Extracto del capítulo 1 para Seminario Introducción Madrid 2015-02-03
MQ: el libro fue concebido como una entrevista que me realizaba Lola, una alumna del curso de grupos. Ese formato tiene sus ventajas, claro; y el inconveniente de que la información hay que irla entresacando de las respuestas y del propio diálogo.
- De acuerdo, qué te parece si empezamos definiendo grupo. ¿Qué es o qué significa la palabra grupo y qué significa para ti?
Mira, Lola, antes de nada preferiría organizar lo que vayamos diciendo en torno a varios ejes. Cuando organicé mi tesis me resultó muy útil, y creo que puede serlo para ti, exponer las ideas en torno a tres ejes fundamentales: significado, significante y referente. No recuerdo de dónde lo saqué, pero no es mío; lo más seguro es que saliera de algún texto estructuralista que cayó en mis manos en aquel momento. De todas formas añadiría un cuarto eje: el clínico o práctico; creo que es el que a fin de cuentas nos aporta información sobre el tema de la psicoterapia de grupo en general y la psicoterapia grupoanalítica en particular.
Preguntas por el significado de la palabra. Desde este punto de vista, cuando hablamos de “grupo” podemos entender varias cosas, y de lo que por él entendamos,dependerán las intervenciones que realicemos.
Abordar el significado de cualquier palabra, Lola, y de esta en especial, supone pasearnos por diversos territorios. El primero, el que tenemos más a mano, es el de los diccionarios. El de la Real Academia Española dice que grupo significa Pluralidad de seres o cosas que forman un conjunto, material o mentalmente considera. Si tomamos otra de nuestras lenguas, el diccionario de catalán nos define Grup como “conjunt de persones o coses formant com una unitat dins d’ un conjunt més nombrós o complicat, pel fet d’estar més juntes, més intimament unides, tenir certes semblances, una característica comuna”. Desde otra perspectiva y también en este idioma, “Grup (v. grop): nus o bony de la fusta, de la pedra, etc., inflor tempestuosa de núvols, en oc. Grop”. Si buscamos en inglés, vemos que Group significa “In fine arts, two or more figures or objects forming complete design or distinct part of one; number of persons or things standing near together, knot, cluster” Y en francés, “Groupe: (Ital Groppo, même que croupe). Un certain nombre de personnes reunies. En sculpt. et peint: assemblage d’objects tellement rapprochés ou unis que l’oeil les embrace à la foi.” El común denominador es la idea de personas que están juntas, que comparten algo, que presentan una unidad.
El significado de la palabra dependerá entre otras cosas de los territorios por los que nos movamos. Te propongo que de entrada vayamos al de la psicología social, posteriormente a la clínica con alguna pequeña incursión al campo psicoanalítico y finalmente nos ubiquemos en el terreno de la psicoterapia de grupo. Si entramos en el de la psicología social y de grupos en general, puedo observar la dificultad para delimitar y explicar su significado. Como nos señalaba Sbandi, P., (1977), encontraremos tantas definiciones como autores se dediquen al tema; y a este abanico contribuyen muy mucho la perspectiva y la experiencia profesional de los que lo proponen. Es el caso de aquellos que no son clínicos, como por ejemplo el propio Sbandi (1977) quien nos ofrece, de entrada, unas cuantas definiciones procedentes de varios investigadores: “Hiebsch, (1966: 67-69), entendemos por grupo un conjunto de personas que dentro de un marco de coordenadas espacio—temporales cooperan unas con otras y, por consiguiente, se hallan mediata o inmediatamente en activa relación o comunicación mutua (mínima en cuanto a intensidad, extensión e intimidad), y que por su propia iniciativa forman un orden interno y están orientadas, cada una según sus funciones a la realización de un valor” (Sbandi 1977: 93), o la que dio anteriormente Geiger “como pluralidad de personas fundidas en un nosotros (1927:34)” (1977: 93), para finalmente proponer la suya: “una figura social en la que varios individuos se reúnen y, en virtud de las interacciones que se desarrollan entre ellos, obtienen una creciente aclaración de las relaciones de cada uno con todos los demás y con las otras figuras sociales (Sbandi, 1977: 97). Estas definiciones ponen el acento en aquellos aspectos que toman relevancia desde una perspectiva más social. Destacaría dos cosas: de un lado, palabras como “relación”, “fundidas”, “interacciones”, porque creo que más adelante nos pueden ser útiles, y por otro, que se considera al sujeto como la unidad básica que “se relaciona con”, “se funde en”, “interactúa con”…
Si ahora nos vamos a bucear por aquellas que tienen ya un acento clínico, como es el caso de Battegay, R (1978), vemos que señala que para él “grupo es una formación social altamente organizada, compuesta por un número casi siempre reducido de individuos estrechamente relacionados entre sí” (1978:16), y lo diferencia de masa y de multitud. Y más tarde recupera la distinción de Cooley de “grupo primario” diferenciándolo de la de Sport de “grupo secundario”. De hecho, Lola, si investigas en otros autores irás viendo definiciones más o menos similares y tal similitud guarda mucha relación con la idea de “número casi siempre reducido de individuos” que nos indica Battegay. Ello se debe a que la mayoría de nosotros trabaja habitualmente con grupos de pocas personas. Y si nos adentramos en la zona más psicoanalítica, lo que conlleva incorporar aspectos de la dinámica inconsciente, al tiempo que de las ideas, representaciones y fantasías que nos hacemos de ese objeto llamado grupo, nos encontramos con otro escollo: al buscar una definición que se adapte a nuestro mundo clínico, asistencial, y que pueda explicar lo que es un grupo desde este ámbito, aparecen divergencias que provienen de las diversas posiciones que dentro de este mundo tenemos los profesionales del ramo. Divergencias que me llevan a pensar, como nos indicó Nitsun, M. (1996), que el grupo permanece siendo uno de los más misteriosos elusivos y controvertidos conceptos psicológicos. ¿Qué es un grupo? ¿Existe realmente? ¿Será una ilusión tal y como Bion (1961) y Anzieu (1984) sugirieron? (1996:1)1. Y claro, cuando uno reflexiona sobre ello en el contexto de una formación en psicoterapia de grupo, no es difícil compartir lo que Nitsun señala; sobre todo si se atiende a lo que desde un planteamiento más clínico-social exponen Bleger, L.N., y Pasik, N. R. (1997): “El abordaje de los grupos es una tarea ímproba, una posible “teoría de los grupos” es casi imposible de constituirse como objeto teórico. Es más probable conceptualizarla como “espacio de conflictos”, atravesado por un sinnúmero de instancias de deseo históricas, institucionales, sociales, por lo que se hace imposible un intento de explicación desde una sola disciplina”2(1997:12); posiblemente tal variedad sea una expresión más de la dificultad de los hombres para compartir experiencias obtenidas desde diversos lugares de la vida. Éstas conforman una manera de ver el grupo y de estar en él que se corresponde con una representación mental que hago de ello; una representación que hace referencia a lo que el grupo simboliza para mí, qué imágenes, qué fantasías, qué ideas y pensamientos me suscita el grupo y mi relación con él.
Para que te hagas una idea, Lola, Anzieu, en su texto de 1978, indica un aspecto evidente: “todo grupo es una comunidad”. Pero se pregunta, ¿comunidad de qué? y a partir de ahí inicia una crítica a posicionamientos de autores que vienen de experiencias y hasta de disciplinas diversas: Durkheim, Fourier, Tarde, Freud, Lewin, etc., para acabar concluyendo que “el grupo es una puesta común de las imágenes interiores y de las angustias de los participantes” (1978:131), que es una descripción de lo grupal basada exclusivamente en una perspectiva psicoanalítica. Es decir, es una concepción muy centrada en el mundo interno del sujeto, desde una perspectiva básicamente de conflicto. Conflicto que, aunque de ello espero poder hablar más adelante, lo plantea como resultado de las diversas imágenes interiores de sus componentes. Quizás la palabra comunidad que aporta Anzieu pudiera entenderse como “común unidad”, lo que nos permite pensar en el grupo como un entramado de algo que conlleva la idea de unidad o la de “puesta en común” de algo. Posiblemente podríamos comenzar a pensar que el “conflicto” se sitúa más en las interrelaciones que establecemos que en el interior del individuo. Pero de esto ya hablaremos más adelante.
Si nos adentramos en aguas más centradas en la psicoterapia de grupo, uno espera encontrar entre los que podríamos denominar “clásicos” unas definiciones que nos ayuden a comprender qué entienden ellos por esa formación humana. Pero sorprendentemente no es así. En realidad hablan más de lo que es “psicoterapia de grupo”, que de “grupo” como tal objeto de estudio. En algunas ocasiones podemos encontrar una idea de grupo que parece aludir a un estado evolutivo básico en el desarrollo del individuo indicando un camino muy sugerente.
Por poner un ejemplo, Slavson, S.R., propone una idea evolutiva: Lester Ward (…) sugirió (Ward, 1911) que las etapas del desarrollo de la naturaleza eran el quimismo, el batoísmo, el zoísmo y el psiquismo. En un seminario sobre trabajo con grupos (1939) sugerí que la etapa siguiente del desarrollo del hombre era el grupismo (1976:27). Es muy interesante leer algo escrito tan a principios del siglo pasado. Dice Slavson, parecería que el estudio del hombre como individuo o en grandes masas no basta. El paso siguiente será la exploración y el adiestramiento de su naturaleza cuando actúa en las dimensiones del tiempo, el espacio y, lo más importante de todo, en sus relaciones con otros seres humanos. Se verá forzado a escudriñar su naturaleza y sus potencialidades en el grupo, porque a través de los grupos alcanza el hombre su grandeza, y en los grupos encontrará los instrumentos que lo llevarán a la eficacia social y a la plenitud (…) necesitamos hallar procedimientos que pongan al hombre en una relación diferente con su prójimo. Necesitamos hallar medios que nos permitan forjar el inconsciente de modo tal que las hostilidades y las agresiones que el hombre dirige contra otros y contra sí mismo, puedan ser si no eliminadas, por lo menos disminuidas y sublimadas. Esto sólo puede lograrse a través de las relaciones humanas y de los grupos, con su poder de sancionar, prohibir, controlar, aceptar y rechazar (27-8). Fíjate, Lola, cómo aparece una semilla que nos posibilita muchas cosas. Todo ello nos hace pensar que este autor, uno de los clásicos, considera que se ha llegado a una “etapa grupal” en el desarrollo de la humanidad que le ha permitido organizar esta forma de intervención que denomina “psicoterapia de grupo”. Y, entonces, pasa a definirla como “una reunión voluntaria de tres o más personas, en una relación libre y cara a cara sujeta a un liderazgo, que tiene una meta en común y que en relación con la misma genera una relación recíproca entre sus miembros, de la cual puede resultar el desarrollo de la personalidad.” (1976:59). Es decir, define una etapa en el desarrollo humano a la que denomina “grupismo” y luego pasa a definir la “psicoterapia de grupo” como objeto de su estudio. Cierto que aparece una noción novedosa al señalar que: “al orientar esta inevitable y favorable “tendencia a unirse” es esencial comprender y mantener las diferencias existentes entre individualismo e individualidad (…) [que] reside en que en la última se preserva y se respeta la dignidad y la singularidad especial de cada individuo, mientras que al mismo tiempo se lo motiva socialmente. Esto es, el individuo se halla inextricablemente ligado a su matriz social y no concibe sus acciones y los productos de las mismas sólo en términos de ventaja personal (1976:23), en donde introduce la idea de matriz a la que el individuo estaría vinculado. ¿Considera Slavson que el grupo constituye una matriz de relaciones de forma similar a la que lo entiende Foulkes? Creo que no o quizás que no pudo, dadas las circunstancias de la época en la que vivía, a pesar de ser uno de los pioneros que a partir de una realidad clínica osó introducir métodos de intervención grupal desde perspectivas psicoanalíticas. Slavson parte de la teoría psicoanalítica y se muestra un poco crítico con ella, si bien no desarrolla una conceptualización del grupo como entidad que vaya más allá de la unión o reunión de personas.
