CAPÍTULO 11

Es otro nuevo capítulo que sige a la saga de escritos que configuran la asignatura.


Los elementos de la transferencia.

 

En capítulos anteriores hemos estado trabajando sobre varios aspectos que se derivan de la teoría psicoanalítica o quizás más exactamente de la grupoanalítica. Recientemente hemos hablado de los niveles del lenguaje y ante habíamos hablado de los mecanismos de comunicación en una versión grupoanalítica y comunicativa de los denominados mecanismos de defensa. Cuando hablábamos de los dos niveles de lenguaje, el manifiesto y el latente, pudimos ver y escuchar al paciente de forma un poco diferente, saliéndonos del plano literal y pudiendo entender un poco qué es lo que se destila a partir de lo que dice. Vimos que en cualquier conversación (pero especialmente en las que tenemos con los pacientes) aparecen dos planos, dos niveles: el manifiesto que atañe a lo real, a lo que podemos constatar, y el latente que corresponde a los significados ocultos en el plano anterior, a los deseos que se manifiestan a través de las palabras y de los gestos, de las huellas de las relaciones que desde niños hemos mantenido con nuestros progenitores… es decir, todo un mundo que queda oculto gracias al lenguaje.

 

En su momento hemos hablado también de los mecanismos de comunicación y que son los que desde la perspectiva psicoanalítica se denominan mecanismos de defensa. Es decir, mediante esos mecanismos de comunicación y defensa, lo que transmitimos es cómo nos las apañamos para que la ansiedad que nos produce el contacto con el mundo de los demás sea algo menor y podamos sobrellevarla. Y creo haber dicho que esos lazos que se establecen mediante esos mecanismos van tejiendo una urdimbre, una matriz que a la postre será la que nos sostenga y al tiempo nos de forma. Y sabemos que desde el primer contacto se establece esta matriz y se va desarrollando, complementando, enriqueciendo. Es decir, desde el primer “hola qué tal” o cualquier otra palabra que marque el primer contacto, esa matriz ya se está estableciendo. En realidad antes, pero no nos vamos a detener en este punto. Se inicia entonces una especie de danza, de juego, de interrelación en la que se van poniendo todos los recursos que uno y otro tienen disponibles en aquel momento para organizar el encuentro con quien se tiene delante. En esto participan paciente y profesional, sea en singular o plural ya que no depende del número de personas que estén en el encuentro. En este interjuego de elementos comienza a tejerse una estructura relacional que, a modo de matriz, irá configurando los sucesivos encuentros que se realicen. Y recordemos que la idea de matriz alude a aquello que da forma a algo (la matriz de una pieza) , o lo que posibilita que ahí crezca algo (la matriz materna). Ambas acepciones son válidas para lo que me propongo explicar.

 

En el capítulo nueve aparecían varios mecanismos de comunicación entre los que están la identificación, la proyección y la identificación proyectiva e introyectiva, y os decía también en este capítulo que “entre la persona que nos consulta y nosotros, se va estableciendo una matriz de relaciones en la que va emergiendo una pauta que no nace de la relación establecida. Es una pauta, o mejor, una estructura relacional añeja, anclada en las primeras relaciones significativas y que condiciona la relación presente. Ya no se trata de un conjunto de elementos identificados ni proyectados, que por supuesto ahí están. De lo que se trata es de la aparición involuntaria pero pertinaz de una estructura relacional que proviene, en principio de la persona que nos consulta y que activa, inexorablemente en nosotros, aspectos de una trama similar que es personal y de la que no habíamos sido conscientemente alertados antes del inicio de esta relación”. O sea que estamos hablando de algo que proviene de la persona que nos consulta pero que también provoca que nosotros coloquemos nuestra parte. ¿Os suena? En efecto, cuando hablábamos de identificación proyectiva e introyectiva decíamos algo similar. En este caso podemos pensar que el paciente ha introducido en nosotros la misma relación que mantiene con lo que algunos llaman “objetos internos” (y que ya trataré de explicaros más adelante) y al tiempo nos trata como si fuésemos ese objeto. En síntesis, estamos hablando de la transferencia. Esta operación mental (no es una operación voluntaria en el sentido de que sea conscientemente organizada por el sujeto) provoca en el Orientador una reacción o mejor, una contra reacción a ese elemento y a ese trato. A esta reacción del Orientador le llamamos contratransferencia. La matriz en la que tienen lugar todos estos fenómenos está formada, pues, por los elementos transferidos y contratransferidos.

