Diecisiete años de formación grupal: una experiencia formativa en evolución.
Dr. M. Sunyer.
grupoanalisis@grupoanalisis.com
Introducción
En Bilbao y en 1975 el Prof. Guimón comienza a perfilar un programa formativo en Psicoterapia de grupo, a través de los contactos con el Instituto de Peña Retama en Madrid y con la colaboración de profesionales como los Prof. Luis Yllá, J, L. González Ribera, Pacho O’Donell, dirigido no sólo a los miembros de su equipo, sino a los profesionales de la salud que trabajaban en la red asistencial psiquiátrica de aquellos momentos. Para dicho programa formativo, organizado por la Fundación OMIE, contó con el apoyo de numerosos profesionales vinculados unos, con el Instituto de Groupoanálisis de Londres (por ejemplo, M. Pines, Fdo. Arroyabe, M. Marrone, M. Patalán), y otros que disponían de formación y experiencia previa suficientes (Dr. L. Yllá, P. O’Donell, J.L. González Rivera, y J. Campos entre otros). Desde aquel entonces, numerosos profesionales nos hemos formado y nos seguimos formando; profesionales vinculados con la red asistencial psiquiátrica tanto pública como privada, a las redes de atención a las drogadicciones, etc.; y otro tipo de profesionales como maestros, profesores universitarios, abogados que han considerado que una formación en este terreno les podría ser útil para sus tareas profesionales.
El programa formativo se basa en la experiencia personal psicoterapéutica en el contexto de grupo pequeño y en el de grande; y también en la formación teórica así como en la supervisión de las tareas asistenciales que realizan los que se forman. Dicho programa comenzó ofreciéndose de forma semanal, pero también surgió la posibilidad y la necesidad de crear un sistema formativo agrupando todas las actividades en varios fines de semana. Dichos programas formativos recibieron inicialmente el apoyo y reconocimiento de la Universidad del País Vasco; y posteriormente dicho reconocimiento provino de la Universidad de Deusto quien otorga, una vez cursadas las horas requeridas en el período de tres años, el reconocimiento de Máster de postgrado Universitario. Dicho programa, dirigido en su momento por el Prof. Guimón, en la actualidad lo dirige y moldea el Dr.Ayerra.
Por otro lado y allá por el año 1985, el Prof. Casas a la sazón jefe de la Unidad de Toxicomanías del Hospital de Sant Pau de Barcelona, solicitó al Prof. Guimón la supervisión de las actividades asistenciales de su equipo. Ello condujo a la posibilidad de formar a los profesionales que lo conformaban; pero dadas las dificultades que suponían el desplazamiento a Bilbao para realizar tal formación, surgió la idea, dada la necesidad, de organizar unos programas formativos en fin de semana. Cuatro en un principio.
Para ello se contó con un grupo variado de profesionales, tanto de Barcelona como de Bilbao, que iniciaron la puesta en marcha del programa. Y si bien la variedad de profesionales invitados era un valor importante, también lo era la capacidad de compromiso, la de articular formas muy diversas de entender la psicoterapia de grupo así como la de aceptar determinados liderazgos. Ello fue conduciendo a una selección más o menos natural de los profesionales que iban convergiendo en este programa formativo; programa que, ante las lógicas demandas Universitarias, debía ajustarse a un determinado número de horas, y que llevó a prolongar los cuatro fines de semana a seis y posteriormente a ocho, y por tres años de duración, que es la actual estructura del mismo.
Así pues, la experiencia formativa consta de veinticuatro fines de semana que se distribuyen en tres años, cumplimentando un total de 600 horas de trabajo. El equipo actual, está formado por seis profesionales que disponen de formación y experiencia grupal así como una variada experiencia psicoanalítica y clínica. Los candidatos deben cumplir dos básicos requisitos: el de la titulación universitaria que les permita su incorporación académica, y la aceptación de formar parte de un curso en el que se trabajan aspectos personales desde una perspectiva psicoanalítica grupal; dichos candidatos se incorporan a una estructura formativa en la que hay quienes están en su segundo o su tercer año de formación. También hay una posibilidad de acceso con otro tipo de reconocimiento por parte de la Universidad para aquellos que no dispongan de titulación mínima necesaria par los cursos de postgrado. Se trata de un programa más corto, similar en cuanto estructura y con el reconocimiento Universitario de “experto en trabajo grupal”
Esta estructura formativa ha ido evolucionando a lo largo de los años, añadiéndosele la organización de un fin de semana de trabajo en grupos grandes, y los cursos de formación continuada, estos últimos liderados por el Dr. J.L. López Atienza.