En otras ocasiones, Lola, que hay quienes cuestionan la dicotomía grupo-individuo. Esta es la posición del Grupoanálisis que puedes leer en un trabajo precioso de Dalal, F. (2002), fortalecido posteriormente por la crítica que le hace Lavie, J. (2005). En efecto, cuando Dalal se formula la pregunta sobre “qué es un grupo” y tiene que responderse, lo hace de esta forma: “la forma habitual de definirlo es como una colección de individuos. En esta cuestión aparece el supuesto de que el individuo es algo más básico que el grupo y en tanto que la naturaleza de lo que es un grupo está en discusión, no lo está lo que es el individuo (…) ¿podrían considerarse las personas, los individuos, como algo segregado de los grupos?”3 (2002: 18-9). Esta discusión no es baladí, aunque lo parezca y dependerá mucho del punto de vista desde el que se defina el objeto-grupo para su posterior comprensión. Es decir, si considero que el grupo es una colección de individuos que han sido “agrupados” para una finalidad determinada, ese punto de vista condicionará la comprensión de los fenómenos que será diferente a si considero que todo grupo es una extracción de individuos de su red social, o si digo que el grupo es, sobre todo, lo que nace de un entramado de interdependencias vinculantes que determinan y marcan las interrelaciones de las personas que lo constituyen a través de fuerzas y manifestaciones de poder.
En efecto, la tendencia que tenemos es la de considerar al grupo como el resultado de agrupar a una serie de personas con las que el grupo es el resultado de esa agrupación. Pero si lo vemos desde otra perspectiva, el grupo siempre está ahí: nacemos en el seno de un grupo, trabajamos con más personas, nos solemos divertir en compañía de otros, permanentemente estamos inmersos en la sociedad que, a la postre no deja de ser un grupo enorme. Y esto lo puedes ver cuando consultas textos de autores más cercanos a la posición grupoanalítica como puede ser Kadis et al., (1974): “El individuo humano nunca existe aislado, y mucho menos en un profundo sentido psicológico. Es como si tuviese – para su bienestar- que mantener no sólo un equilibrio dentro de su propio sistema, sino también dentro de un sistema que comprende a cierto número de personas significativas” (1974: 14) y también que “Los individuos no son más que nodos en este juego de fuerzas y el equilibrio de cada uno de pende del equilibrio de los demás. Llamo a esto red de acción recíproca” (1974: 14). Es decir, desde esta óptica el individuo derivaría del grupo, como apunta, entre otros, Dalal. Ahora bien, si incorporamos las aportaciones de Elias acabaremos viendo que ese juego de fuerzas y equilibrio de las que habla Kadis son de poder, entendido éste como algo similar a lo que la gravedad representa para los cuerpos físicos.
Y finalmente, encontramos otros autores que no definen el objeto de estudio, el grupo, sino que se centran más en la utilidad psicoterapéutica del mismo. En efecto, si te sumerges en otros textos de autores acabarás descubriendo que se centran en el objetivo terapéutico sin antes definir lo que es un grupo o sin definirlo demasiado. Por ejemplo, leyendo a Wolf, Schwartz, no he sabido encontrar una definición del objeto de estudio, pero sí de la utilización terapéutica del mismo. Así estos autores nos indican que “la psicoterapia es una violación del aislamiento (…) la psicoterapia y especialmente la psicoterapia de grupo (valora) al individuo en relación con otros” (1967:XI). Es decir, lo que indican es que el aislamiento es la enfermedad y el grupo la salida al autismo que lleva asociado.
Si buscas otros pensamientos, nos encontramos con un texto escrito por Rioch, M.J. (1979) que habla de Bion del que dice que para él hay una noción básica, la de función; y es a partir de ella que describe el grupo “como una función o serie de funciones, o también como un conjunto de individuos. El grupo no es una función de ninguna de sus partes en particular, ni tampoco es un conjunto sin función” (1979:148). El trabajo de Bion (1980) es importante y no deja de ser un punto de referencia básico para quien quiera aprender sobre el tema grupal; ello no significa que sea fácil de leer y de entresacar de su texto básico la idea que tiene de “grupo”; fundamentalmente porque viene entremezclado con otras nociones como la de “mentalidad grupal” y “cultura grupal”. En un trabajo de Bion escrito en colaboración con J. Rickman nos habla en ocasiones de la idea de grupo y en otras de “terapia de grupo” especificando que puede tener dos significados. Puede referirse al tratamiento de un número de individuos reunidos para realizar sesiones terapéuticas especiales, o a un esfuerzo planeado para descubrir las fuerzas que en un grupo llevan a una fácil actividad cooperativa4 (MacKenzie, 1992:62). Esta idea aparece también en el inicio de su libro sobre grupos. Creo que se pueden descubrir fácilmente las dos líneas maestras de su trabajo: la terapéutica y la organizativa. Más adelante, en otro texto publicado conjuntamente y tras introducir la idea de mentalidad grupal, señala que “el grupo puede ser considerado como un interjuego entre las necesidades individuales, la mentalidad grupal y la cultura” (Bion, W.R., 1980:50), es decir, algo que surge de las interrelaciones entre los miembros del grupo.
Si lo que pides Lola, es mi definición, considero que un grupo no es sino una muestra del tejido social constituido por personas que buscan o comparten un objetivo común. Este objetivo común conlleva una serie de operaciones conscientes e inconscientes, tanto mentales como reales, que van dirigidas a conseguirlo y a alcanzarlo. Aplicada esta idea al ámbito clínico, que es el que atañe a este trabajo, lo entiendo como una muestra del tejido social, una constelación de personas organizada por un profesional y formada por individuos que presentan un padecimiento, un sufrimiento más o menos definido y que buscan o comparten una meta más o menos común; razón por la que son agrupados. Y ésta, en el terreno en el que nos movemos, suele ser “aliviar o compartir un sufrimiento”, “aprender algo que me permita vivir mejor”, “desarrollar habilidades que me ayuden a socializarme”, o, y de forma mucho más drástica, “curarme”. Ahora bien, a ese hecho conviene añadir lo que pudiéramos llamar “representación mental” de ese objeto, y de la que derivarán muchos de los comportamientos que los humanos tenemos al estar en grupos. Pero si pretendo ofrecerte una definición más radical o que considero más actual, te diría que para mí en estos momentos, el grupo es una constelación de individuos interrelacionados entre sí que han establecido unas interdependencias que determinan unos lazos o ligazones vinculantes entre ellos que son la concreción de fuerzas de poder.
Por otro lado, hay que considerar, en la idea del grupo, el tamaño del mismo. En efecto, la cantidad de personas que lo componen introducen un elemento de complejidad en su análisis que aconseja poder diferenciar entre aquellos que están formados por un número inferior a las ocho personas (grupo pequeño), de los que se sitúan entre los nueve y los treinta aproximadamente (grupo mediano) y por último de los que tienen un tamaño superior a los treinta y cinco y que pueden llegar a ser varios cientos (grupo grande). En este sentido, Portuondo (1972) señala que es importante tener claro el concepto fundamental de la diferencia que hay entre lo que es un grupo (formación más estructurada basada en las relaciones internas más profundas, duraderas y estables), y lo que es una multitud (es un agregado generalmente espontáneo, fugaz, transitorio, dependiente de circunstancias externas, donde varias personas se unifican en su acción, o en sus intereses o en sus necesidades circunstancialmente. (1972) También Anzieu y Martin (1977) diferencian los grupos según la cantidad de personas y en función de la existencia o no de objetivos más o menos definidos (muchedumbre, banda y agrupamiento), lo que abriría una puerta al estudio diferenciado de los grupos basándonos en el número de personas. De hecho, Volkan. V, (2004) habla de la importancia de desarrollar una psicología propia de los grupos grandes ya que los profesionales que estudiamos lo grupos pequeños no siempre acabamos de entender qué ocurre en estos contextos grandes. En este sentido, Volkan los conceptualiza no sólo por su tamaño sino por la presencia de elementos diferenciadores como son los de raza, religión y etnia.
Como podemos ver, Lola, las consideraciones de lo grupal pueden ser muy variadas. Cartwright y Lippitt (1957), nos lo evidencian con visiones contrapuestas: Considérese primero el punto de vista totalmente negativo. Se funda en dos aseveraciones importantes. Los grupos no tienen existencia real. Son producto de distorsiones conceptuales (llamadas con frecuencia, abstracciones), (…) y los grupos son malos. Exigen lealtad ciega, fomentan la regresión, reducen al hombre a su más bajo común denominador y producen lo que la revista Fortune inmortalizó con la palabra mentalidad de grupo (Cartwright, D., Lippitt, R., 1957, en Kissen, M. 1979: 20). Y luego la contraria: Considérese el punto de vista positivo: los grupos existen. Su realidad la demuestra el hecho de que a un individuo le importe el que lo acepte o rechace un grupo y el que si forma parte de un grupo sano o enfermo. En segundo lugar los grupos son buenos, satisfacen necesidades profundas de afiliación, cariño, reconocimiento, y autovaloración; estimulan en el individuo valores morales de altruismo, lealtad y sacrificio; representan un medio para lograr a través de interacciones cooperativas, metas inalcanzables mediante la sola iniciativa personal. (Cartwright, D., Lippitt, R., 1957, en Kissen, M. 1979: 20). Son dos visiones extremas que se corresponden con dos aspectos de la realidad: por un lado estamos en y formamos parte de lo grupal, desde el mismo momento de ser concebidos, y este hecho marca y determina todo nuestro desarrollo individual y colectivo, pero por otro el “grupo” no es algo que podamos cosificar sino algo que es producto de las relaciones que establecemos las personas entre nosotros. La posición que adoptamos en este continuo también determina la comprensión de los fenómenos que ahí se dan.
MQ. A día de hoy tiendo a pensar que con la palabra grupo en realidad hacemos referencia a las diversas configuraciones que se organizan a partir de las relaciones que se dan entre varias personas a la vez. Estas personas van dibujando a partir de las interacciones que se dan entre ellas, diversas figuras, diversas configuraciones que se crean a partir de las relaciones que se establecen; o quizás mejor, a partir de las interacciones que se dan y que suelen girar en torno a aspectos de la experiencia vital que en ocasiones generan acuerdos y en otros discrepancias.
- Planteas diversas cuestiones relativas a la definición del grupo, ¿habría que considerar que cada profesional tiene una visión propia de lo que es el grupo?
Sí, considero que cada persona y por lo tanto cada profesional, tenemos una idea particular de lo que es un grupo, concepto que proviene básica y fundamentalmente de las experiencias que a lo largo de nuestra vida hemos ido teniendo de tal hecho. Como tantas y tantas cosas que suponen una experiencia afectiva, cada persona se forma una idea, una representación mental de la idea grupal y tal imagen que es el resumen de un conjunto de significados y de relaciones nacidas de las experiencias de pertenencia a un grupo determinado. En el terreno profesional, dicha representación que está empapada de elementos culturalmente aceptados por el entorno en el que uno se ha ido constituyendo, juega un papel determinante en el cómo me sitúo ante el grupo.
En el estudio de la representación mental no deja de ser fascinante el texto de Kaës al constatar las diversas formas de retratarnos los grupos humanos. Posiblemente Elias, N. (1987) hubiera también disfrutado. Siguiendo esta línea que considera la representación mental del concepto de grupo como uno de los componentes que actúan en su comprensión y definición, Anzieu y Martin (1977), sugieren que a partir de la etimología aparecen “dos líneas de fuerza que volveremos a encontrar a lo largo de la reflexión sobre grupos, el nudo y el círculo. El primer sentido de nudo poco a poco se reproduce en grupo hasta connotar el grado de cohesión entre los miembros. En cuanto a círculo designó muy tempranamente, en el francés moderno, una reunión (este último vocablo, más tardío, aparece en el s. XVI) de personas, o para conservar la misma imagen, un círculo de gente. E. Rostand, en Cyrano de Bergerac, ha yuxtapuesto hábilmente los dos términos. (…) la idea fuerza es aquí la de grupo de iguales” (1971: 10). Ello sin duda es importante toda vez que algo hay en este substrato inconsciente que tiende a representarlo de esta guisa, y que actúa sobre las actitudes que las personas tenemos frente al hecho grupal. En este orden de cosas, junto a Martínez, L (2007) nos preguntamos si tal representación mental era una cosa propia de los psicólogos y personas allegadas o era algo extensible a otras personas no vinculadas con el mundo de la salud mental. Tras un trabajo que involucró a más de doscientas personas, estudiantes de psicología y de otras facultades así como a personas que nada tenían que ver con este mundo, constatamos que el 64.5% de los dibujos que la gente hacía al pedírseles que “dibujasen la palabra grupo”, eran círculos.
