94) De acuerdo. Mira, el grupo va siguiendo su derrotero y trato de ir facilitando la conversación e incluso he sacado a relucir el tema de las sillas que me empezaba a agobiar. ¿Qué observo? No quiero parecer clasista pero hay una persona que es ingeniero y que a veces parece que hable y piense como tal. Y cuando pienso algo así me descubro divirtiéndome al considerar si cada cual habla en función de sus estudios o actividades. Y cuando intervienen hay momentos en los que me parece percibir que justamente hacen comentarios que, por un lado, dan en la diana pero que, por otro, son atrevidos y que no creo que tolerasen si fueran dirigidos a ellos. Pero y al mismo tiempo, que también hay cosas que, curiosamente, no se le pueden decir a, por ejemplo, la persona que se enfadó, el del cabreo por el móvil y la representante de compras. ¿Estos son lazos de interdependencia?
Sí, de interdependencia vinculante. Mira, Lola, desde el mismo momento de nacer ya estamos estableciendo lazos de interdependencia porque el entorno también los establece con nosotros. En realidad, desde el mismo momento en que somos concebidos, en la mente de nuestros padres comenzamos a estar entrelazados con ellos y, consecuentemente, con la matriz social a la que pertenecen. Pues en el grupo sucede otro tanto. Sus miembros, y tú estás entre ellos, vais creando un espacio mental en el que suceden una infinidad de cosas. Por ejemplo, percibirás con claridad meridiana que hay personas que se caen mejor que otras. Que ante lo que cuentan, dicen o callan, hay reacciones en los demás. Todo esto son lazos que emergen, se instalan, y van condicionando la vida del grupo. En este sentido aparecen como tres mecanismos muy básicos de relación: la escisión, la identificación, la proyección y la identificación proyectiva.
Grotjahn, M., nos recuerda que el grupo es más bien como un teatro circular para la proyección de la totalidad de la mente, consciente e inconsciente (1979:16). Esta cita me parece oportuna. La proyección de los elementos personales no sólo acaece cuando se pone uno ante las figuras del Rorschach, ante los posos de café, las nubes o ante las aguas que hacen algunas baldosas, sino ante cualquier otra situación en la que la configuración de elementos que tenemos ante nosotros permite que nos sugiera cualquier cosa. Y en tu grupo esto sucede, por ejemplo cuando alguien explica cualquier cosa que le ha pasado. A través de esa conversación, y cuanto más libre sea mejor, está mostrando una infinidad de aspectos personales. Es decir, no sólo está mostrando hechos que ha vivido sino que a través de la forma de hablar, de los tonos de voz, del movimiento corporal se muestra tal como es. Y de las palabras que elige y los personajes de los que dice cosas, podemos colegir aspectos que tienen que ver con el grupo y su posición respecto a él. Y así, en la interacción que se va realizando, se construye la matriz grupal.
Pero esta matriz no crece en el vacío o dentro de la cavidad craneal: se desarrolla en el espacio mental creado por los miembros del grupo. Es decir la mente no es algo individual, personal, encerrada en el cráneo de uno mismo. El individuo está sujeto, articulado permanentemente a los demás y en este contexto cabe señalar, como nos recuerda Pines, M., que como Foulkes y muchos otros han señalado, la “mente” es algo que se ubica entre las personas y no es algo que existe dentro del individuo. La mente es social. Todos vivimos pendientes de un universo lingüístico, simbólico, de ahí nuestra necesidad de estudiar y entender con detenimiento nuestro sistema de comunicación, nuestro lenguaje (1989:418). Es decir, en tu grupo, por el hecho de participar e de interrelacionarse, ya están recreando este espacio mental compartido en el que irán fluyendo las ideas, los sentimientos, los símbolos y significados, las metáforas y los elementos de realidad. Piensa que el pensamiento es como el aire que respiramos, entran y salen átomos de ideas que tomamos prestados y elaboramos y volvemos a expulsar al espacio mental para que otros los tomen y los recreen a su vez. Y así infinitamente. Y en él se irán depositando las claves que nos permitirán entender a este grupo de una manera diferente de cómo entenderíamos a otro.
