84) ¡Al fin! ¡Qué nervios! Ya me reuní por primera vez. Pero fue un poco complicado. Llegaron puntuales y les hice pasar a la sala. Me senté y se me comían los nervios. No sabía cómo empezar así que me presenté y les dije más o menos lo que me indicaste: para qué estábamos y las normas de funcionamiento interno. Se hizo un silencio que me pareció muy largo, eterno. No sabía si debía o no romper el silencio, ni cómo hacerlo. Una persona tomó la iniciativa y se presentó, pero casi no dejó que se presentaran las demás. Dijo que estaba ahí porque su marido había muerto de un accidente (sucedió hace ya un año y no sale de la tristeza), y que desde entonces… bueno se puso a hablar y llegó un momento en el que comencé a sentirme incómoda. Entonces le dije como pude que estaba bien lo que contaba pero que no sabíamos el nombre de los demás, que qué tal si antes de seguir les dábamos la oportunidad de presentarse. ¿Voy bien? Luego pasaron más cosas.
Todos cuando comenzamos a conducir vamos con la «L» de conductor novel. Pues eso, vas con ella y haces lo que puedes; que no es poco. Mira, una vez te has presentado, dado la bienvenida y les has explicado los objetivos y las normas por las que nos regiremos, creo que hay que esperar. Esperar y ver cómo iniciamos la relación, esta nueva experiencia en su vida y en la tuya. Aquí, dar tiempo al tiempo es buen consejo; ahora bien, no es cuestión de estar hora y media callados. No. Tampoco es cuestión de permitir que los niveles de angustia se eleven hasta hacerse casi inaguantables. No. Uno deja pasar unos minutos. En ocasiones te parecerán eternos pero no lo son. Mientras, ve mirándoles, pero no de manera inquisitiva o como quien dice: —¡qué! ¿No va a hablar nadie? O —¿a ver quién es el que se atreve…? No se trata de eso sino de ver cómo y qué hacemos ante esta hoja en blanco en la que algo debemos escribir. Y si van pasando los minutos, te aconsejo romper el silencio, procurar que la situación sea algo más agradable, remarcar lo complicado que parece que resulta el iniciar una conversación ante extraños… o incluso, traer a colación situaciones sociales que pueden ser conocidas por todos y hacer una especie de comparación para ayudarles a romper el hielo. Así, muy fácilmente se iniciará una primera ronda de intervenciones. Por lo general, la gente se presenta con lo que pueden. Y fíjate en cómo lo hacen. Fíjate en si establecen un orden, qué tipo de presentación realizan, cómo está su estado anímico en el momento de la presentación, cómo van sus nervios…
Y por otro lado mira lo que sientes: «se me comían los nervios» o «comencé a sentirme incómoda». Son algunas de las reacciones que sentiste y que nacen de la relación. ¿Qué hacer con ello? Esos nervios que te comían y esta sensación de incomodidad guarda relación al menos con dos cosas: tu propia situación como nuevo miembro del grupo y responsable de su conducción, y por lo que los demás depositan en ti y que se asemeja mucho a lo que les pasa. ¿Qué tal si lo incorporas al discurso grupal como algo que pueden estar sintiendo? ¿O como una aportación personal? De esta forma incorporas al flujo del pensamiento del grupo aspectos relacionados con sentimientos que tenemos.
Si realizamos la tarea de acoger a quienes están ahí, vamos a poder ir constatando cómo cada cual se ubica en una posición concreta. Aquí, sin embargo, tenemos un problema añadido: la psicoterapia de grupo, la psicoterapia grupoanalítica, no es un instrumento de rueda fija; sino que se adapta a los diversos contextos y pacientes con los que trabajamos. Eso significa que, lo que vayamos diciendo a partir de este momento, habrá que irlo adecuando a la situación de los pacientes con los que estás. Tu responsabilidad es ir averiguando si en el terreno en el que te encuentras debes trabajar con una azadilla, una azada, un tractor o con los bueyes como se hacía antes. No puedo pensar en toda la variedad de pacientes y grupos. Pero sí en lo que te señalaba respecto de la función yoica. Cuantas más carencias detectes en su propia capacidad yoica, más presente deberás estar. Creo que esta indicación es una buena guía.