Los integrantes de la ecuación formativa
Consideraremos que la ecuación formativa básica la forman los candidatos a la formación y el equipo de profesionales; pero a él hay que añadir, la persona en frontera y los profesores invitados que, ocasionalmente, se incluyen en dicha ecuación. En 1996 se añade la posibilidad de participar en un Taller de Grupos Granes, y en 2001 se ofrece también los denominados cursos de formación continuada.
Bien es cierto que otros elementos de la ecuación son las lecturas, las aportaciones clínicas y en general aquellos otros elementos que trascienden el factor humano; pero este aspecto lo dejaremos para otro trabajo posterior.
Los candidatos. Se trata básicamente de profesionales de la salud que, tras sus estudios de Psicología, psiquiatría, enfermería o asistencia social, deciden introducirse en el mundo de lo grupal en general, y en particular de la psicoterapia de Grupo. También hay otros profesionales vinculados a la docencia o a otros ámbitos de la vida que desean tener una formación de este tipo: así nos encontramos a maestros, o a licenciados en otras materias pero que imparten clases en la Universidad o centros afines, o abogados que desean incluir en su Currículum Vitae y en su vida, una experiencia de este tipo. La mayoría son españoles, aunque también los hay de otras nacionalidades, en especial, de los países de Centro y Sudamérica (Venezolanos, Chilenos, Colombianos, Argentinos y Salvadoreños). Las edades oscilan entre los 24 y los 50, aunque la media se sitúa sobre los 35-40, siendo la mayoría mujeres. Cerca del 90 % del alumnado son profesionales vinculados con centros de asistencia psiquiátrica, tanto ambulatoria como de internamiento, y centros dedicados a la atención y tratamiento de las toxicomanías en general. Hasta el momento actual unos 300 profesionales han pasado por nuestros cursos en Barcelona.
En este sentido la evolución ha sido la inclusión de personas procedentes de países del extranjero, de habla hispana; aunque también hay profesionales procedentes de muchos lugares de España. Igualmente la incorporación de profesionales no vinculados directamente con la Salud Mental, es otro aspecto evolutivo.
El equipo formativo.
En un principio se trataba de profesionales de mucha formación y con diferentes sensibilidades y niveles de entusiasmo, pero en ocasiones, la excesiva formación va pareja con algunas dificultades de adecuación a personas de quizás menor formación, o a problemas de articulación entre profesionales de la misma talla profesional. Ello conllevó algunas tensiones y cambios que fueron aconsejando el encontrar un grupo humano capaz de articularse dinámicamente en torno a este proyecto formativo. Y en este caso, el entusiasmo y el deseo de unos cuantos por elaborar una forma de trabajo que se ajustase claramente a la experiencia clínica y menos a lo que determinaban los libros, fue el elemento clave para constituir el actual equipo. Bien es verdad que hay quien se siente más Bioniano y otros más Foulkianos, unos más Lacanianos y otros más Freudianos. Unos ponen el acento en los elementos más individuales y otros en los más grupales. Unos en los aspectos más clínicos y otros en los más sociales o en los sistémicos. Ello nos lleva a disponer de diversas posiciones que nos llevan a trabajar de forma constante, a dialogar y a tratar de ir confeccionando un pensamiento lo más común posible.
En estos momentos siete somos los que llevamos la tarea de mantener nuestra capacidad de pensar, de contener los procesos afectivos activados por los grupos y en los grupos, e incluso de nuestro propio equipo de profesionales. Porque nuestra idea no es tanto la de transmitir una técnica de abordaje terapéutica, sino la de constituir un equipo capaz de contener y por lo tanto, capaz de poder digerir los procesos mentales que suceden en los individuos, los grupos y en la propia estructura formativa. Es la idea de constituirnos como equipo “suficientemente bueno” como diría el Prof. Guimón parafraseando a Winnicott.
Los observadores.
Un aspecto de nuestra evolución es la incorporación de observadores en los grupos pequeños. Sabemos de las ventajas que ello supone. De un lado, las formativas. Es indudable que una formación más completa pasa por la posibilidad de observar un grupo, de permanecer en él, sin las responsabilidades de su conducción. De otro lado, disponer de un observador es una garantía doble: en caso de enfermedad o ausencia imprevista del conductor, nos garantizamos la estabilidad del grupo; pero si el conductor puede constituir un equipo con el observador, las capacidades de contención aumentan.
