“La salud mental depende, en buena medida, de la calidez y la calidad de las relaciones humanas. Las personas nos hacemos las unas a las otras”.
26/01/2016 Elena Lorente Guerrero
¿Por dónde empezar para presentaros a José Miguel Sunyer?
Su ámplia experiencia clínica, gestora, docente e investigadora en el ámbito de la psicología es inabarcable en pocas líneas.
Miquel, como le solemos llamar en el ámbito cercano profesional, es Doctor en Psicología por la UAB, especialista en psicología clínica y en psicoterapia grupal. Lleva muchos años dedicado a esta última, concretamente desde el ángulo grupoanalítico. Actualmente su labor se centra en el desarrollo del grupoanálisis en España, favoreciendo la creación de grupos de trabajo, seminarios y programas formativos.
Aunque desconocida para muchos, Miquel nos explica que la perspectiva grupoanalítica ayuda a la comprensión de las relaciones humanas, generalmente complejas. El grupo se enriquece con la aportación de cada miembro, y transforma las experiencias individuales en crecimiento grupal. Un planteamiento muy interesante para todas las profesiones que se basan en el trabajo en equipo. Partiendo de la premisa de que somos seres sociales, y por tanto en continua relación con los demás y con el entorno, Miquel crea respuesta a respuesta, un testimonio que es una auténtica obra de arte.
· Cuénetanos Miguel, ¿Qué es la psicoterapia analítica grupal?
Hola, Elena, ante todo, agradecerte esta oportunidad. No voy a negar que me gustan estassituaciones, por lo que voy a intentar no defraudarte en demasía. Y seguramente por razones de edad, se agradecen mucho este tipo de reconocimientos. Tengo que admitir, ya de entrada, que muchas de las ideas que aparecerán se corresponden a lo que publiqué en mi texto del 2008: psicoterapia grupoanalítica de grupo. La construcción de un conductor de grupos. Madrid: Biblioteca Nueva.
Me gusta escribir y normalmente lo hago en todos mis seminarios formativos creando y recreando, a partir de la experiencia, textos destinados fundamentalmente a los alumnos de esos seminarios. Parte de este trabajo lo puedes ver en mi web: www.grupoanalisis.com.
Mira, la pregunta es acertada e interesantísima porque, posiblemente sin darte cuenta, introduces buena parte de la complejidad de esta fórmula psicoterapéutica y, desde mi punto de vista, apuntas a un tema complicado cual es el nombre que damos a las cosas. No tengo por olvidar a una secretaria que tuve durante un corto período que ante mi oferta a que usara los diccionarios que le ponía a su alcance, me dijo: No entiendo, doctor, por qué hacemos tan complicado el lenguaje. Si todos sabemos lo que es una casa, ¿para qué emplear otras como vivienda, apartamento, piso, domicilio…? Como comprenderás, Elena, mi asombro y mi desconcierto fueron enormes ya que, por mucho que todas ellas puedan hacer referencia al lugar en el que uno vive, está claro que no es lo mismo una cosa que otra. Hubo una ministro que incluso llegó a hablar de “solución habitacional”. Todo un poema.
En tu pregunta introduces tres palabras: psicoterapia, analítica y grupal. La palabra psicoterapia tiene más de doscientos años: fue introducida por Reil en 1803, o sea, hace tiempo. Si por psicoterapia consideramos que es aquella intervención profesional que va dirigida a abordar lo que comúnmente se llama “patología mental”, (que es por donde la orientaba el bueno de Reil) vamos por buen camino. Me gusta diferenciar terapia de psicoterapia. La primera abarca más, a mi modo de ver, que la segunda que es más restrictiva por cuanto que el término que proviene del griego therapós, alude al hecho de acompañar, dar apoyo, cuidar a quien lo precisa; en tanto que psicoterapia dirige esa ayuda a los aspectos psíquicos de una persona: sería como el acompañamiento a la psique del otro; y me parece que eso conlleva una cierta conceptualización de eso que llamamos psique.
