86)CUANDO TENGO LA SENSACIÓN DE QUE PIERDO EL TIEMPO Y NO AVANZO, ¿QUÉ HAGO?

86) De acuerdo, acepto lo que planteas aunque me genera mucha desazón; o mejor, miedo porque no sé muy bien cómo seguir. De hecho ya se presentaron en su momento; luego trajeron las razones por las que están ahí, pero ahora parece que ya está dicho todo, de tal manera que en la sesión de ayer, la quinta, volvían a por los mismos temas, se daban soluciones, consejos. Todos eran temas y preocupaciones muy diversas, claro, porque una cosa son los diagnósticos y otra lo que les sucede. Por ejemplo, hay un chico joven de ojos azules que me mira con más frecuencia a mí que a los demás, y que nos dijo que tenía problemas con su mujer. Es muy tímido y tiene una serie de comportamientos muy fóbicos que son los que le generan esas dificultades. Y los demás compañeros le iban dando consejos: que si ir al cine, que si ir a cenar… todo un recetario de actividades para mejorar la relación con ella y la relación social. Y es entonces cuando tengo la sensación de que pierdo el tiempo, de que no se avanza. ¿Qué hago?

 

Entiendo tu prisa, pero tranquila, que no se van a ir; es más, no tienes que resolver nada. Tienes y tenéis mucho tiempo por delante. Ahora estate atenta porque este es un momento delicado. Presentarse fue un primer paso. Los nombres e incluso algunos retazos de lo que es «su problema» no dejan de ser pistas de cada uno de ellos. De tu nivel de comprensión, de tu respuesta tranquilizadora, dependerá el recorrido inicial de este grupo. Piensa que tanto su nombre como su «problema», no son más que cartas de presentación. Poco más. Seguramente la forma de presentarse y de explicar lo que les pasa ya es una información importante para ti. Más tarde, cuando el grupo vaya evolucionando, cuando vayan aprendiendo a estar más a gusto consigo mismos y se les vaya agotando «su problema» como recurso, comenzará a aparecer lo que en realidad les sucede. ¡No busques diagnósticos en estos momentos! Eres la conductora del grupo. Ahora se inicia un camino que va desde el «motivo de consulta» al «problema que tengo».

 

Estamos en una situación compleja. Nos recuerda Foulkes (1964) que la naturaleza de las dolencias del paciente varía enormemente, aunque también muestran pautas repetitivas que son características y típicas de condiciones especiales y problemas particulares. Usualmente, los pacientes vienen con una mezcla de dolencias somáticas y psicológicas (…) generalmente se han hecho una revisión médica y, frecuentemente han visto a varios clínicos y especialistas e incluso se han sometido a un largo tratamiento (…) otro tipo de pacientes no viene en absoluto por un médico, sino por amigos, lecturas, películas (: 63-4). También sabemos que hay otras personas que no tienen la convicción de estar seria y realmente enfermos. Pero al mismo tiempo no entienden porqué un dolor de cabeza puede conectarse con un problema psicológico (…) este tipo de personas tiene siempre un cierto interés válido en mantener sus síntomas (Foulkes 1964: 65). Ante este popurrí de posibilidades, ¿cómo vamos a poder establecer entre todos un proyecto psicoterapéutico? Y es que tras un primer momento en el que los componentes del grupo han expresado con sus más y sus menos algunos aspectos que les han llevado a buscar tratamiento, descubren que lo que le pasa a  cada uno no se parece mucho a lo que les pasa a los demás, aunque haya cosas similares. Y también que lo que le ocurre a cada cual suele ser más grave o doloroso que lo que le ocurre al otro, como si quisieran competir en currículum de sufrimiento; a excepción de aquellos en los que su tendencia natural sea la de devaluar o descafeinar lo que les sucede.

 

Esto no está muy alejado de lo que nos pasa a los “psi” cuando estamos en un grupo semejante: nuestro currículum, nuestro puesto de trabajo, nuestras responsabilidades son nuestros «síntomas o problemas» y en cierto modo superiores a los de los demás; a excepción de quien considera que las suyas no valen nada. En estos momentos el recuerdo de lo que señalara Ezriel (1979) puede ser adecuado. Cada paciente trata de establecer una relación con el conductor y con los compañeros, que satisfaga una serie de fantasías inconscientes que son muy poderosas. Por ejemplo, tu “chico de los ojos azules” parece que desea una relación mas cercana contigo que con los demás, ¿verdad? Cada uno llora como puede, y su queja es una forma de reclamar la atención, el aprecio y el reconocimiento de los demás; y el tuyo.