Esto nos hace pensar en la existencia de una imagen simbólica que atribuye lo circular a eso que denominamos grupo. En este sentido Prodgers, A, (1990) citando a James (1984) señala que simbólicamente esta organización circular encierra algo que tiene que ver con las funciones de contención y sostén del propio grupo5 (1990:17), y nos aporta la idea de la serpiente o gusano denominado Usóboro, animal de la mitología Egipcia y Griega que rodeaba a la tierra y cuya cabeza engullía a su propia cola sin embargo, este símbolo circular proviene de antiguos orígenes y tiene una importancia significativa en términos de los primitivos desarrollos de la humanidad: el Usóboro es un símbolo de los inicios de los estados psíquicos. Es el precursor del arquetipo femenino así como el símbolo de la Gran Madre, tal y como fue descrito por el psicólogo analista Neumann (1963). Y quisiera sugerir que el grupo funciona como el contenedor Usobórico es decir, como globalidad el grupo puede ser visto como el representante de la Gran Madre6 (1990:18). Es decir, que el círculo parece contener una serie de significados que van más allá de la propia idea circular.
Al pensar en la representación de la palabra parece que podemos indicar que en dicha imagen emergen dos aspectos que se encabalgan el uno sobre el otro. Por un lado el conjunto de elementos que provienen de la circunstancia social. Es decir, en tanto que la cultura, que no es otra cosa que el producto de la actividad e interacción humana, suministra imágenes, articula significados, moldea la percepción individual de cada cosa. Por esto cuando alguien representa un concepto, en este caso la palabra grupo, en tal representación aparecerá un componente básicamente social. Pero por otro no cabe duda de que se incluirán en él elementos que deposita provenientes de la relación particular que cada uno tiene con el objeto que representa. Este es el sentido desde el que entendemos a Kaës cuando lo que denomina dos sistemas de representación, un sistema psíquico y un sistema sociocultural (1977:39). El primero de naturaleza inconsciente constituidos por objetos más o menos escenificados7 del deseo infantil, pueden ser comunes a varios individuos y revestir un carácter típico, en el sentido en el que Freud y Abraham hablan de sueños típicos. (Ibídem, 39). Y por otro, el componente social que en terminología de Kaës es el organizador sociocultural (…) y que resulta de la transformación de ese núcleo inconsciente por el trabajo grupal; comunes a los miembros de una determinada área sociocultural, y eventualmente a varias culturas, funcionan como códigos registradores de diferentes órdenes de la realidad: física, psíquica, social, política filosófica. Posibilitan la elaboración simbólica del núcleo inconsciente de la representación y la comunicación entre los miembros de la sociedad (1977:39-40).
En el caso de la representación mental de la palabra grupo se entrelazarían esos dos aspectos: los sociales y los personales. El estudio de estos aspectos es muy sugerente y se me activó a raíz de la lectura de un trabajo publicado de Loscertales, F., Guil, A. (1999) que confirmó mi hipótesis sobre las diversas representaciones que nos hacemos de él. ¿Cómo representaríamos un grupo? Siguiendo a esta pregunta la trasladé a una gran de personas que muy amablemente me lo dibujaron. Las diversas respuestas confirman una relativa variedad (es decir, el abanico no es muy grande) de representaciones en las que, en la mayoría, aparecen líneas mediante las que los elementos que lo constituyen quedan unidos.
Si tomamos los elementos comunes a todos ellos y que en principio podríamos pensar que son una buena muestra de lo que colectivamente sería esa representación mental, constatamos que el círculo es una de las figuras principales. Junto a ella, personas u objetos agrupados, anudados, entrelazados, estableciendo entre ellos una serie de relaciones que los atrapan mutuamente. En unos casos, una membrana rodea a las figuras representativas como indicando un límite entre un “dentro” y un “fuera”, en otros es el propio anudamiento o entrelazamiento el que lo diferencia del resto. Tan sólo unos pocos dibujos hacen alusión a algo concreto como puede ser “un grupo musical”, “un equipo de futbol”, “una familia comiendo en el campo”, o a una colección de personas.
De todo ello podemos deducir que bajo la idea de grupo hay una serie de imágenes que parecen indicar siempre algo que resulta del apiñamiento, entrelazamiento, todas ellas formando una figura semejante a lo circular. De las figuras en las que aparecen personas, se puede inferir la noción de colaboración, proyecto, competitividad; de las que aluden a organismos celulares posiblemente la idea de vida, de generación de algo, pero también la de combinación de elementos para organizar un organismo superior. Y de aquellas en las que sólo aparece el círculo podemos pensar que hay una diferenciación entre lo que la membrana encierra y lo que queda fuera de ella. Esa idea viene de alguna forma expresada también por Volkan, V (2005) para quien los grupos grandes (y aquí se refiere a naciones, pueblos) se agrupan en torno a una cucaña que es la representación del líder político o religioso en torno al que se agrupan, cucaña que sostiene una gran carpa símbolo de los elementos comunes bajo los que se apiñan.
Desde otra perspectiva y siguiendo a Kaës y Anzieu, el grupo es un lugar común de fantasías que se articulan de manera diversa y que pueden dar lugar a metáforas muy variadas como la de Organismo viviente, o la de El grupo máquina (o como representación cibernética de la mente), y otras muchas que sirven para organizar las ansiedades que presentan los componentes frente a nuestro objeto de estudio. La primera de ellas, por ejemplo, nos llevará a considerar las fases de su desarrollo de forma similar a las de un ser vivo, o a la utilización de metáforas de tipo fisiológico (el grupo se alimenta de…, el grupo tiene dificultades para digerir…), mientras que la segunda pone el acento en la articulación de los diversos componentes, o de sus aportaciones. En las experiencias grupales que poseo, sean de grupos grandes o pequeños, no es infrecuente que aparezcan imágenes como “una piscina”, “una alfombra tejida por todos”, un “coso taurino”, el “anfiteatro romano”… Son maneras, Lola, que tenemos los profesionales para ir expresando las impresiones que percibimos cuando trabajamos en el grupo.
MQ. Como podemos ver es difícil concluir con una definición y una comprensión ya que cada uno de nosotros cuando define algo, en este caso el grupo, pone el acento en un aspecto y no en otro. Ese acento nace por un lado de las experiencias que ha tenido de lo grupal, tanto personal como profesionalmente. Estas experiencias modelan la percepción de la cosa grupal. Si echamos mano a los hallazgos de la Escuela de Frankfort a mediados del siglo pasado en relación a los procesos perceptivos, sabemos que los humanos tenemos una tendencia a ordenar lo que vemos a partir de determinados esquemas. Pero eso es aplicable a la famosa imagen de la copa de vino que, según se mira, son dos caras enfrentadas y a la visión de lo grupal o de una persona. Lo constatamos en la clínica con frecuencia cuando discutimos diagnósticos ya que lo que para un profesional es una cosa, para otro es otra. Y la razón reside en la importancia que damos a determinados datos que inclinan nuestra balanza hacia un tipo de patología y otro. Pero ahí hay un agravante: cuando miramos un objeto, una silla por ejemplo, la silla no modifica su estructura por el hecho de ser vista; pero las personas sí. Todas. Es decir que de las características que atañen, ahora lo digo así, a la relación dependerá la percepción, ¿verdad? Si ahora esto lo trasladamos a un grupo…
- Es decir, hay una representación mental del concepto grupo. Me explicaste el significado de la palabra, pero ¿de dónde procede el término grupo?
Si en una pregunta anterior hacíamos referencia al significado, ahora nos referimos al significante. Como veíamos, el término nace en el mundo del arte y hace alusión al conjunto de elementos que configuran una Gestalt, una disposición de personas u objetos que destaca del resto de la obra pictórica o escultórica, como consecuencia de determinados lazos que determinan esa disposición. Estos lazos actúan como lo hace la fuerza de gravedad: establecen una relación de interdependencia entre sus partes a través de la que cada una sujeta y es sujetada por las demás. Ello produce el surgimiento de una nueva entidad, el grupo.
Aunque la representación del concepto grupo está ahí, no parece que la palabra y por lo tanto el concepto de grupo como tal, sea muy antigua. El término es relativamente reciente. Sbandi P., (1977), nos dice, “La palabra Gruppe (grupo) se deriva, según Hofstätter (1971:192) del alto alemán antiguo Kropf, que no solamente significa la hinchazón de la glándula tiroidea, sino también Knoten (nudo; ital., groppo). El punto en que se entrecruzan de forma más o menos consistente y duradera las líneas de la vida y de la experiencia de varios seres constituye un grupo” (1971:177)” (1977: 92). En efecto, proviene de un vocablo alemán “Kropf” que es tomado por el italiano bajo la forma de “groppo”, con el que los artistas italianos hacían referencia al conjunto de figuras que constituían una unidad en una producción artística. De ahí pasa al francés, al castellano, al catalán y a otras lenguas románicas. Corominas (1973, 1986) nos dice que la palabra grupo proviene (y de forma similar aparece en su diccionario de la lengua catalana), del “italiano gruppo, Siglo XV, especialmente ‘grupo escultórico’, antiguamente ‘nudo’ ‘bulto’, y éste muy probablemente del gótico Krupps “objeto abultado”, comp. el alem. Kropf”, buche, bocio ( pap, goll) . Needer. Modern: grop, “sina”, “cap de quilla”. Angl.: cropp “buche””espiga, racimo” (“collita”) Escand. antic: Kroppr “cuerpo” (“animal trossejat, esgalabrat”).
Pero si el término es relativamente reciente, no lo es su utilización. El ser humano, desde la noche de los tiempos, ha actuado y ha vivido bajo la realidad del grupo. Y no sólo con fines defensivos o de supervivencia, u ofensivos cuando se trataba de aumentar la seguridad tanto alimenticia como territorial, sino también con una finalidad sanadora. Creo que podemos señalar claramente que el hombre se agrupa para asegurar la supervivencia de la especie. Y en esta supervivencia, la curación era uno de los objetivos por los que se utilizaba el grupo. Por ejemplo, Guimón nos recuerda que en la Grecia antigua, los enfermos mentales debían dormir en el Laberinto de Aesklepion, para que esa divinidad les concediera la curación. Estas manifestaciones, muy cargadas en el plano emocional, siempre se daban en situación grupal. Además, la meditación individual o en grupo siempre ha sido propuesta por numerosas religiones. La historia de la educación y las prácticas penales nos han aportando una buena muestra de las tentativas realizadas por el hombre para modificar las pulsiones infantiles o el comportamiento asocial. (Guimón, J., 2001: 5). Igualmente Mora, G., (1982), nos habla, por un lado, de Asclepíades (siglo I a C) quien prescribía “El tratamiento en habitaciones iluminadas para los pacientes afectos de alucinaciones debido a su característico miedo a la oscuridad. El tratamiento subrayaba también el uso correcto de la comida, del vino, de la fisioterapia y de otras actividades que imponían restricciones físicas mínimas, e incluía asimismo técnicas psicoterapéuticas, como la estimulación musical e intelectual; a los pacientes se les animaba a formar relaciones emocionales con otros.” (1982:20), y por otro, de Celso (siglo I) autor de De Re Médica, para quien “La originalidad del enfoque de Celso radica en el énfasis que pone sobre el valor de la relación individual entre el médico y el paciente. Celso anticipó la moderna psicoterapia en el hecho de que él proponía que tal relación podía surgir del uso de técnicas específicas para animar a los pacientes deprimidos y para calmar a aquellos que estaban más maníacos; más aún, él pedía el uso correcto del lenguaje y de la música, posiblemente, algunas actividades de grupo, tales como los grupos de lectura.”(1982:20). Y también de Soranus (siglo I a C) para quien el tratamiento explicaba que “El personal responsable del cuidado de los pacientes era instruido para actuar de forma simpática; durante los períodos lúcidos, los pacientes mentales eran animados a leer y discutir después lo que habían leído, a participar en actuaciones dramáticas y a hablar en las reuniones de grupo.” (1982:22). Aquí lo que sorprende es que su utilización ya apareciera hace veinte siglos.
Es curioso, Lola, que habiendo sido un elemento crucial en el desarrollo del ser humano, la idea de grupo como tal no aparezca en el lenguaje hasta tan tarde. Es verdad que los humanos, en nuestro proceso evolutivo tanto individual como colectivo, precisamos alcanzar un determinado grado de maduración y cultura para asumir un nuevo concepto o idea. Ha sucedido tanto en la evolución social y cultural del hombre (aspecto éste que veremos cuando hablemos de Elias) como en el desarrollo de las técnicas de intervención individual y grupal. Recuerda, por ejemplo, cuando Slavson hablaba del “grupismo” como elemento evolutivo. Posiblemente esta idea sea la que ilumina a Anzieu cuando señala que “La aparición tardía del vocablo sería una muestra de los prejuicios que encontramos a varios niveles hacia el funcionamiento grupal y hacia un progreso en su conocimiento objetivo.” (Guillem, P., Loren, J. A., 1985:14). De hecho, estos prejuicios mucho deben tener que ver con las fantasías que lo grupal es capaz de activar en el ser humano, que no sólo estarían en el supuesto mundo “interior” del individuo sino en la propia “conciencia colectiva”, ya que como dichos autores nos indican “el grupo aparece para cada uno de sus miembros como un obstáculo para la consecución de una relación privilegiada dual con el líder, o con otro de los miembros; es como un obstáculo para la consecución de los deseos edípicos” en este sentido, añadiríamos que el grupo actúa como tercer personaje de la triangulación”. (ibidem: 14). Este aspecto lo veremos no sólo cuando queremos organizar un grupo de psicoterapia sino expresado por algunos teóricos. Por ejemplo, lo encontraremos también cuando profundicemos un poco más en Bion, es decir, la constatación de que el individuo por un lado necesita a los demás pero al tiempo, cuando está con ellos, no puede satisfacer plenamente lo que desea. Desde la perspectiva de Guillem y Loren, el grupo se constituye como un tercer elemento que posibilita la aparición de “la Ley”, elemento básico para que la triangulación pueda darse.