La palabra analítica tiene su controversia. Si acudes a esa enciclopedia virtual que consultamos buena parte de la población y pones la palabra “psicología analítica”, te dirige, como es lógico, a los desarrollos que realizó Jung. Y si bien es verdad que hay quien con la palabra analítica hace referencia a psicoanalítica, me gusta diferenciar las cosas. Jung realizó importantísimos y particulares avances en la comprensión del ser humano, y de su separación de Freud nos hemos podido beneficiar con una forma de comprender al ser humano diferente a la visión del padre del psicoanálisis. Para mí, pues, psicología psicoanalítica no es lo mismo que psicología analítica. Como tampoco son lo mismo, psicoterapia analítica o psicoterapia psicoanalítica.
Claro, cuando ya introduces la palabra grupal ahí abres un melón complicado de comer. Porque siguiendo mis planteamientos, ¿te refieres a psicoterapia psicoanalítica grupal o a psicoterapia analítica grupal? La primera parte de la pregunta me lleva a pensar en Freud y la teoría psicoanalítica, mientras que la segunda me dirige a Jung… ¡Menudo follón! Sí, porque dentro del terreno de la psicoterapia psicoanalítica grupal deberíamos dirigirnos a autores como Wolf, Schwartz, Slavson o incluso Bion y Ezriel o Anzieu, Kaës… cuando en realidad creo que me preguntas por alguien que bautiza a su forma de trabajar como grupoanálisis. Y que es dónde me ubico en estos momentos de mi vida y desarrollo profesional.
Ciñéndome a la pregunta y centrándome en lo que para mí es el trabajo grupal con tintes psicoterapéuticos, el grupoanálisis, te diré que por psicoterapia grupoanalítica entiendo aquella intervención profesional, aquel proceso psicoterapéutico que se realiza en grupo, considerando que lo que ahí se trabaja es lo que sucede entre todos los integrantes del grupo, incluido el conductor. Como verás he introducido modificando tu pregunta, un término nuevo: grupoanalítico. Claro que ahora nos deberíamos esforzar en definir este término, ¿no?
En cualquier caso, y antes de pasar a otra pregunta, quisiera aclarar que lo que podríamos llamar terapia grupoanalítica es aplicable a una infinidad de situaciones como puede ser la supervisión de un equipo, el trabajo que se puede realizar con el personal de enfermería de cuidados paliativos, o con profesionales que no estén vinculados a la salud mental. Es decir, no deberíamos ceñirla de forma exclusiva a la patología mental, sino a desarrollar grupalmente una forma de entender lo que sucede pudiendo incluir en esta comprensión los aspectos individuales, grupales y sociales del ser humano en cualesquiera de los ámbitos en los que podemos trabajar.
· Entonces, ¿Qué es el psicoanálisis?
Mira, es una palabrita que está de moda; al menos en España. Ya sabes que aquí tenemos la tendencia a tomar palabras que nos suenan bien y que tienen un cierto glamur, una cierta modernidad. Lo que está bien y… no tan bien porque confunde. En realidad es el análisis de las personas que integran un grupo incluido su conductor y realizado por el mismo grupo. La palabrita de marras tiene dos orígenes bien dispares, siendo difícil precisar si los derechos de autor los tiene una persona u otra. Uno de los lugares de origen se sitúa en América y proviene de un psiquiatra denominado Trigant Burrow.
Poco se conoce de él (ya se encargan los poderes profesionales en apartar a quien es un tanto molesto), pero tras venirse a Europa con toda su familia para formarse en Psicoanálisis y buscar una cercanía con el propio Freud a quien conoció anteriormente en América, regresó ahí y comenzó a ejercer el psicoanálisis siendo una persona de reconocido prestigio por aquel entonces. Fue capaz de llegar a la conclusión de la importancia que tenía la relación materno filial y detectó cómo a través de esa relación, el bebé adquiere un montón de elementos (normogénicos y patogénicos) vinculados con experiencias que tuvieron los padres antes de su nacimiento. Posiblemente estimulado por muchos otros autores, puso mucho interés en profundizar en la relación que se establecía entre el paciente y el psicoanalista hasta que se encontró con un paciente muy inteligente: Clarence Shields. Este buen hombre le cuestionaba acerca de la contradicción existente entre los planteamientos conceptuales del propio Burrow y la posición física que se establecía en la relación psicoanalítica (sabéis que en psicoanálisis el paciente se coloca tumbado en un diván en tanto que el profesional se sienta fuera del alcance de la mirada del paciente, para evitar la contaminación proveniente del cruce de miradas). Esa crítica le llevó (atrevido nuestro Burrow) a cambiar la posición y a sentarse cara a cara. Y de ahí a organizar un grupo y desarrollar lo que en principio denominó grupoanálisis. Posteriormente cambió el término por el de filoanálisis para enfatizar el elemento transmisor generacional.
