98) Acepto ser un referente para ellos como figura de identificación y que me siento presionada a actuar. Pero no soy como me ven, ya que ni me conocen ni nada de eso; y no creo que deba actuar tal y como me piden, ¿debo cambiar esa percepción?
Mira, deja que sea el propio desarrollo, la propia realidad, la que vaya colocando cada cosa en su sitio. También ellos para ti representan algo y no van a decirte: «Oye, que no soy como me ves». No. La figura del conductor, como posteriormente sucederá con los demás miembros del grupo, tiene un fuerte carácter de pantalla proyectiva. En realidad es como con los bolardos: ahí se sujetan las amarras. Y ahí colocan aspectos idealizados por ellos y que, tomando algunos de los que te son propios, les permite adjudicártelos a ti. Esa primera fase en la que quedas cargada de lo positivo (o más cargada de cosas positivas), se alterna con otros momentos en los que tu figura comenzará a poseer cargas negativas. Y si lo positivo que ven en ti les ayuda a constituirse en grupo, lo negativo que te colocan también; porque así esos aspectos no los tienen ellos sino tú. Te darás cuenta de que en estos momentos estamos en una fase de inicio de las relaciones, de asegurar nuestros niveles de fiabilidad, de ir tejiendo una tupida red de relaciones y de interdependencias. Fíjate que estos mecanismos de defensa que aparecen son también de comunicación. Y fíjate además, en cómo se van organizando los miembros del grupo: quien es el que más habla, quien es la voz cantante, quien el protestón, quien el quejica…
Estamos en un complejo proceso de desarrollo. La identificación con el conductor —por no hablar de tus identificaciones con sus aspectos parciales—, al que adjudican una serie de elementos positivos que son los que les permite arroparse a tu vera, va paralela a dejar depositados, en cierta manera, los elementos negativos en los demás o en el grupo como globalidad; y hasta si me apuras, fuera del grupo, en su casa, en su trabajo… Si pudiésemos escucharles al salir del grupo fácilmente oiríamos frases como «no estuvo mal, pero hay uno que…», o «la gente es maja, pero no acabo de ver eso del grupo, me va mejor lo individual». Y otras como éstas, en las que se percibe cómo la carga negativa se deposita en un miembro: «es un pesado», o en el grupo: «no acabo de ver claro esto de reunirse…», y otras muchas fórmulas que podríamos escuchar. ¿Por qué sucede eso? Recuerda que estamos en una fase más bien desintegrada, fragmentada, y esta característica posibilita que los elementos que podríamos llamar positivos queden ubicados en un lugar determinado en tanto que los negativos quedan depositados en otro. Esta escisión permite que la identificación con los elementos vistos como agradables o constructivos estén a la disposición de quien los precise para su reafirmación yoica, y aquellos elementos destructivos queden alejados de uno y depositados en otras personas o circunstancias. La proyección de lo malo tiene como finalidad que el yo incipiente quede liberado de las tensiones que provienen de lo destructivo, de lo negativo. Esto sucede en la vida social: los grupos humanos, y de esto saben mucho los políticos que lo utilizan —alimentando así los populismos—, tendemos a señalar al «otro grupo» como el causante de nuestros males. Con este método, viejo como la propia historia de la humanidad, trasladamos al otro grupo aquello que no podemos asumir de nosotros mismos. Posiblemente el tiempo permite constatar que también nosotros tenemos esos aspectos; pero para ello se precisa un complejo proceso de elaboración y de asunción de realidades personales. Y de la misma forma que sucede en el grupo social, sucede en el individuo.