Pero el problema era quien podía acceder a esta posición. En un principio, y debido a los compromisos institucionales, se optó por invitar a personas más vinculadas con las instituciones que con el interés por lo grupal. Y si bien en un principio esta oferta fue útil, posteriormente pudimos comprobar que era mucho mejor ofrecer dicho puesto a personas que hubiesen realizado la formación con nosotros, y que lo solicitaban. Así optamos ofrecer la posibilidad de ser observador a aquellos que había realizado la formación y que, tras uno o dos años de espera para poder ir facilitando una cierta desidealización y resolución de los elementos transferenciales, eran incorporados por el espacio de un año a nuestro curso.
Dicha figura representa aquella parte del grupo que permanece en silencio, sin expresarse y que deposita, en la figura del observador un monto de información silenciosa. Si el conductor y el observador forman ese equipo, dichas partes pueden articularse a través de lo que ellos dos ponen en común. Por esto se requiere del observador, la capacidad de contención suficiente de sus propias ansiedades así como la de ser capaz de percibir estos elementos que el grupo ( y en ocasiones el propio conductor) no puede o no sabe expresar. Igualmente su participación en los post-grupos aporta información y elementos de reflexión para todo el equipo. De esta forma tratamos de evitar, en lo posible, la existencia de zonas silenciosas o silenciadas. Estas, ubicadas, o personificadas en la persona del observador, podían introducirse, de nuevo, en la corriente comunicativa del equipo, y por ente, de toda la formación.
La persona en frontera.
Uno de los aspectos que han preocupado al equipo formativo es el de acabar encerrados en nuestros propios procesos que con el tiempo acaban siendo iatrogénicos. Bien es verdad que cuando un grupo se siente bien con lo que hace y se percibe cohesionado el resultado es de una gran satisfacción con su propia obra. Pero, y si bien los elementos de cohesión han sido considerados como uno de los factores terapéuticos (Yalom) y podríamos considerarlo como beneficioso para una estructura como la nuestra, también lo es el que bajo dicha cohesión se amagan numerosos procesos antigrupales (Nitsum) que pueden dar al traste con cualquier proyecto. En este sentido había que ir a la constitución de equipos lentamente abiertos, en los que una cierta rotación de los profesionales, posibilitara un “aggiornamento” de la propia tarea formativa, sin perder las raíces que la constituyeron.
Esta preocupación junto con nuestra tendencia natural a invitar a personas a participar de nuestro proyecto nos llevó a considerar la validez de ofrecer una función particular a estos visitantes que en un principio sólo eran visitantes y que con el tiempo, fuimos siendo capaces de convertirlos en “personas en frontera”. Dicha figura es en realidad un observador privilegiado que, sin pertenecer a la estructura ya que no está vinculado a nosotros por ningún otro lazo que el ocasional del momento, puede visitar a su libre albedrío cualquiera de los grupos, participar desde sus propios criterios, en cualesquiera de los grupos que conforman la experiencia. Puede permanecer silencioso o no. Puede intervenir hacia el grupo o hacia un individuo o incluso hacia el mismo conductor. Puede intervenir en las discusiones del equipo, etc. Es visto como persona persecutoria o como facilitadora. Como juez o como compañero. Es decir, es una persona cuya misión es la facilitar que la estructura permanezca abierta. Pertenece al mundo de la realidad exterior en tanto que no está vinculado a la estructura formativa; pero acaba perteneciendo momentáneamente a nuestra estructura en tanto que nos visita. Por esto se sitúa en la frontera, en ese lugar que es de dentro y de fuera de la estructura al mismo tiempo.
Normalmente son dos las personas que cada año académico nos visitan y con sus aportaciones, posibilitan un enriquecimiento tanto personal para todos nosotros, como para la estructura.
Los profesores invitados.
Finalmente, otra de las incorporaciones que se han realizado a lo largo de los años, es la de profesor invitado. Normalmente invitamos a una persona que nos parece que ha realizado una aportación significativa o que está llevando a cabo un proyecto sugerente, siempre en el terreno de lo grupal, claro. Con ello damos pie a que entren en nuestro proyecto profesionales que no tienen por qué comulgar con nuestra forma de pensar pero que, alimentados por la práctica clínica, pueden ayudarnos a abrir un poco los ojos a realidades asistenciales que, en ocasiones, podemos olvidar. Con ello damos también paso a la idea universitaria de apertura hacia otras visiones y planteamientos.
