03 Ene Un cuento
El día pasado os propuse un esfuerzo doble: el primero era trabajar sobre un cuento de los Hermanos Grimm; y la segunda, que apuntaseis lo que se os iba ocurriendo al tiempo que hacíais el ejercicio.
Sé que hicisteis un gran esfuerzo. Seguramente tendré que mejorar la ficha que os di a fin de que otras generaciones de alumnos no se encuentren ante algo tan complejo. Pero lo que percibí fue un gran esfuerzo por vuestra parte. Quizás con una característica particular, que me sorprendió en relación con la experiencia que tengo de lo mismo con otros cursos: buscabais (debe ser error mío) la simbología en territorio muy universal e incluso un poco «intelectualizado». Me hacíais pensar, unos más que otros, en Jung, por ejemplo. Y no está nada mal eso; posiblemente no os haya sabido transmitir suficientemente lo que está latente tras mis palabras, mi forma de pensar, mi manera de teorizar las cosas.
También entiendo vuestra incredulidad; o al menos la que percibía en la mirada de algunos de vosotros a medida que íbamos avanzando en el análisis del cuento de los hermanos Grimm. Me imagino que la misma que hubiese tenido si un profesor me hubiese planteado un ejercicio semejante a vuestra edad. Seguramente hubiese pensado cosas como: «me está tomando el pelo», «es una forma de entretenerme porque no sabe qué hacer», «para qué puñetas puede servir esto», «con las cosas que tengo que hacer y ahora aquí perdiendo el tiempo en un ejercicio estúpido», «no lo entiendo», «no me gusta nada este galimatías», «¿qué pretende?», «se quiere hacer el chulo»… Y seguramente al oírle explicar su análisis diría cosas como: «esto no tiene ni pies ni cabeza», «menuda estupidez», «esto es subjetivo», «aquí no se hace un análisis científico», «qué m., de asignatura», «claro, pensará que todo es analizable», «si, claro, y ahora el Edipo!», etc. Y seguramente tenéis razón, algo percibiréis; pero ¿sería posible pensar que lo que nos cuentan los pacientes tiene relación no sólo con su problemática sino que se articula y se expresa mediante la simbología social?
Los hermanos Grimm no inventaban cuentos. Se limitaron a recoger los que eran conocidos en los entornos populares de Europa. ¿Y de dónde salen estos cuentos populares? Ya os dije en una ocasión que hablamos en Latín y pensamos en Griego. Cierto que esta frase, que no es mía, puede parecer un poco reduccionista; pero si la pensamos un poco podremos averiguar mucho. Y es que la mitología Griega, lo que de ella conocemos, ha sido transmitido a lo largo de los siglos y se ha expandido por buena parte de Europa, España incluida. En el conjunto de los elementos no conscientes de nuestro bagaje cultural podemos encontrar, sin mucha dificultad, restos arqueológicos que tienen sus raíces en el pensamiento Griego. Cierto que también hay otros pensamientos que siguen coloreando dicho bagaje cultural común: el judeo cristiano, por ejemplo, es uno de ellos.
La cultura Europea, y la nuestra en particular, es el depósito de una gran cantidad de pensamientos y mitos que organizan nuestro pensamiento colectivo. Son como el eje en torno del cual se articula el lenguaje cotidiano, las manifestaciones culturales, la forma de hacer y actuar. El grupo social tiene mucho más poder que el grupo particular. Podéis comprobarlo vosotros mismos: el grupo grande tiene más poder que el pequeño. Y es a través de la infinidad de comunicaciones y relaciones interpersonales, intergrupales, intersociales —que han ido organizándose a través de los siglos— como se ha ido constituyendo ese poso que otorga un valor particular a nuestra cultura Europea. Y lo podemos ver en los dibujos animados que ven los chavales. La importación (con fuertes componentes económicos camuflados de lo que se denomina multiculturalidad) de elementos culturales particulares (como pueden ser los dibujos animados de estos personajes de corte oriental, con sus premisas de funcionamiento totalmente opuestas a las nuestras) va a tener un fuerte impacto, creo, en nuestro bagaje cultural. Pero este es otro tema. Prosigamos con el que tenía entre manos.