 

Los elementos transferenciales.

 

Como ya os he dicho que me aparto de realizar un texto “universitario” no me voy a centrar en lo que dicen otros autores ya que en los momentos en los que vivimos, la capacidad y las posibilidades que tenemos todos para bucear en este aspecto, es casi inagotable. Prefiero transmitiros lo que para mí es eso de la transferencia y la contratransferencia que, para ir directamente al grano llamaremos fenómenos transferenciales.

 

Por tales fenómenos haremos referencia a las estructuras relacionales que se trasladan a la relación actual y que proceden fundamentalmente de las que a lo largo de las primeras fases de nuestro desarrollo han ido configurándonos como sujetos; si bien se complementan con otras más actuales pero que están en sintonía con las primeras. Estas estructuras relacionales constituyen una estructura, una Gestalt. Esta estructura que se va conformando a través de la relación, es la reactivación de las que se establecieron en el allá y en el entonces con figuras representativas de la vida y que se actualizan en el aquí y ahora de la relación. En tanto que esta estructura se va conformando, se va desarrollando un proceso; un proceso dinámico e interactivo. Porque se aúnan dos juegos transferenciales, el del paciente y el del profesional. Lo que transfiere uno y otro. Si hipotéticamente fuera posible que el profesional no transfiriera, la configuración de esta estructura transferencial provendría del paciente. Pero esto no es así y menos cuando se establece una relación biunívoca, con el cruce de miradas y gestos entre uno y otro. La mirada, la interacción que siempre existe, rompe esa unilateralidad. Y en Orientación Psicológica, la mirada está presente, por lo que la ecuación se complica.

 

Aquí quisiera añadir algo, una anécdota que está relatada y que marcó el desarrollo de lo que en América se denominó grupoanálisis y posteriormente filoanálisis y que no es exactamente lo mismo que lo que significa eso en Europa: T. Burrow, quien empleara por primera vez la idea de Grupoanálisis, tenía un paciente que le acusaba de que sus interpretaciones estaban condicionadas por la posición de poder que tenía respecto a él. T. Burrow aceptó variar la posición relativa desde la que se hablaba, ubicándose él en el lugar del paciente y viceversa. Y constató que las interpretaciones, derivadas de cómo escuchaba lo que escuchaba, diferían totalmente a partir del cambio de posición. Pues bien, esta anécdota nos permite pensar en la utópica neutralidad e imparcialidad del analista. Creo que el profesional también introduce elementos en la relación. Y es en la relación con la persona y no en la persona donde depositamos o donde realizamos la operación y proceso transferencial. La importancia, creo, se sitúa en el espacio que hay entre la subjetividad del paciente y la del analista o psicoterapeuta, y en este espacio aparecen todos los elementos de la relación entre ambos.

 

En la Orientación psicológica aparece la constitución de una red de transferencias cruzadas, en donde, los elementos que provienen del profesional actúan condicionando también la transferencia del paciente. Podríamos decir entonces que la situación de Orientación es una situación que puede ser transferencial en tanto que todos los actores intervinientes en la escena aportan sus elementos transferenciales sobre la situación. De ahí que se precise una formación previa por parte del Orientador a fin de poder ir reconociendo aquellos elementos que provienen de su transferencia; cosa que no sucede, lógicamente, con el paciente. Cuantas más personas aparezcan en la relación en el aquí y ahora, la trama transferencial se hace más compleja.

 

Por lo que atañe a la contratransferencia, ésta consiste en un aspecto de la trama transferencial que se origina a partir de las reacciones que el otro, en este caso, el profesional, percibe a partir de los elementos transferidos por el paciente. Lo que éste le suscita a través de lo que dice, cuenta, actúa, etc., todo ello genera una serie de vivencias en el profesional que han sido activadas por la transferencia del paciente. Y que el profesional debe poder separar de aquellas que afectan a su propia historia y que también tienden a incluirse en la ecuación asistencial. Por esto cuando se habla del análisis de la contratransferencia, de lo que se habla es de delimitar qué elementos aparecen desde la activación de lo que el paciente dice y qué elementos corresponden a la vida privada y personal del profesional. Así se trata de garantizar lo más posible la asepsia en las intervenciones profesionales. Ahora bien, dado que la mirada actúa como el conectador fundamental entre los actores de esta situación la idea de contratransferencia se torna más compleja. Ambos transfieren y ambos contratransfieren.