 

Eso significa que desde tu faro observador puedes ir confeccionando el mapa de los deseos, de cómo cada uno se va colocando ante y entre los demás, y en su relación contigo. Y también determinar el común denominador de las diversas aportaciones. Si subrayas los aspectos similares que aparecen, facilitas que, con el tiempo, vayan pudiendo relativizar lo que les pasa individualmente y vean aquello que les es común. Es una forma de pasar de los monólogos o soliloquios a los diálogos con los demás. Por esto es importante que estés presente, que intervengas de forma subrayando lo que es común. Posiblemente eso es la soledad, la necesidad de sentir que alguien les escucha, la de formar parte de un grupo que les de sostén y atención. Cada uno llora como puede.

 

Slavson (1976) nos recuerda que al principio las discusiones del grupo se centran en problemas y experiencias que pertenecen a las vidas y a las relaciones inmediatas de los pacientes (…) que implican sólo una auto revelación mínima y remiten a realidades superficiales (:259). Es el llanto de cada uno. Y es necesario para ir valorando y desarrollando un mínimo de confianza entre todos. Ahora no se puede pedir más. La ansiedad ante esa situación es importante y debes ir valorando la capacidad que tiene el grupo para poder tolerarla de forma operativa. Como dice Slavson, en general es preferible dejar que los pacientes se vean expuestos a esta ansiedad inicial. No obstante, si les resultara difícil superar este estadio, el terapeuta puede señalar el hecho expresando que probablemente se sientan incómodos y que esta incomodidad irá desapareciendo a medida que se conozcan mutuamente. (:259). Es cierta la dificultad de precisar y valorar el grado de tensión que queremos que se mantenga en el grupo. Aunque soy de la opinión de que no es muy recomendable generar niveles de ansiedad muy elevados. La filosofía de que «la letra con sangre entra», no es muy recomendable. Recuerda: homines aperti significa que todos estamos en el mismo barco. Ya llevan sangrando o llorando muchos años. Uno de los objetivos más importantes en estos momentos es el establecimiento de unos niveles de fiabilidad mínimos.

 

Es comprensible que un profesional poco avezado en estos lances pueda pensar que se está perdiendo el tiempo. O incluso algún compañero del grupo también puede estar pensándolo. Y podemos entender que cuando lo explicas a terceros, su susto les lleve a darte consejos para «paliar la ansiedad que te atribuyen, o se imaginan», si bien no pueden ir más allá. Ahí me pregunto, ¿por qué no decirlo? ¿Podemos expresar lo que el conductor piensa o siente? Si consideramos que representas una función yoica, tu reflexión en voz alta de algo que ha surgido en el grupo supone dos cosas: invitar a que cada uno se posicione respecto a eso que has aportado, y mostrar algo que posiblemente no puedan enseñar. Y también que reflexionas sobre lo que sucede en el grupo a partir de lo que captaste. Considera que tu pensamiento está conectado con el de los demás. Que los elementos inconscientes están formando una red de conexiones de las que formas parte. Tus palabras no solo tranquilizan sino que mencionan algo de lo que se está viviendo en el grupo. Es como cuando un padre le dice a su hijo que le ve asustado, ¿qué susto, verdad? Eso, con las connotaciones regresivas e infantiles que le corresponden, no deja de ser como un paseo por el túnel del tiempo. Si eres capaz de poner un ejemplo que vincule temores infantiles con los actuales, estás ayudándoles a establecer vínculos entre el aquí y ahora con el entonces y allí. Eso forma parte también de la ecuación psicoterapéutica.

 

Valiente (1987) toma en consideración lo que Bach le indica al referirse a los niveles de comunicación y de los que hace la siguiente clasificación:

  • Nivel I: es la comunicación equivalente a cuando unas personas se encuentran en una sala de espera (1987:49). Estamos calentando motores. Averiguando de qué va el otro, cómo me ubico ante él, hasta qué punto puedo fiarme.

 

Recuerda lo que me sugiere la lectura de Elias al hablar de nuestras interdependencias: metafóricamente son como gomas elásticas entre infinidad de aspectos que vinculan a los sujetos del grupo. Esta es la imagen que ilustra como van estableciéndose los niveles de poder y control mutuo entre quienes constituyen un grupo. Es un momento en el que reina la confusión. Es un momento en el que, retomando a Valiente, y por lo tanto a Bach, define también un segundo nivel.

  • Nivel II: se alcanza entre personas que acaban de ser presentadas o que va a comenzar una tarea (…) recurren a verbalizaciones estereotipadas, cortas y descomprometidas (…) es un nivel que se caracteriza por las actitudes de defensa, tanteo y cautela (1987:49).