La otra persona a quien también corresponde la paternidad del término es S. H. Foulkes. Este psiquiatra de origen alemán, huido por el avance de las tropas de Hitler y refugiado en Inglaterra era psicoanalista y llegó a ser responsable del Instituto Psicoanalítico de Frankfort. En tierra inglesa tuvo que reconstruir su vida profesional y, posiblemente por la influencia que obtuvo de N. Elias (un sociólogo muy interesante por sus ideas respecto al ser humano y su vinculación con lo social) inició su trabajo con pacientes a los que reunía en un grupo. Lo que ahí observó fue algo que le sorprendió: que en las conversaciones normales entre estos pacientes y él mismo, aparecía una enorme cantidad de material personal y que, a través de ese material y de poderlo hablar y compartir, se observaban mejorías notables en ellos. A ese método lo denominó group analysis, es decir, grupoanálisis.
Que ¿cómo podríamos definirlo? Pues el análisis que realizan las personas que están en un grupo de lo que le sucede a cada quien incluyéndose en este análisis al propio profesional que se define como conductor del grupo. Y conductor no tanto como el conductor de un autobús o coche que dirige al grupo a un lugar, sino en el sentido de director de una orquesta: es quien trata de que cada componente extraiga lo mejor de sí mismo para conseguir que la orquesta interprete una buena melodía.
· Ya situados en terreno grupoanalítico, me parece muy interesante tres aspectos: el término “proceso”, que lo que se trabaje sea más que la suma de lo que aporta cada integrante del grupo, y que el conductor no sea un mero observador sino parte activa del grupo y por tanto, vulnerable. ¿Cómo podrías aclararme esto?
Sí, en la primera pregunta introduje la idea de proceso. Un proceso ¿qué es? Podríamos definirlo como el conjunto de elementos y fases que determinan un fenómeno, ¿de acuerdo? Si hablamos de procesos psicoterapéuticos estaríamos haciendo referencia al conjunto de elementos, de fases, de cosas que van sucediendo a lo largo de un tiempo y que determinan la mejoría de uno o varios pacientes. Pero esto no es tan raro, ¿no? Porque cuando hacemos una paella o una simple tortilla de patatas, ese hacerla es un proceso: seleccionamos las patatas, las cortamos, tomamos varios huevos… eso es algo que puede se llamado proceso. Lo que sucede es que cuando hablamos de malestar físico o psíquico, cuando nos situamos en el terreno de la salud, nos olvidamos de la necesidad de los procesos y queremos que nuestra salud se instale casi de forma mágica. Como si el profesional fuese un brujo, un mago que por arte de birlibirloque nos devolviera la salud que habíamos perdido. ¿Suena raro que en pleno siglo XXI esperemos que los profesionales de la salud, personal de enfermería, médicos, psicólogos, terapeutas…, sean brujos o magos, ¿verdad? Es entendible, pero suena a raro. Y se entiende porque no nos gusta encontrarnos mal, tener un dolor cualquiera, sentirnos tristes, impotentes ante el sufrimiento personal o del otro… es cierto. Es raro o al menos no muy frecuente encontrarse con pacientes (personas que padecen) que tengan la paciencia, la esperanza y la sensatez como para coparticipar de un proceso que en muchas ocasiones es largo. Todos, todos toleramos mal la frustración de ver que todos los procesos de curación o de sanación piden su tiempo y que no hay más que eso: aceptar el proceso que ello conlleva.