 

Ahora bien, no es que en el aquí y ahora de la relación aparece una copia literal de lo que sucedió en el entonces. No es lo del ejemplo típico de que con el Orientador me sucede lo mismo que lo que me sucedía con mi padre o con aquella persona representativa, aunque algo hay de ello. Estos son ejemplos que pueden acercarnos a la idea de la transferencia y contratransferencia, pero no dejan de ser unas simplificaciones burdas de algo que es bastante más complejo. Lo que se transfiere no es una situación puntual o un aspecto parcial, sino que constituye la reconstrucción de una estructura labrada a lo largo de una infinidad de relaciones con diferentes elementos significativos sobre la situación actual y condicionada por las posibilidades reales que esta situación actual me ofrece; que son las que el orientador me facilita a partir de su forma de ser, de sus elementos transferidos y contratransferidos, de cómo trabaja y deja de trabajar. La transferencia se apoya en las realidades percibidas, que son las que provienen de la situación de orientación, de la estructura que ofrece en la que se incluyen todos los elementos personales y profesionales del Orientador.

 

Es como lo que sucede cuando están los alumnos en una clase. Lo que cada uno de ellos transfiere sobre la situación viene condicionado, también, por las características que ofrece el profesor que son diferentes a las que pudiera ofrecer otro profesor y que dependerán de sus elementos personales, de su experiencia profesional, de sus capacidades y habilidades así como de sus carencias y defectos. Lo que sucede, empero, es que en cuanto la relación implica a más de dos personas, en cuanto la situación compromete a más personas que al profesional y un paciente, la complejidad del proceso transferencial se hace mayor. Y creo que lo vais a poder entender: a la relación que A mantiene con B, se le añade la que A mantiene con C, la que C mantiene con B y viceversa, y la que A mantiene con el trío A,B,C. Pero si aumentamos el número de personas comprometidas, el número de combinaciones aumenta considerablemente, sobre todo porque hay que considerar no sólo las relaciones biunívocas, sino las diversas constelaciones que se organizan. Así, en el caso de cinco personas, tenemos: A con B; A con C; A con D; A con E; A con B-C; A con B-D; A con B-E; A con B-C-D; A con B-D-E; A con B-C-D-E; a lo que hay que añadir las siguientes combinaciones, las que incluyen parcialmente a A, y a la totalidad del grupo. Ello confiere tal multiplicidad de ofertas para sostener los elementos transferidos desde A, que la situación grupal, sólo por eso, resulta mucho más rica y compleja que la individual. Y a todas ellas se le añaden las que provienen del contexto en el que dichas relaciones se dan, contexto que introduce (transposición es la palabra que introduce Pat de Mare) no sólo aspectos de la realidad social, sino también de la institucional en la que los encuentros se realizan.

 

En este sentido, la transferencia, como proceso actualizador de las estructuras relacionales labradas, tejidas, elaboradas a partir de las relaciones que antaño nos resultaron significativas, adquiere un desarrollo más avaricioso en la situación grupal que en la individual. Recordemos que estábamos hablando de la transferencia en las relaciones en las que la mirada está presente por lo que, ésta condiciona el abanico transferidor. Cuando el grupo aumenta de tamaño, los elementos que constituyen la trama transferencial complejizan su estructura hasta darle una connotación social (caso de grupos de más de 35 miembros) que contrasta con la transferencia más íntima de los grupos pequeños (hasta 8 o 10 miembros).

 

Algunas pistas que apuntan a este nivel de relación.

 

Hasta ahora, lo que hemos podido leer son aspectos de una cierta conceptualización del complejo proceso transferencial. Y creo que para quienes se inician en estos pagos todo lo dicho puede sonar a chino. Quizás podría ser interesante intentar ver cuáles pueden ser algunas de las pistas que apuntan en la dirección transferencial. En este sentido podemos apreciar algunos signos que nos pueden ayudar a pensar sobre el hecho transferencial. La relación que aparece a continuación no pretende ser exhaustiva; tan sólo una muestra de las líneas que configuran la red transferencial.

