Grupo.
No me resulta fácil abordar de nuevo la definición del concepto grupo, ya que me resulta más fácil remitiros a mi texto (Sunyer, 2008) que ponerme de nuevo a escribir algo diferente. Por lo que utilizaré algunas cosas escritas en aquel momento dándoles si puedo, una nueva cocción.
Parece que para definir una cosa lo normal sea ver en primer lugar qué es lo que dice nuestra Real Academia de la Lengua. Este gesto junto a la visita casi obligada a los diccionarios etimológicos es y ha sido siempre un acto de obligado cumplimiento. Recuerdo que la que fue en su momento mi profesora de psicolingüística nos insistía mucho en que “pensamos en griego y hablamos en latín”, idea que me parece muy básica para comprender al ser humano desde nuestra perspectiva occidental. La RAE define grupo como Pluralidad de seres o cosas que forman un conjunto, material o mentalmente considera. Si tomamos otra de nuestras lenguas, el diccionario de catalán nos define Grup como “conjunt de persones o coses formant com una unitat dins d’ un conjunt més nombrós o complicat, pel fet d’estar més juntes, més intimament unides, tenir certes semblances, una característica comuna”. Desde otra perspectiva y también en este idioma, “Grup (v. grop): nus o bony de la fusta, de la pedra, etc., inflor tempestuosa de núvols, en oc. Grop”. Si buscamos en inglés, vemos que Group significa “In fine arts, two or more figures or objects forming complete design or distinct part of one; number of persons or things standing near together, knot, cluster” Y en francés, “Groupe: (Ital Groppo, même que croupe). Un certain nombre de personnes reunies. En sculpt. et peint: assemblage d’objects tellement rapprochés ou unis que l’oeil les embrace à la foi.” El común denominador es la idea de personas que están juntas, que comparten algo, que presentan una unidad.
Si tomásemos lo que dicen las personas de la calle quizás veríamos matices diversos. Por ejemplo, los asistentes a un curso de grupos organizado por la Diputación de Barcelona que son profesionales de la Asistencia social y trabajadores sociales proponen estas definiciones:
Un conjunto de persones que se reúnen en un momento dado para hacer algo con un objetivo común; Un colectivo de persones con algún objetivo común; Tema común, preferencias comunes; Individualidad que se aporta para conseguir objetivo común (personalidad, idiosincrasia); Conjunto de persones con nexos comunes; Conjunto de personas que interactúan y realizan acciones en consenso; Conjunto de persones unidas por un tema en común; Conjunto de personas que se mantienen unidas por algún elemento común; Conjunto de personas con características similares o con objetivos comunes; Conjunto de persones con un interés, perfil… común; Un grupo es un conjunto de individuos con afinidades comunes; Conjunto de personas con las mismas necesidades y objetivos a alcanzar; Conjunto de personas que se reúnen periódicamente o puntualmente con un objetivo común; Es un conjunto de personas que tienen un interés común y que pretenden satisfacerlo mediante la colaboración de todos.
Como podemos ver hay muchas definiciones que posiblemente pudieran agruparse en territorios comunes a partir de las experiencias profesionales de cada quien. Esto es lo que sucede cuando leemos las definiciones de otros autores. Es el caso de aquellos que no son clínicos: “Hiebsch, (1966: 67-69), entendemos por grupo un conjunto de personas que dentro de un marco de coordenadas espacio—temporales cooperan unas con otras y, por consiguiente, se hallan mediata o inmediatamente en activa relación o comunicación mutua (mínima en cuanto a intensidad, extensión e intimidad), y que por su propia iniciativa forman un orden interno y están orientadas, cada una según sus funciones a la realización de un valor” (Sbandi 1977: 93), o la que dio anteriormente Geiger “como pluralidad de personas fundidas en un nosotros (1927:34)” (ibídem 1977: 93), o la que nos da el propio Sbandi: “una figura social en la que varios individuos se reúnen y, en virtud de las interacciones que se desarrollan entre ellos, obtienen una creciente aclaración de las relaciones de cada uno con todos los demás y con las otras figuras sociales (Sbandi, 1977: 97). Estas definiciones ponen el acento en aquellos aspectos que toman relevancia desde una perspectiva más social.