La estructura formativa.
Con todos estos ingredientes y que son los que constituyen la ecuación formativa siempre hay varias formas de operar. La nuestra, la que deriva de nuestros propios aprendizajes, contiene tres fuentes de alimentación:
1. La formación psicoanalítica. La mayoría de nosotros dispone de formación psicoanalítica más o menos reglada. Esta formación ha supuesto no solamente el análisis personal sino la asistencia a seminarios y supervisiones de material clínico suficiente como para poderse considerar formado en este terreno. Cierto que entre nosotros hay quien sostiene que esta formación no es necesaria para la tarea grupal. Por mi parte creo que sí lo es. Creo que una buena base de formación psicoanalítica posibilita una comprensión de los fenómenos psíquicos más completa, y sobre todo cuando estamos en terrenos formativos; pero también asistenciales. Entiendo que puede parecer en estos tiempos poco operativo, pero creo que incrementar la calidad, disponer de profesionales muy bien formados, buscar el perfeccionamiento de nuestros trabajos y tareas es un deber, incluso, para con la propia sociedad a la que nos debemos.
2. La formación grupoanalítica. Si la formación anterior es importante, mucho más lo es esta. Disponer de una buena experiencia grupal, tanto en grupos pequeños como en los grandes, permite una mayor comprensión de lo que sucede en estos terrenos. La tendencia que existe de trasladar las conceptualizaciones psicoanalíticas al terreno grupal, me parece peligrosa. Sobre todo porque deben complementarse y adecuarse un marco en el que el individuo no es una caja negra aislada, sino que es un punto nodal de una red de comunicaciones conscientes e inconscientes. Ello supone la aparición de procesos que se le activan deforma diversa tanto si hablamos de las relaciones interpersonales, como de las que se establecen en el seno del grupo, con el conductor y con la estructura formativa. Por ello, la formación grupoanalítica es fundamental, como lo es el mantenimiento formativo que exige que a lo largo de los años se vayan acumulando otras experiencias formativas complementarias que incrementen las habilidades, las sensibilidades y los contactos y conocimientos.
3. La experiencia clínica. Difícil me parece poder ofrecer una formación grupal sin poseer una amplia base clínica, y en especial en estructuras cercanas a lo que pudiéramos denominar comunidades terapéuticas. Y es que este tipo de estructuras nos posibilita no sólo trabajar con los elementos psicóticos y por lo tanto más primitivos del ser, sino que nos habilita para la comprensión de los mecanismos que se activan en los contextos grupales como los de las comunidades terapéuticas; y que son reflejo de los mecanismos que desde el individuo se ponen en marcha para protegerse de peligros reales o supuestos.
Pues bien, con estas fuentes de formación e información, nos reunimos varias veces a lo largo del año académico, sin contar las reuniones que mantenemos a lo largo de los fines de semana de trabajo grupal. La finalidad es ir debatiendo y articulando las actividades y el desarrollo de las mismas. Mejorando aquellos aspectos que creemos deben y pueden ser mejorados. Y todo ello con la finalidad de contener esas angustias que inevitablemente serán activadas en los participantes como consecuencia de su estar en el grupo. A partir de todas estas reuniones, la estructura que actualmente está en marcha contiene los siguientes aspectos.
1. Grupos pequeños Formados por ocho o nueve personas y con la presencia de un conductor y un observador. Dichos grupos, de hora y media de duración, se reunían siete veces cada fin de semana; si bien lo hemos reducido a seis para facilitar la presencia de un grupo grande más. La idea central es la de poder hablar de cualquier tema, tratando de no poner ninguna traba a la conversación y encuadrando el trabajo en los criterios de confidencia, restitución y evitación de relaciones íntimas entre sus miembros. La comprensión de este proceso fue evolucionando desde la conceptualización de ser un lugar propio, aislado del resto de la estructura, a otro integrado en una estructura formativa, compleja, formada por ésta y otras actividades del curso.