Junto a estos dos mecanismos aparece otro de mayor potencia y fuerza: la Identificación proyectiva, del que también te he hablado en otra ocasión. Este es un mecanismo descrito por Melanie Klein para designar un mecanismo que se traduce por fantasías en las que el sujeto introduce su propia persona en su totalidad en parte, en el interior del objeto para dañarlo, poseerlo y controlarlo (Laplanche, Pontalis, 1981) y que se hace evidente en muchas situaciones grupales y no grupales. Tal y como lo entiendo nos sucede con frecuencia en situaciones en las que hay un componente que no puede ser admitido de ninguna manera por la persona que lo expresa y, debido a ese carácter rotundo, lo expulsa adjudicándolo totalmente al otro con una clara intención de movilizar los afectos. Imagínate que estás en el cine viendo una película que te parece interesante, sugerente… podríamos decir que en este punto puedes concebir una cierta identificación con el o los protagonistas. Pero ese grado de identificación no supone un cambio en tu estado de ánimo y puedes verla con una cierta o gran «objetividad»: calibras la actuación de los actores, el ritmo, la música, la fotografía, el argumento. En otras ocasiones, tal película consigue —de ahí la capacidad del director de la misma— que te identifiques con el personaje, que veas en él elementos que te activan. Y así sales de la sala con la sensación de que te ha impactado —fíjate que palabra más bonita: impactado, es decir, algo de ella ha llegado a ti, golpeándote, dejando huella—.
Podríamos decir que en estos casos, ha habido una clara identificación con el personaje, con la historia… Pero podría suceder que tal película no sólo te impacte sino que te lleve a actuar, a moverte de tu asiento, a hablar, a chillar. Te sientes trasladada a la propia pantalla y vives lo que sucede e incluso desearías poder actuar para modificar el ritmo de la película… En ocasiones sales de la sala sintiéndote fuertemente impactado, no pudiendo dormir; o y en algunos casos, cambiando tu forma de actuar en la vida cotidiana. ¿Qué sucedió? Como le pasó a Woody Allen en La Rosa Púrpura del Cairo: que se metió en la película escenificando claramente la Identificación proyectiva, y que pretende, de forma inconsciente, actuar modificando el curso de la misma. O la Identificación introyectiva, cuando es la película la que se ha introducido de tal manera en ti que sientes que te ha cambiado la vida. Pero estos mecanismos, cuando se trata de elementos interpersonales tienen el valor añadido de amarrar, vincular al otro y de quedarse vinculado a él de una forma particular. Forma que en algunos casos puede llegar a ser patológica.
Irás viendo que buena parte de los conflictos que aparecen en el grupo y en las personas, provienen de esa masificación afectiva que se moviliza a través de este mecanismo. Ahora bien, fíjate que te he señalado dos mecanismos de comunicación y defensa que emergen en estos primeros momentos del grupo. De los dos, el que considero más peligroso es este último. Y conmigo también Nitsun, M. (1996) que, de hecho, nos ha aportado una teorización muy sugerente respecto a los elementos que tienden a destruir al grupo. Los denomina «el anti-grupo», y los concibe como un fenónemo en el desarrollo del grupo El antigrupo en sí mismo como un fenómeno evolutivo…representa la parte del proceso grupal que se encarga de sostener y mitigar los fenómenos destructivos con el fin de que los procesos constructivos puedan desarrollarse (1996:61). Esta función que en su momento fue definida como un término amplio para describir los aspectos destructivos de los grupos que dañan la integridad del grupo y su desarrollo terapéutico. (1996:44), agrupa una serie de formas de funcionamiento grupal que pueden dañarlo. Una de ellas es la Identificación proyectiva (1996:123-8).
Por recoger un ejemplo de tu grupo, cuando aquella persona el primer día comenzó a poner en el tapete grupal, con todo lujo de detalles, su sufrimiento por la pérdida de su marido, nos hizo pensar que se exponía excesivamente. Excesivamente en relación con los niveles de fiabilidad y confianza que el grupo había podido adquirir hasta ese momento. Cuando alguien se encuentra en una situación así, lo lógico es poder tranquilizarle e ir atenuando su actividad ya que puede ser destructiva para ella y para el grupo: si le damos mucha cancha lo que puede generar es que los demás se asusten y no vuelvan, por ejemplo. Y creo que cuidándola, cuidas al grupo.
La idealización, junto a los mecanismos que la siguen como pueden ser la identificación, proyección e identificación proyectiva, se acompaña de un proceso de desidealización y por lo tanto de abandono de los patrones primitivos de comportamiento y comprensión de la realidad en la que vivimos. Ese proceso progresivo en el tiempo nos ayuda a ubicarnos y a situar a los demás en una posición más real, debiendo aceptar lo que representa el dolor por la pérdida de posiciones infantiles para adquirir otras más adultas y acordes con la realidad en la que vivimos y con las personas con las que nos relacionamos. A esto también contribuye la Función Verbalizante que estamos desarrollando en el grupo.