Y desde el acento más clínico Battegay, R (1978), señala que para él “grupo es una formación social altamente organizada, compuesta por un número casi siempre reducido de individuos estrechamente relacionados entre sí” (1978:16), y lo diferencia de masa y de multitud. Eso nos lleva a considerar cómo las definiciones que damos vienen muy condicionadas por esas experiencias que, a la postre, van delimitando la percepción que tenemos de los hechos y la forma cómo procesamos esta misma percepción. Ello puede llevarnos a pensar, como nos indicó Nitsun, M. (1996), que el grupo permanece siendo uno de los más misteriosos elusivos y controvertidos conceptos psicológicos. ¿Qué es un grupo? ¿Existe realmente? ¿Será una ilusión tal y como Bion (1961) y Anzieu (1984) sugirieron? (1996:1). Y claro, cuando uno reflexiona sobre ello en el contexto de una formación en psicoterapia de grupo, no es difícil compartir lo que Nitsun señala; sobre todo si se atiende a lo que desde un planteamiento más clínico-social exponen Bleger, L.N., y Pasik, N. R. (1997): “El abordaje de los grupos es una tarea ímproba, una posible “teoría de los grupos” es casi imposible de constituirse como objeto teórico. Es más probable conceptualizarla como “espacio de conflictos”, atravesado por un sinnúmero de instancias de deseo históricas, institucionales, sociales, por lo que se hace imposible un intento de explicación desde una sola disciplina” (1997:12); posiblemente tal variedad sea una expresión más de la dificultad de los hombres para compartir experiencias obtenidas desde diversos lugares de la vida. Éstas conforman una manera de ver el grupo y de estar en él que se corresponde con una representación mental que hago de ello; una representación que hace referencia a lo que el grupo simboliza para mí, qué imágenes, qué fantasías, qué ideas y pensamientos me suscita el grupo y mi relación con él.
Para que os hagáis una idea, Anzieu, en su texto de 1978, indica un aspecto evidente: “todo grupo es una comunidad”. Pero se pregunta, ¿comunidad de qué? y a partir de ahí inicia una crítica a posicionamientos de autores que vienen de experiencias y hasta de disciplinas diversas: Durkheim, Fourier, Tarde, Freud, Lewin, etc., para acabar concluyendo que “el grupo es una puesta común de las imágenes interiores y de las angustias de los participantes” (1978:131), que es una descripción de lo grupal basada exclusivamente en una perspectiva psicoanalítica. Es decir, es una concepción muy centrada en el mundo interno del sujeto, desde una perspectiva básicamente de conflicto. Conflicto que, aunque de ello espero poder hablar más adelante, lo plantea como resultado de las diversas imágenes interiores de sus componentes. Quizás la palabra comunidad que aporta Anzieu pudiera entenderse como “común unidad”, lo que nos permite pensar en el grupo como un entramado de algo que conlleva la idea de unidad o la de “puesta en común” de algo. Posiblemente podríamos comenzar a pensar que el “conflicto” se sitúa más en las interrelaciones que establecemos que en el interior del individuo. Pero de esto ya hablaremos más adelante.
Si nos adentramos en aguas más centradas en la psicoterapia de grupo, uno espera encontrar entre los que podríamos denominar “clásicos” unas definiciones que nos ayuden a comprender qué entienden ellos por esa formación humana. Pero sorprendentemente no es así. En realidad hablan más de lo que es “psicoterapia de grupo”, que de “grupo” como tal objeto de estudio. En algunas ocasiones podemos encontrar una idea de grupo que parece aludir a un estado evolutivo básico en el desarrollo del individuo indicando un camino muy sugerente.
Por poner un ejemplo, Slavson, S.R., propone una idea evolutiva: Lester Ward (…) sugirió (Ward, 1911) que las etapas del desarrollo de la naturaleza eran el quimismo, el batoísmo, el zoísmo y el psiquismo. En un seminario sobre trabajo con grupos (1939) sugerí que la etapa siguiente del desarrollo del hombre era el grupismo (1976:27). Es muy interesante leer algo escrito tan a principios del siglo pasado. Dice Slavson, parecería que el estudio del hombre como individuo o en grandes masas no basta. El paso siguiente será la exploración y el adiestramiento de su naturaleza cuando actúa en las dimensiones del tiempo, el espacio y, lo más importante de todo, en sus relaciones con otros seres humanos. Se verá forzado a escudriñar su naturaleza y sus potencialidades en el grupo, porque a través de los grupos alcanza el hombre su grandeza, y en los grupos encontrará los instrumentos que lo llevarán a la eficacia social y a la plenitud (…) necesitamos hallar procedimientos que pongan al hombre en una relación diferente con su prójimo. Necesitamos hallar medios que nos permitan forjar el inconsciente de modo tal que las hostilidades y las agresiones que el hombre dirige contra otros y contra sí mismo, puedan ser si no eliminadas, por lo menos disminuidas y sublimadas. Esto sólo puede lograrse a través de las relaciones humanas y de los grupos, con su poder de sancionar, prohibir, controlar, aceptar y rechazar (:27-8). Fijaros cómo aparece una semilla que nos posibilita muchas cosas. Todo ello nos hace pensar que este autor, uno de los clásicos, considera que se ha llegado a una “etapa grupal” en el desarrollo de la humanidad que le ha permitido organizar esta forma de intervención que denomina “psicoterapia de grupo” cuando, y por lo que en su momento podré explicaros, lo grupal es anterior a lo individual. Slavson, partiendo de esta posición un tanto absolutista, define la psicoterapia de grupo como “una reunión voluntaria de tres o más personas, en una relación libre y cara a cara sujeta a un liderazgo, que tiene una meta en común y que en relación con la misma genera una relación recíproca entre sus miembros, de la cual puede resultar el desarrollo de la personalidad.” (1976:59). Es decir, define una etapa en el desarrollo humano a la que denomina “grupismo” y luego pasa a definir la “psicoterapia de grupo” como objeto de su estudio. Cierto que aparece una noción novedosa al señalar que: “al orientar esta inevitable y favorable “tendencia a unirse” es esencial comprender y mantener las diferencias existentes entre individualismo e individualidad (…) [que] reside en que en la última se preserva y se respeta la dignidad y la singularidad especial de cada individuo, mientras que al mismo tiempo se lo motiva socialmente. Esto es, el individuo se halla inextricablemente ligado a su matriz social y no concibe sus acciones y los productos de las mismas sólo en términos de ventaja personal (1976:23), en donde introduce una noción de matriz a la que el individuo estaría vinculado.