Decía que la cultura europea es el depósito de todo un bagaje cultural que tiene sus raíces en Grecia. La mitología ha ido constituyéndose como parte de los elementos básicos sobre los que han sido posibles todas nuestras formas de pensar y de actuar; y en otra cultura, si estas formas de pensar y actuar son diferentes es porque se articulan bajo otras premisas. Los acuerdos entre culturas no son posibles, porque no son «acordables»; en cualquier caso pueden surgir bases culturales diferentes sobre las que nuevas y muy posteriores generaciones podrían constituirse. Pero nunca es un acuerdo: una muestra poder sobre la otra porque somos los humanos quienes lo ejercemos y quienes las implantamos.
Ahora bien, los estudios sobre las culturas humanas observan que hay unos puntos comunes al género humano. Uno de estos puntos es lo que nosotros llamamos «complejo de Edipo». ¿Pero qué dice este «complejo»? Bueno, de entrada deberemos aclarar la palabra complejo. Aquí el lenguaje nos lleva a un lugar diferente a la idea inicial. Parece que la idea de «complejo» debiera llevarnos a «algo defectuoso, o inferior». Es como la confusión entre «complejo» y «acomplejado»- Pero no, aquí la idea de complejo, tal como la entiendo, es la de «conjunto de elementos que constituyen una determinada unidad». Imaginaros la idea de «complejo industrial» ¿Qué es? Pues un conjunto de industrias que están agrupadas en un determinado lugar y con un determinado fin. Pues aquí lo mismo. ¿Me seguís?
Y ¿qué dice el «complejo de Edipo»
Algo muy elemental: no regresarás al vientre materno; debes partir. Ese «no regresar» al vientre materno tiene dos configuraciones diferentes, una para los hombres y otra para las mujeres. Este tema, si puedo, os lo explicaré con detalle; pero temo apartarme demasiado del punto que quería recuperar: el de la cultura.
El denominado «complejo de Edipo», a parte de ser algo mucho más complejo que la idea reduccionista del «enamoramiento» de un hijo del padre o de la madre y que en este reduccionismo a muchas personas les ha llevado a hablar del «complejo de Electra», tiene una función básica en el desarrollo de las personas: ordena. Pone un orden en las relaciones entre las personas y en especial y concretamente entre padres e hijos. Y cuando digo ordena quiero decir lo mismo que supuso para la península Ibérica, por ejemplo, la llegada de los romanos. ¿Qué hicieron? Ordenaron el territorio, establecieron unas leyes por las que todavía nos regimos, impusieron una marca que ha posibilitado no sólo el desarrollo de la lengua (las lenguas de nuestro país, a excepción del Vasco, son lenguas románicas; el Vasco, al parecer y según los estudios es un resto, modificado por los siglos, de lo que era una de las lenguas establecidas en la península antes de la romanización). Pues bien, el mismo elemento estructurante que la romanización es el mencionado complejo.
Y este elemento está en los productos de la cultura. De toda la cultura Europea, por supuesto; aunque también y tomando otras formas, en el resto de las culturas. Y como la cultura es ese denominador común que proviene del poso que van dejando las relaciones interpersonales, las producciones individuales y colectivas, las creaciones de los miembros de una colectividad, la cultura ofrece sus componentes para que los integrantes del colectivo se articulen de una forma y no de otra con ese colectivo. Por ejemplo, si un estudiante ajeno a nosotros entrase en nuestra aula, en nuestra clase, percibiría formas de hablar, de hacer, de actuar e interpretar las cosas diferente de las que percibiría en otros lugares. Y es que entre nosotros vamos desarrollando una microcultura particular, una microcultura que da contenido simbólico a nuestras comunicaciones. Cuanto más tiempo permaneciésemos juntos, cuanto más profundas fuesen nuestras relaciones, más claramente se percibiría esa microcultura. Y en este contexto podemos entender, por ejemplo, el sufrimiento que hay en buena parte de nuestra sociedad al ver que se suprimen elementos de simbología Cristiana: se percibe como algo que es realmente: una ruptura o un atentado contra elementos que constituyen la base de nuestra forma de pensar. El «no matarás», por ejemplo, es propio de nuestra cultura; no de otras.
