123) De acuerdo, pero esto te lo voy a preguntar más tarde. Veo que con frecuencia hablas de dar tiempo, de dar nuevas oportunidades para describir eso que llamas proceso terapéutico, ¿quieres decir que el desarrollo grupal se realiza a través de las sesiones? Es decir, ¿no es algo que queda limitado a cada sesión, al aquí y ahora del momento?
Es cierto que desde que Ezriel señalara que lo importante es el aquí y ahora de la relación, lo que a nosotros nos interesa no es tanto lo que ocurrió en el paleolítico individual sino lo que sucede en cada persona y entre las personas que estamos aquí reunidas. Las alusiones a las fantasías infantiles que se agazapan no es para revivirlas sino para poderlas abandonar. De hecho, creo que la revisión histórica, tanto individual como colectiva, si no tiene como objetivo la comprensión de la situación actual, su aceptación como parte de nuestro propio desarrollo, y la búsqueda de propuestas para no repetir los mismos hechos, no tiene sentido alguno. Pero al tiempo de lo que nos sucede en la situación del grupo, éste también tiene una historia común en la que todos estamos implicados. Si no vamos poniendo las cosas en la relación temporal del grupo que constituimos, poco vamos a poder ayudar a comprender que lo que les sucede se ha ido formando en el tiempo y en su contexto familiar. De hecho, cuando llevas conduciendo un mismo grupo a lo largo de cuatro años o más, te encuentras con que hechos que ocurrieron tiempo atrás, incluso en los que sólo una persona de las presentes participó en ellos, vuelven a aparecer en la memoria del colectivo grupal. Y se percibe cómo marcó su desarrollo posterior.
Todo proceso psicoterapéutico, y el grupal no iba a ser una excepción, se da a lo largo del tiempo. Podríamos pensar que aparecen, cuanto menos, dos evoluciones temporales paralelas: la que se da a lo largo de cada sesión y la que ocupa el devenir de todas las sesiones del grupo. La primera es quizás la más fácil de delimitar y en ella podríamos hablar de un inicio en el que se va dando un precalentamiento del grupo cuya duración es variable y que depende mucho también de la conexión que tengas con el resto de los componentes y de la actitud que desarrolles con ellos. De hecho suele durar unos treinta minutos por lo que aquellos grupos en los que la duración es justo de una hora, el espacio para poder trabajar queda muy reducido. A partir de ahí podemos entrar en una fase que podríamos denominar de meseta o de nudo, en la que van dibujándose mucho más los temas que el grupo está trabajando. De la intensidad del trabajo grupal, es decir, de la intensidad de las interrelaciones que aparecen, de la intensidad de las temáticas que se activan, esto es, de los niveles regresivos que activan y por lo tanto, los elementos más disociados y anclados en temáticas más antiguas, de todo ello dependerá el cansancio al que el grupo llega, y que por lo general no posibilita trabajar mucho más allá de la hora de trabajo. Pero como no es conveniente que las cosas se queden demasiado abiertas, es recomendable dedicar un breve espacio para cerrar lo que se pueda, para evitar más carga emocional que la que ya se ha activado. Ello nos lleva a que la hora de trabajo activo debe reducirse un poco a los 55 minutos dejando los cinco restantes para el cierre de la sesión. Es decir, de la hora y media, hay unos cincuenta minutos de trabajo intenso. El resto se dedica a la apertura y cierre.
Pero luego está el proceso que se da a lo largo del tiempo grupal. Eso supone que muchos de los temas que se tocan, o se han vuelto a tocar o se tocarán más adelante. Y es que el trabajo se asemeja a los procesos digestivos: precisan de tiempos para poder ir integrando cosas. En otro lugar (Sunyer, 2005) indiqué que a mi modo de ver, habrían varios niveles de profundidad de trabajo: un primer nivel descriptivo, en el que se habla de cosas sin que especialmente tengan que ver con uno mismo. Es un momento en el que se suele poner toda la culpa fuera, y si se atribuye a uno mismo es de una manera dañina ya que no es tanto una reflexión acerca de en qué medida uno ha podido contribuir sino que es como una bofetada a uno mismo. En el segundo nivel aparecen las personas como portadoras de sufrimiento. Aquí comienza a poderse expresar el malestar individual y hay una cierta búsqueda de la ayuda frente a la desesperanza de no poder tenerla nunca. Este nivel, en algunos casos, se coloca en primer lugar pasando a ser segundo el que era primero. El tercer nivel se correspondería al momento en el que esos sufrimientos pierden su importancia para centrarse más en lo que significan para cada cual. Es decir, el sufrimiento, el daño que representó tal o cual situación va perdiendo importancia para dar paso a la consideración de lo que ese hecho representó, de lo significó. El cuarto posibilita la entrada del profesional como alguien real con quien se puede también debatir. Aquí hay un descentramiento de uno para dar cabida al otro. Aquí empieza el debate con el otro por lo que el aquí y ahora toma una entidad superior y clara. En el quinto nivel accederíamos a centrarnos en las relaciones que se dan entre las personas del grupo, en ver los acontecimientos grupales como algo de lo que se puede deducir la psicopatología. El sexto nivel se da cuando podemos ir relacionando el aquí y ahora del grupo como el entonces y el allí, pero también con el fuera del grupo que es en donde cada cual desarrolla su vida sin la cobertura del grupo. Cuando las fantasías, los sentimientos, los elementos de la realidad pueden ir apareciendo, intercambiándose e intercambiando niveles de significación, sería cuando estaríamos en un séptimo nivel; y el octavo lo dejaríamos para aquella situación en la que se abordan temas de separación, abandonos, vinculándolos con la situación del grupo y con la posición relativa de cada uno, pudiendo comenzar a pensar en la finalización de la tarea.
