en un espacio delimitado por los postes de la portería, a aquello se le puede llamar «gol». La determinación de las líneas del campo de fútbol, de lo que se llama portería, etc., proviene de determinados acuerdos. Es a partir de éstos que podemos señalar que algo es «gol» o «fuera», o… Pero la interpretación está en manos del árbitro, los linieres… Pues aquí igual: se determinan una serie de elementos que nos servirán para entender, a partir de ellos, algunos aspectos de la relación psicológica cuya interpretación es personal y va a poder ser siendo elaborada por los pacientes. Y es que en el contexto grupoanalítico hay un progresivo desplazamiento de la manera de entender las cosas al resto de los miembros del grupo. Ellos aunque también tienen eso que anteriormente Bleger señalaba de «depositario de la parte psicótica de la personalidad…», no sólo tienen ésta (que también la tenemos nosotros), sino aspectos más neuróticos, más de contacto con la realidad que complementan y enriquecen la lectura que puedes hacer tú.
Desde una visión más ortodoxa, Guillem y Loren, nos indican que el encuadre es un instrumento sistematizado que permite establecer una estructura interna coherente, con validez suficiente para el propósito para el que ha sido creada, que es el descubrir elementos que pueden ser comprendidos dentro de la teoría psicoanalítica o que signifiquen una apertura a la misma. El proceso analítico, gracias al encuadre, queda enmarcado así dentro de los principios generales de la metodología científica con el conocimiento subjetivo, asimilable a lo que el científico Arthur March llama «relaciones no rigurosas» (1985: 45). Pero eso que es la parte del encuadre que te corresponde y al que no puedes ni debes renunciar, se complementa con los aspectos que también se corresponden a la forma desde la que los pacientes leer e interpretan las cosas que suceden.
En mi opinión, en el encuadre interno incluiría también no sólo nuestra filosofía de trabajo (es decir, el marco teórico desde el que trabajamos), sino los aspectos internalizados del contexto en el que trabajamos (esto es, los que guardan relación con la institución y con los compañeros con los que trabajamos y nuestras relaciones para con todos ellos) y, sobre todo, aquellos otros aspectos que guardan relación directa con uno (para qué quiero ese grupo, por qué en este momento de mi vida, qué expectativas pongo ahí y qué creo que va a pasar con ellas, qué experiencias grupales he tenido como conductor o miembro, cómo va a influir este grupo mi desarrollo profesional…), e incluso los que tienen relación con tu grupo personal e interno (qué personas me recuerdan a quien, cuáles han sido mis experiencias grupales, qué tiene ese grupo de mí, cómo va a afectar a mis relaciones personales con los demás y con los míos, porqué este grupo en este momento de mi vida…), y aquellos aspectos internos de tu relación con los miembros del grupo (quien me cae bien, quien no tan bien, qué me sugiere éste, qué me provoca aquel, qué hago con la mirada encantadora de esta persona, etc., etc.,).
Por otro lado, y trasladándonos a los aspectos del encuadre externo, Guillem y Loren recogen información de Grinberg y cols., quienes clasifican los aspectos del encuadre de la siguiente manera:
a) Componentes no sujetos a variaciones circunstanciales. Aquí incluyen aquellos aspectos como el número, duración y frecuencia de las sesiones, el tamaño del grupo, su disposición física y espacial, la existencia o no de temas propuestos previamente, si existe o no una regla de funcionamiento y normativas internas del grupo.
b) Componentes sujetos a variaciones circunstanciales. Aquí se incluirían aquellos que son más variables, como los honorarios. Y finalmente,
c) Componentes accidentales. En este apartado incluyen aspectos como la decoración del local, la inclusión o no del lenguaje no verbal, la formación previa del conductor del grupo, etc. (Guillem, P., Loren, J. A., 1985).
Como puedes ver son de responsabilidad prácticamente tuya, del conductor.
El encuadre externo tiene que ver con aspectos más tangibles: a quién convoco, cuándo, cómo, dónde. Los horarios y la frecuencia que va a tener el grupo, las normas que voy a poner, cómo van a ser mis relaciones con los profesionales que me deriven pacientes, cuáles son las relaciones que voy a establecer con todos y cada uno de los pacientes. Dónde se sitúa este grupo en el contexto en el que estoy y estamos. Esto también tiene que ver con la función convocante. Dentro de este subapartado, Kadis (1974) diferencia los aspectos físicos, de los de la «decoración».