¿Considera Slavson que el grupo constituye una matriz de relaciones de forma similar a la que lo entiende Foulkes o a lo que entendemos desde el grupoanálisis? Creo que no o quizás que no pudo, dadas las circunstancias de la época en la que vivía, a pesar de ser uno de los pioneros que a partir de una realidad clínica osó introducir métodos de intervención grupal desde perspectivas psicoanalíticas. Slavson parte de la teoría psicoanalítica y se muestra un poco crítico con ella, si bien no desarrolla una conceptualización del grupo como entidad que vaya más allá de la unión o reunión de personas.
En otras ocasiones, que hay quienes cuestionan la dicotomía grupo-individuo. Esta es la posición del Grupoanálisis que podéis leer en un trabajo precioso de Dalal, F. (2002), fortalecido posteriormente por la crítica que le hace Lavie, J. (2005). En efecto, cuando Dalal se formula la pregunta sobre “qué es un grupo” y tiene que responderse, lo hace de esta forma: “la forma habitual de definirlo es como una colección de individuos. En esta cuestión aparece el supuesto de que el individuo es algo más básico que el grupo y en tanto que la naturaleza de lo que es un grupo está en discusión, no lo está lo que es el individuo (…) ¿podrían considerarse las personas, los individuos, como algo segregado de los grupos?” (2002: 18-9). Esta discusión no es baladí, aunque lo parezca y dependerá mucho del punto de vista desde el que se defina el objeto-grupo para su posterior comprensión. Es decir, si considero que el grupo es una colección de individuos que han sido “agrupados” para una finalidad determinada, ese punto de vista condicionará la comprensión de los fenómenos que será diferente a si considero que todo grupo es una extracción de individuos de su red social, o si digo que el grupo es, sobre todo, lo que nace de un entramado de interdependencias vinculantes que determinan y marcan las interrelaciones de las personas que lo constituyen a través de fuerzas y manifestaciones de poder.
En efecto, la tendencia que tenemos es la de considerar al grupo como el resultado de agrupar a una serie de personas con las que el grupo es el resultado de esa agrupación. Pero si lo vemos desde otra perspectiva, el grupo siempre está ahí: nacemos en el seno de un grupo, trabajamos con más personas, nos solemos divertir en compañía de otros, permanentemente estamos inmersos en la sociedad que, a la postre no deja de ser un grupo enorme. Y esto lo podemos ver cuando consultamos textos de autores más cercanos a la posición grupoanalítica como puede ser Kadis et al., (1974): “El individuo humano nunca existe aislado, y mucho menos en un profundo sentido psicológico. Es como si tuviese – para su bienestar- que mantener no sólo un equilibrio dentro de su propio sistema, sino también dentro de un sistema que comprende a cierto número de personas significativas” (1974: 14) y también que “Los individuos no son más que nodos en este juego de fuerzas y el equilibrio de cada uno de pende del equilibrio de los demás. Llamo a esto red de acción recíproca” (1974: 14). Es decir, desde esta óptica el individuo derivaría del grupo, como apunta, entre otros, Dalal. Ahora bien, si incorporamos las aportaciones de Elias acabaremos viendo que ese juego de fuerzas y equilibrio de las que habla Kadis son de poder, entendido éste como algo similar a lo que la gravedad representa para los cuerpos físicos.
Y finalmente, encontramos otros autores que no definen el objeto de estudio, el grupo, sino que se centran más en la utilidad psicoterapéutica del mismo. En efecto, si nos sumergimos en otros textos de autores acabaremos descubriendo que se centran en el objetivo terapéutico sin antes definir lo que es un grupo o sin definirlo demasiado. Por ejemplo, leyendo a Wolf, Schwartz, que fueron pioneros de lo que ellos llamaron Psicoanálisis en grupo, no he sabido encontrar una definición del objeto de estudio, pero sí de la utilización terapéutica del mismo. Así estos autores nos indican que “la psicoterapia es una violación del aislamiento (…) la psicoterapia y especialmente la psicoterapia de grupo (valora) al individuo en relación con otros” (1967:XI). Es decir, lo que indican es que el aislamiento es la enfermedad y el grupo la salida al autismo que lleva asociado.
