90) ¡Bueno! Lo cierto es que van apareciendo muchos matices que no había sabido ver. Antes también hablabas de los niveles de poder; pero no deja de descolocarme porque no son criterios clínicos. Y además, ni los acabo de ver ni sabría qué hacer con ellos. Sólo puedo decir que en estos momentos el grupo parece que se ha estabilizado. Cada uno ocupa su lugar, los lugares se mantienen y aunque procuro moverme apenas consigo que la gente cambie de sitio. Y se habla un poco de todo, como sin ir mucho más allá.
Guillem y Loren ya traían a colación la cuestión del poder; pero en realidad es una vieja idea que ya anunciara Elias y que también hemos escuchado a otros como Ezriel. Las personas no somos ángeles. Estamos en la tierra, luchamos por las cosas que necesitamos, deseamos un reconocimiento y también una posición relativa con respecto al otro que nos sea beneficiosa. Esto sucede no sólo en el ámbito político de un país, sino en la red social y, por supuesto, en una situación grupal, en la familia. Y en este espacio grupal también debemos ser capaces de identificar los interjuegos que organizamos para estar en una u otra posición respecto al otro. Fíjate cómo «cada cual ocupa su lugar» y subraya lo de «su». Es como lo de Antón Pirulero, que cada cual atienda a su juego, ¿recuerdas? Ese sitio define la posición fija relativa de cada uno respecto a los demás, y la posición estática que mantienen en su vida. ¿qué pasaría si pidieras a las personas del grupo que sobre una hoja de papel en la que se ha dibujado la silueta de una persona, fuesen ubicándose, o ubicando a los demás. Te darás cuenta que fácilmente uno es el «corazón del grupo», otro «su mente siempre atenta«, otro «la mano derecha de alguien». Pues bien, esto no sólo son proyecciones de cada cual sobre un órgano del cuerpo, ni únicamente son símbolos que aluden a la función real o imaginaria de cada miembro del grupo, sino que también son formas de expresar las posiciones de poder de uno respecto al otro. La posibilidad de ir verbalizando estos aspectos en el grupo permite que cada uno se dé cuenta de cómo se organiza en su familia, en su trabajo y en el resto de lugares. Siempre ejercemos poder y recuerda que esto no es una valoración sino que lo enfoco como si se tratara del campo gravitatorio. Considerar este elemento como uno de los constitutivos de toda relación humana y ver cómo se traduce en las relaciones familiares, laborales, es un beneficio añadido al trabajo grupoanalítico.
Hay palabras que fácilmente nos llevan a pensar en terminología política. La causa no deja de ser la carga ideológica que las tiñen por lo que dificultan pensar a partir de ellas. Este es el caso de la palabra «poder». Es un vocablo que asusta un montón. Alarma menos si en su lugar hablásemos de coacción, coerción o influencia; pero a mí no me lo parece porque al introducirla colocamos al ser humano en una posición algo menos romántica. Es cierto que la idea de poder suele remitirnos a fenómenos de fuerza: otro término que puede estar asociado a la física y no necesariamente a la vida social. Para poderlo entender he tenido que pensar en la fuerza de la gravedad. ¿Qué es esa fuerza en Física? Recuerdo que en mi época de Bachillerato aprendíamos que gravedad era la fuerza de atracción que todo cuerpo ejercía sobre otro, directamente proporcional a su masa e inversamente proporcional a la distancia que media entre ambos. Es una característica de los cuerpos, de la materia, y que no podemos señalar que uno la ejerce antes sobre el otro que éste segundo sobre el primero. Es decir, se da al unísono, al mismo tiempo. Con intensidades diferentes por depender de su masa y de la distancia que media entre ellos; pero en último término, fuerzas que se ejercen de forma multidireccional, al unísono y de unos sobre otros.
Algo similar nos sucede: todos nosotros, desde el mismo momento en el que existimos, ejercemos un determinado poder, una fuerza que nos vincula, ata y une. Es simultánea y multidireccional. Lo que no significa que sea necesariamente voluntaria o consciente. Por ejemplo, un bebé llora y al poco tiene a su alrededor unas cuantas personas que se preocupan por él. Evidentemente todavía no sabe que con ese llanto ejerce una presión. Sólo el acto repetitivo de llorar y personas que acuden a donde él, posibilita que pueda intuir que alguna fuerza ejerce. A medida que se va haciendo consciente de ello, el llanto se transforma en un reclamo que puede llegar a obligar a que acuda alguien. Cierto que esa persona puede no acudir. El bebé lo tiene claro: llora más y más hasta conseguir la atención requerida. ¿Podríamos llamar a eso fuerzas de poder? Creo que sí.