2. Grupos grandes. En un principio eran dos por cada fin de semana; en la actualidad son tres. Están formados por la totalidad de los participantes en la experiencia formativa, más los conductores y la persona en frontera. Su número oscila entre los 50 y los 70 miembros. El grupo está conducido por dos miembros del equipo. Y a decir verdad, muchos son los cambios que se han venido experimentando en este espacio. Porque en un principio, nuestro punto de referencia era el de conductores que se posicionaban más en una postura de análisis de lo que sucedía (más típica de una posición psicoanalítica) dejando al grupo seguir su propio desarrollo: ello generaba grandes dosis de confusión, tensión agresividad, incapacidad para hablar y para permanecer en el espacio, con el riesgo añadido de facilitar descompensaciones en alguno de sus miembros. Este aprendizaje, duro, también hay que decirlo, nos llevó a la idea de que los conductores en estos contextos deben actuar más como facilitadores del diálogo, indicando aquellos elementos que parecen dificultar la conversación, o aquellos otros que el grupo parece querer eludir. De esta suerte, los grupos grandes han sido y son una fuente de aprendizaje a todos los niveles. No sólo porque podemos visualizar procesos mentales individuales ejecutados por los miembros del grupo como totalidad, sino que podemos ver cómo se organiza el grupo social y cómo reproduce en su seno los mismos conflictos que presenta la sociedad en la que estamos inmersos: terrorismo, nacionalismos, fanatismos religiosos, problemas con los idiomas, problemas de inmigración, et. Todo ello aparece en el contexto del grupo grande y pude ser abordado por sus integrantes en un contexto de seguridad para sus miembros importante. Con la evolución se ha visto cómo el paso de dos a tres grupos por fin de semana ha dado al Grupo Grande una entidad propia: si en un principio era el continente de las ansiedades y tensiones de la propia estructura, al aumentar a tres sesiones, nos hemos encontrado que, sin dejar de tener la función contenedora, ha adquirido la capacidad pensante y creativa más propia de espacios sociales.
3. Espacios de teoría. Que se base una formación en los aspectos experienciales no supone el abandonar los elementos teóricos. Dos son los espacios durante cada fin de semana. Y como quiera que en el primer año, los niveles de formación son muy variados, se ha optado por ofrecer un espacio más de tipo lectivo, universitario. En él, uno de los miembros del equipo formativo, repasa los diversos temas que afectan a la psicoterapia de grupo: desde su historia, los aspectos fundamentales de la teoría psicoanalítica, los elementos básicos de la teoría grupal, los elementos antigrupales, las aplicaciones de la psicoterapia de grupo y la investigación. Y dejamos para otros años, el segundo y el tercero, el estudio más concreto de autores. Así, repasamos nombres como los que recoje Roy Mcenzie en su libro sobre los clásicos, y otros como Foulkes, Bion, Slavson, Grohjam, Yalom, M. Kissen, M.Nitsum, Anzieu et Kaës, Agazarian, Pat de Maré y M. Pines, Kreeger, Schwartz, Scheidlinger, Shilder, R. Skynner, Pichon Riviere y Garcia Badaracco, amén de otros autores españoles más cercanos a nosotros. Durante las sesiones de estos otros grupos, es decir, durante las sesiones de lectura de autores y textos, el conductor puede observar dificultades que ese grupo presenta frente la tarea a realiza. En estas circunstancias trata de señalarlas y ver qué conexión pueden tener con aspectos afectivos que se viven en el grupo pequeño para tratar de reubicar el tema y poder seguir la tarea encomendada. Aquí la evolución tiene mucho que ver con la comprensión del hecho grupal: de ser una técnica o una prolongación del psicoanálisis aplicado a la vida de los grupos, a disponer de una entidad que le es propia, la grupoanalítica.
4. espacios de reflexión de tarea. En realidad se trata de espacios, dos cada fin de semana, de supervisión, aunque este término no quepa en espacios grupales en los que se supone que el grupo debe ser capaz de abordar y ampliar los aspectos que emergen de la presentación clínica de una experiencia profesional. En estos grupos, como en el caso de los de teoría, el grupo puede encontrarse con dificultades que no provengan de la propia tarea, sino de otros espacios. Pare ello, la función reubicadora del conductor resulta básica. La evolución provino de observar cómo en estos grupos (igual a lo que sucede en los espacios de teoría), los miembros tienden a resaltar en sus aportaciones clínicas aquellos elementos con los que el grupo experiencial está lidiando en aquel momento. Ello supone una tarea por parte del conductor en ayudar a deslindar los aspectos emocionales de la experiencia del grupo pequeño, de los derivados del propio caso que se presenta a supervisión.