Dado que estamos entre estos dos niveles, ¿qué tal si utilizas ejemplos de la vida social, cotidiana u otros que se te ocurran y que puedan ser paralelos a esos tanteos, como pueden ser los de los comportamientos infantiles en contextos familiares? Si, por ejemplo, señalas que en un principio hacemos como cuando dos personas se encuentran en el ascensor que u optan por estar calladas o, para aliviar la tensión, proponen temas aparentemente anodinos. Haciendo esta traducción, facilitamos que lo puedan entender como parte del juego de aliviar la tensión ante la presencia del otro. Y eso porque un primer conflicto es la pertenencia al grupo (individuo o grupo) (Foulkes y Anthony, 1964: 142-53). El primer conflicto que tenemos es el de hacernos un lugar en el grupo, establecer relaciones con personas que desconocemos. Dicho conflicto tiene mucho que ver con la negociación tácita de los posicionamientos relativos de unos respecto a otros, es decir, de los espacios de poder e interacción.

 

A esos primeros momentos, Kissen, M., los denomina fase de Ansiedad y Dependencia (1979: 71-84); mientras que Horwitz, L. (1967), lo denominaría fase de “de qué hablar y qué hacer. (Kissen, M. 1979: 87-99). Todo ello habla de las dificultades que vamos teniendo y que guardan relación con la ansiedad que sentimos. Y sabemos que la ansiedad no deja funcionar apropiadamente el sistema interno de comunicación de una persona y el mejoramiento de su capacidad para beneficiarse con la experiencia depende de la superación de estos momentos de ansiedad como fuente de distorsión (Bennis, W.; Shepard, H.A., 1979: 174). Claro que podemos pensar, ansiedad ¿pero frente a qué?

 

Estos autores señalan que hay dos áreas de incertidumbre, al menos en nuestra cultura. La primera es la que incluye las actividades de los miembros del grupo hacia la autoridad, o en términos más generales, hacia el manejo y la distribución del poder dentro del grupo. La segunda es el área que abarca las actitudes que tienen entre sí los miembros del grupo (ibídem: 175) Es decir, en este momento de desarrollo inicial del grupo, sus integrantes dirigen su mirada al conductor y a los compañeros con el fin de ir perfilando el lugar que ocupan respecto al primero y el lugar relativo que tienen respecto a los segundos. Estos autores plantean que en este momento estamos en una fase de Dependencia que se subdividiría en tres subfases: una primera de dependencia-huida, una segunda de contradependencia-huida, y una tercera de resolución y catarsis. Pues bien, para la primera subfase en la que estamos y en la que la búsqueda de una meta tiene como propósito reducir el problema de la ansiedad, señalan: para algunos, lo más importante es probar el poder que tiene el instructor para influir en su futuro. En otros, la ansiedad puede surgir de una sensación de impotencia que se vuelve amenazante por la deserción del protector (1979:179). Es decir, el poder aparece como uno de los elementos clave en el desarrollo de los grupos. Cada día estoy más convencido de que la psicopatología es una expresión de poder. Es decir, las actitudes, comportamientos, quejas  y transformaciones psicosomáticas que emergen en el grupo, los comportamientos, síntomas, distorsiones del pensamiento, las emociones, etc., son también expresión del poder individual frente a los demás. Poder que busca, desesperadamente, el sentirse vinculado mediante el amor o el odio al otro, sentirse que forma parte de alguna unidad superior.

 

En efecto, ese poder no solamente está en relación con la figura de «autoridad», sino en relación con el resto de compañeros. A partir de las intervenciones que van sucediéndose, de la manera en que cada uno se introduce o no en la conversación, de qué tema se toma en consideración, o se rechaza, etc., se está llevando una negociación que servirá para ir organizando la matriz de relaciones con la que los miembros del grupo (conductor incluido) van a ir sintiéndose seguros, y con la que se van a poder ir constituyendo (o mejor, reconstituyendo) como personas. Pero también ahí puedes percibir otra cosa: aparece una sutil valoración (en ocasiones no lo es tanto, claro) de quién es más que quién. Es una primera manifestación de los lazos de poder que pretenden establecerse a través de un estudio curricular comparativo de la sintomatología. ¿Quién tiene más currículum de enfermedad, quién de sufrimiento, quién de años de evolución, quién en visitas a médicos, quién en titulación social o profesional, etc.? En determinadas ocasiones me parece oportuno indicar esta sutil valoración, porque no se trata de saber quién es más que quién, sino de establecer un espacio de confianza, de fiabilidad, para poder ir contándonos cosas.

