03 Ene Pensamientos no deseados
No quisiera cerrar el día sin al menos empezar a escribir lo que corresponde a «mi diario de bitácora». Venía en el tren leyendo algunos de los vuestros (lo notaréis por la letra infernal de mis anotaciones) y me decía a mí mismo que la ocasión que nos estamos dando no es frecuente: la de compartir cosas, en algunos casos personales e incluso íntimas; la de reflexionar sobre lo sucedido en el aula, sobre… En realidad es como si nos hubiésemos organizado en tres tipos de relación: la individual (a través del Diario de Bitácora), la de pequeño grupo (en los grupos organizados en clase), y la del grupo grande (cuando estamos todos juntos). En cada uno de ellos la relación, los aspectos que aparecen son, en principio, diferentes. En el primero parece primar lo íntimo, lo privado. En el segundo posiblemente lo que prima son aspectos de tipo personal. Y en el tercero, elementos que van desde lo intelectualizado a lo social. Esta clasificación no es baladí. Y a los compañeros de Organizaciones, creo que les aporta importantes pistas para comprender un poco más, lo que se mueve en ellas.
En mis anotaciones (esas que hago en mi libreta para poder hilvanar después mis pensamientos) aparecen dos tipos de anotaciones: unas relativas a la atmósfera que percibí, y otras alusivas a ideas que ibais aportando.
En el primer apartado tengo que decir que, hoy por hoy, me siento cómodo con vosotros. En muchas de vuestras miradas percibo un cierto grado de complicidad que me agrada, me sienta bien. Y constatar cómo os vais animando a aportar de forma libre, espontánea, vuestras ideas, me relaja. Y me tranquiliza, claro.
Si me voy al segundo grupo, veo que hablamos de muchas cosas. Por ejemplo del temor a realizar juicios basados en lo que se percibe. Incluso me indicabais, con razón, que no se podían sacar conclusiones del fragmento de una entrevista. Cierto. Pero es que no sacamos conclusiones (la palabra alude a algo que concluye, que acaba); elaboramos hipótesis, compartimos ideas. Percibimos caminos por los que se puede transitar; o no. Eso sólo lo sabemos cuando estamos más cerca.
Pero este temor lo conozco. También ha sido mío, y corresponde a la sensación de disponer de un poder que carece de fundamento. Seguramente se debe más a nuestros deseos que a la cruda realidad. Esto sin considerar algo que pertenece a nuestra naturaleza humana: percibimos, y de lo que percibimos sacamos hipótesis sobre el otro. Y esto no se puede evitar. Si por cualquier cosa llego tarde un día, pensaréis algo. Que puede o no ser cierto; pero no puedo evitar que penséis algo. No pensaríais si os importara un bledo. Pero a poca consideración que me tengáis, si llego tarde pensaréis algo: que me dormí, que perdí el tren, que me surgió un imprevisto, que enfermé, que… Porque todos generamos cosas en el otro. De lo que hacemos y de lo que no hacemos. La diferencia entre lo que pensamos como individuos de la calle y como psicólogos o personas vinculadas con el mundo de la salud mental, la diferencia es que lo consideramos en clave de ansiedades, expectativas, temores, deseos… etc. Porque son la base de nuestro ser.
Fijaros en la naturaleza de este temor. Hablabais de «atrevimiento», incluso aparecía la palabra «paranoia». Mirad: una cosa es la violación, y otra entrar en el otro con su permiso. La violación del espacio aéreo de un país supone que aviones de otra nación han entrado sin la autorización correspondiente. Pero si tienen permiso —que por lo general limita las zonas aéreas por las que se puede transitar— ya no es violación.
Otra cosa es deducir aspectos de uno por las manifestaciones de su conducta verbal o no verbal. Deducir conlleva buscar relaciones entre lo que vemos y las posibles motivaciones que se ocultan tras lo que vemos. Cierto que, como decía una compañera vuestra, no hay por qué ver más cosas de las que hay. Evidente. Si cae una hoja del árbol, ha caído y punto. Y es muy legítimo quedarse ahí. Pero todos somos investigadores de las cosas que percibimos de nuestro alrededor o de nosotros mismos. A partir de los dos años, ya investigamos; y seguramente antes.