Estamos ante una situación poco habitual: podemos hablar de lo que nos dé la gana; pero ¿cómo se hace esto? ¡No voy a decir lo primero que me pase por la cabeza! Fíjate que la idea «decir lo primero que me pase por la cabeza», suena a loco, a que va a ser un grupo sin ton ni son, sin orden ni concierto, ¿qué van a pensar de mí? Y esto es literalmente cierto; y además es una de las razones por la que actúa la censura. Y seguramente algo de eso es lo que pasaba en el grupo. Pero si bien no deseamos que en el grupo haya tan poca censura que lo haga imposible al aparecer una infinidad de asociaciones inconexas, al tiempo deseamos que no la haya, que no se pongan cortapisas a su pensamiento y que se acabe diciendo solamente lo que es políticamente correcto. Los humanos, en tanto que estamos mínimamente en nuestros cabales, tratamos de hablar con sentido, buscar y encontrar una lógica a nuestros intercambios. Y una forma de dar sentido a lo que vamos a hacer aquí es, justamente hablar de lo que me pasa, hablar del motivo por el que estoy aquí. Y esto, precisamente, va en contra de decir lo que nos pase por la cabeza, sin cortapisas, ¿no? ¿Cómo resuelve cada uno la ecuación? Lo hace como puede y, sobre todo, de la misma manera como lo hace habitualmente.
Entonces una persona va y se presenta, ¿verdad?, ¿cómo lo hace? Si te fijas en la manera cómo se presenta, las palabras que elige, a quien se dirige, en qué pone énfasis y en qué no, apreciarás una forma de colocarse en el grupo y un tratar de ubicar a los demás que guarda mucha relación con la forma cómo va por la vida. Si lo relacionamos con tu experiencia en el grupo —fíjate que es alguien a quien le muere el marido hace una año—, parece que te quedaste atrapada en esta situación y acabó atrapando a todo el grupo. Dices: «me sentía incómoda». Seguramente Ezriel diría que es una relación calamitosa: la lucha entre quiero decirles la rabia que tengo por la muerte de mi marido, el temor a que esa rabia se perciba y, en consecuencia, la solución calamitosa: una cascada de pensamientos e ideas relacionadas con esa pérdida. O en palabras de Stock Withaker, la solución de compromiso. Y desde mi perspectiva, la manera utilizar sus propios mecanismos de poder: simpatía, dramatismo, compasión, timidez… Y ahí vemos cómo es cada cual y cómo se ha hecho en el contexto de su grupo familiar. Posiblemente se están activando en ti sentimientos contradictorios y no sabes muy bien por dónde salir. Su monólogo habla de la cantidad de sufrimiento que le sirve para aislarse del mundo y, al mismo tiempo, paralizarlo. Esto podría ser interesante podérselo decir en algún momento.
Más allá de esta situación en concreto, las hay en las que algún miembro del grupo se coloca en una posición casi como de co-liderazgo. Pueden ser personas con una fuerte capacidad yoica. Wolf (1967) dice refiriéndose a estas situaciones: El terapeuta se encontrará con que ciertos pacientes son agentes catalizadores, cuya conducta estimula al grupo en reuniones iniciales, cuando se tiene en perspectiva una resistencia natural. (…) los más sanos son los que sencillamente quieren hacer una obra constructiva y siguen adelante en el proceso de mutuo descubrimiento y completa relación recíproca (1967:13). Esto, más allá de que se considere estrictamente cierto o no, ya da buena cuenta sobre cómo se perfila el grupo con personas así desde un inicio, y cómo se posiciona cada cual respecto a los demás. Incluso podemos pensar en la aceptación de tu papel. Ahí, como buen director de orquesta, debes seguir un poco el consejo de Wolf, El analista debe ser cuidadoso del catalizador que existe en potencia en cada paciente, y tratar de que aparezca si es para servir a algún propósito constructivo (1967:14). De ahí que la forma en la que te vayas haciendo presente, va a ir significando mucho para los miembros del grupo. Es decir, el conductor acoge esta energía para ponerla al servicio del grupo. Pero como estás en un momento de acogida, debes también pensar en los miembros que, debido a la propia ansiedad, pueden estar pasándolo mal. Y posiblemente lo captaste y como lo que te interesa es que vuelvan, lo mejor es ayudarles a que intervengan o, al menos, que esa persona (que por cierto no creo que tenga tanta fortaleza yoica) deje paso a los demás. Esto significa que en general debes estar atenta a que nadie se marche sin haber dicho nada; o al menos que, si por lo que sea no puede hablar, sepa que le tienes presente, que entiendes algunas de sus dificultades y que le animas a seguir viniendo para poderlas ir resolviendo. E incluso más aún, ¿qué tal si antes de terminar la sesión les preguntas qué tal les fue? Esta pregunta creo que debe hacerse de vez en cuando, sobre todo en aquellas sesiones en las que percibas que se han revuelto muchas cosas. O que están asustados. Cuidar nunca está de más.