Si buscamos otros pensamientos, nos encontramos con un texto escrito por Rioch, M.J. (1979) que habla de Bion del que dice que para él hay una noción básica, la de función; y es a partir de ella que describe el grupo “como una función o serie de funciones, o también como un conjunto de individuos. El grupo no es una función de ninguna de sus partes en particular, ni tampoco es un conjunto sin función” (1979:148). El trabajo de Bion (1980) es importante y no deja de ser un punto de referencia básico para quien quiera aprender sobre el tema grupal; ello no significa que sea fácil de leer y de entresacar de su texto básico la idea que tiene de “grupo”; fundamentalmente porque viene entremezclado con otras nociones como la de “mentalidad grupal” y “cultura grupal”. En un trabajo de Bion escrito en colaboración con J. Rickman nos habla en ocasiones de la idea de grupo y en otras de “terapia de grupo” especificando que puede tener dos significados. Puede referirse al tratamiento de un número de individuos reunidos para realizar sesiones terapéuticas especiales, o a un esfuerzo planeado para descubrir las fuerzas que en un grupo llevan a una fácil actividad cooperativa. (MacKenzie, 1992:62). Esta idea aparece también en el inicio de su libro sobre grupos. Creo que se pueden descubrir fácilmente las dos líneas maestras de su trabajo: la terapéutica y la organizativa. Más adelante, en otro texto publicado conjuntamente y tras introducir la idea de mentalidad grupal, señala que “el grupo puede ser considerado como un interjuego entre las necesidades individuales, la mentalidad grupal y la cultura” (Bion, W.R., 1980:50), es decir, algo que surge de las interrelaciones entre los miembros del grupo.
Y, ¿cuál es mi definición? Considero que un grupo no es sino una muestra del tejido social constituido por personas que buscan o comparten un objetivo común. Ese tejido está formado por los sistemas de comunicación que son, desde otra óptica, mecanismos de defensa, y de cuya interacción se desarrolla una matriz que es la que constituye, en último término, eso que llamamos grupo. Este objetivo común conlleva una serie de operaciones conscientes e inconscientes, tanto mentales como reales, que van dirigidas a conseguirlo y a alcanzarlo. Aplicada esta idea al ámbito clínico, que es el que atañe a este trabajo, lo entiendo como una muestra del tejido social, una constelación de personas organizada por un profesional y formada por individuos que presentan un padecimiento, un sufrimiento más o menos definido y que buscan o comparten una meta más o menos común; razón por la que son agrupados. Y ésta, en el terreno en el que nos movemos, suele ser “aliviar o compartir un sufrimiento”, “aprender algo que me permita vivir mejor”, “desarrollar habilidades que me ayuden a socializarme”, o, y de forma mucho más drástica, “curarme”. Ahora bien, a ese hecho conviene añadir lo que pudiéramos llamar “representación mental” de ese objeto, y de la que derivarán muchos de los comportamientos que los humanos tenemos al estar en grupos.
Y si buscase dar una definición más radical o que considero más actual, diría que para mí en estos momentos, el grupo es una constelación de individuos interrelacionados entre sí que han establecido unas interdependencias que determinan unos lazos o ligazones vinculantes entre ellos que son la concreción de fuerzas de poder y que determinan las características de la matriz en la que se constituyen como individuos.
La palabra grupo.
Hemos hablado de lo que es un grupo: esa constelación dinámica de personas de cuyas interdependencias surge una matriz base de su desarrollo como individuos. Pero ¿por qué le llamamos grupo y no usamos otra palabra? ¿Cuándo surge esa palabra y de dónde viene? Y aquí comienzan las sorpresas.
La palabra grupo proviene del término groppo utilizado por los artistas italianos en el siglo XV. Lo empleaban para referirse a un conjunto de figuras relacionadas entre sí y que destacaban del resto de la pintura; o para mencionar a las figuras que formaban un todo escultórico, grupo escultórico. Y para ello tomaron el término gótico krupps que es un objeto abultado que provenía a su vez del alto alemán Kropf (buche, bocio; y también nudo “knoten”). Pero lo que más llama la atención es que no sea hasta ese momento en la historia de nuestra civilización que aparezca una palabra que aluda a eso cuando por otro lado, desde la noche de los tiempos, el hombre siempre ha estado en grupos. En grupos ha sobrevivido, a atacado a otros, ha organizado las cosas, las ha desmenuzado. Incluso en la historia de la atención psiquiátrica hay documentos que informan del uso del grupo como sistema de elaborar o de trabajar aspectos de la salud mental o del propio tratamiento a pacientes mentales (Postel y Quétel, 1987).
Seguro que habrá varias explicaciones de este hecho, aunque posiblemente la más normal sea que no es hasta este momento de la historia de nuestra civilización cuando comienza a tomar relevancia el individuo, su desarrollo. Posiblemente cuando nuestra mente colectiva comienza a subrayar la necesidad del desarrollo individualizado es cuando podemos contrastarlo con el del grupo del que anteriormente formaba parte inseparable. De esta forma, cuando en nuestro desarrollo mental el individuo adquiere entidad válida, el grupo también.