Ante la hoja que cayó puedo ver cómo ha caído. O preguntarme por qué ha caído. Y en cualquier caso, la hoja cayó. Pensar que la fuerza de la gravedad la ha atraído al suelo, o que el rozamiento del aire la ha hecho recorrer una determinada trayectoria, o que la temperatura ha llevado al árbol a prescindir de su verde manto, no quita para que digamos que la hoja ha caído. Si soy botánico, hablaré y profundizaré sobre el tercer punto. Si soy físico, sobre los dos primeros. Si soy artista, o si soy un contemplador de la naturaleza, me quedaré con que la hoja ha caído. Y si mi hijo me dice «qué ha pasado, papá», en función de su edad y de su interés, le responderé una u otra cosa. Y todas son ciertas. La hoja ha caído.
Pensar no es juzgar. Nosotros no somos quienes podamos decir, en tanto que Orientadores, que tal conducta o tal pensamiento es bueno o malo. Sólo tratamos de entenderlo. Y compartir lo que entendemos para que el otro pueda incorporar, si quiere, una forma de entender que quizás no se había planteado. Por ejemplo: si alguien os dice que hace una semana se ha separado de su mujer con la que llevaban 38 años juntos, separación que se ha cocido en 15 minutos; y que está bien, que un amigo le ha dejado la caravana para que pernocte ahí; y que la vida sigue igual, ante esto ¿qué diríais? Entiendo que puede resultar raro. Quizás esta persona está tratando de empaquetar lo que supone la separación, y tira hacia delante «como si nada pasase» ya que asumirla puede sumirle en una profunda depresión. Yo no sé si es bueno o no que se haya separado. No puedo aconsejarle que regrese, que reflexione, que…; sólo puedo tratar de entenderle y explicarle, de alguna manera, que quizás está tratando de ponerse a buen recaudo ante lo que supone dicha separación. Y si otra persona os dice que siempre «se ha tomado las cosas muy a pecho», ¿qué os sugiere la frase?
También apareció la idea persecutoria, ¿os acordáis? El temor a que lo que podamos decir pueda ser vivido como dañino; o quizás el temor que podemos tener al comprobar que las personas percibimos cosas y que esto que percibimos son elementos sugeridos por el otro; y que no sabemos qué hacer con ello. Podría pensar que lo que decís en clase es para provocarme o para hacer la pelota, ¿verdad? Pero…, en qué me basaría. ¿Es una percepción sobre algo real, o porque mis temores a que fuese así os los coloco encima de lo que me decís?
Y también apareció la idea de «hay que conocerlo todo». Como si para poder hablar con alguien y darle algo de lo que percibimos, entendemos, debiéramos tener la «garantía» de veracidad o de conocimiento total. ¿No sería mejor aceptar nuestras limitaciones y, si nos equivocamos en un comentario, en una apreciación, señalar un «lo siento» con toda naturalidad? Creer que podemos «conocerlo todo» no deja de ser una fantasía omnipotente que posiblemente oculte una gran pequeñez. Ahora bien, aceptando que estas fantasías nos vienen a la mente e incluso parece que en ocasiones guían nuestro proceder, ¿a qué obedecen? ¿Sabéis de algún período de nuestro desarrollo en el que sean frecuentes estas ideas? No contesto a la pregunta. Os la dejo para vuestro diario, si queréis.
Quizás pueda sorprender que de un fragmento de entrevista podamos sacar hipótesis de trabajo, pistas sobre aspectos parciales de quien está con nosotros. Y me imagino que la sorpresa es la misma para quien aplica el microscopio a un fragmento de objetos cualquiera. Y si en vez de ser u microscopio normal es electrónico, más cosas vemos. Pues es lo mismo. Aplicamos a lo que vemos nuestro microscopio psicológico, analizamos, descomponemos lo que aparece, vemos qué relaciones hay o puede haber tras cada elementos que tenemos delante. Pero claro, esto es una práctica, como todo. Y no lo aplicamos a cada fragmento, sino que la experiencia nos va guiando acerca de qué fragmentos nos parecen más significativos que otros. Por lo que podríamos pensar en análisis a diferentes niveles. Creo que podríamos realizar análisis a nivel general (por ejemplo, el desarrollo de todo un proceso terapéutico), análisis más particulares (por ejemplo, de una sesión o un conjunto de ellas), análisis de fragmentos de la relación (como pueden ser las viñetas de sesiones que os traigo con una cierta frecuencia), y también análisis de fragmentos, de aspectos psicológicos más delimitados (como pueden ser los que aplicaríamos a aspectos concretos de la relación, o del análisis de las identificaciones, o de los mecanismos de defensa…) Dicho de otra forma, nosotros, como profesionales, vamos decidiendo qué tomamos y qué queremos ver con lo que tomamos. Esto supone una renuncia: renunciar a la omnipotencia de quererlo saber todo.