 

Otros autores han hablado sobre esta fase inicial. Unos la denominan de «confianza versus desconfianza» (Kutter, P, 1986), o «de idealización del líder» (Slater 1966), «Fase de exploración inicial de contacto» (Battegay, 1967), «Fase de dependencia, con una primera subfase de dependencia/huída, y una segunda de contradependencia/huída y una tercera de Resolución/catarsis» (Bennis y Shepard, 1979), «Fase I, La conducta individual no compartida es una estructura no compartida», Martin y Fawcett. 1979); pero en cualquier caso, estamos ante un proceso que se inicia con una gran fragmentación, lo cual es compatible con lo que dicen los autores recientemente citados. En efecto, la desconfianza que aparece se comprende porque estamos ante extraños, ante personas con las que nada tengo que ver y de las que no sé si puedo fiarme o no. Esto incrementa notablemente los niveles de ansiedad que facilitan una visión muy fragmentada del grupo y de sus circunstancias. Cada miembro permanece en su propio espacio, sin apenas poder salir; y si sale, es más a la desesperada que con el deseo racional de ir explorando al otro. El único punto de anclaje eres tú. Por ello es lógico que establezcan contigo una relación no sólo de dependencia sino hasta de una cierta y relativa idealización. Esta situación es compatible, también, con la idea de Bion en la que el supuesto básico de dependencia sería el que anima y colorea todas las actuaciones del grupo en estos momentos.

 

Déjame que te transcriba unas líneas que fueron escritas por Garland, C., (1982) en un trabajo sobre la función terapéutica. Intenta localizar este texto, porque a mí me resultó muy sugerente. Habla de estos momentos en los que los pacientes se encuentran entre las primeras sesiones en las que vienen pertrechados de sus motivos de consulta y de ese otro momento posterior en el que los motivos pierden su importancia en tanto que comienzan a emerger otros aspectos más concretos de la relación interpersonal. Y tras la demanda del paciente de que se le ayude, el profesional va y le responde: inclúyete en el grupo, el grupo te ayudará. Y a partir de ahí dice: El paciente que se incluye desea poder presentar su problema con detenimiento, y a beneficiarse de un conjunto de consejos, expresiones de ánimo y apoyo. Es más, se siente obligado a hablar de su problema, más allá de que le cueste, porque esta es su entrada y tiene todo el derecho a encontrar un sitio en el grupo. Y si no dice nada podrían preguntarle ¿por qué está ahí? Y para conseguir ser aceptado con simpatía, la respuesta debe contener, al menos, parte de su problema. Esta es una fase necesaria del proceso de iniciación que denomino fase de confesiones en la que se presentan las credenciales. También es útil para muchas funciones concretas: principalmente, es una forma de entrar como demandante de ayuda y no como aquel que lidera algo.

 

Posteriormente, dependiendo del nivel de desarrollo y madurez del grupo, hay un período en el que la persona que presenta su problema es aceptado por el grupo, y dicha aceptación viene expresada por respuestas de simpatía, de consejos, e incluso una cierta tendencia a comparar y contrastar sus problemas con el suyo. Sin embargo, y tras un tiempo, misteriosamente el problema que había sido presentado desaparece, queda como olvidado. Hay como un límite en la cantidad de tiempo que el grupo le puede dedicar y quizás la persona que acaba de entrar percibe que justamente se sigue hablando del tema. En ocasiones ambos sentimientos quedan explicitados. Al final uno se ve en la tesitura de aceptar que lo que es evidente no es el problema, no lo que el individuo creía eran las razones por las que se le había invitado a participar (…) nuestro problema individual, sin embargo, representando un punto nodal del sistema en el que hay una patología o el problema existe, implicado activamente en lo que no es su problema, o el no-problema

 

Esta es la piedra fundamental sobre la que se construye el cambio en el individuo[1](1982:6)

Como puedes apreciar, nuestra tarea nuestra consiste en facilitar un espacio que se va a ir construyendo entre todos. Esto es muy valioso. Claro que me preguntarás: pero ¿y la angustia que sentimos los profesionales? Bueno, el grupo ve en nosotros a la persona que sabe cómo resolver el problema. Es lo habitual. Como te acabo de decir, el grupo está ubicándose bajo el supuesto básico de dependencia. El conductor es la figura central, es quien tiene la llave para resolver el problema. Es la figura que podremos idealizar y depositar en él las claves de nuestra supervivencia. Esto es normal, porque el grupo busca en el conductor al guía, al sabelotodo, a quien tiene las recetas mágicas a su problema. Y si bien es cierto que hay conductores que acaban creyéndoselo y potenciando esa dependencia a base de aportar soluciones, también lo es que nunca podríamos alcanzar un nivel de independencia si no pasamos antes por la dependencia, aunque, personalmente, como te he comentado, prefiero hablar de interdependencia.

 

Aquí la función verbalizante iría dirigida a facilitar la inclusión de cada uno, a posibilitar un espacio para todos e ir vinculando el motivo de consulta con el problema. Aquí lo fóbico tiene que ver con las ansiedades de relacionarnos con los demás, en explorar territorios vecinos, modificar actitudes y comportamientos, hablar sin guión previo. Verbalizar estos miedos es posibilitar que se den los primeros pasos para que lo fóbico comience a dejar de serlo.