La idea de “resistencia al grupo” que nos trajo Anzieu, parece interesante, ya que hablaría de resistencia colectiva a algo que es visto como “opuesto al desarrollo del sujeto” y por lo tanto el grupo personificaría, en ocasiones, esa figura castradora que impide la satisfacción de la fantasía omnipotente infantil en la que no hay límites. No habría que descartar que esa cierta preeminencia de lo individual respecto de lo grupal, fuese una manera de escapar de una idea alienante de lo grupal, en lugar de ver el grupo como el espacio en el que el individuo puede alcanzar su desarrollo pleno como persona. Aunque posiblemente la razón sea más sencilla: si siempre estamos en un determinado medio, sólo cuando salimos de él podemos considerar la existencia del mismo. Si los hombres siempre estábamos en el medio grupal sólo a partir del momento en el que se valora otra posibilidad (en el Renacimiento es cuando toma cuerpo la idea de individuo) es cuando podemos comenzar a pensar en el grupo como entidad propia. De hecho los términos aparecen cuando hay necesidad de ellos, cuando la dialéctica entre la realidad y las necesidades de las personas los generan.
Sería necesario desarrollar un estudio más específico de lo grupal o, mejor, de las diversas formas de grupos que el desarrollo humano ha ido alumbrando a lo largo de su historia. Esto también lo añoran Anzieu, D. y Martin, (1971), quienes, cuando comentan que “si tal empresa fuera realizable, contribuiría a distinguir variedades del grupo típicas por su funcionamiento: la secta religiosa, el salón mundano, el club primero político y después deportivo, el comité de expertos, el cenáculo literario, la academia erudita, la patrulla militar, etc.” (1971:28), apuntan a las diversas formas funcionales que existen. En el esbozo que realizan de estas formas, aparecen desde los relatos legendarios griegos a la fraternidad de los jefes de la guerra alistados en la misma expedición, hasta el cuadro de Rembrandt “Los síndicos de la corporación de pañeros” (1661-1662) que perpetuó un fenómeno nuevo: la aparición de los consejos de dirección.
Por otro lado, Lola, Anzieu y Martin muestran interés en señalar los intentos que nuestra civilización ha realizado para comprender más el fenómeno grupal, explicándonos la obra de Charles Fourier (1772-1837) en la que “encontramos enunciados, parece que por primera vez, algunos de los principios esenciales para fundamentar una ciencia de los grupos” (1971:30) y que ya te comentaré mas adelante. Te aconsejo que consultes dicha referencia de la que no puedo añadir más para no exceder la longitud del texto; pero me parece interesante esta aportación, como lo es la alusión a los trabajos de Durkheim fundador de la escuela sociológica francesa, a finales del siglo XIX (y que pone) las bases de una teoría de grupo (1971:33), o a las aportaciones de Sartre. También nos informan de los trabajos del alemán Töennies, a principios del siglo XX. Si consultamos textos más de índole social, encontraremos más referencias al estudio de los grupos como tales, es decir, sin su impregnación terapéutica.
Ahora bien, en el término y en su nacimiento hay algo que quisiera resaltar: la idea gestáltica, la noción de globalidad y de las relaciones que en ella aparecen, la idea de figura que sobresale de un fondo. Esta figura, o quizás mejor configuración, a la que llamamos grupo, no deja de aludir a unas particulares relaciones entre los elementos que lo constituyen; es decir, no es un mero agrupamiento de objetos o personas. Estos mismos objetos y personas establecen entre ellos una relación que es la que le da el carácter específico y diferencial del grupo, según el contexto en el que ese grupo se da. Por otro lado esas relaciones que unen, en realidad hacen algo más: vinculan, ligan, atan a los miembros entre sí lo que nos lleva a la noción de “nudo”, idea ésta que conlleva una determinada “representación mental” de la que ya te he comentado algo y que hace alusión al menos a varios aspectos: por un lado el de una cierta unidad, completud, juntamiento y agrupamiento de elementos que pueden o no establecer una relación entre ellos o partes de ellos; el de realización de una tarea que los aúna o que pertenecen a una formación que conlleva el mismo resultado. Y, contrariamente a lo que constatamos en la vida de los grupos, el conflicto no aparece representado. Ello nos hace pensar en qué medida hay una tendencia a negar algo que existe en toda relación, el conflicto. Y posiblemente tal negación se deba a que precisamente por la complejidad que supone la vida en los grupos se tiende a potenciar su imagen positiva, agradable, de “buen rollo”, como indica alguno de los dibujos del trabajo que te he comentado anteriormente.
En efecto, si tenemos presente que la idea circular alude fácilmente a lo femenino, a lo embarazoso, a lo que contiene, a lo que es capaz de generar vida y desarrollo y que, al tiempo, asusta, despierta angustia por las fantasías de agujero engullidor, agujero negro, entonces podremos comprender un poco más las razones inconscientes que asisten a las personas para despertarnos un cierto temor y respeto. De hecho, en el trabajo aludido aparecen dibujos en los que se evidencia una cierta ruptura de las “membranas psíquicas” que representan a los componentes del grupo y, en otras ocasiones, un apelotonamiento que bien pueden representar esos aspectos fantaseados. Estas fantasías las puedes constatar, Lola, en un trabajo muy recomendable de Anzieu (1978), en el que se recogen las imágenes que surgen del hecho grupal. En las experiencias grupales grandes no es raro que emerjan ideas como las que aporta este autor (el grupo como boca) u otras (el grupo devorador, la plaza de toros, el albero, la piscina que engulle…), que nos confirman el poder de las representaciones mentales y los miedos anclados en ellas. En este tipo de ideas subyace el temor a lo desconocido, a lo que puede haber ahí.
Y posiblemente ese temor esté en las dificultades no sólo del estudio del objeto en cuestión, sino en las que encontramos para la utilización de lo grupal como abordaje terapéutico. De hecho se constata que en todo trabajo grupal las fantasías de disolución de la personalidad así como el incremento de los niveles de angustia son evidentes, tanto en los grupos pequeños como en los de mediano y gran tamaño. Main, T. (1975) señala que se observa con frecuencia (…) que ciertos individuos se ven forzados inconscientemente por el grupo para sentir determinadas cosas o para asumir roles prefijados por el grupo (…) siendo uno el que mantiene el saber hacer, otros los saboteadores, otros el ser el bufón, el inválido, etc., con varios niveles de incomodidad personal9 (1975:59). Como puedes constatar, Lola, hay un conjunto de fantasías y pensamientos que parecen anunciar o querer conjurar un peligro que guarda relación con temores de pérdida o modificación de la individualidad (Litmus lo recogerá como elementos antigrupales), y al mismo tiempo son portavoces de un hecho real y es que estamos hechos por el grupo al que también constituimos. De hecho, recuerda lo que te mencionaba al inicio de la pregunta y que eran palabras de Hostäter: El punto en que se entrecruzan de forma más o menos consistente y duradera las líneas de la vida y de la experiencia de varios seres. Ese entrecruzamiento marca las características que nos constituyen y constituyen al grupo.
MQ. Si pedimos a unas personas que nos dibujen la palabra “grupo”, lo que entienden por ella, ¿qué aparecerá? Yo os lo digo: si las personas son del colectivo “general”, las representaciones tienden a reproducir escenas de la vida cotidiana que aluden a lo grupal; pero si somos profesionales de la psi, el tipo de dibujo tiende a ser abstracto. Pero dentro de las abstracciones hay una enorme variedad (publiqué un artículo sobre el tema en Análisis y clínica grupal, en el número que trató de reiniciar el esfuerzo que con tanto tesón realizaron Isabel Sanfeliu y Nicolás Caparrós)
- Vale, y entonces, ¿cuándo empieza el estudio de lo grupal?
Aquí conviene hacer una diferenciación. Por un lado hay que considerar el estudio de los grupos en el sentido global, sin la perspectiva psicoterapéutica sino más bien descriptiva y que suelen realizarse en el campo de la sociología y de la psicología social. Y por otro, el que tiene el objetivo de conocer qué sucede en un grupo con relación a sus aspectos psicoterapéuticos. Si nos colocamos en este terreno, en la mayoría de los trabajos de psicoterapia de grupo se menciona como punto de partida la reflexión, un tanto particular, sobre los sucesos que aparecen tras el “Nuevo Régimen” nacido tras la Comuna de París en 1871 realizada por Le Bon (1841-1931). En efecto, en 1875 este autor publica un trabajo en el que se pregunta sobre el comportamiento humano en situaciones más o menos masivas, aborda el tema del alma colectiva y de la psicología de los individuos inmersos en una situación de masa. Aunque como verás, Lola, hay otros estudios anteriores, así como un marcado interés desde la sociología por determinar ese “objeto de estudio”.
Situados en el campo de la psicoterapia de grupo, quizás debamos a Freud el interés por Le Bon ya que en su trabajo sobre “Psicología de las masas y análisis del yo”, de 1921, el padre del Psicoanálisis nos habla de aquel, si bien no de forma muy halagüeña. Gustave Le Bon (1983) publica a finales del siglo XIX un trabajo con una serie de ideas sorprendentes. Los conceptos que propone no dejan de ser llamativos y en cierta medida, algunas de sus ideas siguen estando presentes hoy en día. Su publicación se centra en la idea de masa que “(…) desde el punto de vista psicológico, asume una significación totalmente distinta (a la aceptación corriente de masa, indicando que), se genera un alma colectiva, indudablemente transitoria (…) forma un solo ser y está sometida a la ley de la unidad mental de las masas” (1983:27). Ahí vemos, Lola, una visión del grupo similar a un organismo, aspecto éste que ya apareció en una pregunta anterior. También nos habla de los efectos sobre el individuo: la “disolución de la personalidad consciente y la orientación de los sentimientos y pensamientos en un mismo sentido” (ibidem:27). También señala, al ver una gran aglomeración que “(…) el individuo integrado en la masa adquiere (…) un sentimiento de potencia invencible que le permite ceder a instintos que por sí sólo, habría frenado forzosamente (…)” (ibídem: 31). Estos aspectos subrayan una vivencia que, si la pensamos un poco, nos permite entender algunos fenómenos sociales. Por ejemplo cuando una gran cantidad de personas sale de un campo de fútbol y, enfadados por el resultado adverso del partido, arremeten contra vehículos, mobiliario público, etc. ¿qué sucedió? ¿Puede alguien ser el responsable de todo lo que pasó? Legalmente seguramente sí, pero desde la psicología podríamos decir que, más allá de la existencia de alborotadores concretos, el colectivo actuó de forma anónima como consecuencia de eso que señaló Le Bon.
Finalmente recoge dos características: el contagio mental (y) la sugestibilidad (ibídem: 31). Estos dos fenómenos, que espero poder ir explicándote posteriormente cuando hablemos de grupos grandes, ayudan a entender un poco cómo puede disminuir la capacidad de pensar de las personas cuando nos encontramos en tales situaciones. Desde una perspectiva grupal estas afirmaciones no dejan de ser muy interesantes y fácilmente comprobables en cualquier situación masificada. Cierto que los avatares históricos del momento son los que le animan a escribir este trabajo que, en el fondo, sigue una línea pesimista e incluso contraria a lo que entendemos actualmente como ventajas de lo grupal; pero no deja de ser importante en el devenir del pensamiento grupal ya que marca un inicio y subraya aspectos que serán desarrollados posteriormente por otros autores. De todas formas, el énfasis que pone al final del texto parece animar más a los políticos que a los profesionales de la salud, llegando a ser, como señalan Behr, H., y Hearst, L (2005) un referente para Mussolini y Roosvelt (:18) Y de hecho, muchas de estas ideas se siguen utilizando en la política y en los procedimientos que los gobiernos desarrollan para mantener a la población en determinados niveles de “atontamiento” o incluso con una utilización mediática de marcado interés político.