También aparecieron otros aspectos. Por ejemplo, la envidia. La envidia (sana decía la paciente —¿qué querrá decir envidia sana?—), que es uno de los sentimientos humanos anclados en los más primitivos momentos de nuestros desarrollo. La envidia, sentimiento universal por el que el hombre desea destruir al otro por lo que posee, o destruir lo que posee por una sencilla razón: por no tenerlo él. Y este sentimiento lo tenemos todos. Pero en muchas ocasiones es él quien nos posee. Y ahí está el problema. La envidia (que es diferente a los celos), desea la destrucción, la aniquilación de lo envidiado, o de la persona a la que se envidia. Por ejemplo, no es infrecuente que en las organizaciones haya quienes prosperen más que otros. Es más, es lo normal. Siempre hay quien por sus habilidades, por sus esfuerzos, por sus características, alcanza posiciones diferentes a la de los compañeros. Se promociona o le promocionan. Y en muchas ocasiones no se considera la envidia que ello genera en el resto del personal que, acosado por este sentimiento, se dedica a devaluar, a despotricar, a decir pestes, reales o inventadas, de quien prosperó. Lo vemos en la prensa diaria. Lo vemos en las organizaciones. Y lo podríamos ver en clase. Pero también genera otro malestar, y esta vez en quien la provoca. En muchas ocasiones veréis personas que, ante las dificultades que suponen el ser objeto de envidia de los demás, paralizan su desarrollo, lo deterioran ( y se deterioran), ya que el soportar la envidia que genera tu propia actividad en los demás es, en ocasiones, extremadamente duro. Estos aspectos, tanto el generador de envidia como el que la siente, no son exclusivos de los «pacientes», ni de los «individuos». Pesemos por ejemplo, en nosotros mismos.
En el trabajo de Bion, W. R., (1987) , se habla del «odio al aprendizaje». Bueno, no os asustéis. A veces las palabras tiene un componente tan rotundo que tendemos a no querer oírlas o a devaluarlas. Pues bien, en este trabajo se hace una pequeña alusión al tema que estoy tratando. ¿Qué sentimientos despertaría un compañero vuestro que destacase por sus aportaciones en el seno del grupo grande? ¿No habrá un cierto temor a destacar sobre los demás cuando nos vemos con la dificultad de hablar en público? ¿Qué sentimientos se ocultará tras la búsqueda de «decir algo bien dicho y coherente» que también nos impide ser espontáneos en el grupo grande? ¿Qué habrá tras los sentimientos que genera vuestro profesor a quien veis moverse con cierta soltura y que os agobia con correos electrónicos? El aprendizaje, todo aprendizaje, supone (más allá de los elementos cognitivos), varias cosas: la aceptación de lo que no sé, tolerar que el otro sabe, aguantar la mirada de quien no ha aprendido todavía, soportar la mirada del otro cuando nos ve que hemos aprendido algo… Y cuando esto es muy poderoso, cuando son los sentimientos quienes nos poseen, tenemos dificultades en aprender, o incluso, odiamos aprender. Y lo odiamos porque supone un tener que afrontar sentimientos parejos a los que os he comentado.
Vayamos a las organizaciones. ¿Qué se mueve tras el éxito de un compañero? ¿Qué se agita tras su promoción? ¿Qué sucede tras el éxito de un departamento sobre otro? ¿Qué se oculta tras muchos absentismos laborales? ¿Qué hay tras los elementos de alienación laboral? ¿Qué hay tras las zancadillas que se dan personas o departamentos enteros? Evidentemente no hay respuestas únicas, pero preguntaros sobre los sentimientos que se ocultan tras todo ello. Sentimientos que si bien pertenecen a los individuos, trascienden al grupo. ¿Os habéis preguntado qué hay en muchos de los contenidos de «radio Makuto»? ¿Os habéis preguntado alguna vez qué se oculta tras tanta pérdida laboral y de energía en las horas de café, o en los descansos entre pasillos, o incluso en loa lavabos? Seguramente si dedicáis un rato a considerar lo que hay tras todo ello, comprobaréis que los sentimientos de envidia adoptan formas muy variadas.
Y esto por no meterme en política, pantalla en la que los políticos, todos, se reflejan y muestran cómo van más poseídos por la envidia que por otros sentimientos.
Bueno, el tema daría para mucho. Pero me temo que os puedo cansar. Creo que el próximo día hablaremos de mecanismos de defensa, o de comunicación. Os animo a que los consideréis en toda su magnitud. Lo que estamos construyendo entre todos en este espacio, os puede ser muy útil.
Con aprecio.
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