5. la tesina fin de estudios. Siempre se ha considerado la necesidad de solicitar a los alumnos la plasmación en un texto de algún aspecto que para ellos resulte relevante. Por esta razón pedimos un trabajo de investigación, de unas 3000 palabras, en las que el alumno debe exponer bien una revisión teórica de un tema, bien un proyecto de atención grupal o cualquier otro tema que suponga in interés personal. Aquí el fenómeno evolutivo pasa de no existir tal demanda a tenerla como un elemento fundamental en el momento de facilitar que cada uno vaya iniciando un proceso teorizador a partir de los que estudia y trabaja.
6. Taller de grupos grandes. Dicha experiencia, iniciada en 1996, no forma parte de la titulación universitaria, pero consideramos la posibilidad de incorporar un espacio de grupos grandes que no estuviese contaminado por la experiencia lectiva del fin de semana. Dicha experiencia, en estos momentos voluntaria en cuanto a participación, se desarrolla a lo largo de un fin de semana. Consiste en un taller de 8 grupos grandes de hora y media de duración y conducidos por dos miembros del equipo formativo.
7. Curso de formación continuada. En el 2001 se inicia la organización de un taller de cuatro fines de semana de duración, dirigido a personas con formación grupal y que deseen profundizar en un aspecto de la psicoterapia de grupo, por ejemplo, psicoterapia de grupo y psicosis, o psicoterapia de grupo en la adolescencia, etc. El taller pone acento en los aspectos clínicos aunque se recogen fenómenos de la propia dinámica grupal que emergen a lo largo de los diversos espacios grupales que lo conforman. Las fechas de celebración coinciden con las del curso de formación grupal, teniendo ambos programas en común la organización de los grupos grandes. Estos grupos grandes, pues, son el punto de articulación de dos subgrupos: el grupo de formación en psicoterapia de Grupo y el grupo de la Formación continuada.
Algunas situaciones previas a la presencia de lo antigrupal.
Todo este esfuerzo formativo ha ido evolucionando, como creo que puede verse, a lo largo de estos diecisiete años. Los primeros teníamos una referencia más desde el psicoanálisis; incluso los textos que utilizábamos así lo indican. Y el esfuerzo por diseñar nuestro propia forma de comprensión de lo grupal no fue fácil. De alguna forma, el proceso de ir ubicándonos en el espacio grupal conllevó tensiones con compañeros que no comprendían muy bien nuestra apuesta diferenciada del psicoanálisis. Pero poco a poco íbamos constatando las ventajas del espacio grupal.
La comprensión del programa formativo Barcelonés como si se de una comunidad terapéutico-formativa se tratara, nos permitió una particular manera de comprender lo grupal. En este contexto, el individuo es un punto nodal de una red de comunicaciones conscientes e inconscientes, como dijera Foulkes. Ya este hecho lo diferencia de la visión del psicoanálisis; y cuando se abordan comparativamente ambas aproximaciones, al menos sí podemos señalar que los niveles de profundización a los que se llega en el grupo no deja nada de desear a los que se alcanzan en un trabajo individual, pero con una ventaja: la inclusión del individuo en una red compleja de relaciones entre individuos, grupos e instituciones o la misma sociedad, y que representa, actualiza y conforma la realidad interna de relaciones objetales que organizan nuestro mundo interior. Este mundo interior está organizado y estructurado dinámicamente por los objetos, el self, sus relaciones y representaciones articuladas a través del lenguaje, entre las que encontramos las estructuras patogénicas y en ocasiones patológicas (García Badaracco) que provienen de la interiorización de las relaciones originarias de nuestro grupo primario (la familia) y que se actualizan en el grupo pequeño; y por las relaciones simbólicas que nos vinculan a la sociedad y que podemos ver a partir de nuestras experiencias en grupos grandes.