Siguiendo una línea expositiva que sea pedagógica cabría pensar en cómo cada miembro del grupo se conecta con el otro. Una de las vías, que posiblemente sea una de las más importantes para establecer esa conexión, es la de los mecanismos de identificación. Identificarse significa hacerse un poco como el otro. Cuando alguien dijo «soy ingeniero», automáticamente generó algo en los demás que, al menos pudo provocar dos tipos de reacciones: una, confundir el hecho de que sea ingeniero con que todo él lo es. Es decir, confundiendo la función con la persona. La otra, que para aquellos que el «ser ingeniero» sea un valor importante, se fijará de forma particular en sí mismo, identificándose con esos aspectos que tienen ese valor para él. Esto lo podemos trasladar a cualquier intervención que se haga, estableciéndose una líneas de interdependencia que nos vinculan unos a otros. Estos procesos por los que nos apropiamos de características del otro, son de identificación y facilitan el establecimiento de las interdependencias. Este es el proceso de identificación. Con él cada uno de nosotros trata de detectar y conocer qué tiene el otro que pueda ser interesante, qué aspectos del otro le son fácilmente reconocibles, tratando de determinar las similitudes y diferencias que cada cual tiene con el otro. El reconocimiento de los niveles de sufrimiento, y más concretamente, de las historias particulares con las que cada cual llega al grupo, es una de las primeras formas con las que los componetes del grupo van a poder iniciar el proceso de intervinculación. Apenas saben el nombre del otro pero en cuanto conocen algo de lo que le pasa, ese elemento se constituye en la señal identificadora del compañero de grupo. Propiamente son procesos inconscientes, pero estos tienen su correlato en la vida del grupo. Y es que justamente conociendo el relato del otro, cada miembro se encuentra ante la posibilidad de «identificar» aspectos que son similares, iguales u opuestos a los propios. Y tanto en la similitud como en la diferencia, aparece un lazo de conexión. A través de los diversos relatos va emergiendo una genuina configuración del grupo que queda coloreada con las formas particulares de las que cada uno está hecho. Ese color es el elemento que anuncia lo que se está transfiriendo. En el proceso psicoterapéutico se va dando un reconocimiento de los aspectos de identificación que se va ampliando a los aspectos de identificación con los miembros del grupo familiar y otros grupos con los que me he constituido.
Pero pronto irás viendo también que, junto a los aspectos a través de los que nos podemos reconocer como semejantes o disímiles, van a ir apareciendo otros que hablan de lo que cada cual no puede contener, no puede aceptar de sí mismo; o de lo que le sucede. Aquí podemos hacer dos cosas. La primera, si hay cosas que uno puedo oír, escuchar o ver dado el nivel de ansiedad, de angustia que le generan, precisará activar un mecanismo muy básico y presente en los primeros meses del desarrollo humano: la escisión. Con ello lo que nos provoca angustia no es percibido, ni considerado, ni tiene existencia en el discurso, ni en el pensamiento. Hay aspectos del grupo que «no existen». Entenderás que a través de este proceso, el grupo, las relaciones que se establecen, quedan fragmentadas ya que no incorporamos aquello que constituye la globalidad de lo que decimos. Cuando alguien desarrolla esta forma de intervincularse con el otro, sólo unos aspectos de él son reconocidos como existentes, como reales, los demás sencillamente no existen. Fíjate cómo así decido qué acepto y qué no del otro. El poder está ahí presente.