En el estudio de lo grupal, Lola, podemos encontrar otros trabajos, como el de Tarde, G., quien en 1898 publica en la “Revue de Paris” sus “Études de Psychologie Sociale”, y algo más tarde, en 1908, el trabajo de un italiano, Orano, P., “Psicologia Sociale” (Sbandi, 1977:17). También tenemos a Sighele, (1915), autor de un trabajo sobre “La masa delincuente”, publicado en 1891 (Sbandi, 1973:67). Pero quien tiene importancia en este sentido y que viene recogido por Freud, fue Mc Dougall, (1920), que introduce la idea de organización indicando cinco “condiciones principales, necesarias para elevar el nivel de la vida psíquica de la multitud (…) La primera condición – y la esencial – consiste en cierta medida de continuidad en la existencia de la masa (…) en segundo lugar, es necesario que cada uno de los individuos de la masa se haya formado una determinada idea de la naturaleza, función, la actividad y las aspiraciones de la misma, idea que se derivará para él en una actitud afectiva con respecto a la totalidad de la masa. En tercer lugar, es preciso que la masa se halle en relación con otras formaciones colectivas análogas, (…) la cuarta condición es que la masa posea tradiciones, usos e instituciones propios, relativos sobre todo a las relaciones recíprocas de sus miembros. Por último la quinta condición es que la multitud posea una organización que se manifieste en la especialización y diferenciación de las actividades de cada uno de sus miembros” (Freud. 1921: 2574). Esos aspectos serán los que Volkan utilizará para su teorización sobre el tema de la identidad y los grupos grandes. Por otro lado, la idea de organización determinada, específica, es una de las claves que posibilita el que un grupo adquiera componentes constructivos opuestos a la visión de Le Bon (Rutan, J.S., Stone, W.N., 2001).
Ahora bien, como te comenté anteriormente, Lola, situándonos en un terreno más sociológico, Anzieu, D, Martín, J. Y., (1971), nos informan de que habría una aproximación a lo grupal anterior a los trabajos mencionados, en las aportaciones de Charles Fourier (1772-1837) con el mito del Falansterio. En él podemos ver uno de los intentos utópicos de organizar la sociedad de forma perfecta, en la que los conflictos no se harían tan patentes, o no existirían, simplemente. Dicha teoría parte de la existencia de pasiones que deben ser satisfechas por unas tendencias determinadas. Son doce las que existirían. Cinco de ellas corresponden a los sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto); cuatro más se relacionan con el deseo de entablar lazos afectivos siendo la ley que los gobierna la de la atracción. Los clasifica en dos grupos, las de las dos tendencias mayores, Amistad y Ambición, y las dos tendencias menores, Amor y Parentesco. Y finalmente, tres tendencias que buscan el acuerdo y que son pasiones mecanizantes: la emulación, la variación o alternancia, y el esmero. Estas doce pasiones se combinan entre sí organizando 810 caracteres posibles matemáticamente. Como hay dos géneros, ello significa que la comunidad ideal estaría formada por 1620 personas (Anzieu, D.; Martín, J. Y., 1971:30-31); ahora bien, estas descripciones o intentos de tipo más mecanicista (recuerda lo que decía en la segunda pregunta) de organizar un grupo (en este caso una sociedad), parecen considerar que los problemas surgen más de las características de las personas que se incluyen en un colectivo que de las relaciones que emergen entre ellas. Creo que algo de esto hay tras la noción, que aparecerá más adelante, supongo, de los “criterios de selección” para formar un grupo de psicoterapia.
En el mismo esfuerzo por estudiar el fenómeno grupal, González, P., (1997) señala que Auguste Comte (1798-1875), llamado padre de la sociología, aportó el concepto o la idea de que el hombre tiene una dimensión moral que está relacionada con los sentimientos y emociones derivados de su interacción social (:32), mencionando también, la misma autora, a Herbert Spencer (1820-1903) quien propone una sociología fundamentada en la ideología liberal y tratando de buscar apoyo en la teoría de la evolución darvinista. Puede considerarse como el creador de la analogía sociedad-organismo (:33), así como a Ferdinand Töennies (1855-1936) sociólogo alemán, centra su preocupación e interés en conocer y especificar la relación entre el grupo y la sociedad (:33).
En épocas más cercanas y en Francia, el estudio de lo grupal como fenómeno y objeto de estudio vino alentado por Durkheim, fundador de la escuela sociológica francesa a finales del XIX. “Durkheim define al grupo social como algo más que la suma de sus miembros (…) El grupo representa una totalidad, irreductible a sus partes” (González, P., 1997:33), con lo que se alinea con posicionamientos que corresponden a K. Lewin o a las aportaciones de la escuela Gestáltica y en concreto, de Goldstein. Esta visión más holística del grupo permite a Durkheim desarrollar la “hipótesis de una conciencia colectiva y esboza el análisis de las funciones psicológicas del grupo (integración, regulación, idolátrica) (Anzieu, D.; Martín, J. Y., 1971:33-34), aspecto éste que veremos en otros autores y que permitirá el desarrollo del trabajo grupal de dimensiones medianas y grandes (Pat de Mare, 1985).
Y en una posición contraria aparecería según González un autor del que te hablé hace un poco, G. Tarde (1843-1904) que explica los fenómenos sociales por la interacción de los individuos (…) todos los fenómenos sociales son reducibles a la relación entre dos personas, una de las cuales ejerce influencia “mental” sobre la otra. Para Tarde, al contrario que para Durkheim, es lo individual, lo intra-mental, lo que, en última instancia, explica lo social y lo colectivo (González, 1997:34). Esta posición más centrada en el individuo también alimenta otra forma de pensar que está muy presente y que deja al grupo más como un telón de fondo que como una figura básica a considerar. Ahora bien, Durkheim alude en realidad a una imbricación recíproca, una interpenetración entre individuo y sociedad que será recogida por N. Elias quien propone, no tanto el estudio de los grupos, sino el del proceso evolutivo de la sociedad, desde sus orígenes, a través de lo que denomina Proceso de la Civilización y cómo éste penetra en el sujeto al tiempo que es el sujeto el que da forma a los propios procesos civilizadores.
Como puedes ver, Lola, existe una dificultad en nuestro intento de comprender el fenómeno grupal ya que o se le percibe como un hecho casi separado de los individuos, o como algo que no existe puesto que sólo cuentan éstos en el momento de los estudios. Esta dificultad parece sorprender a Guillem, P., Loren, J. A.,(1985) que indican un cierto desacuerdo ya que si bien es cierto que los hombres parece que han tardado bastante tiempo en descubrir o en convertir en objeto de estudio el grupo, en los últimos 40 años [su texto data de 1985] parece como si hubiese un deseo de recuperar los siglos perdidos de tal manera que hoy existe una moda… una mística… El conjunto de estos fenómenos fue recogido por Anzieu bajo el nombre de Ilusión Grupal. (1985: 15). Esta noción de Anzieu es definida como un sentimiento de euforia que sienten en algunos momentos los grupos en general y en particular los grupos de formación y que se expresa en el discurso de los participantes bajo la forma de expresiones tales como “estamos bien juntos”, “somos un buen grupo” (…) el grupo se ha erigido en objeto libidinal y ha pasado de ser un medio (de aprendizaje, por ejemplo) a una finalidad en sí mismo. (…) se trata, como reconoció Anzieu, de un mecanismo de defensa maníaco que se pone al servicio de la negación del dolor y de las dificultades inherentes a cualquier situación de aprendizaje, así como- añadimos nosotros- de los sentimientos agresivos provocados por el hecho de no recibir mágicamente los conocimientos supuestos del monitor (1985: 16), y posiblemente, la defensa de tipo maníaca que emerge de los grupos sea uno de los factores que inciden en el estudio grupal ya que por un lado aparece lo que atrae e ilusiona, y por otro lo que genera temor y nos conduce a negarlo o a abandonar este tipo de estudios. En realidad, como no hemos considerado los elementos destructivos que provienen de las interdependencias que se establecen, a la reacción maniforme se corresponde la de tipo depresivo, devaluador del propio hecho grupal.
Sarte ha sido para Guillem y Loren, otro autor de referencia en este estudio y que considera a los grupos, en “crítica de la razón dialéctica”, (1960), no como algo inerte, sino como un proceso cambiante, como un constante devenir. Distingue lo colectivo (se define por un estado de ánimo de serialidad) de lo grupal (se constituye
como un intento de luchar contra la serialidad, pero ésta está siempre ahí, como una amenaza, o como el otro polo dialéctico. Guillem, P., Loren, J. A. (1985: 17). La idea aquí de lucha, de tensión, emergería entre dos polos, el que busca un uniformar a las personas que constituyen el grupo bajo una similitud (fíjate Lola cómo las ideas que aparecían antes de “estamos bien juntos” o la de “somos un buen grupo” parecen apuntar en esta línea), y otro polo que trata de evadir el temor a ser engullidos por el grupo (esta idea recuerda las fantasías que emergían ante la representación mental del grupo) y potenciar la individualidad. Esta dualidad estará presente en el pensamiento de Bion. Pero está, sobre todo, en el propio individuo que por un lado desea y necesita sentirse parte de un colectivo, de un grupo familiar más o menos extenso; y por otro le genera la suficiente ansiedad como para luchar por sentirse “libre” de tales ataduras. Esta lucha es la que, en definitiva, determina el proceso de individualización cuya ruptura o distorsión viene expresada mediante la psicopatología.
Puedes comprobar, Lola, la variedad de aproximaciones que podemos ir conociendo. No obstante, hay que considerar importante, como ya te comenté, la aportación de Elias, N. (1897-1990). De hecho para algunos Norbert Elias ha llegado a ser visto como uno de los mayores sociólogos del siglo XX, si no el más importante. Me gusta verlo como el sociólogo equivalente al Copérnico (…) y de la misma forma que éste jugó un papel importante en el desarrollo de la ciencia moderna rechazando la vieja idea centrada en la tierra y adaptando en su lugar la del sistema solar centrándonos entonces en el sol, Elias puede ser visto como el que establece algunas de las precondiciones clave para la emergencia de la sociología como ciencia, modificando lo que denominó como la visión “homo clausus” de los seres humanos y reemplazándola por otra dirigida más hacia el homines aperti, la pluralidad de seres abiertos (Dunning, E., 1997:477), aspecto éste que contrasta en otros ambientes en los que no se le considera tan innovador. Su importancia radica en que Elias rompe totalmente con la tradición del pensamiento occidental, describiendo al individuo como un proceso más que como una entidad fija y estática: cada individuo humano es un proceso y que todos los individuos estamos unidos por unos lazos más o menos fluidos de líneas de interdependencia. Esto es, los humanos formamos una (con-) figuración dinámica con los demás (Elias, 1978:13ff)11 (1997:477) Esta forma de pensar propiciará la aparición de otro enfoque del trabajo grupal así como las concepciones que tengamos del individuo, del grupo y, consecuentemente, de la idea de salud.
(MQ) A día de hoy sigo pensando lo que ya señalé antes respecto a la definición de grupo; ahora bien, habría que distinguir la propia existencia del grupo que alude a la existencia de lazos de interdependencia entre sus miembros, lazos que pueden ser más o menos estables, de los fenómenos grupales. Cierto que no toda agrupación puede considerarse como un grupo, ya que hay agrupaciones ocasionales (una manifestación, por ejemplo) cuyos miembros no establecen entre sí esos lazos de vínculo; sin embargo, sí pueden sentir que “yacen bajo una misma carpa” como bien podría decir Volkan. Esos grupos son en realidad fragmentos de lo social que expresa una determinada idea y se cobija bajo lemas parecidos y, en la medida que comparten genéricamente unas ideas podríamos pensar que son grupo. Ahora bien, el tamaño hace que se activen fenómenos psíquicos que paralizan la capacidad de pensar de los individuos en tanto que grupo que parecen ser. Esa paralización de la capacidad de pensar paralela a un incremento de la capacidad de obrar es lo que muchos dirigentes de colectivos utilizan para su beneficio personal.
- ¿Los conceptos de individuo y de salud? ¿Quieres decir que dependiendo de cómo entendamos al individuo tendremos una determinada idea de salud? Me gustaría que te extendieras más sobre estas dos ideas en el marco de la psicoterapia de grupo grupoanalítica.