Con todo, la atención grupal viene desde siglos atrás. No me refiero sólo a los viejos tratamientos de los galenos griegos y romanos, sino a la propia construcción de espacios reservados para los “enfermos mentales” cosa que iniciaron los árabes y de cuya tradición se beneficia Europa comenzando por España, lugar en el que se inicia la construcción de estos centros para la atención de estas personas. En España el primer Hospital Psiquiátrico aparece en Granada, 1365, Barcelona, 1401, Valencia 1409, Córdoba, 1419, Zaragoza, 1425, Toledo, 1480, siendo el de Zaragoza (Nuestra Sra. De Gracia) el que permite a Pinel señalar que es ahí donde se están realizando grandes adelantos en el tratamiento psiquiátrico del momento.
La idea de función y las cinco funciones básicas.
En primer lugar tomemos la idea de función. Bion propone la idea de función para designar una serie de procesos mentales que van dirigidos hacia un determinado fin. Dicha idea aparece en su texto de 1987 Concretamente dice: Función es el nombre para la actividad mental propia a un número de factores operando en consonancia (1987:19). Pone ejemplos muy claros que nos permiten, mediante una metáfora, comprender los procesos internos de naturaleza básicamente inconsciente que están tras cada percepción, cada relación vinculante con un objeto, con cada establecimiento de relaciones internas entre ellos, etc. Si los acercamos a nosotros sería algo así como cuando celebramos una costillada o una merendola. La organización de este tipo de eventos, por ejemplo, no sólo se limita a que se realiza una comida con deliciosas costillas de lechal en tal lugar, sino que bajo esta palabra se reúnen serie de actos, de sucesos cuya culminación articulada entre ellos es la costillada en cuestión. Supone, por ejemplo, elegir a las personas que asistirán, convocarlas, establecer un día y una hora, proponer si deben o no traer algo, confirmar cuántas vienen, ver qué precisan los que se encargan de cocinarla, y así podría seguir unas cuantas líneas más. Tomando este ejemplo, a todo el conjunto de elementos que se organizan para el fin de la costillada, Bion propone denominarlo función. La costillada aquí es una metáfora de la actividad mental. Si nos trasladamos a un ámbito un poco más psicológico podrás comprender la diferencia que hay entre la maternidad y la función materna, o entre el cuidar y la función cuidadora. El término función, indica el conjunto de procesos mentales que van dirigidos a que la maternidad no se limite únicamente, por ejemplo, a cambiar pañales y a dar el biberón. Pues bien, volviendo a nuestro tema, las condiciones que en su día se precisan para organizar un grupo son más que labores, responsabilidades o tareas: son funciones en tanto que corresponden a procesos mentales englobados en aquella tarea. Cuando esto no se realiza, fracasa.
Hablaba de cinco funciones. La primera, la función convocante, es de las más complejas. El conjunto de procesos mentales que va a implicar tanto a quien convoca como a quien es convocado (y en ocasiones al entramado de circunstancias que posibilitan tal convocatoria), señala la cantidad de aspectos que inciden en ella. En primer lugar ¿en quién reside? En principio en quien se responsabiliza del espacio grupal, aunque se dan circunstancias en las que el convocante no es el conductor del grupo lo que, como puedes comprender, puede acarrear problemas añadidos. Todos los aspectos de esta función recaen sobre esta figura y no se desplazan, como sucede en otras funciones, al propio grupo. A grandes rasgos, te puedo adelantar que unas son de tipo administrativo, otras de tipo procesal y otras propiamente de tipo grupal. Evidentemente hay aspectos que pueden dañar al grupo y que provienen de esta función. Estoy pensando, en los casos en los que quien convoca no es el que conduce o en aquellas situaciones en las que el conductor no está muy coordinado con la persona o personas que derivan al grupo y que de alguna manera lo convocan. O en aquellas otras situaciones en las que el conductor y convocante no tiene clara su función o la asume a medias.
A continuación te señalaba la función presencial como una función asociada a la anterior. Posiblemente sea la más lógica, vamos, de cajón de madera de pino. Pero esta función, que recae en los integrantes del grupo, incluido el conductor, conlleva también una serie de aspectos sin los que no acabaría de darse. Ciertamente hay quien dice que trabaja a través de Internet con varios pacientes a la vez. Es verdad que hoy en día hay métodos de conexión múltiple que permiten que todas las personas nos veamos y estemos en contacto al unísono y en tiempo real; tengo amigos que por su trabajo deben realizar periódicamente este tipo de reuniones. Y no dudo de que sirvan para intercambiar ideas, opiniones, datos… Pero ¿qué hacemos con los afectos? ¿Y con la empatía? Personalmente dudo de que a través de estos sistemas pueda realizarse una labor psicoterapéutica y en especial, la grupal. No sólo hay que estar presente físicamente: es imprescindible la presencia anímica, la cercanía física que me permita oler al otro, percibir más allá de las palabras, que me posibilite captar gestos, actitudes… y tengo serias dudas de que, hoy por hoy, se pueda dar la función presencial si no es de manera real y en un espacio concreto.