Por su parte, Tudor, K (1999) señala otras fases que van desde una inicial (el grupo provisional) a la que sigue «el grupo adaptado y en formación», «el grupo operativo», «el grupo que se ajusta a las normas», «el grupo que se adapta y cohesiona», «la clarificación grupal», y finalizando en «la imagen del grupo y duelo» (:61-166). Y como él también otros han establecido agrupaciones de momentos grupales, por ejemplo Kissen, M. (1979) que habla de seis fases (Ansiedad y dependencia, individuación y succión del grupo, relaciones de poder, formación sistémica del grupo, polarización y división, y reintegración y disolución). O Day, M. (1979) quien habla de cinco momentos (Familiaridad fantasiosa, Victimización transitoria, Victimización más localizada, Unidad exageradamente perfecta, Individualización). También Bennis W.G. y Shepard, H.A. (1979) introducen una clasificación de dos fases que a su vez se subdividen (Dependencia e interdependencia) o Martin, E. A y Hill, W.F. (1979) que proponen seis, o incluso podríamos pensar en las que se derivan de los supuestos básicos de Bion, o en las tres que Grotjahn M (1979) propone y que son como muy sencillas: inicio, grupo en marcha y finalización.
En todo este desarrollo grupal, más allá de si lo subdividimos en dos o en muchas fases, en realidad lo que está sucediendo es que nos encontramos ante un proceso de progresiva individuación. Proceso que alterna fases de confusión, fusión y, consecuentemente, enfado, con otros de relajo, claridad de ideas, ganas de crear cosas y de relacionarse. Los enfados, las situaciones tensas, guardan mucha relación con los procesos de individualización, de separación del otro, de diferenciación de aspectos que el otro representa para mí y de las que me tengo que zafar, proceso del que ya hemos tenido ocasión de comentar algo en otros momentos de la entrevista. Son procesos muy bien descritos desde la teoría de las relaciones objetales y que, en definitiva, van dirigidos a poder tener una relación tal con lo que nos rodea y con lo que nos constituye, que pueda integrar elementos contrapuestos. Pero eso no sólo se da en el denominado mundo interno, sino que sucede idénticamente en el externo; es más, no sólo viene formado y condicionado por él sino que lo constituye. Recuerda que aquí no estoy distinguiendo mundo interno del externo. Es como si el trabajo transcurriera entre dos coordenadas, la de la individuación y la de la grupalidad, que son dos polos entre los que nos debatimos desde el mismo nacer y a través de los que vamos constituyendo nuestra propia identidad. De un estado de total fusión con el otro, que se inicia en el mismo momento de nuestro comenzar a existir estando vinculados con la madre, primero, con el grupo familiar y con la sociedad posteriormente, pasamos a un estado en el que la total individuación finaliza con la muerte, que es la separación definitiva. Entonces casi parece como que el proceso de vida es un continuo entrenamiento para la separación final, un permanente ir desde la unión a la separación, vuelta a la unión para volver a tratar de separarse. Estos vaivenes se producen en tantas y tantas situaciones distintas que permite pensar la vida como un continuo repetir situaciones que nos llevan siempre al mismo lugar. Y no siempre estos procesos se realizan con tranquilidad, con sosiego.
Para poder ejecutar todo este movimiento, lo que emerge como pauta habitual son las descargas de agresividad, de rabia, de enfado para con los demás, para con el grupo y sus componentes, expresión de otros enfados y rabias acumulados con personas y situaciones que uno ha ido viviendo y que no ha podido integrar. De ahí la importancia de tu presencia que facilita y en cierto modo garantiza la capacidad de hacer del grupo un lugar de elaboración de esa dualidad que parece atormentarnos. Eso supone que tu presencia va a ser cuestionada en muchas ocasiones por algunos miembros, como lo va a ser la asistencia al grupo. Estos cuestionamientos suponen movimientos considerables en los haces de interdependencias que se establecen. Éstos tienen que ser renegociados para poder cambiar sin que ese cambio resulte traumático, que no sea excesivo para la capacidad yoica del sujeto que teme perder su identidad. Ello significa, pues, que los miembros del grupo van a ir realizando pequeñas o grandes regresiones que no suponen otra cosa que la conexión con elementos y formas del pasado, para ir en busca de aquellos momentos en los que las interdependencias quedaron ancladas en figuras y situaciones que, por no poder integrar los siguientes momentos de cambio, acabaron mitificándose, cristalizándose y paralizando la capacidad evolutiva.
Es otra de las características de esta Función, dar tiempo al tiempo para posibilitar la integración de los elementos que en un principio se viven en bruto y que pasarán, si les damos la oportunidad, a integrarse en nuestra manera de ser, vivir y sentir.