Entendiendo el apartado físico como un contexto con un lenguaje determinado, vemos como emergen otros aspectos. Parece claro que los pacientes deben ser puestos en sillas formando un círculo. Dice Kadis,el círculo es una expresión concreta de la distancia en la que la interacción entre los miembros de un grupo es más libre e impide que se sientan demasiado alejados o ansiosos. Se puede observar el cambio de las sillas hacia atrás o hacia delante cuando el «espacio psicológico» entre los miembros se modifica por la actividad del grupo (1974: 51). Me parece muy rica la información relativa a qué asiento ocupa cada quién: La posición de cada paciente del grupo puede volverse rígida cuando los miembros tomen posiciones relativamente fijas. La posición circular puede ser amenazadora para ciertos pacientes porque pueden resentir o tener dificultades en manejar la sensación de cercanía que la posición circular comunica (1974: 52); también podemos incluir otros aspectos que puedan facilitar otro tipo de informaciones. Por ejemplo, si las sillas no son iguales, o hay algunas diferentes, quizás más cómodas, o quizás la silla del profesional que se utiliza como otra más… Cuando hay sillas fijas y otras que no, los pacientes que requieren más apoyo emocional tienden a escoger las sillas fijas (…) Los pacientes pueden seleccionar las sillas de acuerdo a su preferencia por un tipo particular (1974: 52). Cierto que hay quien puede optar por no formar un círculo; bien porque aquel día, el conductor no deja las sillas de forma más o menos circular (el estado de ánimo de uno también cuenta), o porque de forma deliberada las deja, por ejemplo, a lo largo de las paredes (como si fuera una sala de espera) con el fin de ver qué hacen los pacientes. Foulkes señala que la distribución estándar (…) es que el [asiento] del terapeuta es fijo, y los miembros del grupo disponen de libertad para elegir (2005:127). Pero la experiencia me dice que conviene indicar que no hay sitios fijos. Cada cual debe poder sentarse donde quiera. También el conductor. Los años me han ido enseñando que si el conductor se sienta siempre en el mismo lugar, los pacientes acaban haciendo lo mismo. Pues bien, esto es un mensaje no verbal. La inmovilidad puede muy bien quedar reflejada en esta configuración estática de los miembros y del conductor en sus sillas. Tan sólo habría una excepción: la que derivaría del trabajar con pacientes en estado de confusión suficientemente importantes como para necesitar, justamente, de este punto de referencia fijo y estable. O en los espacios de grupo grande hasta que este grupo haya alcanzado un grado de estabilidad como para poder encajar los cambios de posición de sus conductores.
Hay otro aspecto de la movilidad que tiene mucho que ver con esta comunicación no verbal. Se suele dar una suerte de baile corporal. Cuando el conductor cambia de postura, ese cambio suele provocar cambios en las posturas de otros miembros del grupo. Si el conductor se muestra rígido, estático, inexpresivo, si se coloca medio recostado en su silla, si su vestimenta es monótona…, todos estos elementos también tienen una incidencia en el resto del grupo y permite considerar las relaciones que se establecen, los mensajes que se transmiten por la vía no verbal.
Otro aspecto hace referencia al entorno físico y la decoración. Evidentemente es reflejo de quien acoge al grupo y por lo tanto del Conductor y de la Institución en la que trabaja. Curiosamente, estamos más empeñados en considerar lo que los pacientes hacen (dónde se sientan por ejemplo, o cómo van vestidos) y pocas veces consideramos el espacio como extensión natural del conductor y de la institución. No creo que nunca olvide un grupo que me contaba que había tenido que realizarse en la sala adjunta a la sala de máquinas de los ascensores del hospital, soportando los ruidos cada vez que funcionaba. Ciertamente es un buen ejemplo de cómo ese Centro trataba a los pacientes de psiquiatría. Pues bien, tener claro que el paciente debe ser tratado con toda consideración, en espacios lo suficientemente cuidados y cálidos como para que se sientan bien acogidos, es muy importante. Kadis ya anunciaba en su época que puede influir en sus miembros (1974: 54), así como otros elementos como la luz, el ruido, la presencia o no de alfombras, cuadros… Para Grotjahn, M., (1979), su opinión de estos aspectos es la siguiente: Trato de apuntar a la creación de un ambiente que se encuentre entre la comodidad y el ascetismo (:62).
Estoy convencido de que a través de ello se percibe claramente la personalidad del conductor y cómo ese conductor considera al grupo con el que está trabajando. Y, en el caso de que trabaje en una institución, también expresa lo que la institución representa. Y no podría ser de otra manera. Cierto que podemos pensar que es sólo un aspecto parcial o estético sin más. Pero de considerarlo así estamos desvirtuando todo el lenguaje no verbal que enmarca las relaciones interpersonales; y estamos desconsiderando la relación vincular que existe entre el individuo, miembro de un colectivo mayor, cual puede ser una institución hospitalaria, y la propia institución. Con frecuencia olvidamos la pertenencia a una red de relaciones y que esta red se manifiesta, en el punto que estamos tocando, en aspectos tan tangibles como el espacio físico y algo menos tangibles como la decoración. Con todo a mí me gusta personalizar el lugar en el que trabajo. Creo que es una extensión de mí mismo y pretender mantenerme supuestamente oculto a los miembros del grupo creo que es un grave error. Mira, los conductores hablamos hasta por los codos: nuestra forma de andar, de hablar, de mover los ojos, de respirar, de sentarnos, de vestirnos… entonces, ¿qué temer? Prefiero tratar de hablar de lo que de mí les interfiere ya que ahí se encuentran los vínculos de interdependencia, que ocultarlos. ¿No estamos acaso organizando un espacio de libre discusión entre todos nosotros? La idea de mutualidad, la lógica reciprocidad de nuestras relaciones va en beneficio del desarrollo de todos los integrantes del grupo, conductor incluido.
Todos estos aspectos guardan relación no sólo con los componentes del grupo y su conductor, sino también con la institución en la que se trabaja. En este sentido, Guillem, P., Loren, J. A. (1985: 28) nos aportan una cita de Bleger: la institución en sí misma es un marco que va a influir de manera importante en el setting y en el proceso terapéutico. (…) se constituye como un personaje mudo, como uno de esos elementos del encuadre que, en función de su mudez, se convierte en el verdadero soporte y depositario de los aspectos escindidos y proyectados de la personalidad de cada uno de los participantes y del grupo (Bleger, 1975: 237-249) Como puedes ver, el marco en el que se trabaja determina bastante el desarrollo de los hechos grupales. Tenerlo en cuenta creo que nos va a beneficiar.