Hay aspectos que también dañan la función presencial. Por ejemplo, cuando no se asiste, no se es, o hay ausencias que no son aclaradas. Otro tipo de elementos que afectan a esa función es la actitud presencial: cuando los que están no se sientan sino que se tumban o están repantingados, o cuando “no se está” ya que el teléfono es una vía para estar conectados con otros pero no con el grupo… es decir, situaciones que atañen a la función presencial de los miembros del grupo, conductor incluido.
Una tercera función es la higienizante. Sí, de higiene. Se precisan una especie de “Reglas del juego” que posibilitan la higiene mental del grupo y de sus componentes; conductor incluido. Recae y reside, en un principio, en el conductor pero poco a poco deben ser los miembros del grupo los que la asuman como propia. Ciertamente hay unas normas de funcionamiento y el conductor debe estar al tanto de ellas. Pero las normas no sólo son normas: son un conjunto de reglas que garantizan el cuidado mutuo. Recuerdo las normas de educación, aquellas cartillas que estudiábamos algunos de nosotros, de niños, ¿qué eran esas normas? ¿Qué había o hay en el “los mayores primero” o “deja pasar antes al otro” o “levántate cuando entre tal persona”, “no escupas al suelo”, “no pongas los pies sobre la silla”? Sólo reglas que cuidan al otro, que garantizan ese cuidado. Esas son reglas higiénicas. En el grupo sucede algo semejante: hay una serie de normas que sirven para cuidarnos a todos. Ya te hablaré, más adelante de todo esto. Pero la función higienizante no hace referencia solamente a este aspecto de cuidado del otro sino que exige que el miembro del grupo se ciña a unas reglas de funcionamiento grupal, a una normativa interna, incluso a “una técnica” en torno a la que cada uno se posiciona. La exigencia de la norma supone la posibilidad de articular las relaciones interpersonales dentro del marco simbólico de la cultura en la que se desarrolla el grupo. Las transgresiones a esta función pueden identificarse en la no observancia de las normas, en los ataques a las mismas o al conductor, que es quien en primer lugar las enuncia, incluso en la propia dificultad para establecerlas y asumirlas como parte del trabajo del grupo. Sólo a través de la capacidad simbólica que surge precisamente de la necesidad de posponer la satisfacción inmediata de nuestros deseos e impulsos es cuando los humanos accedemos a tal condición, y es a través de ella como podemos trascender a la individualidad de nuestros actos y devenir miembros del grupo social al que pertenecemos o en el que permanecemos.
La cuarta función es la verbalizante. No puede darse ningún proceso psicoterapéutico sin intervención de la palabra. Es a través del lenguaje como nos constituimos en seres humanos y sin este sistema de signos y de significados que proviene de la relación entre las personas y que ha ido generando una cultura, que es en la que estamos, poco podemos hacer. El hombre, ante la necesidad de transmitirse información y establecer niveles diversos de poder, fue ideando un sistema de signos con significado que posibilita muchas cosas, entre ellas, el expresar la forma que tenemos de entender el mundo, la manera en que lo vemos, y nuestra propia experiencia de vida. Esto no lo hacen los animales. Y cuando hablo del lenguaje, valga la redundancia, me refiero al verbal y al no verbal: al gestual, al actitudinal y comportamental. Todo adquiere significado y es preciso que éste sea compartido y elaborado para poder ser incorporado e integrado en uno mismo. Esta función recae en todos los miembros del grupo. Ahora bien, esta función verbalizante no se limita al hecho de hablar, o al hablar por hablar. Aquí la comunicación verbal introduce un trío de elementos fundamentales: por un lado, al hablar debemos ir clarificando lo que se expresa, tratando de entender lo mejor posible lo que cada uno dice y desde dónde lo dice. En este sentido sería como si cada uno hablase idiomas distintos, en realidad, lenguajes distintos y debiéramos entender qué es lo que el cada uno dice aprendiendo su lengua. Otro aspecto es el de poder confrontar lo que dice cada cual en relación a su propia conducta, a sus propias acciones e intenciones. Confrontar lo que uno aporta con lo que nos dice otro compañero. Tratar de ver, así, la totalidad o la globalidad de lo que se explica. Y finalmente, la traducción o interpretación. Traducción que supone ir decodificando lo que se dice en terminología de las relaciones no sólo entre los miembros sino en cómo éstas encubren o delatan la estructura inconsciente que posee cada uno de nosotros. Traducción de lo inconsciente en consciente. Traducción de lo que sucede en el aquí y ahora como sus reproducciones del allí y entonces. Traducción de las estructuras relacionales en el grupo a su correspondiente estructura relacional familiar. Traducción de aquello que guarda relación con sus deseos, sus expectativas, sus miedos, sus enfados, con las formas de manifestarlos y en la manera cómo cada uno se relaciona con todos y cada uno de los miembros del grupo.