En estos momentos deseo introducir lo que recojo de la teoría de las Relaciones Objetales aplicándolo a lo grupal. Los humanos nos vamos haciendo mediante complejos sistemas de introyección, proyección, identificación, identificaciones proyectiva e introyectiva, etc. A través de ellos vamos construyendo lo que se denomina la realidad psíquica de cada uno. Pero esto solo es posible mediante la presencia del otro. Quienes nos rodean contribuyen, sin saberlo necesariamente, a que nos constituyamos como humanos; al tiempo cada uno construye a los demás. De esta forma nos vamos construyendo recíprocamente. Porque los denominados objetos internos no dejan de ser algo que también son objetos externos, algo de los demás. Y en esta construcción conjunta se establecen lazos entre unos y otros que corresponden a los objetos introyectados, proyectados, escindidos, disociados, racionalizados, etc. Por lo que lo que en una perspectiva se consideran mecanismos de defensa (A. Freud), no dejan de ser mecanismos de comunicación; en el sentido de que informo al otro de que algunos de los aspectos parciales que le constituyen, nos constituyen. Que hay aspectos del otro proyectamos sobre él o los demás, y otros que disociamos para poder seguir vinculados. Esos lazos que nos unen, constituyen las interdependencias vinculantes a través de las que los humanos somos más homines aperti, nos posibilitan entender dos cosas.
Desde la vertiente comunicativa todo mecanismo de defensa contiene una forma de entrelazamiento con los demás y con el mundo. Es decir, tanto los mecanismos más primitivos como pueden ser la escisión, la internalización, la proyección, etc., como los más elaborados (intelectualización, racionalización, simbolización, etc.) determinan unas formas de relación y comunicación con el entorno, sean personas, cosas o conceptos e ideas. Estos lazos vinculan todos y cada uno de los objetos interiorizados con sus representantes en el mundo real, al tiempo que ese mundo real vincula al sujeto mediante lazos similares. Es decir, ese mundo interno de la teoría psicoanalítica es la duplicidad en uno del mundo externo; al mismo tiempo que ese se corresponde al interno. Si nos situamos en tu grupo, te están diciendo que es mejor quedarse quietos, cada uno en su sitio. Y que pretender cambiar y arriesgarse a ver el grupo, la vida, desde otras perspectivas les asusta mucho. Justo eso es lo que les enferma, el pánico a modificar aspectos de sus estructuras internas que conlleva, inevitablemente, el cambio en las externas; y ello una mayor integración en el mundo.
Si nos centramos en el mundo individual, el llamado mundo interno está formado por la interiorización de millares de representantes del mundo exterior y de sí mismo, de sus colores afectivos, de las imágenes de sus relaciones con ellos y que constituyen el triplete con los que se van constituyendo las estructuras psíquicas de la segunda tópica. Pero esta interiorización (introyección, proyección, identificación, etc.,) mantiene una constante y estrecha relación de interdependencia con los representantes del mundo real, es decir, con el que está formado por las personas que constituyen los grupos. Eso significa lo que cada uno representa para los demás y viceversa; y, al mismo tiempo, que ese significado, de momento, no puede ser modificado porque no se encuentra otra alternativa de interdependencia que satisfaga a todas las partes.
Desde esta perspectiva, y de forma muy clara podemos entender cómo el individuo va constituyéndose y constituyendo a los demás. Y cómo y al mismo tiempo los demás le van constituyendo. Estos procesos se dan al unísono. Así pues, desde esta óptica, los mecanismos de defensa de los que hablábamos son las características de esos lazos constitutivos en forma de fuerzas de poder, de influencia si se prefiere, mediante los que ejercemos los unos una acción que les modula en miles de aspectos e intensidades diversas. Estos procesos tienen como objetivo establecer diversos tipos de relación vinculante (de apego, de compañía, de solidaridad y también de rechazo, alejamiento, anulación) con el otro, a tenor de cómo son las características que ese otro tiene para el sujeto. Y así, la idea de Bion de que el hombre es un animal gregario guarda, en realidad, una verdad inevitable: precisamos permanentemente al otro para ser uno. Por ejemplo, cuando en un grupo alguien le dice a otro que «lo que acaba de decir es una tontería», está estableciendo un lazo particular con un aspecto parcial de ese otro en el que la devaluación, la descalificación anidan en la trama intervinculante por ambos lados: uno devalúa y el otro se siente y es el devaluado. Aquí, en el grupo del que hablas, hay roles fijos: el que se cabrea, el que tiene miedo, el que no puede soportar las separaciones, etc., y todos estos son aspectos parciales de la psique, tanto individual como colectiva.
