80) Has mencionado la cuestión económica. Este aspecto no aparece si trabajamos en el ámbito público, pero sí en el privado. ¿Cómo se aborda?
Ciertamente es un tema delicado. De entrada creo que es un error que en los contextos públicos no se hable de ello. Es verdad que al paciente no le cuesta ni un céntimo; pero esto no es enteramente cierto ya que todos pagamos impuestos y de ellos sale lo que se le paga al hospital por la asistencia que recibimos. Pero esto tiene su aspecto negativo: al no visualizar el costo del tratamiento, su valor queda disminuido. Tanto el valor real como el simbólico. Sé de algún grupo que en estos contextos, cuando un paciente no asistía al grupo, se le pedía que abonase una pequeña cantidad de dinero que revertía posteriormente en el grupo. Y en una consulta privada es más complejo. ¿Cómo valoras el trabajo que realizas en un grupo? Evidentemente todos tenemos el derecho a cobrar los honorarios que consideramos adecuados a nuestro esfuerzo, a nuestra preparación. Pero esto no deja de evidenciar que, en muchos casos, lo que podemos cobrar por el tiempo de tratamiento se puede asemejar a lo que muchas personas cobran por un mes de trabajo. Este punto es delicado, máxime cuando uno ve cómo los colegios profesionales valoran el tiempo de psicoterapia de grupo.
Como puedes figurarte el tema es complejo, tanto que apenas se encuentran referencias a los honorarios en la literatura. Que yo recuerde, solamente Rutan y Stone hablan del tema y hay varios aspectos que revierten en ello. Por ejemplo, ¿cuánto se cobra? ¿Se cobran todas las sesiones, o sólo a las que se asiste? ¿Todo el mundo paga lo mismo, o cada uno paga unos honorarios en función de su situación personal? ¿O paga el grupo un total a repartir entre los miembros del grupo? ¿Se paga en mano o mediante transferencia o tarjeta de crédito? ¿Y los impagados? Estas y otras muchas cuestiones se sitúan en torno a este tema que pocos autores abordan.
La cuestión económica es un tema delicado porque en ella se visualizan toda una gama de aspectos que van desde el reconocimiento y valoración, a los desagravios y agresiones hacia la conducción o al grupo como espacio de relación y de tratamiento. El dinero también es una forma de hablar y de comunicarse, no deja de ser un intercambio de valoraciones, esfuerzos y reconocimientos. De hecho ya el mismo Grotjahn, M., (1979) nos indica que los miembros del grupo muestran mayor renuencia a pagar que en la terapia individual, los integrantes de los grupos pagan con mayor demora (…) a ningún analista le resulta fácil ponerse frente al grupo y hablar sobre los integrantes del mismo que no han pagado. No vacilo en hacerlo, pero me resulta difícil repetir mi pedido. (…) las discusiones de dinero deben permanecer como problema grupal y no debe tratárselas como problemas individuales. (:64-65) Coincido con él, por mi experiencia en que, más allá de las lógicas y hasta sorprendentes diferencias que hay entre diversas comunidades en nuestro país respecto a los asuntos crematísticos, el tema de los honorarios, la forma cómo se manejan, etc., las vicisitudes que aparecen en su derredor es una cuestión más que compleja.
Cuando trabajamos en el marco de la asistencia pública se suele olvidar por ambas partes que el tratamiento tiene un costo. Y éste representa el intercambio entre las partes. La negación de este aspecto por cualquiera de ellas no deja de ser la del valor del esfuerzo que se realiza. Si el profesional no valora el esfuerzo que realiza el paciente, no sólo viniendo y en ocasiones debiendo abandonar el puesto de trabajo sino a través del pago de sus impuestos, se comienza a deslizar una idea de asistencia caritativa o de beneficencia que es totalmente falsa. En ocasiones se descubre cómo algunas actitudes que tenemos hacia los tratamientos grupales están repletas de devaluaciones que pasan por la cuestión económica. Y si lo es por parte del paciente, se está ubicando en la relación, además, un aspecto de exigencia pasivo agresiva, y de totalitarismo peligrosa. Porque aquí no se cumple aquello de que «el cliente tiene la razón» ya que estamos en el terreno asistencial y sanitario. Esta idea puede ser políticamente rentable, pero psicoterapéuticamente muy dañina, con el agravante de que aquí, no sólo se daña al profesional que se considera tratado casi como un esclavo, sino también al resto del grupo. Aquí se trabaja con el esfuerzo de todos. Y es curioso ver que muchas veces en el terreno público, algunos profesionales se permiten ciertos «lujos» que no osarían permitirse en el terreno privado. ¿Por qué? El reconocimiento del valor económico que tiene algo, no reside sólo en el costo para el erario público (que es nuestro erario, claro), sino en el valor simbólico que se le da al trabajo que se realiza. Y esto atañe no sólo a los que directamente están involucrados en el espacio de la psicoterapia grupal sino también a las estructuras administrativas que lo deberían proteger y potenciar.
En el mundo privado todo esto es mucho más evidente y precisamente por ello, más difícil de abordar. ¿Qué costo ponemos al trabajo grupal? ¿Cómo nos manejamos con el dinero en el grupo? ¿Qué manera tenemos de relacionarnos con esta parte de la realidad humana? Hay quien prefiere delegar estos aspectos a la administrativa o secretaria que puede tener en la consulta. Y aquí la palabra delegar está bien puesta. ¿Qué delegamos? ¿Qué hay de «delegable» en este punto? Quizás, con la fantasía y excusa de no contaminar la relación transferencial, para no contaminar la relación terapéutica, se cree que si se delega este extremo en las personas que atienden la cuestión administrativa, ya está arreglado cuando posiblemente lo único que quedó «arreglado» fue la relación terapéutica en un sentido negativo. Porque aquí ya no sólo se trata de un elemento individual ya que puede ser grupal, sino que atañe a la propia estructura del grupo. Si falto, si retraso mis pagos, si pago sólo una parte de los mismos, si acumulo varias mensualidades, si pago cada semana, si… ¿Cómo abordamos situaciones de un cierto maltrato individual que aparece tras el pago de honorarios, en el grupo? Todo esto tiene que ver con aspectos del grupo en su relación con el conductor, con sus propios compañeros, y viceversa.
Sé de grupos en los que el conductor opta por indicar lo que a su criterio debe cobrar por su trabajo semanal, y deja a los miembros del grupo que se organicen en torno a esta cantidad. Esta posibilidad, que en principio parece muy democrática, traslada a los miembros del grupo la responsabilidad de cubrir lo que alguien no pudo (o no quiso) poner. Creo que corresponde al propio conductor y no a los miembros del grupo el determinar si todos pagan igual o no, y qué cantidad. Y ¿por qué? Lo lógico es que todos aporten lo mismo; si bien puede haber casos particulares en los que el conductor acepte una cantidad diferente. Lo que sucede es que esto conlleva introducir diferencias entre los miembros del grupo que no son recomendables. Y también lo es que se paguen todas las sesiones, independientemente de la asistencia o no a ellas. ¿Y qué hacer en caso de enfermedad, ingreso, o lo más frecuente, por ausencias laborales imposibles de evitar? Es muy complejo y algo que en su momento, tendrás que ir viendo qué hacer ante ello; y considerar cómo esto afecta al grupo y lo que va a suponer para ellos en la relación que tienen entre sí y contigo.
Lo crematístico suele quedar siempre apartado de la relación asistencial en una situación absurda y contradictoria con las circunstancias reales, sociales, en las que todos vivimos. La función higiénica propugna también incluirlo como parte de la materialización de nuestros compromisos para con los demás.