Es una cuestión delicada. La idea de salud parece que va muy unida a la de bienestar del individuo en todos los aspectos de su vivir. Podemos considerar que la enfermedad / la falta de ese bienestar representa un desequilibrio en el organismo y quedarnos ahí. Pero ese desequilibrio no queda encerrado en la piel que nos delimita con el exterior, sino que afecta al entorno, a las personas con las que nos relacionamos… y en general, a la red de interrelaciones con las que vamos por la vida. Eso parece llevarnos a la idea de que el individuo, aún estando delimitado y siendo indiviso, en realidad es un ser interconectado con todo lo que le rodea, estableciéndose un estado de equilibrio cuya ruptura es lo que consideraríamos no salud, o enfermedad. Eso afecta tanto a lo físico como a lo psíquico, si es que tal división pudiera trazarse con tanta precisión12. Desde ahí podemos señalar que ese ser indiviso está en constante interdependencia con lo que le rodea estableciéndose una malla de interrelaciones cuyo equilibrio es lo que le define como sano. Dicho estado supone que prima tanto el sujeto individualizado como el socializado. Eso lo vinculo mucho con los procesos que se llaman de individuación que prefiero llamar individualización. A través de ellos aparece una ganancia de coherencia y consistencia personal, niveles de mayor autonomía y al tiempo de mayor percepción del componente social del ser humano. Curiosamente consideramos que alcanzar la individualización está reñido con el sentirse y ser miembros de un grupo. Paradójicamente, cuanto más podemos sentirnos interdependientes de los demás, cuanto más nos concienciamos de las vinculaciones de los lazos, ligazones que tenemos con los que nos rodean, más individuos somos, o mejor, más accedemos a una individualización. La salud tendría que ver, además de con esos aspectos, con este proceso.
Bien, de entrada te propongo, Lola, que veamos uno de estos aspectos: ¿qué idea tienes de curación? Tiempo atrás leía en un texto de J. Campos que en el X Congreso de médicos y biólogos de lengua catalana se presentó una ponencia que se articulaba alrededor de la idea de “la función social de la medicina”. En este congreso se llegó a una nueva definición de salud “la salud es aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y gozosa” (Campos, J, 1998:18). Es un planteamiento muy rico por cuanto trasciende la idea del individuo y, al hablar de solidaria, parece que lo inserta en el grupo social al que pertenece, o al menos señala que la salud del individuo no va dirigida a él sólo. Creo que esta filosofía está detrás de algunas de las conceptualizaciones de la psicoterapia de grupo, aunque no en todas, claro.
Piensa que la palabra curar, de entrada significa “cuidar, poner cuidado, hacer caso”, también “aplicar remedios a los enfermos o heridos” y finalmente, “sanar, remediar un mal”. Esta palabra, procedente del infinitivo latino Curare13, no adquiere significado de sanar hasta la época del Renacimiento, momento en el que arraiga la acepción que utilizamos en estos momentos. Por lo general, la fantasía que tenemos se asemeja más a la de curar el constipado que otra cosa; es decir, sanarle, que desaparezca tal enfermedad, que no haya existido nunca. Pero la curación en el mundo mental, en el de la psique, no puede entenderse desde esta perspectiva médica o incluso me atrevería decir, coloquial, porque tampoco en medicina se cura todo tal y como pensamos.
En la vida psíquica, curación debería entenderse no sólo en términos dinámicos sino en términos adaptativos: la capacidad que el individuo va adquiriendo para poder tolerar el dolor que supone tanto la integración de aspectos que no puede aceptar como el que deriva de la separación de aquellos que le impiden evolucionar. En este sentido podemos decir que se trata de que el sujeto o cada miembro del grupo, vaya adquiriendo un mayor control de sí mismo, un mayor conocimiento de sus comportamientos y de las razones que los sostienen (o no) y, en consecuencia, el yo del individuo tenga un mayor control sobre su propia vida. Ya sé que quizás no es un lugar muy apropiado para aclarar este aspecto pero es crucial ya que, como indica Pérez-Sánchez, A (1996) “(…) en los pacientes e incluso en los terapeutas está presente la fantasía inconsciente de una “curación”. Es decir, existe la expectativa de una resolución definitiva y de una vez por todas, no tan sólo de los síntomas, sino de los problemas que se están tratando: que se curarán porque desaparecerán.” (1996:36). Si podemos modificar esta fantasía, o más aún, substituirla por la idea más potente de proceso, es decir, de un fluir individual -y por lo tanto grupal y social- hacia formas más evolucionadas de conocimiento de uno mismo, podremos pensar que la idea de psicoterapia se asocia más a la de “(…) proceso psicoterapéutico que tiende a lograr el restablecimiento o más bien a la creación de niveles de integración que permita un mejor manejo de la realidad.” (1996:150), entendiendo por tal proceso integrador, el movimiento interpersonal que facilitará una visión más amplia, dinámica y evolutiva de sí mismo, de las relaciones con los demás y de cómo éstas también le condicionan a uno. Dicho desde la perspectiva en la que me estoy ubicando, el proceso terapéutico (o psicoterapéutico, mejor) es el que busca el restablecimiento de niveles cada vez mayores de interrelación del individuo con el grupo social al que pertenece, con mayor aceptación de los grados de interdependencia vinculante que esa interrelación conlleva.
Un autor de referencia obligada en el terreno grupal, Grotjahn, M., dice en su texto de 1979: La psicoterapia constituye un intento de liberar la creatividad de la persona -o de la familia-. No pienso ya en términos de curación (1979:11). Interesante idea. Luego la va aclarando un poco más: “(…) consiste en aprender a confiar en nosotros y a desarrollar la intimidad sin temor ni culpa, a expresarse valerosamente y a responder honesta y libremente a los demás. Juntamente con la fortaleza necesaria para aceptar la sensación de intimidad, va la fortaleza necesaria para expresar la hostilidad o la agresión y dominarlas. (1979:11). Es decir, un proceso irá incrementando el control que uno tiene sobre sí mismo. Luego lo concreta más en el campo grupal y lo compara con el trabajo individual: La naturaleza dinámica o motivacional del proceso terapéutico es diferente en los grupos y en el tratamiento individual. Mientras que el individuo debe luchar principalmente para integrar su inconsciente en su consciente, los miembros del grupo deben aprender a establecer una red de comunicación. Esta es la principal diferencia entre la terapia individual y la grupal (:11-2). Aquí ya se perfila una gran diferencia: El grupo, más que ninguna otra situación, proporciona la oportunidad para la individuación (…) en el grupo el miembro lo es de una familia. Franz Alexander comparó a la terapia con una experiencia emocional correctiva. Podría decirse que la psicoterapia grupal es una experiencia terapéutico-familiar correctiva. (1979:19). Creo que sobran palabras para poder entender de lo que estamos hablando. Fíjate que la idea que subyace en lo terapéutico, que es la de curación, determinará fundamentalmente lo que entendamos por psicoterapéutico y por lo tanto por grupo de psicoterapia. En este sentido, el establecimiento de una interrelación que posibilite una reanudación de los procesos de individualización, esto es, de constitución del individuo a partir de la matriz de relaciones a la que inexorablemente pertenece, es lo que podríamos denominar proceso terapéutico. Por esto, cuando esta interrelación se da en el contexto de un grupo hay más posibilidades de que se reanuden con mayor éxito, los procesos que fueron interrumpidos.
Si ahora tomamos la idea de “configuración” que nos llega de Elias y la ponemos en relación con la idea de curación y salud, ¿podríamos considerar al individuo como una configuración de elementos, no sólo de órganos, claro, cuyo equilibrio determina el grado de salud que presenta? Quizás las introyecciones, las identificaciones, así como las proyecciones e identificaciones proyectivas y seguramente muchos otros mecanismos psíquicos, son aspectos que adoptamos o expulsamos de los otros en tanto que son elementos constitutivos de nuestro ser. Estos grupos de pensamientos, afectos, imágenes de nosotros mismos y de los demás nos constituyen y configuran determinadas estructuras dinámicas que son las que definen nuestro ser. Si lo pudiéramos pensar así, veríamos que esa infinidad de elementos que somos y que quedan depositados en nosotros (no sólo en nuestro cerebro, sino en nuestro ser) y que poseen determinadas y dinámicas significaciones particulares, son los que entran en relación con los demás (con los elementos constitutivos de los otros), organizando un tejido que nos constituye a nosotros y simultáneamente a nuestro entorno. Las alteraciones en este tejido se expresan mediante eso que llamamos patología.
Si nos centramos en un aspecto parcial del ser humano podemos indicar más fácilmente que algo se ha curado en tanto que los cuidados que ha recibido han posibilitado un nuevo equilibrio con el resto de los elementos que lo constituyen. Por ejemplo, si aplicamos una serie de técnicas para que, lo que podríamos denominar “conductas desviadas”, dejen de serlo, podríamos pensar que esos cuidados que provienen de las técnicas han repuesto un equilibrio en donde antes no lo había; o había otro que generaba problemas. Lo mismo si aplico una técnica de relajación: estoy interviniendo en la matriz de relaciones que esa persona tiene consigo misma para que alcance un reequilibrio cuyo resultado sea un estado de mayor relajo. Sin embargo la idea de sanar parece aludir al individuo como globalidad. Si las identificaciones que he ido realizando con aspectos parciales de mis seres de referencia me conducen a un desarrollo desequilibrado con el resto de las identificaciones o con aquellos otros elementos que no puedo tolerar, entonces hay un desequilibrio en la configuración de elementos que constituyen mi psique, mi ser. Si por el contrario, puedo integrar los diversos aspectos que me constituyen en un nuevo estado de equilibrio, podremos decir que estoy “curado”; si lo que busco es una mayor capacidad para alcanzar niveles de desarrollo más complejos, más evolucionados, entonces lo que estoy buscando es llegar a niveles de mayor complejidad, estados superiores de salud. Esto es algo que comenta también Pines, M. (1989) y de manera mucho más convincente recogiendo unas palabras de Gordon (1979). Sugiere que la noción de cura tiene que ver con el crecimiento del yo, que depende de la integración de los impulsos, afectos y fantasías inconscientes. Sanar, por otro lado, es un proceso al servicio de la evolución de la personalidad en su totalidad, hacia una progresiva y creciente compleja totalidad (1989:423). Claro que esto conlleva una serie de reflexiones.
Si cuando establecemos una relación psicoterapéutica, tanto individual como grupal, consideramos que el otro tiene una enfermedad, cosa por otro lado absolutamente legítima, lo lógico es aplicar algo para que desaparezca. Si en mi próstata un grupo de células han comenzado a desarrollarse de forma anómala y ese desarrollo amenaza con extenderse por el resto del cuerpo, la intervención oportuna será aquella que elimine la amenaza. Muchas personas realizan intentos de suicidio por eliminar la angustia que sienten y que no saben o no pueden contener. O agreden a otros por la misma razón. Si somos capaces de realizar una intervención que posibilite tal contención, estamos cuidando a esa persona, le enseñamos a cuidarse y, en consecuencia, a curarse en este aspecto. En nuestros días, con el desarrollo de la psicofarmacología, el mayor conocimiento del funcionamiento del cerebro y una presión social, económica y me atrevería a decir también cultural, administrativa y política, tenemos una cierta “obligación” en procurar la curación lo antes y de la manera más económica posible. De ahí la insistencia en desarrollar programas “basados en la evidencia”. Esto se corresponde, entre otras cosas, con un estado mental del grupo social que se sitúa cerca de lo Narcisista, menos capacitado para poder sostener el dolor y la incertidumbre que viene asociada al mismo y a nuestra propia existencia y así, desde la relativa omnipotencia de esta posición, creemos que con esos programas o instrumentos introduciremos algo en el otro que eliminará la causa de su enfermedad. No entraré en la descripción de la cantidad de estudios que avalan el uso de técnicas psicoterapéuticas y del recurso de la medicación para aliviar como sea y cuanto antes un padecimiento que, en mi opinión, tiene mucho de relacional, y por lo tanto, de psíquico.
Pero si consideramos que la identidad individual de cada uno de nosotros está constituida por un conjunto de procesos intrapsíquicos, interpersonales y transpersonales (M. Pines, 1998:25), deberemos pensar que la salud tendrá que ver con la cantidad de lazos que nos vinculan a los demás, lazos que nos permiten considerar al individuo no como una entidad cerrada en sí misma sino como una figuración (concepto, como dije, de Elias, aunque prefiero denominarlo configuración) de conocimientos, emociones, conductas, sentimientos, significados, lealtades, etc., que quedan concentradas en un punto nodal, eso es, en lo que llamamos individuo. Desde este ángulo, la salud vendrá relacionada con el establecimiento de unos lazos cuya calidad permita progresar en el crecimiento y maduración tanto personal como colectiva. Pero esta misma configuración individual entra en conflicto muchas veces con el resto de las configuraciones con las que está intervinculada. Ese conflicto es la base de la patología.