Si lo enfocamos desde el otro aspecto que señalábamos, el defensivo, también nos permite comprender cómo los temores asociados a estas mismas relaciones establecen en la propia estructura psíquica una particular configuración personal, alejando al otro en cuanto los temores de fusión, aniquilación, anulación, etc., emergen en la relación. Estos procesos presentan una configuración que parece estar biológicamente condicionada o determinada. Siendo estos mismos mecanismos los que a su vez, dan pie a los primeros y fundamentales momentos estructurales de lo que denominamos aparato psíquico. Y como aparecen temores, partes de estas mismas relaciones pueden quedar cargadas de ansiedad, de malestar, de enfado, de rabia, etc. Estos temores son los que se evidencian tomando forma psicopatológica: que es la resultante entre el temor a la fusión y la que se opone al temor de la soledad y aislamiento.
En efecto, en una línea progresiva, van apareciendo otros elementos comunicativo-defensivos que son elaboraciones posteriores derivadas de la interacción grupal y social. Pero todos ellos mantienen la bipolaridad: por un lado, deseo de afiliación, vinculación, afecto, y aceptación; y por otro, miedo, fantasías de disolución, fusión, enfado y rabia. La aparición del miedo al cambio, a lo que va a decir el otro, a las propias manifestaciones de enfado y engorro, a separarse, miedo a atreverse, etc., y todo esto también son líneas de fuerza, líneas de poder en tanto que a través de la forma cómo cada uno se defiende de la ansiedad que le despierta el otro o la situación, coloca a las personas con las que se interrelaciona en una posición o lugar determinado respecto a uno mismo.
Si las personas establecemos lazos vinculantes a través de estos mecanismos, lo que conseguimos es que entre nosotros se vaya construyendo una compleja red de interdependencias; muchas de ellas son vinculantes en tanto que de ellas depende la organización del tejido grupal familiar, primero, y social después. Y en el grupo en el que te encuentras, una vez ya se han reunido y desde el mismo momento en el que han comenzado a entrar en contacto unos con otros, se lleva a cabo un proceso instantáneo, involuntario, y no siempre consciente de establecimiento de lazos de interdependencia, proceso que se va completando, aquilatando, determinando con el propio proceso grupal. Y si comenzamos a considerarlos, creo que fácilmente llegarás a la conclusión de que son lazos que os vinculan mutuamente, lazos que establecen interdependencias vinculantes entre vosotros.
Tomemos, a modo de ejemplo, la relación que tienes con ese miembro del grupo que te ha parecido más particular; el de los ojos azules te llaman la atención. ¿A qué te recuerdan? No quiero entrar en detalles, pero ese recuerdo con el que ligas «esos ojos y esa mirada» te atan a él de una forma diferente a la forma en cómo te atrapan los demás. Es una relación diferente con la que, a priori, has establecido con ese otro miembro del grupo de mirada quizás más huraña y que tiene un algo que te recuerda a aquel otro paciente con el que hace un tiempo tuviste una serie de situaciones complejas. Pues bien, estas dos relaciones que establecen interdependencias vinculantes, determinan un mínimo aspecto de la matriz que se está comenzando a tejer en el grupo. Ambos pacientes perciben que la posición relativa que tienen uno y el otro respecto a ti, es diferente. Y esto mismo sucede con todos y cada uno de los restantes miembros del grupo. Y este entramado organiza unas fuerzas, fuerzas de poder, mediante las que cada miembro del grupo trata de estar en una posición de ventaja respecto al otro, a los otros, y respecto a ti. Son fuerzas tácitas, implícitas y que posiblemente algún día puedan explicitarse más. En este proceso grupal se van a tener que ir desvelando los elementos constitutivos de la matriz de relaciones con el fin de poder ser conscientes de los aspectos de la matriz familiar que se actualizan en el grupo, y diferenciarlos de otros que pueden organizarse y, de esta forma, acceder a un nuevo planteamiento de vida.