 

1. Satisfacción del tratamiento y progresivo desencantamiento del mismo. No es difícil percibir esta línea transferencial. En un principio se depositan en el profesional y en el propio tratamiento una serie de atributos curativos en relación con el malestar que se padece. Esta depositar, o mejor, adjudicar al profesional unas características que lo desdibujan de la realidad y lo acercan más al hechicero de la tribu o al brujo que con una serie de poderes mágicos le va a desposeer del padecimiento que uno lleva encima, se alterna, posteriormente, con una gran decepción al constatar que, en cualquier caso, es la evolución de uno mismo y su forma de resolución de los conflictos que no le permiten afrontar los problemas de la vida cotidiana: y que ello le ha llevado a la búsqueda de Orientación Psicológica. Se corresponde, si nos colocamos en el profesional, a un grado de ilusión en el Orientador, de esperanzas de buen ayudar, que nos convierten un poco en omnipotentes. Se enlazan aquí dos componentes: la que proviene del “paciente” que desea un profesional/ hechicero, y un “profesional” que desea poseer las aptitudes, habilidades mágicas para la resolución de los problemas que acuden a su consulta. De ahí, una tendencia, un deseo profundo de “ser un orientador totalmente bueno” topa con la de “ser un orientador suficientemente bueno”, sabiendo que sus frustraciones conllevarán la emergencia de la rabia y el odio hacia el orientado; y también hacia uno mismo. La resolución de este dilema diario, nos permitirá ir ubicándonos en un lugar más seguro y provechoso.

 

2. Expectativas de grandes cambios. Sigue la línea del punto anterior. Se tiene la secreta esperanza de que se van a realizar una serie de modificaciones espectaculares; modificaciones que vendrán dadas casi por la lógica aplastante del estar ya en manos de un profesional. Casi como si el mero hecho de acudir a un profesional que me va a orientar suministrará los elementos clave que conllevan a un cambio rotundo en mi vida. Así, por ejemplo, si dudo entre qué dos mujeres elegir la Orientación me dará las claves necesarias para una elección sin problemas posteriores. Su correlato en el profesional se rige por la idea de poder, de estar por encima del otro, de tener las claves de su felicidad. La idea de “ser el que va a conseguir grandes modificaciones” puede instalarse y puede llevar emparejada una gran presión para que eso sea así, con el consiguiente mensaje censurador y exigente.

 

3. Hipervaloración del profesional. Sin apartarnos excesivamente de lo comentado en los párrafos anteriores, uno percibe que quien o quienes consultan se han configurado una imagen del profesional que poco tiene que ver con la realidad. Aparecen comentarios que no dejan de “engordar” a quien los escucha; si bien hay que estar atento pues por lo general, tras tanta valoración se esconde un movimiento opuesto que puede acabar denigrando la persona tan valorada. En este sentido, cuanto más alta es la peana en la que a uno le suben, más grande puede ser la caída. Se corresponde también a ideas de “tengo un buen paciente” y que puede venir acompañado de una cierta admiración hacia aspectos externos del otro tales como su posición económica, su lucidez mental, sus recursos personales y que, a la larga pueden enturbiar una visión más objetiva de quien pide ayuda.

 

4. Comparaciones con otros profesionales. Aparecen comentarios respecto otras situaciones de ayuda. Bien sea en relación con otros profesionales que han sido visitados anteriormente, bien en comparación con otras personas, no profesionales, las frases que se escuchan denotan una comparación. Podemos ser los que por primera vez ayudamos, los que realmente les escuchamos, los que… Y más allá de que en cierta medida posiblemente sí seamos quienes ocupamos ese lugar, la exageración en la sobrevaloración apunta a la presencia de una línea transferencial que no tiene tanto que ver con nosotros cuanto con otras figuras relevantes. Comparándolo con otros pacientes, este que tenemos delante es el mejor. Pero es que, además, soy el profesional que mejor le va a entender. En realidad vamos a organizar un buen tándem del que se deducirá que, efectivamente fuimos los mejores. Atrás quedan otros profesionales que no han sabido conectar como conecto.

 

5. Enfados con el profesional. Esta es una situación incómoda. Nos cuesta creer que a quien estamos tratando de ayudar se muestre, casi de forma repentina, tan hostil, tan enfadado con nosotros. Aparecen acusaciones de maltrato, de no estar a la altura de lo que se solicita, de no atenderles como se merece. En ocasiones incluso, estos ataques revisten tintes de una cierta invasión en la intimidad de uno, como puede ser hacer alusiones a supuestos desplantes familiares (¡a su mujer la debe tratar a patadas!), que fácilmente le acercan a uno a situaciones un tanto insostenibles por cuanto que el límite entre lo profesional y lo personal se reduce al mínimo. La contraprestación es la del profesional que percibe que los progresos del paciente, sus propias resistencias, sus dificultades hacen que el proceso de Orientación se encasquille. Uno se exaspera porque no progresamos. No aparecen ideas y me creo en la necesidad de comenzar a introducir una especie de “deberes” para que trabaje. Sus dificultades me exasperan. Y si, encima se enfada, peor. ¡con lo que le estoy ayudando! Parece como que toda la situación transferencial ha quedado teñida por un “poder mágico” del paciente que me obliga a actuar de forma contraria; mi capacidad de pensar ha quedado paralizada.