En efecto, desde el mismo nacimiento, esa unidad llamada individuo, lucha por alcanzar un nivel de desarrollo y equilibrio, y un lugar en la matriz de relaciones en la que está ubicado de forma que, en esta lucha, lo que podríamos denominar membrana psíquica que marca los límites entre el yo y el no-yo, busca mantener una cierta unicidad consigo misma y al tiempo un equilibrio con el medio. Una cierta homeostasis interna entre lo que le delimita y al tiempo un cierto equilibrio entre ella y los lazos que la sostienen articulada con los demás miembros de la comunidad. En este esfuerzo hay momentos en los que la ansiedad se eleva como consecuencia de una vivencia de pérdida de unicidad, de disolución de esta membrana psíquica. Lo que podríamos denominar pérdida de la identidad de uno al verse fundido, difundido, disuelto en la totalidad de la red a la que pertenece. Y hay otros momentos en los que la ansiedad resulta del efecto contrario, de un reforzamiento de esa misma membrana que pretende, para reafirmar su propia unicidad, impermeabilizarse hasta el extremo de acabar ahogada en su propia existencia. La fantasía poderosa es que uno debe vivir por sí mismo antes que disolverse en los demás. Pero esto lleva a despreciar un hecho real: que sólo en la cultura de la vivencia de pertenencia a otros proporcionada por cuidadores suficientemente buenos puede desarrollarse un proceso de desarrollo de vinculación y de relación: sólo desde la vinculación y la relación se pueden desarrollar la autonomía y la vivencia de estar en conexión con el otro, la doble hélice psicológica de la vida humana (Pines, 1998:27). Con lo que nos encontramos es que los puntos de anclaje entre el sujeto y las personas que constituyen su entorno y el entorno mismo, son los núcleos de los objetos internalizados, los núcleos resultantes de los procesos de identificación que han ido constituyendo lo que denominamos Identidad del yo. Estos puntos de anclaje tratan de organizarse buscando un equilibrio dinámico que sea tanto interno como externo, de cuyo esfuerzo derivará eso que denominamos salud o no salud. O el no sufrimiento o el sufrimiento.
La salud, el sanar de aquello que nos hace sufrir, sólo es posible a través del establecimiento de unos vínculos suficientemente sanos, normogénicos15 y equilibradores como para poder desarrollarse, también individualmente, de forma que ese sufrimiento queda integrado en el propio hecho del vivir. Y ahí anida el proceso de individualización: en el desarrollo del individuo a través del grupo y en el grupo en el que uno se constituye, al tiempo que contribuye a la regeneración de ambos. El proceso terapéutico, psicoterapéutico, tiene como objetivo final y último conseguir que la persona alcance un punto de desarrollo en el que su individualización sea compatible con su agrupación. El alta de un paciente, por seguir la terminología al uso, supone desde este ángulo, que la persona ha alcanzado un nivel de desarrollo suficiente como para poder individualizarse al tiempo que sigue sintiéndose parte del grupo social al que está vinculado, esto es, su familia, sus amigos, su campo profesional, cultural, político, religioso…, aceptando los niveles de sufrimiento que son inherentes al vivir y pudiéndolos reconvertir en beneficio personal y en el de los que le rodean. La sucesión de elementos curativos le posibilita un acercase progresivamente a niveles de salud superior. Creo, Lola, que el objetivo del vivir no es tanto alcanzar el desarrollo personal (hay que realizarse, dicen algunos), sino el que este desarrollo suponga un equilibrio entre el personal y el del grupo al que uno pertenece.
En este desarrollo, la aceptación de nuestras limitaciones, de nuestra pequeñez por resolver grandes cuestiones y enormes problemas, la impotencia que sentimos con tanta frecuencia ante hechos de la vida misma, nos conduce a tolerar niveles de frustración elevados, a aceptar que entre los humanos existen una líneas de poder que son como la fuerza de gravedad que atrapa y condiciona toda o buena parte de nuestra existencia y, una vez aceptado este aspecto de la realidad, poder seguir desarrollándonos dentro de los límites de nuestra propia naturaleza y condición humana. Para ello debemos ser capaces de potenciar las dinámicas normogénicas, es decir, aquellas que nos posibilitan la tolerancia de ese equilibrio inestable y dinámico que va integrando las diversas vivencias que vamos teniendo cada día. Vivencias que en unos casos representan nuevos puntos de anclaje con el mundo que nos rodea y que en otros suponen una reordenación de los equilibrios tanto personales (lo que denominamos equilibrios internos), como interpersonales y transpersonales. Biología, Cosmos y Cultura forman un continuo en el que estamos insertos.
La función de los profesionales es establecer las condiciones suficientemente favorables que permitan restablecer aquellos equilibrios que no lo fueron y que acabaron expresándose a través de la psicopatología. La relación asistencial tendrá que favorecer la germinación de interdependencias vinculantes normogénicas. Es decir, de lazos de dependencia sanos con los pacientes y de los pacientes entre sí como para que, en la medida de las posibilidades, de las capacidades individuales y de las de los contextos en los que estos pacientes se mueven habitualmente en función de las necesidades más puntuales y aquellas otras previsibles, en fin, teniendo en cuenta todo eso, los pacientes y sus entornos reactiven desarrollos normalizadores. Y se instalen lo mejor posible en ellos para que puedan proseguir en sus procesos de desarrollo.
(MQ) Entiendo que es un tema resbaladizo. Llevo cuarenta años trabajando con pacientes que, con algunas excepciones, se han situado dentro de lo que podríamos llamar trastornos psicóticos y el de los trastornos neuróticos. No tengo experiencia con las problemáticas vinculadas con la drogadicción como tampoco con aquellos problemas relacionados con problemas o alteraciones orgánicas. Y he trabajado con niños, adolescentes y adultos. Creo que es un amplio abanico. Y cada vez más esa experiencia me ha reafirmado en la consideración de que la problemática se sitúa más allá del sujeto que consulta. Es cierto que de entrada la idea es “qué problema tiene” y que eso hace que uno se fije en lo que explica y en lo que le pasa. Muchas veces la atención debe dirigirse a esta zona porque es la que le da sentido al venir a la consulta, y esa atención en ocasiones dura mucho tiempo. Pero cuando nos permitimos salir de este punto de mira y nos fijamos en lo que sucede en la sesión, lo que acontece entre el paciente y el profesional (y viceversa), empezamos a ver que la cosa no es tan sencilla como parecía en un principio. Uno va descubriendo que a través de la relación que se ha establecido, aparecen una serie de fenómenos, de hechos, que atrapan al profesional en una dinámica, en un baile que es, en realidad, la base de la problemática. Y entiendo que eso no se puede decir mucho y menos cuando pensamos en la sanidad pública que, por definición, casi, atiende buscando la economización de los recursos, la rápida solución del “motivo de consulta” por razones ideológicas o económicas. Porque en realidad, la salud mental comienza en la escuela (por no incidir en la familia). Y atender a este extremo es enormemente difícil y costoso para todos.
- Entiendo que estás abordando la visión del individuo desde una perspectiva más global, ¿Cómo articulamos al individuo y grupo al tiempo que pensamos en la intervención psicoterapéutica?
Reconozco, Lola, que no me resulta fácil ubicarme en un punto concreto de este continuo. La formación básica que he tenido, como la mayoría de nosotros, me lleva fácilmente a la situación individual y desde esta perspectiva he trabajado muchos años; sin embargo, en este momento, creo que debiéramos pensar, no tanto en lo grupal como alternativa a lo individual, sino en la realidad o no de esa dicotomía. Quizás sea una dicotomía falsa. Es decir, podemos ver al individuo como la muestra más elemental e indivisible del tejido social del que todos formamos parte, pero no establecer la dualidad grupos versus individuo. Si formásemos una misma unidad, o dos facetas que se dan al unísono, eso nos permitiría poder explicar los fenómenos tanto desde el punto de vista individual como grupal, social e incluso, universal. Para mí, lo macro y lo micro no son aspectos opuestos sino que forman parte, el uno y el otro, de una misma realidad y al mismo tiempo; este último aspecto es importante ya que tendemos a considerar que uno antecede o sigue al otro, siendo dos realidades que se dan al unísono. En este sentido ya en el 2005 (Sunyer, 2005) me animé a considerar que es posible abordar el individuo desde una perspectiva grupal: sólo requiere considerar la relación que se establece entre el paciente y el profesional como el agente psicoterapéutico básico; y a ambos, como una extracción temporal del tejido social al que pertenecemos. Como puedes pensar, seguimos con la idea del significado, pero el referente, es decir, el conjunto de elementos que enmarcarán nuestra actuación, se está comenzando a dibujar.
Esto es parte de un complejo debate. En un texto de fácil lectura como el de Langaney, A., Clottes, J., Guilaine, J., y Simonnet, D. (1999), se pone de manifiesto una relación sin solución de continuidad entre los aspectos más insignificantes de nuestro ser, o mejor, de la naturaleza, con los más evolucionados, entre aquellos que se inician en el Big Bang y el desarrollo de la cultura. Es un texto cuya lectura me impactó. Ciertamente, la tradición de los últimos siglos nos lleva siempre a poner el acento en el individuo; sin embargo, y tal como lo planteara Foulkes, él mismo estaba en la misma lucha o debate. Es decir, ya en su propio planteamiento teórico aparecen dos facetas, la ortodoxa y la revolucionaria (Dalal, 2002). Entender los procesos fisiológicos también como expresión de los aspectos relacionales de ese individuo con su entorno grupal y social, y hasta consigo mismo, nos aporta una posibilidad única de comprender la unicidad del ser humano y de dar mayor coherencia a nuestras intervenciones e interpretaciones.
Cierto es que al pensar en la palabra psicoterapia nuestra tradición occidental nos lleva a subrayar la labor de acompañamiento de los aspectos psicológicos de la persona, en su faceta individual. Ahí se abren, al menos, dos caminos: el primero corresponde a la mayoría de las escuelas de psicología como pueden ser el Conductismo, Cognitivismo, los modelos neuropsicológicos, etc. y que nos lleva a contemplar al sujeto como “objeto de estudio” y, en consecuencia, trataremos de ir descubriendo, desentrañando, la estructura y la fisiología de los procesos psíquicos individuales. Tanto el Psicoanálisis ortodoxo o clásico, Freud, Abraham, Fenichel, Jones, Klein, Reik, Reich, como cualquier otra aproximación (quizás deberíamos excluir un poco a la orientación sistémica), ven al sujeto como la caja negra de estudio. Sus conductas, sus pensamientos, sus emociones, su fisiología, sus órganos… corresponden a un individuo, a la parte indivisa de nuestra existencia, una forma de entender muy similar a la óptica médica; e incluso, en un esfuerzo importantísimo como es el planteamiento grupal de Bion, se ve al grupo como un objeto de estudio trasladando lo indiviso a lo que podría llamarse célula grupal. Desde esta perspectiva, el profesional es un observador ajeno que estudia, interpreta, aporta información desde su (supuesta) objetividad. Apenas hay una vinculación, y cuando la hay (el psicoanálisis la descubre y la pone sobre el tapete del propio proceso al hablar de transferencia y contratransferencia), se sigue viendo como algo que está, que nace y que se gestiona en la mente del otro (o incluso, en la mente del propio analista).
El segundo camino es el que nos lleva a contemplar a la persona en relación a las demás. Ahora bien, mientras que unos se centran en la relación con el otro, hay quienes vamos un poco más allá, viendo a la persona como expresión individual del fragmento grupal, social, en el que se encuentra y nos hallamos (ahí nos incluimos como profesionales). En consecuencia, el objeto de estudio se coloca en la relación, o mejor dicho en el individuo en interrelación e interdependencia con los demás y entrelazado con nosotros como parte del trasfondo social, cultural, en el que nos encontramos y del que somos inseparables. Ello conlleva poner en un primer plano de nuestra atención no sólo estos aspectos de la persona o personas con las que trabajamos y los nuestros (que están ahí, no se pueden negar), sino también aquellos que emergen de la propia situación asistencial, relacional, de la trama de interrelaciones que ahí se establecen entre todos los implicados en la misma, teniendo estos aspectos expresiones de naturaleza psíquica pero también biológica, fisiológica, social, cultural, política, religiosa, económica, etc. En este caso hablamos ya de un grupo; aún siendo dos personas las que se encuentran en la consulta.