Volvamos al ejercicio de hoy. Los hermanos Grimm recogen narraciones que están en la cultura, les dan forma y los publican. No los inventan ellos. ¿Y qué recogen? Un mensaje: «el hombre debe abandonar el hogar familiar, hacer valer sus recursos naturales, utilizar los elementos de su naturaleza para crear otro hogar». Y ¿cómo lo dice y a quien se lo dice? A los niños, claro, que precisan de elementos que les permitan «ordenar» su mundo simbólico de una forma armónica con el entorno cultural en el que está.
¿Me seguís?
Un hombre (rey) y una mujer (reina), tienen un hijo (criado). Abro un pequeño paréntesis: ¿no os parece que la palabra «criado» tiene un lazo directo con la idea de la maternidad? Cierro paréntesis. El padre (rey) tiene un secreto: tras cenar se queda a solas con una sopera, cuyo contenido nadie conoce: sólo él. Abro paréntesis de nuevo: el quedarse a solas con una sopera, ¿no os parece que tiene mensaje complejo? La sopera (más allá de lo femenino del nombre, y no sonriáis) es algo que contiene algo, es un recipiente contenedor. ¿Podríamos pensar, por ejemplo, en la matriz? Cierro paréntesis, que ya voy viendo vuestra cara de asombro, otra vez. El criado movido por la curiosidad (¿abro paréntesis o lo abrís vosotros?) toma la sopera y se va a su habitación. (¿volvemos con los paréntesis?) La destapa y ve algo (serpiente blanca, os dejo que hagáis vosotros el ejercicio) Y la prueba. Y a partir de este momento suceden cosas maravillosas que antes no habían sucedido.
Pero es que se entera que ha sucedido algo importante: se ha perdido el anillo de la reina. Paréntesis: no os parece muy casual que sea el anillo de la reina, ¿será la alianza? Y que acusen al «criado». Cierro el paréntesis. Pero gracias al poder que ha adquirido puede salir de la situación embarazosa en la que se encontraba. Y el rey le premia y qué pide el «criado» Libertad: un caballo y creo que algo de dinero. Paréntesis de nuevo, ¿qué pinta aquí el caballo? ¿qué simboliza, en el contexto en el que nos movemos, el caballo? Cierro paréntesis. Y a partir de ahí se encuentra con situaciones (aire, agua, tierra, tres de los cuatro elementos básicos, pensamos en griego…; y el número 3) con las que se aprovisiona de capacidades potenciales, o los hace amigos. Y un momento cumbre: chico conoce chica. Pero la chica no es fácil, busca algo que le sea útil, y le propone, otra vez el 3, tres pruebas; pruebas que supera gracias a esos tres animales representativos: o sea, no utiliza poderes mágicos, ni la fuerza bruta, ni el engaño: usa lo que la naturaleza le ha puesto delante. Lo supera y…final feliz.
Entiendo, ya os lo decía, vuestra cara de perplejidad. Pero esto sale no de alguien que «construye un cuento basándose en un esquema previo», sino que sale de los mitos populares, de elementos de la cultura que adquieren esta forma. Y, os decía, ¿a dónde voy? A explicaros o mejor, a sugeriros que tras todas las cosas que nos suceden a los humanos, tanto a nivel individual como de forma colectiva se esconden articulaciones complejas vinculadas, ancladas en aspectos de nuestra mitología: básicamente griega y romana; también judeo cristiana y, en algunos puntos árabe. Y también a animaros a seguir estudiando muchas cosas de nuestra cultura que, seguro, os ayudarán a comprender no sólo lo individual sino lo colectivo, del que formamos parte.
Y luego está la segunda parte, la que corresponde a lo que podíais estar pensando mientras realizabais el ejercicio. No la tocamos. No dio tiempo. Podríamos pensar que quizás, la intensidad del ejercicio nos hacía olvidar la segunda parte. Bueno, en cualquier caso, trataré de rescatarla otro día. ¿me lo recordáis?
Bueno, deseo que no os empachéis.
Que tengáis un buen puente.
Un abrazo.
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