Mira, Elena, podríamos pensar que el primer elemento “antigrupal” proviene de esa impaciencia, de la frustración que conlleva ver que las cosas no funcionan ni por arte de magia ni son procesos de microondas. Esa impaciencia que la vemos en todo (estamos en un momento social en el que se busca la inmediatez en todo, en internet, en la pastilla mágica, en las gotitas de no sé qué planta, en el propio móvil…) acaba siendo un elemento antigrupal. Pero hay otros. Por ejemplo, ¿a mí qué me importa lo que le suceda al otro? Y es cierto, claro. En realidad, a nadie le importa lo que le sucede al otro. Y por esto no queremos ni oír hablar de un tratamiento grupal. Mira, me viene a la mente una anécdota procedente de la India y Pakistán, creo. Le preguntan a un sabio, ¿qué es el infierno? Y les dice: mirad, imaginaros –les dice a quienes le preguntan –que estamos en un círculo y en medio del mismo se encuentra una fuente con abundante comida. Cada uno de los que están ahí sentados dispone de una cuchara con un mango enormemente largo con el que puede llegar a dicha fuente. Y estando ahí, cada uno de ellos toma la cucharada, pero… no pueden llevársela a la boca ya que la longitud del mango se lo impide. Así se desesperan ya que pudiendo comer, no se llevan bocado a su boca. Esto es el infierno. -¿Y el cielo? -le preguntan. -Pues el cielo es casi igual pero la diferencia es que cada uno da de comer al otro, de forma que todos se alimentan de la fuente común.
Pues eso mismo es el grupo: darnos de comer mutuamente para que todos, todos, salgamos beneficiados. Porque en el fondo, más allá de que el sufrimiento lo posee cada uno y cada uno debe hacerse cargo del mismo, cuando podemos salir de nuestro egoísmo y compartimos nuestras historias con los demás, nuestro dolor va desapareciendo. ¿Magia? No, humanidad. Pero algo más: los demás son como mentes auxiliares que ayudan a elaborar eso que a uno le preocupa, aportando desde otros ángulos, aspectos que a uno mismo no se le ocurren. Y por esto es importante el trabajo grupal (independientemente que le llamemos terapia o psicoterapia), ya que nos permite comprender lo que nos pasa a partir de comprender a los demás y ser comprendidos por ellos. Es a través de ese vernos a partir de cómo nos vemos en los demás, como cada uno va aumentando su conocimiento y control de sí mismo. Así de simple, así de complicado: los otros en uno.
· ¿Qué hace el conductor del grupo?
Bueno, todo esto precisa de un profesional que, desde la distancia que proviene de su propia formación y experiencia, va conduciendo a quienes forman el grupo con el fin de potenciar sus efectos terapéuticos y psicoterapéuticos. Lo que sucede es que, como su presencia también influye en la dinámica del grupo, debe ser capaz de poder ponerse a la vista de los demás y ponerse, en la medida que ello tiene sentido, a la disposición de los demás para clarificar todo aquello que proviene de su propia influencia y, disminuir, de esta forma, los elementos iatrogénicos de toda intervención grupal. Aquí, además, se introduce un término muy rico en el campo grupoanalítico: mutualidad. Todo lo que nos sucede a los humanos es producto de aspectos fallidos de la mutualidad con los demás. Bien porque uno no sabe jugar a la mutualidad, bien porque los demás no saben ser ni sentirse mutuos. La mutualidad, ese arte que conlleva entender que lo de uno afecta al otro y viceversa, esa mutualidad también incluye al propio conductor.
Recuerdo una anécdota: en uno de los muchos grupos formativos en los que he participado o que he podido coordinar, al conductor le sonaron las tripas. Debió ser estruendoso porque todos le señalaron el hecho. Él se negó, una y otra vez, a que “sus tripas habían sonado”. Ese simple hecho, dañó al grupo.
El conductor es una persona al que también se le remueven los intestinos por cosas que pasan en el grupo. Su reconocimiento supone no sólo “humanizarlo” sino facilitar que los demás miembros del grupo puedan pensar sobre qué pasa cuando al conductor se le mueven las tripas. Y suenan.
· ¿Como se organiza un grupo de psicoterapia?
Contestar a esta pregunta es fácil, porque la formulas a nivel general. Pero igual no es tan fácil porque, ya que antes hablabas de proceso, tendremos que pensar que tal organización también es un proceso. Si no lo fuera, con decirle a la secretaria del servicio de psiquiatría, o al responsable del departamento de admisión de una unidad de día o de un centro de rehabilitación que a los diez primeros los citara para un grupo, ya habría bastante. No hace falta que os diga que, si fuese así, no os arrendaría las ganancias. Gracias a Dios las cosas no son así y requieren un proceso.