De esta suerte, la función verbalizante acaba constituyéndose en el punto básico del trabajo grupal analítico, el eje en torno al que vamos alcanzando cotas más elevadas de coherencia e integración. Y para ello precisamos transmitirnos lo que interpretamos de lo que el otro y otros cuentan, dicen, actúan o callan. Y a esa interpretación la llamamos también traducción. Traducción del síntoma en significado. Del motivo de consulta en problema a resolver. Traducción del lenguaje no verbal en el verbal. Traducción, en definitiva, como la única vía capaz de ubicar al sujeto en la matriz propia de relaciones y de símbolos para que, asumidas sus características pueda ser más controlada por el sujeto que pasa a ser pasivo a activo. Y en definitiva algo más dueño de su propio devenir.
Transgresiones a esa función emergen, por ejemplo, cuando se habla por hablar tratando de rellenar el espacio para evitar comunicarse, cuando se habla como si tuviéramos que dar conferencias temáticas, o cuando el grupo accede a usar la actuación como sustituto de la comunicación; en ocasiones, el lenguaje, instrumento de comunicación e interrelación, es utilizado como elemento de separación y ataque.
Finalmente, la función teorizante. Y aquí aparecen tres aspectos inseparables: por un lado el que corresponde al proceso de pensar a partir de unos referentes. Además tenemos el elemento formativo que no se limita al aprendizaje teórico sino que éste precisa del experiencial, el de vivirlo en carne propia. Y en tercer lugar, el que proviene de la práctica clínica. Estos tres elementos, este triunvirato es inseparable y si no se consideran las tres patas…, la función teorizante no acaba de completarse. Pasemos ahora al primer aspecto.
No podemos hacer un grupo sin teorizar sobre él. Y para hacerlo precisamos de unos referentes a partir de los que tratamos de comprender lo que vemos, lo que vivimos, lo que sentimos, lo que hacemos. Este referente es el que nos aporta un entramado más o menos articulado (según el grado de conocimiento que tengamos del mismo) de elementos simbólicos que nos permiten comprender, describir, compartir y pensar lo que hacemos. Reside en el conductor, pero puede ser transmitido a los miembros del grupo. La elaboración teórica es algo que se realiza despacio, con el paso de los años, con el esfuerzo y el estudio, con la reflexión sobre lo que hacemos. Al hacerlo conseguimos ir organizando la experiencia psicoterapéutica, la experiencia en este caso grupoanalítica, en torno a una serie de ejes y podremos transmitirla a nuestros compañeros. Esta es también una función social.
También en este apartado encontramos vías que dañan el desarrollo de este aspecto que, me parece fundamental para el desarrollo del grupo y el del profesional. Se da cuando, por ejemplo, no se estudia, no se supervisa, no se reflexiona sobre las sesiones y sobre lo que sucede en ellas. Igualmente cuando no aprendemos de la propia experiencia de conducción de grupos o de los pacientes que los constituyen. De hecho es la vía más real y certera de aprendizaje. Y, finalmente, creo que también se ataca a esta función cuando no se comunican los aprendizajes, en un deseo de quedárselos, cual propiedad privada, como si en realidad nada le debiéramos al grupo social que nos da cabida y sostén.
¿Desde dónde vamos a hablar del concepto grupo?
Nos estamos metiendo en los referentes desde los que vamos a hablar. Por lo que voy viendo, comprensión teórica deriva fundamentalmente de cuatro fuentes o manantiales importantes del pensamiento psicológico en relación a la psicoterapia de grupo en general y a la grupoanalítica en particular. Por un lado, tenemos a Freud con su importantísima revolución en el campo del pensamiento psicológico ya que es él y a partir de él cuando comenzamos a pensar en el sujeto como algo bastante más complejo que una mera conjunción de actos más o menos reflejos, y guiados o gobernados por fuerzas más o menos sobrenaturales. De hecho, supone la unificación científica del hombre con el resto de la naturaleza, en particular con la animal. Y más allá de que los clásicos definían al hombre como un animal racional, esto es, parte animal con elementos de la razón, el punto de partida de la teoría psicoanalítica supone aceptar un elemento evolutivo y, por ende, el hombre no sería más que un eslabón más del desarrollo y evolución de la naturaleza. Y, a partir de él, toda una serie de aportaciones que se han ido y se siguen realizando desde el psicoanálisis tanto desde las disidencias conocidas y líneas de pensamiento que se apartan de la matriz central propuesta por él, así como otro grandísimo número de aportaciones entre las que mencionaría, sin pretender más que señalar algunos de los que he conocido con más impacto, las aportaciones de M. Klein, O. Kernberg, Kohut, y otros destacados psicoanalistas. Sin dejar de lado las aportaciones que nacen a partir de Lacan.