En cualquier caso e independientemente del grado de fortaleza yoica que tengan, tu función comienza a ser más compleja. Ese Yo, del que eres un buen representante, debe comprender qué cosas están sucediendo en esta situación novedosa para todos. Esa comprensión tiene que ir de lo más fácil y elemental a lo más complejo y poco evidente. Por eso, el conductor se tiene que adaptar a cada grupo. Es decir, si el grupo presenta serias carencias yoicas, bien por un componente de edad, bien por el de la patología, por lo que sea, esa actitud activa debería ser mayor que cuando las carencias yoicas sean menores. Un grupo de psicóticos, por ejemplo, requerirá más presencia del conductor que un grupo de neuróticos. Un grupo grande, más presencia que un grupo pequeño.
Pero sigamos en esta primera situación. Como conductor debes ayudar a que se establezca una comunicación crecientemente sincera, paulatinamente espontánea: Esta censura reducida debe aplicarse también a las relaciones del paciente con los otros, incluyendo al terapeuta. Este rasgo tan importante nos posibilitará acercarnos a lo que pudiera llamarse el inconsciente social. (Foulkes, 1964:74). En efecto, la censura (fiel aliada de la desconfianza), impone sus normas. Seguramente a lo largo de los siglos de nuestra cultura hemos ido tejiendo los hilos de la censura con el objetivo de ir conteniendo la libre expresión de aquellos elementos destructivos, agresivos, propios y ajenos. De esta suerte, la humanidad, en un proceso de irse civilizando, ha ido desarrollando mecanismos de control que transmite a sus individuos para evitar la destrucción de unos por otros —en cierto modo el proceso civilizatorio consiste en eso—. Pero el temor a ser atacado, dañado, herido o coaccionado por el otro, persiste. Es nuestra herencia biológica. ¿Cómo voy a saber el grado de control que tiene el otro de los aspectos agresivos que posee? ¿Cómo me voy a fiar de quienes tengo delante? Y si me fío ¿hasta dónde? Nadie está obligado a confiar en el otro; pero podemos ayudar a crear un clima de respeto y de franqueza en el que se den las condiciones para que podamos fiarnos cada vez más del otro y de los otros. Eso significa que deberemos poder ir reduciendo los niveles de censura o aumentando los niveles de confianza que es lo mismo que crear las bases para que las negociaciones de poder interpersonales se establezcan dentro de un clima de diálogo y conversación. Así dice Foulkes, que las personalidades de los miembros del grupo vengan al primer plano y que se engranen plena y activamente. Queremos miembros participantes, completa y vitalmente interesados en una situación que les concierne, y que hablen y se comporten con tanta espontaneidad como sea posible (ibídem: 74-5). Fíjate que ahí hay un elemento muy rompedor con la línea ortodoxa del psicoanálisis; porque te incluye. Para ello debes estar y hacerte presente siempre. Trabajar para que se desarrolle una atmósfera suficientemente tolerante y cómoda en la que todos quepan a gusto. Tu poder está ahí. Fíjate que con lo que explicabas en tu pregunta se comienzan a perfilar los miembros del grupo. De entrada hay alguien que no deja que los demás estén, sólo quiere estar ella contigo. Y tiene tanto miedo que precisa poner sobre la mesa común sus cartas antes que nadie: como si así se asegurase el no desaparecer entre tanta gente. La función del monólogo o casi del soliloquio es esa: asegurarse que se es visto.