Hay una idea semejante a la de proceso y es la de función. La tomo de Bion quien en un texto breve y delicioso la viene a describir como el conjunto de operaciones mentales conscientes e inconscientes dirigidas a un fin determinado. Imagina, Elena, que quieres festejar algo importante. Por ejemplo, las bodas de plata de un matrimonio, o sea, sus veinticinco años de andar juntos y comprometidos. Quiero pensar que a poco cariño que les tuvieras, buscarías una fecha en la que pudieran estar presentes, te pondrías en contacto con sus familiares y amigos, decidirías si tal celebración se va a hacer al mediodía o de noche, buscarías un restaurante o un local en el que hacer la fiesta, elegirías un menú, organizarías algo y buscarías la forma de plasmar esta efeméride mediante un regalo. Y eso requiere tiempo. Seguramente más de una noche sin dormir. Requerirá negociar tiempos, lugares, momentos… Pues bien, todos los procesos mentales que están implícitos es a lo que llamo, siguiendo a Bion, función.
Ciñéndome a la organización de un grupo, cinco son las funciones que me parecen básicas para tal fin; o dicho de forma más correcta. La función organizativa de un grupo puede descomponerse en cinco aspectos o subfunciones: la función convocante, la higiénica, la verbalizadora, la conductora y la teorizante. Y las he denominado así porque creo que nos resultará fácil comprender las complicaciones que tiene que sortear cualquier organizador de grupo que se considere tal.
· ¿Podrías explicar la primera?
La función convocante. La primera cosa que tiene que tener claro es por qué y para qué quiere hacer un grupo de psicoterapia. Es decir, tiene que tener en mente los objetivos y las razones por las que plantea tal convocatoria. Es más, este punto no solo lo debería tener claro el profesional que quiere organizarlo, sino que debería poderlo hablar y discutir con su superior jerárquico incluyendo ahí, si fuera posible, al responsable económico del lugar en el que trabaja. Y esto que parece una tontería no lo es: en la medida que tenga el sostén de la estructura se garantiza una mayor estabilidad en la vida del grupo.
Me imagino que hay tantos porqués como convocantes existen en la faz de la tierra. ¿Por qué uno organiza un grupo? Puede ser que se quiera experimentar una nueva forma de abordaje profesional, u ofrecer a los pacientes una experiencia emocional correctora suficientemente potente, o se quiera reforzar las conductas normogénicas de los integrantes del grupo, o favorecer el desarrollo de pautas de conducta que alivien determinados síntomas, o por querer ayudar a que los pacientes adquieran nuevas formas de entender lo que les pasa y el por qué les pasa, o por puro placer personal y profesional. Mira, esta retahíla de porqués, me parece interesante. Podríamos pensar en otros porqués más personales de cada uno; pero ahí no me voy a meter, claro.
Junto a los porqués hay unos para qués. Pero sobre todo hay unos pocos “para qué no” organizamos un grupo. Esos noes vienen encabezados por “no se organizan para ahorrar dinero”, “para hacer más rentable la actividad profesional”, “para atender a más personas en menos tiempo”, “para disminuir las listas de espera”, y cosas semejantes. Ahí habrá que ayudar al gestor económico a entender que la rentabilidad es fundamentalmente social, que el atender a más personas representa no solo un esfuerzo añadido, sino que supone que las consecuencias de tal atención repercuten en mayores grupos familiares pero no disminuye el tiempo de tratamiento (si acaso lo alarga), que la disminución de las listas de espera es un problema de disponer de más recursos y personal y no que éste se convierta en una máquina de hacer churros. Este es un tema muy, pero que muy delicado.
Aclarados los porqués y los para qués, tenemos la cuestión de a quien se convoca. Porque en función de a quien convocamos, de a qué tipo de pacientes ofrecemos un tratamiento grupal, el tipo de grupo deberá ser más terapéutico que psicoterapéutico o no. Y, decidido esto, hay que pasar a la convocatoria en la que deberemos poder trabajar con los convocados algunos de los porqués y para qués que han alimentado la decisión de crear ese grupo y para esta persona.