 

6. Agradar al profesional, serle muy fiel. Es una versión un poco diferente del estado anterior. En este caso aparece casi una especie de sumisión que no deja de tener un punto de molesto, de pastoso. Como si quien viene estuviese más pendiente del agradar que de valorar las cosas que están sucediendo en el espacio de Orientación. Aparece un cierto seguidismo, un casi mimetismo incluso gestual con el propio profesional que apunta a una línea muy primitiva de identificación con figuras relevantes. De identificación proyectiva, en realidad, en la que no aparece ningún espacio intermedio de diferenciación. Aparece, en este punto, una reacción “benévola” del profesional. Una especie de actitud híper-comprensiva que no se dirige a abordar los conflictos que aparecen ante sus ojos. Acabamos siguiendo tanto sus pasos que nos perdemos con él. Como guiados por una fidelidad que en realidad es una alianza con sus elementos destructivos.

 

7. Soñar con el profesional. Es otro signo que nos indica la presencia de elementos importantes que vinculan el paciente con el profesional. Que alguien sueñe con el profesional de la Orientación indica que aparecen aspectos en esta relación y en la figura del Orientador que se combinan bien con otros aspectos más personales, más íntimos; configuras o con representaciones de un valor particular. Claro indicio de la presencia de elementos transferenciales. El correlato oscila en no soñar nunca o soñar con mucha frecuencia. Porque si bien es normal que uno sueñe con sus pacientes, lo que indica el grado de preocupación que le representan, no soñar nunca, es decir, no poder permitirse establecer un vínculo en el que aparezcan connotaciones de todo tipo, o soñar en exceso, no dejan de aludir a que, “esa persona” representa una serie de elementos que no tenemos suficientemente elaborados. O porque le atribuyo unas cosas que posiblemente sean el desplazamiento de otras dificultades personales.

 

8. Acudir a la cita con mucha premura. Es otro elemento que, aunque parezca anodino, señala un tipo de relación particular. La o las personas que acuden lo hacen con una antelación excesiva, aprovechando este tiempo para “estar” en la consulta, ver las revistas, o incluso echarse algún que otro cabeceo. Parece que estos comportamientos indican una particular y significativa relación con el profesional, tanto en el sentido agradable (me siento a gusto, le tengo confianza), como en el sentido contrario (vengo a ver qué tiene, a utilizar su espacio). El correlato profesional tiene dos caras: llegar tarde a la cita u olvidarse de ella, o estar ansioso esperando su llegada. Evidentemente son elementos que hablan de un tipo de relación especial que se ha establecido con el paciente.

 

9. Venir para dormirse. Bien es verdad que no es habitual. Y hay que señalar que ese dormirse no es como consecuencia de un ejercicio de relajación, no. Y podemos entender que si alguien viene para dormirse, a pesar de la mala postura, en la sala de espera o en la propia sala de tratamiento, algo de mucha confianza parece destilarse; pero en estas situaciones, poco frecuentes afortunadamente, parece que indican algo más que la confianza o el cansancio que se pueda tener. Parecen señalar, también, un elemento devaluador de la tarea que se realiza, un cierto señalamiento en contra del Orientador (Ud., me duerme) Podríamos pensar en la gran dificultad en el manejo de los elementos agresivos; entre otras cosas. El correlato correspondiente es una profunda somnolencia que aparece justamente cuando el paciente inicia su sesión, y que no es atribuible ni a la hora ni al cansancio del profesional. O pequeños momentos de sueño total, de escasos segundos de duración, pero que dan la sensación de haber estado ausente mucho rato. En otras ocasiones, no se llega a la somnolencia, pero sí se descubre uno pensando en otras cosas, desconectado totalmente de lo que dice el paciente; como si lo que dijese fuese facilitador de “escapadas mentales” a ninguna parte.