Y es que ahí está lo más curioso y apasionante de este trabajo: de la misma manera que cada uno de los miembros del grupo ya estableció una determinada vinculación contigo que condiciona su forma de estar en él, así cada uno de ellos se ubicará de una forma u otra con los demás. De esta manera se irá manifestando una reproducción del conjunto de relaciones previas; y básicamente de aquellas que les vinculan con el grupo familiar al que pertenecen y que serán las que facilitarán la emergencia de los elementos transferenciales. Me viene a la sazón un fragmento de Skinner (1986) cuando nos habla de los beneficios de la psicoterapia grupoanalítica y que creo que dibuja bien lo que trato de decirte:
Imagínate una circunstancia, por ejemplo, por la que acabamos eligiendo una pareja conyugal, que padece un fracaso o dificultad en un aspecto de su desarrollo y que en cierta medida es parecido al nuestro; esto hace que evitemos aquellas situaciones que nos representan una dificultad, ya que de no hacerlo así nos encontraríamos ante la necesidad de hacer frente a ese fracaso que padecemos. También tenemos tendencia a escoger nuestros amigos a partir de premisas similares a las nuestras, y así desarrollar una filosofía de vivir, una forma de ver el mundo, de mantener actitudes políticas, etc., que justifican esas elecciones y nos aportan razones por las que aquellos que comparten nuestros defectos son superiores y aquellos que no los comparten son apartados y, mejor dicho, evitados. Obviamente, los hijos de tal matrimonio no pueden recibir ayuda en aquellas fases de desarrollo en las que los padres han vivido ese fallo clave, ya que estos padres, y en mayor o menor medida la familia ampliada junto con esa parte de la red social en la que los padres pueden ejercer una influencia y con la que nos relacionamos, no han aprendido hacer frente a tal situación. Y como los adultos, los niños aprenderán a camuflarse, a negar y a evitar las situaciones que representan tal dificultad[1] (1986:9).
Con este ejemplo, trato de visualizar los lazos de interdependencias vinculantes que determinarán las particulares fuerzas de poder y de posicionamiento relativo de unas personas respecto a otras. Y con estos lazos uno llega al grupo y busca el modo de que se articule de la misma manera como se articuló el grupo familiar en el que cada uno se constituyó.
Visto desde esta perspectiva, creo que te puedes ir haciendo una idea más precisa de lo que va a ir significando hablar de las fuerzas de poder, de las maneras a través de las que cada miembro del grupo va a intentar colocar al otro en un lugar concreto. Y en el momento en el que nos encontramos, entender que las manifestaciones del porqué están aquí, qué les pasa, etc., no dejan de ser explicaciones del particular curriculum vitae de cada uno mediante el que trata de colocar o colocarse en una posición determinada respecto a los demás. Piensa que esas relaciones de poder se establecen a partir de la utilización de todos los medios de comunicación —verbal y no verbal— que tenemos a nuestro alcance. No sólo lo que digo o callo sino cómo me muevo, dónde me siento, cómo voy vestido, cómo gesticulo, qué manifestaciones somatoformes expreso, cómo miro, cómo hablo, mi puntualidad, mis rituales antes de sentarme, etc. Estamos ante un organismo —cada ser lo es— cuyas partes, en plena interacción e interrelación dinámica, adquieren una particular configuración en cada momento y siguiendo una determinada evolución en el tiempo. Somos como caleidoscopios en constante movimiento adaptativo.
El ser humano es en realidad una configuración determinada y particular de una miríada de aspectos que establecen con los demás y con todo lo que le rodea, lazos de interdependencia vinculante dinámica, y por lo tanto, mutante y mutable. Nuestra piel posiblemente coincida con la membrana psíquica que determina la configuración que nos constituye como individuos. Membrana que en base a los niveles mutantes de permeabilidad facilita o impide el equilibrio homeostático con los demás seres y aspectos que nos rodean.
La función verbalizante tiene aquí la potestad de recoger el miedo al cambio, el temor a las modificaciones, ya que ello nos incluye en la parte de la corresponsabilidad ante nuestras problemáticas. Esas modificaciones de la posición de cada uno con la que nuestra patogenia y patología nos ubica frente a los demás, representan pasos hacia la normogenia en nuestras vidas y en las de nuestro entorno. En este sentido, la filogenia puede ayudarnos a comprender que no somos seres aislados, pero tampoco pasivos e irresponsables ante las cosas que nos pasan. Mentalizamos así la responsabilidad del individuo y tratamos de ayudarle a potenciar sus propios recursos yoicos.