Es importante que esta parte del proceso, la función convocante, quede bien establecida y suficientemente clara ya que en sus zonas oscuras, en aquellos aspectos que no han quedado suficientemente claros anidarán los elementos antigrupales que pueden llevar al traste nuestro esfuerzo.
· Veo que es más complejo de lo que imaginaba, ¿Y las demás funciones?
La función higiénica. Esta parte del proceso constitutivo de un grupo guarda relación con las normas de funcionamiento, los horarios, el lugar en el que van a tener las sesiones, el ritmo de las mismas y su duración, la confidencialidad de lo que se habla, la restricción de los contactos fuera de las sesiones de los miembros del grupo, la normativa del uso de los móviles y de los mensajes de texto, correos electrónicos y todo el amplio espectro de las comunicaciones entre los pacientes.
Así, deberemos ser claros con la importancia en la asistencia y puntualidad (asistencia y puntualidad obligatorias, así como la duración de las sesiones –entre hora y cuarto y hora y media), la estabilidad del horario y calendario de las sesiones (día fijo, a ser posible, y siempre la misma hora), el ritmo (mejor semanal que quincenal o mensual), el compromiso de no divulgar lo que se dice en las sesiones, el recordar que no es un grupo de amistad sino de trabajo, y establecer una normativa respecto a los teléfonos y el uso de los mensajes que pueden acabar constituyendo un grupo paralelo fuera del control de lo que sucede en el grupo.
Otra es la función verbalizadora. Mira, Elena, sabes bien que a un grupo se viene a hablar. ¿y de qué se habla? En principio de todo, de todo lo que nos atañe como individuos y como grupo. De lo que nos pasa a cada uno fuera y durante las sesiones. De todo. Y esto, en principio es fácil, ¿verdad? Pero la realidad nos dice que no lo es. Porque si bien en un principio hablar de lo que “nos ha pasado o nos está pasando” es relativamente fácil, cuando ya hemos hablado de ello y sigue estando ahí el dolor, la preocupación o la ansiedad… ¿de qué hablamos? Y es justo ahí donde se inicia el proceso de tratamiento; precisamente ahí. Porque es cuando comienzan a aparecer diferencias, situaciones de tensión entre unos y otros, momentos de placer y de dolor compartido. Situaciones que requieren el desarrollo de la empatía y constatar que no siempre suele estar presente. Momentos en los que uno tiene que olvidarse de sí para ponerse en la piel del otro y entenderlo desde esa posición.
La cuarta es la función conductora. Parecerá sencillo pero la conducción requiere, fundamentalmente, mucho arte. Se trata de ayudar y hacer los posibles para que se instale un sistema de relación (muy relacionado con las características y experiencia del conductor y de ahí su nombre: patrón), un patrón relacional que sea terapéutico y psicoterapéutico. Tener la habilidad para sostener los silencios y los momentos emotivos, las tensiones y las situaciones de placer, los tiempos de evasión grupal y los de contacto con aspectos muy íntimos de todos y cada uno de los miembros del grupo. Facilitar la emergencia de consejos e incluso la incorporación de técnicas que ayuden a aliviar la tensión o a evitar la repetición de modelos de comportamiento y de pensamiento patogénicos. Y al tiempo, posibilitar la comprensión de los mecanismos psíquicos que se activan como forma de evitar o aliviar la ansiedad a costa, en muchas ocasiones, de un aumento de la patogenia en vez de caminar hacia la normogenia.
Finalmente, La función teorizante. Eso es crucial. Todo lo que sea incrementar nuestro bagaje conceptual profundizando en los diversos autores que nos ayudan a entender el funcionamiento del denominado “aparato psíquico”, poder articular conceptualmente lo que sucede en el grupo, a las personas tanto individual como colectivamente, con el conjunto de aportaciones conceptuales de los autores de referencia, es crucial si lo que queremos es hacer una tarea profesional que diste de ser solo una experiencia puntual. Esa función debe articularse con la asistencia a seminarios, espacios de supervisión, y el desarrollo de la habilidad de escribir como forma casi elemental de elaboración conceptual básica.
Me ha gustado mucho esta lección conceptual. Los lectores interesados en profundizar más al respecto podéis consultar:
– Artículos y publicaciones de JM Sunyer.
– Conferencia «El Poder, elemento presente en toda relación interpersonal».