Pero te decía que hay una parte rompedora en lo que tiene que ser tu actitud en el grupo. Si «queremos miembros participantes, completa y vitalmente interesados en una situación» significa que algo de tu actitud no reposa en la pasividad sino en una actividad expectante. En la transmisión de que todos estamos remando en el mismo bote y en la misma dirección: la búsqueda de una mayor salud mental.
En ocasiones la desconfianza se torna osada. Por eso creo que una de las situaciones con las que hay que tener más cuidado es, a mi modo de ver, aquellas en las que las manifestaciones de la ansiedad hacen que un miembro del grupo quede excesivamente señalado ante los demás. Fíjate que una de las personas comienza explicando un montón de aspectos muy personales e íntimos. Eso tiene un punto de peligroso ya que no se trata de hablar “a calzón quitado” sino que en el desarrollo de un diálogo con los demás hay que amoldarse a la realidad de las personas con las que uno está. Por eso esta actitud le daña y daña al grupo. Cuando alguien toma tal rol, te aconsejo que le contengas; con contundencia pero al tiempo con mucha delicadeza. De hecho algo así hiciste cuando amablemente le señalaste que todavía no sabíamos los nombres de los demás. Perfecto. Así muestras tres aspectos tuyos, y por lo tanto del grupo: que no les dejas a la deriva, que te haces cargo de las circunstancias de cada uno, y que estás para cuidarles y cuidar al grupo.
Por estas razones creo que tu actitud debe ser tal que facilite estar y hablar. Estamos ante una situación en la que la pasividad indica el susto y la ansiedad que se sienten ante esta situación novedosa. En estos momentos las personas que constituyen el grupo, pueden replegarse, pueden iniciar un movimiento dirigido a regresar a posiciones más pasivo-dependientes, más infantiles. Por esto tu presencia es más necesaria. Pero ¿cómo estar presente? Hablando. Conectando con estos aspectos más regresivos que todos tenemos y evidenciando cómo, ante estas situaciones en las que uno no sabe qué hacer, uno tiende a callarse, a meterse en sus propios pensamientos, a refugiarse en la cama, a no salir de casa. De esta forma introduces, como aquel que no quiere la cosa, las reacciones que habitualmente se dan cuando estamos asustados y no sabemos qué hacer. Introduce ejemplos sociales o fisiológicos. Da igual, pero interviene para ir facilitando no sólo las relaciones entre ellos sino la legitimidad de los sentimientos que aparecen y la conexión permanente con el contexto social y el biológico. Y poco a poco, sin prisas, vas dejando que te vean, que te reconozcan como alguien que algo va comprendiendo de lo que les pasa. Dejas momentos de silencio que, tácitamente, indican que si alguien se anima a ayudarte, lo haga. E incluso, si me apuras, puedes dirigirte a alguien que conozcas para preguntarle si algo de lo que estás diciendo le resulta familiar. Y posibilitas tanto el silencio como el que alguien haga alguna aportación más. Y así facilitas que el grupo se reúna en torno a ti. Estamos en un momento en el que es importante tu papel. Ya llegará el de ir desapareciendo, el de ir dejando las riendas del grupo al resto de los componentes. Fíjate que no das soluciones, no indicas el camino de salida, sino que aclaras y dibujas aspectos de la situación.
Aquí la función verbalizante tiene un componente de contención para que aquel que está ante la necesidad de exponerse tanto no se coloque en posición delicada ante los demás y ante sí mismo. Esa contención le contiene y contiene a los demás que ven en ti un aspecto materno y cuidador importante. Y como queda recogido que en ocasiones y ante situaciones de angustia nos colocamos en situación de riesgo, tu intervención contenedora transmite un mensaje: venimos a aprender a cuidarnos.