 

10. Utilizar la sala, la consulta, el centro, como si fuese “su casa”. No se aleja mucho esta postura de la anterior. En este caso lo que queda subrayado no sería tanto una utilización parcial vinculada con el horario cuanto una utilización e intento de conversión del espacio profesional en algo propio. En estas ocasiones, no es raro ver que acuden cargadas sistemáticamente de la compra que acaba de realizar y la “dejan” ahí, mientras estamos en consulta, o utilizan el teléfono de la consulta sin excesivo pudor por no decir de la utilización del móvil de forma que todos pueden seguir la conversación, incluso aportan “regalos” con el expreso deseo de que en “ese lugar queda muy bien”. El correlato del profesional es el no diferenciar ambos espacios. Y no tanto por los elementos decorativos que uno puede incorporar, cuanto a la calidad de los mismos que convierten el espacio de trabajo en parte del propio domicilio, sin serlo. Y en el caso de compartir el espacio, el “olvidarse” de cerrar la puerta que justamente da al dormitorio, o a la cocina.

 

11. Regalos extras no pertinentes. Si ya es difícil el tema de los regalos, cuando éstos se realizan fuera de los contextos que, en cierto modo pueden entenderse (finalización del tratamiento, navidad, el nacimiento de un hijo), en estos casos la situación se torna muy compleja y cargada de otros parámetros que aluden a elementos de la relación que poco tienen que ver con el aquí y ahora de la relación profesional. Así uno puede verse con entradas de espectáculos, libros que al interesado pueden parecerle maravillosos, bombones, grabados y otros objetos, hasta ramos de flores, que poco o mejor, nada tienen que ver con la tarea que se está tratando de organizar. Y hasta cierto punto uno se cuestiona si tras esas actuaciones no hay un secreto deseo de interrumpir el propio proceso orientador; cuanto menos sí el dificultarlo. El elemento correspondiente en el profesional no es difícil de intuir. En ocasiones, uno “regala la sesión”, es decir, no la cobra movido más por motivos extras al propio tratamiento. En ocasiones son debidos a que el profesional, agobiado por los regalos que recibe, no encuentra la forma ni de cortar tal práctica y al tiempo se siente “seducido” por una relación que, lentamente desplaza hacia lo personal. De tal suerte que, si no realizando regalos, si viéndose dificultado en separar las relaciones personales de las profesionales.

 

12. Mostrar fotos, cartas o escritos personales… Evidentemente no dejan de ser situaciones complejas. Y, más allá de los aspectos que pudieran tener que ver con la cultura particular, este tipo de elementos, que tienen mucho de confidencial, se introduce en la relación de manera que nos indican que aparece una línea de fuerzas que tratan de convertir al profesional en una especie de “amigo extra”; un confidente al que se le hace partícipe algo que va más allá de las palabras. Y si bien es cierto que, en muchas ocasiones, los pacientes aportan datos que confirman su “objetividad” en lo que les sucede, tales prácticas no son necesarias en el terreno profesional. El correlato desde el orientador suele encontrarse no tanto en el mostrar fotos ( que pueden estar en su consulta) cuanto en tratar de “dejar” claro su “alto” nivel profesional, como queriendo recordar a los pacientes que “están ante quien están”, y no ante uno cualquiera.

 

13. Aportación de excesivo material de trabajo. Hay quien parece considerar que no basta con el tiempo de la sesión y del espacio que disponemos y realiza el esfuerzo de traer listados de situaciones que quiere trabajar, escritos de otras personas que “avalan” que lo que dice es cierto; o desarrollan una hiperlalia circunscrita sólo a la sesión de forma que no permiten, apenas, introducir ningún elemento nuevo que posibilite un discurso distinto, diferente. Ahí el paralelismo en el profesional se sitúa más en terreno de la “hiperpedagogía”, traer numerosos ejemplos innecesarios que aclaren al paciente detalles de su problemática, con el deseo de “inundarle” de información.