La otra alternativa es proyectar, atribuirle al otro aquello que no podemos aceptar. Y así este elemento que se localiza fácilmente en el otro —en política siempre el oponente es el causante de todos los males—. Esto es, proyectamos hacia el exterior ya que no puede ser aceptado, ni pensado como personal. La localización en el otro parece que va pareja a la idea que «eso no lo tengo yo», y así también quedamos vinculados al otro de forma intensa, por mucho que sea algo rechazado. Recuerdo el para mí fantástico escrito de Saramago, «El hombre duplicado», en el que el mero hecho de encontrarse con otro ser idéntico a sí mismo, le genera toda suerte de ansiedades y angustias. Eso es la materialización de lo proyectado. Por lo general esto suele aparecer cuando el grupo comienza a entrar en temperatura de trabajo; aunque con determinadas personas, eso se hace evidente desde el primer día. Por lo general duele constatar que el otro tiene cosas que tú no aceptas de ti mismo. Por esto estás empeñado en adjudicárselo al vecino. En este punto la actividad psicoterapéutica irá dirigida no sólo a determinar esos aspectos que no acepto del otro sino a ver en qué medida los poseo para, posteriormente, poder tratar integrarlos. La consecuencia será que a partir de entonces esos aspectos que no tolero del otro comienzan a ser mejor aceptados. Lo que no significa que deban ser compartidos.
Pero lo que sí vas a poder ver con claridad es que, en ocasiones, hay personas que ante un hecho, una narración, un comentario, una actitud, reaccionan con una intensidad no ajustada al hecho que ha aparecido. En estas circunstancias te preguntarás sobre el tipo de interdependencia que se establece. Pues el lazo se denomina Identificación proyectiva. Es decir, estoy intentando no hacer mío algo que previamente rechazo con toda intensidad y que fácilmente he localizado en el otro. Y si la reacción que provoca en el que lo escucha también es desmesurada estamos hablando de identificación introyectiva porque está haciendo suyo algo que no desea y que le atribuyen los demás. Estos elementos, todos vinculados a la proyección, fíjate que van dibujando un panorama en el que cada uno se retrata. Pero ¿qué retrata en realidad? No sólo el nivel de sufrimiento, sino aspectos del esquema que ha ido interiorizando en su grupo familiar y del que no puede desprenderse. Es una forma de decir que no puede individualizarse. Es decir, no puede ser él más allá de pertenecer a un determinado grupo familiar. Pero no lo puede hacer porque ha establecido una interdependencia vinculante con el otro o con una o unas personas de su familia que no le posibilita un funcionamiento más autónomo. Ha establecido una relación —y el otro se la acepta por razones posiblemente similares— en la que hay un lazo de poder que les atenaza en una posición paralizante. Eso lo vemos con frecuencia en buena parte de la patología mental, porque esto es lo que la constituye. En este sentido se entiende que muchas personas precisan de una gran violencia relacional para separarse de personas queridas, personas con las que están muy vinculadas. Lo doloroso en estos casos es que la violencia relacional que emerge, puede dañar si no se sabe lo que está sucediendo. Desde el punto de vista psicoterapéutico el objetivo de entrada será el de poder entender el mecanismo por el que esto sucede y ver qué cosas hacen que uno se meta en la pantalla como hacía Woddy Allen en la película «la Rosa púrpura del Cairo». Posteriormente deberemos poder empezar a poner distancia para que, cuando ésta sea suficientemente significativa, pueda comenzar a pensar, a controlar lo que sienten, a poner palabras a esos sentimientos. El objetivo final será el no vivir las situaciones con esta intensidad que lejos de ayudarle a vivir le matan.
A través de estos mecanismos básicos —hay más— fíjate cómo se establece una espesa malla de relaciones, de vínculos mediante los que unos y otros quedamos atrapados, ligados.
La Función Verbalizante tiene en este aspecto la misión de poder describir también los mecanismos que utilizamos los humanos para relacionarnos, expresar nuestros temores y expectativas, señalar nuestras necesidades y solicitar la compañía y acompañamiento del otro. A través de tus intervenciones y las de los demás va pudiéndose dibujar el terreno de los comportamientos humanos desde una compensión que va más allá del simple hecho puntual de una acción u omisión, lo que posibilita un mayor control de los mismos.