Y entonces vemos que se ha complicado un poco la idea de psicoterapia; porque una de las cuestiones a considerar a partir de este punto es qué aspecto o aspectos de sus elementos psíquicos tomamos en consideración y en qué posición me ubico como profesional. Si seguimos la tradición individual sólo podríamos hablar propiamente de psicoterapia en tanto que nuestra atención está centrada en los aspectos psicológicos del paciente; del paciente entendido como aquella persona delimitada por su propia piel, el indivisus. En efecto, la “psique” es entendida como algo individual. El “alma”, la “psique”, no se entiende como algo que transciende al individuo, sino como algo que queda “encerrado” en él. Y desde esta perspectiva, varios son los puntos en los que uno pone su atención: aspectos conductuales, cognitivos… Si nos iluminamos con la luz psicoanalítica, estos puntos guardarán relación con la estructura psíquica que esta teoría en su visión más clásica propone y con la comprensión de lo que significa conflicto psíquico, así como todas las aportaciones posteriores que han venido realizando autores como Klein, Greenberg, Kohut, Kernberg, y un largo etcétera. Pero si proponemos otra perspectiva…
Bien, ¿podríamos considerar el alma, la psique, como algo que trasciende al individuo? Cuando Le Bon (1983) introduce la idea de “alma de las masas, alma colectiva” en realidad alude a una entidad que surge por un lado con “(…) un sentimiento de potencia invencible; a este hecho se le añade el contagio mental y finalmente el de la sugestibilidad, ¿recuerdas? Cierto que está hablando de masa. Y cierto que, como bien indicara Freud, eso se debería a fenómenos no tanto de sugestión cuanto de identificación con el líder o con la o las figuras que lo personifican. Pero si recogemos la experiencia que tenemos de grupos grandes, por ejemplo, aquellos que están formados por más de 30 personas y que pueden alcanzar cifras verdaderamente asombrosas, podemos constatar los mismos fenómenos que describía Le Bon, si bien mediatizados por el objetivo que los integrantes de estos grupos tienen y que los desmarca de la idea de masa. Podemos decir que en esos grupos hay algo que se diferencia de lo individual. Y si bien creo que deberíamos admitir que sólo el individuo dispondría de Psique, también es verdad que en los procesos grupales, tanto en los grupos grandes como en los pequeños, se percibe claramente una entidad diferente a la individual, una entidad que podríamos calificar de psíquica que surge del entramado relacional de las personas que ahí se encuentran y de las interdependencias que se crean. Eso es lo que significa la idea de Lewin de que el conjunto es algo diferente a la suma de sus partes.
En efecto, en el proceso grupal se actualizan también una serie de aspectos vinculados con la relación que emerge, vía transferencia, entre los miembros de un grupo: elementos de la estructura relacional, de la vida fantaseada y de la simbólica de todos y cada uno de los miembros. Desde la teoría psicoanalítica pensamos que el individuo exterioriza su mundo interno, es decir, el entramado de sus relaciones objetales y de las que tiene consigo mismo, así como las fantasías, deseos, temores y sentimientos varios que son el exponente de su propia estructura y que constituyen las características del sujeto. Con ello podemos ir ahondando en el conocimiento de su mundo psíquico y, por lo tanto, comprender mejor el propio proceso psicoterapéutico. Es decir, el individuo, o mejor, las relaciones de los individuos en el seno de un grupo, visualizan una trama relacional, un aspecto de la matriz de relaciones, que contiene las características internas de las personas que lo constituyen. Desde esta perspectiva, cuando hablábamos de que el grupo era el lugar de la plasmación de las fantasías internas de sus integrantes (Klein, Bion, Anzieu), lo que estábamos diciendo era justamente eso: que cada individuo en el seno de un grupo proyecta, identifica, transfiere, etc., una gama de aspectos que son los que le constituyen y le anudan a los demás y a éstos con él. Y no sólo individualmente, sino en las diversas constelaciones (subgrupos) con los que esta persona está en relación. Esto tiene que ver con él y con cada uno de los demás miembros del grupo. Pero estas relaciones, y déjame Lola que añada un elemento más, en realidad lo son con el conjunto de aspectos que estas personas, los miembros del grupo, también presentan. Y ¿qué presentan?, me dirás. Las personas sostenemos significados de un montón de aspectos de la realidad, de la esencia de la propia vida, de lo real y lo imaginado, de las fantasías, deseos y temores. Pues bien, eso es lo que las personas representan y con lo que cada uno se interrelaciona.
Eso significa darle la vuelta, es decir, pensar que estos aspectos son también interiorizaciones de estructuras, de elementos fantaseados y míticos, de símbolos y significados del grupo familiar y social en los que ha crecido (por ejemplo, su familia, su colegio, sus centros deportivos y culturales…), y que se concretizan en su particular forma de ser, de pensar, de actuar, y que vienen determinados por específicas cargas simbólicas, lo que les vincula con la cultura y con el grupo social a través del lenguaje. En este sentido, somos como el grupo, es decir, como las diversas constelaciones de personas que han sido significativas nos han hecho y como el contexto social (político, religioso, económico…) al que pertenecemos nos marca y nos ha marcado. Es por esta razón que cuando planteamos un espacio y un procedimiento para “curar” a una persona, al considerar que sus dificultades han nacido en el seno de los grupos en los que creció, tenga sentido la frase que no recuerdo ahora dónde leí, y que decía “lo que el grupo enfermó, lo debe curar el grupo”. Nos encontramos entonces con un objeto doble: el grupo es formado por y forma a los individuos que lo constituyen. Dice Grotjahn “La mente no es una cosa, es una colección de imágenes personales, de padre y madre, hermano y hermana, amigo y enemigo. El grupo proporciona una oportunidad más completa para que el pasado se proyecte en la realidad de hoy.” (1979:17). A ello le añadiría, el grupo actualiza la realidad social en la que estamos y hace presente la manera como nos constituimos en tanto personas.
Foulkes y Anthony (1964) nos lo dicen de forma muy clara: Lo que sigue necesitando explicación no es la existencia de grupos, sino la existencia de individuos (…) parece que los individuos reaccionan en el grupo como si éste fuese su matriz, de la cual emergen sólo lentamente, como una tentativa, y bajo condiciones especiales (…) la convicción básica es que el grupo es una unidad más fundamental que el individuo (1964: 203-4). En este sentido, la idea de que el grupo es como una matriz básica cuyas fibras son las interrelaciones, interacciones y las pautas de relación, y cuyos puntos nodales son sus miembros individuales (1964: 205) toma una nueva dimensión. Lo grupal es algo que estaría en el cimiento de la individualidad. Impregnaría su existencia. Guillem, P., Loren, J. A., dicen, tomando la idea de Bion: consideramos que la idea sobre los grupos parte de una especie de “preconcepción grupal”. Utilizamos la idea de preconcepción a la que expone Bion en “elementos de psicoanálisis”: corresponde a una expectativa. Es un estado mental adaptado para recibir un restringido margen de fenómenos. Se trata de un elemento no saturado que hunde sus raíces en las primeras relaciones objetales. (1985: 23). Y añaden Pensamos que los fenómenos grupales existen independientemente de que los individuos se hallen reunidos o no. (1985: 24). En efecto, porque los fenómenos grupales preexisten y preceden a los del individuo que nace dentro de un contexto grupal que nos marca, nos conforma; y al tiempo contribuimos a su formación. Esta es una nueva forma que toma la idea de Matriz en la que el conjunto de relaciones conscientes e inconscientes y los significados adjuntos a ellas que se tejen en un grupo proviene de anteriores matrices que han sido actualizadas en este grupo familiar.
Desde una posición más interrelacional o interpersonal, podríamos pensar que el proceso de ayuda, el proceso psicoterapéutico grupal, se establece en el espacio que media entre las personas que constituyen el grupo y el grupo como globalidad, de forma que cada componente puede rearticular un espacio de pensamiento similar al que estableció en su día con la figura materna. (Sunyer, 2002) Desde esta posición intermedia se visualizan todos los aspectos implicados en la relación, tanto los singulares de cada cual y que lo articulan al grupo mediante la activación de todos los recursos psíquicos del individuo (recursos psíquicos, físicos), como de los sociales en tanto que el grupo reproduce y actúa también, los elementos del contexto en el que se sitúa. El grupo, las interrelaciones entre las personas que lo componen, las interrelaciones entre las diversas constelaciones de personas que lo constituyen, me edifica, forma y conforma como sujeto al mismo tiempo que participo en la creación y conformación de ese grupo.
La concepción que te estoy proponiendo, Lola, se desvía de la que podría denominarse aplicación del psicoanálisis a la situación grupal y propone ver el grupo como la base desde la que opera el individuo. Creo, incluso, que desde este punto de vista se puede entender mejor la idea de matriz protomental de Bion. Piensa, Lola, que el desarrollo de un cuerpo teórico que nos permita articular todo esto que te estoy diciendo no resulta fácil; todos (o buena parte de los que nos dedicamos al fenómeno grupal como instrumento terapéutico) provenimos de la escuela psicoanalítica y este origen, aún facilitándonos mucho la tarea de comprensión de los fenómenos psíquicos, nos dificulta la de encontrar un lenguaje que, en paralelo al psicoanalítico, posibilite la comprensión del análisis de las personas del grupo por el grupo incluido su conductor (que es la propuesta, posiblemente poco divulgada, de Foulkes). Pero no sólo porque provenimos de tal formación sino, y además, por la influencia que deriva de la práctica asistencial.
Ciertamente, en la práctica clínica habitual, basada en el modelo individual que es un modelo predominante en la concepción del sujeto de nuestra sociedad, al menos la occidental, vemos el sufrimiento de la persona como ser “indiviso”: quien acude a la consulta es una persona aquejada de determinados problemas y que presupone, por lo general, que provienen de si misma. Cuando éstos son graves la persona suele venir acompañada por un familiar; pero dicho familiar por lo general se coloca de acompañante o como voz complementaria (en ocasiones única) de lo que le sucede al paciente señalado. Como el sufrimiento lo vemos colocado en la persona que viene nos es muy difícil desenfocar esta imagen para incluir en ella al grupo familiar al que pertenece (el grupo primario, que diría Foulkes). Este hecho complica una conceptualización grupal del ser humano. Es más: nosotros, los profesionales, hemos sido formados desde una determinada perspectiva que señala al individuo como el “objeto” a tratar. Todas nuestras cavilaciones acaban considerándolo así, no pudiendo o siéndonos muy difícil pensarlo de otra forma. Ahora bien, la modificación copernicana puede realizarse renunciando un poco a nuestro narcisismo. Podemos pasar a pensar que el individuo no es el centro del universo; que somos una partícula en un entramado de relaciones complejo y dinámico (eso es, cambiante) y que sufrimos sus consecuencias como las sufre cualquier objeto sometido a la gravedad, por lo que el padecimiento de una persona siempre alude a las dinámicas que se dan en los contextos grupales a los que esta persona está vinculada. Desde esta visión, una persona no deja de ser sino el representante de un grupo, normalmente el familiar, al que pertenece, y la sintomatología que presenta, la mejor expresión que ha encontrado para poder seguir en la matriz a la que está vinculada.
En efecto, si consideramos la matriz de relaciones conscientes e inconscientes en las que crecemos y nos desarrollamos, deberemos poner la atención en cómo se han ido estableciendo los lazos que vinculan unas personas con otras. Estos vínculos que además de formales son afectivos, articulados en una red de simbolismos que dan significado a todos y cada uno de los movimientos que suceden, son también con los que cada miembro se ha ido constituyendo y ubicando en la propia matriz. Ha sido y es una relación dinámica, activa y por lo tanto hay un grado de participación de cada miembro en la constitución, mantenimiento, y posibles modificaciones de tal matriz. Considerar al sujeto, a la persona, como el producto o resultado de las relaciones, de las interdependencias vinculantes que se establecen y están activas en la matriz a la que pertenece, nos permite descubrir los elementos genéticos (psicológicamente hablando) que inciden en la aparición de la denominada patología mental, los aspectos psico-genéticos.
(MQ). En los últimos tiempos he tenido la oportunidad gracias a Alejandro Ávila y sus colegas de Psicoanálisis Relacional de estudiar la vertiente relacional y descubrir gratamente que no hay mucha distancia entre el pensamiento relacional, el intersubjetivo y el grupoanálisis. Pero que no haya mucha distancia no significa que, al menos para mí, sean lo mismo. El punto está, creo, en que a pesar de todo nos cuesta entender (a mí el primero) la realidad de un ser humano en plena simbiosis psíquica con los demás y, por consiguiente, con lo social. Ese homines aperti, en realidad difumina la membrana psíquica que nos individualiza. Pero más allá de las filigranas conceptuales que en muchas ocasiones sirven para establecer diferenciaciones entre escuelas y grupos de profesionales, las lecturas que he ido realizando en los últimos meses me han enriquecido notoriamente.