 

14. Presión sobre el profesional para que aporte ideas. Entiendo que es una situación tensa. El que acude a ser ayudado parte de la teoría que indica que una vez se ha informado de la dificultad que uno presenta, es responsabilidad del profesional seguir el proceso de trabajo. Sus silencios suelen ser duros, como exigiéndole que sea él quien rompa esta situación, aporte temas de conversación, realice las asociaciones pertinentes e incluso decida cuáles deben ser los pasos a seguir. Y como muchas veces la tensión es grande y el profesional cree que esta es su labor, la participación del profesional está muchas veces, asegurada; aunque es inútil porque las soluciones o ideas que aporte nunca satisfarán las necesidades de quien pide ayuda. Por parte del profesional, el manejo del silencio puede ser, en ocasiones, agresivo. No tanto un silencio que posibilita cuanto un silencio que acosa al paciente a tratar de llenar como sea ese espacio. O la contra, intervenciones excesivamente penetrantes, provocadoras, que tratan de seguir un hilo desmontador de las resistencias del paciente a partir de un uno excesivo del poder que tiene; o que se otorga.

 

15. Planteamientos de modificación del encuadre. Aparecen con una cierta frecuencia. Y son difíciles de trabajar ya que, en muchas ocasiones vienen acompañados de razones lógicas. Y si bien puede ser razonable que en los inicios de los cursos escolares, o como consecuencia de modificaciones en el horario laboral se puedan solicitar cambios en la hora, cuando estas modificaciones adquieren una frecuencia importante habría que pensar en que son otros los elementos que están en juego. O cambios en las frecuencias de atención. O, incluso, en los tiempos de sesiones. O en el tipo de las mismas: deseo de ir a un grupo, o a una individual; o de introducir otras técnicas que “conoce o ha oído hablar”. Cosas parecidas ocurren en el profesional y suelen estar presentes más en relación con la sensación de cansancio, de dificultades que, lejos de tratar de entender como resistencias ante elementos que están apareciendo, le mueven a realizar “modificaciones” en los planteamientos de trabajo, o en los horarios o en la duración de las sesiones. Hay quien se acoge a la modalidad de “horarios” variables con la supuesta razón de que en”función de lo que va apareciendo” se regula el tiempo de trabajo. En ocasiones, tras esta idea, aparecen serias dificultades en organizar las tensiones que provienen del caso.

 

16. Modificaciones en los honorarios. Esto sólo se puede ver en los espacios privados. Y no por razones entendibles como un pequeño bache en la economía personal; suelen llamar la atención cuando se articulan con compras de elementos de un cierto valor. En principio parece incompatible solicitar una disminución de los honorarios cuando, casi a renglón seguido informan de la compra de un artículo de valor. En alguna ocasión hay un sobrepago de los honorarios: como no pudiendo aceptar que los honorarios son aquellos, que son juzgados de bajos, y se ofenden si uno no acepta honorarios superiores. Esto último, además, atenaza al profesional ya que es suculento el caramelo que ofrece, y es difícil reubicarse en la situación real de cada uno. El correlato suele estar no sólo en la dificultad fijar el “precio” que uno adscribe a su trabajo, es decir, el valor económico que atribuye a su aportación profesional y que en el terreno de la práctica privada concurren muchos factores, sino en la de establecer el incremento periódico para reajustarse a la situación del mercado. En ocasiones, la forma de torear esa dificultad se coloca en los tiempo de trabajo o en la calidad del mismo.

 

17. Solicitud de textos, libros para profundizar o evaluación de los conocimientos del profesional. Si bien tiene un componente de apoyo complementario, cuando estas situaciones se producen en el contexto de lo transferencial, aparece un matiz en el que la relación parece diluirse en otra de índole más de “colegas” que comparten textos de psicología. Pero es que en ocasiones, esos libros se leen más para “competir” en conocimientos con el profesional que para profundizar en un tema. Con el tema de internet, en ocasiones, los pacientes aportan informaciones extraídas de páginas de tipo profesional con un cierto interés en saber si “sabe suficiente y está al día”. Aquí aparece en el profesional una idea persecutoria: el otro está más informado que yo. Lo cual es enteramente falso. Resulta muy difícil pensar que una persona, por muchos conocimientos que adquiera a través de otras fuentes del saber, puede saber más que lo que sabe cualquier profesional acerca de la persona que tenemos delante. Entonces, cuando uno se persigue, olvida el punto fundamental, la persona y cae en la idea de que “trata un caso”. Craso error.

