Odio y Comunión
La palabra suena muy, pero que muy mal. Suena peor que su significado: Antipatía y aversión a algo o hacia alguien cuyo mal se desea (DRAE). Dicho así suena menos mal, pero sigue doliendo a la vista o a los oídos. Pero esa antipatía y esa aversión hacia alguien la hemos sentido más de una vez. Es un sentimiento que emerge en las relaciones interpersonales sobre todo cuando percibimos que hay alguien que es una amenaza flagrante para nuestros intereses, deseos o seguridades. Y sentirlo no es nada cómodo. Porque uno puede tener rabia a alguien por algo que le ha hecho o dicho. Puede tenerle manía. Pero fijaros que antipatía (lo contrario o en la dirección contraria a empatía) ya es algo más consistente, más duro.
Si es algo que va en dirección contraria a la empatía… ¿qué será? Porque empatía es aquella capacidad de colocarse en la piel del otro. Si fuese así, podría ser que la o las personas a las que Odio fuesen personas ante las que en algún momento he sentido o percibido que podría tener una gran empatía. Y si esa empatía se tuerce… antipatía. Lo contrario a ponerme en la piel de esa persona. ¡Vamos, como que hago los imposibles para que eso que me “podría colocar en su piel” no exista! En consonancia aparece una gran frialdad, una distancia enorme respecto a esa o esas personas. ¿por qué se dará?
Uno de los mecanismos de comunicación es la Identificación proyectiva, ¿recordáis? Es una operación mental, un mecanismo por el que habiendo localizado en el otro, cosas que son mías (en realidad, cosas que he atribuido al otro), me identifico con ellas, estableciéndose así, un vínculo my fuerte con esa persona. Vínculo que, en la medida que eso que he colocado en esa persona son cosas muy valiosas y valoradas por mí como enormemente positivas (si bien no las puedo aceptar como mías) y me identifico con ellas (porque son del otro, y no mías), el lazo que se establece es muy fuerte: el enamoramiento. El enamoramiento es un proceso por el que atribuyo al otro una serie de características que son sobrevaloradas por uno (en tanto que no las valora en sí mismo) y con las que uno se identifica (se las reapropia para obtenerlas), siendo la consecuencia un estar o sentirse atrapado psíquicamente por el otro. Esto es un ejemplo extremo de empatía: uno es capaz de ponerse totalmente en su piel (alias proyección) y pensar y sentir lo que esa persona puede estar sintiendo (identificación).
¿Qué pasa si este proceso se ve turbado de forma brusca y que, en consecuencia de ese hecho, uno percibe que ha estado enganchado demasiado a esa persona?: que la odia. Odia porque la antipatía que le genera (y que supone recorrer el camino inverso al que recorrió tras aquel primer movimiento) es máxima. Y debe serlo porque siempre quedan restos en el otro por lo que fue admirado. Y entonces pasamos a la frialdad, al alejamiento, a la aversión: rechazo o repugnancia frente a alguien o algo.
Fijaros que desde esta perspectiva, el Odio se correspondería, en cierta medida, a la reacción de alguien “desenamorado”, de alguien que creyó que con tal persona, cosa o situación tenía (o podía tener) un vínculo a través del cual su seguridad personal, profesional, etc., estaba garantizada.
Cuando los humanos somos capaces de elaborar, digerir, los sentimientos de Odio hacia alguien o hacia situaciones, podemos entrar en la fase de poder sentirnos unidos (no fusionados) a esas personas o situaciones. Pero esto es un largo recorrido.