Pero, por otro lado, no podemos olvidar las aportaciones de Lewin relativas a la importancia del espacio vital y la del entorno. En efecto, el trabajo de Lewin cobra relevancia al considerar que la conducta del sujeto viene muy condicionada por las percepciones que el mismo realiza de lo que le pasa y de lo que sucede a su alrededor. En este marco, define lo que se llama “espacio vital” como aquel conjunto de elementos que constituyen sus circunstancias y que condicionan y determinan esas mismas percepciones. Y esto es importante porque nos dará pie a comenzar a pensar aquello que coloquialmente señalamos como “el hombre y sus circunstancias”. Hasta aquel momento se consideraba que la conducta del sujeto derivaba de las características de su forma de ser. Pero a partir de esta aportación vemos que esa forma de ser no es tan propia ya que viene condicionada por los elementos que constituyen el contexto. Y éstos no se refieren solamente al entorno físico en el que está, sino y fundamentalmente al conjunto de fuerzas que determinan y condicionan las manifestaciones de esa forma de ser. Por esto, para Lewin, será fundamental el estudio de la atmósfera en la que una persona se desenvuelve. Atmósfera que no es más que el conjunto de circunstancias que provienen de las relaciones con las que una persona vive y convive, y que emanando de ella y de las personas con las que está y se relaciona, condicionan su forma de ser.
Tampoco hay que dejar de seguir la huella que marca Goldstein. Este neurólogo centró sus esfuerzos en la comprensión del cerebro humano y llegó a la conclusión de que existe una unidad en todas las manifestaciones, no sólo de dicho órgano sino del sujeto, del individuo. Por esto insiste en la comprensión holística del ser humano. Es una idea cercana a la de la Gestalt, básicamente por el protagonismo que tiene el todo sobre las partes. Sin embargo, le añade un componente: todo forma una misma entidad, lo que nos permite entender la conducta humana de forma no parcializada, sino global. Eso, por ejemplo Lola, nos va a posibilitar que si en un grupo un miembro se levanta a por agua en un momento del mismo, ese hecho no sea visto sólo como una manifestación individual sino que hay algo colectivo en esa conducta. O que si en un momento dado una persona en el grupo carraspea o se le mueven las tripas, podamos preguntarnos qué del grupo en el que se encuentra está siendo expresado y manifestado por ese ser individual. La fisiología y la psicología comienzan a caminar de la mano. Una y otra no son más que manifestaciones del mismo ser, globalmente entendido.
Junto a estos referentes no podemos olvidar a N. Elias, un sociólogo inglés contemporáneo de Foulkes y que ejerció una notable influencia en la perspectiva que éste propone aunque sus aportaciones no son muy conocidas en nuestro ámbito. En realidad creo que es más Foulkes quien ejerce influencia en Elias y no al revés; pero en cualquier caso, las aportaciones de este sociólogo me han permitido comprender bastante mejor la obra de Foulkes. La importante aportación de Elias proviene del hecho de revalorizar las fuerzas de poder. El poder entendido como la materialización de las fuerzas que, como la gravedad, determinan y colocan a cada persona en relación con las demás, organizándose estructuras que configuran el grupo social de una forma y no de otra, y que supone la expresión de las tensiones que conducen a modificaciones de estas estructuras.
Y finalmente, y de éstos no nos podemos olvidar nunca, nuestros pacientes, compañeros de profesión y alumnos. En realidad son los que conforman la “cuarta pata”. Esta parte de la aportación es más difícil de documentar, ya que por lo general los pacientes no escriben sobre su experiencia y menos sobre la experiencia de grupo. Y si alguien lo hizo lo desconozco. Ahora bien, la práctica real, es decir, aquella que no se escribe con la relativa tranquilidad que da el estar en tu despacho en compañía de tu ordenador, tus libros, tus revistas y, en mi caso, con mi perro (un maravilloso ejemplar de Setter Inglés), enseña mucho. De hecho, el conjunto de explicaciones que los profesionales con capacidad y habilidad de organizar sus experiencias nos ofrecen, dándoles el formato de aportaciones o de cuerpo teórico, de poco sirven sino es por la continua aportación de los pacientes, cuyos procesos de reflexión, que surgen desde cada experiencia vital, llenan los silos en los que se almacenan las claves que nosotros recuperamos para entender la psicología humana. Nuestra función es ir recogiendo este material y entenderlo de manera que pueda ir constituyendo un cuerpo más o menos coherente de elementos con los que otros van a poder seguir profundizando.
Las tres orientaciones clásicas de la Psicoterapia de grupo de las que te hablaré más adelante, se organizan en torno al lugar que ocupa el profesional respecto al hecho grupal y al valor que se le da a cada una de esas áreas importantes del pensamiento.
El sufijo “ante” le he estado debatiendo un largo tiempo. Aludo con él a este aspecto de la función que es dinámico, no estático como hubiera quedado indicado si en su lugar hubiera puesto el sufijo “ora”
Los textos que aparecen en este apartado son los utilizados por los alumnos del Máster de grupos y tienen marcado acento grupoanalítico.