 

18. Valoraciones sobre el espacio físico o sobre el lugar en el que se encuentra el centro. Suelen ser comentarios sobre la belleza en la decoración, o sobre el lugar en el que nos encontramos. “A mí ya me gustaría vivir en un piso como este”, podría ser un ejemplo de comentarios que, cuando son muy reincidentes dan pie a pensar que es otra cosa la que se está señalando. El correlato no es difícil de encontrar. En ocasiones, los profesionales nos vemos ante la tesitura de trabajar en condiciones muy precarias. Y no tanto por razones del entorno social en el que se trabaja sino por la desidia de muchas instituciones en cuidar estos aspectos que son fundamentales. Así, el trabajar en espacios minúsculos y con condiciones de sonido deplorables, cuando no de humedad, luz, temperatura, e incluso goteras, en ocasiones se torna el escenario habitual de trabajo. En estas condiciones, lejos de abordar la problemática en donde corresponde, hay quien prefiere hacer comentarios dañinos que acaban incomodando al paciente. En algunos casos, el profesional realiza una demostración de buen gusto no tanto para que quien acude se sienta cómodo cuanto para que percibe el nivel al que ha accedido.

 

19. Poner el nombre del profesional al hijo que han tenido, y así se lo comunican. La verdad es que no deja de ser curioso y muy delatador de lo que trasluce ese hecho y su comunicación. Y que, cuando, además, se complementa con el mostrar fotos del mismo esperando un comentario o algo que involucre al profesional en el hecho, queda mucho más manifiesta la idea que hay detrás. El correlato es más complejo. Cierto que las relaciones que en ocasiones se tienen con algunos pacientes es importante. Hay quienes ejercen sobre el profesional determinada ascendencia de la que es difícil apartarse. Y en algunas ocasiones, el nombre de un paciente coincide, casualmente, con el que uno pone al hijo; o, y de forma más sutil, uno se siente más cercano a aquellas personas que se llaman como aquel paciente.

 

20. Actuar como si el profesional no existiese. Se da en algunos casos. El profesional, sus aportaciones quedan como si las realizase un tercero y no esa persona a quien miran, y con el que establecen una relación. Es como un estar por encima de uno, como si todas estas aportaciones uno ya las supiera de antemano. El correlato profesional no es poco frecuente. Sobre todo ante la masificación de determinadas consultas, o ante el peso que algunas personas suponen para los profesionales. En algunos casos, se opta más por atender al paciente número tal, o a aquel caso de (y añádase aquí el nombre de la patología que le aqueja) y olvidarse que tras ella, aparece alguien con un sufrimiento y unas preocupaciones determinadas.

 

21. Abandonar el caso a su propia suerte. Estas situaciones se dan en algunos casos en los que el paciente, bien por edad (niño o adolescente) o por su patología debiera tener el complemento familiar. La familia, en estos casos no solo se despreocupa del propio proceso, sino que incluso el paciente “debe pedirle dinero para coger el autobús porque sus padres no se lo han dado” Son situaciones de mucha tensión ya que uno se ve atenazado entre una persona con carencias importantes, los aspectos humanos del propio profesional, y los que corresponden a la propia práctica profesional. Y de esta tensión se da la respuesta recíproca: ante el cansancio que supone determinadas situaciones, ante la complejidad de algunos pacientes, uno tácitamente abandona. Deja de pensar en él, deja que el otro siga su curso ya que resulta imposible hacerse cargo. Pero no lo explicita, con lo que pudiera ayudarle mejor. Sino que da la callada por respuesta. Que no llama el paciente, que no llame. Y si llama, no dar respuesta a sus demandas. Abandonarlo no cuesta casi nada.

 

Todas estas situaciones, y muchas otras, son las que se articulan en la relación con el otro u los otros. Es un entramado de acciones y reacciones en donde es difícil apreciar dónde empieza la jugada: si en el paciente que aporta elementos de relación que hacen compleja una reacción adecuada, o en una actitud del profesional que dificulta que el paciente encuentre el modo adecuado de relacionarse con él. Esta trama, paciente, profesional, no deja de ser una trama grupal en la que se juegan una serie de factores y en la que están implicados otros elementos de los grupos de pertenencia a los que estas personas pertenecen. Los profesionales, como suele ser habitual, pertenecemos a grupos más o menos instituidos con los que tenemos lazos de afinidad, lazos afectivos y de lealtad que, en muchas ocasiones tiñen las relaciones que se establecen con los pacientes imposibilitando una relación saneante. Para evitarlo, o amortiguarlo, necesitamos de los espacios de supervisión.

 

Son los textos de la revisión total de los que fueron publicados en 2004. Muchos de ellos todavía no han pasado la revisión estilística, pero en cuanto sean revisados los modificaré.