Todo ello nos permite comprender a través del trabajo en el grupo pequeño, no sólo los aspectos personales, internos, de cada miembro del grupo, sino la complejidad de las relaciones que se dan entre los miembros del grupo, incluido el conductor, el grupo y éste, y el grupo y los grupos con los que se relaciona y, en particular el grupo grande. Y también en el grupo grande en el que, gracias a los procesos de transposición, se actualizan las relaciones sociales con la misma complejidad y significaciones que aparecen en el contexto social; en este contexto, no sólo podemos ver las dificultades individuales que cada miembro del grupo grande constata en sí mismo, sino también cómo los elementos de significación social actúan como favorecedores del desarrollo de la identidad individual y al tiempo, impedimentos y paralizadores del diálogo en contextos grandes. Es decir, podemos visualizar no sólo los elementos de la Psicología individual sino también los de la Psicología social.
Pero todos estos esfuerzos por comprender lo que nos sucede en tanto que sujetos inmersos en un tejido social deben articularse con aquellos que tratan de comprender los mecanismos que los sujetos y los grupos articulamos para paralizar estos mismos procesos. Estos se denominan procesos antigrupales y fueron muy bien señalados por Nitsum
En nuestra estructura, varios son los momentos que pueden articular complejos, afectos y significados que, de no ser considerados fuente de posibles emergencias antigrupales, podrían acabar concentrando esas mismas fuerzas y destruir buena parte del esfuerzo de todos. Entre las numerosas situaciones previas señalaré las siguientes:
1. Los abandonos. Todos sabemos que la complejidad del trabajo grupal es grande. Parte de esta complejidad deriva de los fenómenos psíquicos que se activan en el propio grupo y que provienen del individuo y del grupo mismo. Ahora bien, cuando los profesionales de la salud nos encontramos ante nuestra propias dificultades y en el grupo, la situación se convierte en más compleja. De tal forma que en ocasiones, y a pesar de la información que se da previamente y de, incluso, profesionales que presentan formaciones y períodos de análisis que parecerían poder ayudarles a contener ansiedades, hay quienes se ven excesivamente expuestos y optan por abandonar la formación que habían iniciado. Ello supone varios niveles de problemas. De un lado la necesidad por parte de la organización del curso de garantizar, hasta cierto grado, la estabilidad de los grupos; pero por otro la de respetar estos movimientos y tratar de paliar, en la medida de lo posible las consecuencias negativas que ello conlleva.
Pero esta situación es compleja: el abandono no deja de representar una herida importante para el grupo, para el conductor y para el equipo de profesionales que se cuestionan hasta qué punto la información aportada en el inicio del curso era adecuada o no. En ocasiones la protesta por la reorganización de un grupo excesivamente numeroso llevó al abandono de varios de sus miembros, con todo lo que ello afectó a la experiencia como globalidad. Son situaciones que provocan una seria evaluación de lo que ha sucedido, cuánto hay de elementos individuales, grupales e institucionales, y en qué medida puede afectar el hecho al desarrollo del grupo; y cómo reconvertir el suceso en algo que sirva para mejorar la comprensión del ser humano y la de los miembros que permanecen en la experiencia, y la de la vida de un grupo.
2. Los cambios de ubicación del curso o de los espacios de trabajo. A lo largo de todos estos años varios han sido los cambios de ubicación de la experiencia, en unos casos en el transcurso de la misma, y en otros al inicio. Y ello siempre ha sido por necesidades institucionales, dado que nosotros no disponemos de espacios propios y nos debemos a la colaboración de otras entidades para realizar el curso. Y ello conlleva el aumento de la tensión ya que cada nueva ubicación favorece a unos y perjudica a otros; a parte de la consabida alteración estructural que supone. Pero es que además, da la sensación de que el equipo no es capaz de hacer frente a las presiones que provienen de las instituciones que nos acogen. En la media en la que el quipo formativo es capaz de digerir estos cambios, posibilita el que los que se están formando se adecuen mejor a los mismos y puedan extraer vivencias que les resulte beneficiosas cara la comprensión de hechos similares que ocurren en las instituciones y con los pacientes. En ocasiones, los miembros de un grupo, ante las características del local que les ha tocado para trabajar, lo bautizan ( “sa cova”, “el palomar”) de forma que al tiempo que mostrar su protesta por las condiciones lo incorporan a la cultura del grupo y del curso. Aquí se puede observar cómo aparece una lucha entre los elementos antigrupales que devalúan el espacio, y los intentos por integrarlo.
3. Las descompensaciones psíquicas. Si bien es poco frecuente, haberlas, haylas. Y es que el trabajo en contextos de este calibre, en el que se concitan numerosas vivencias concentradas a lo largo de un fin de semana, supone para todos nosotros unos niveles de tensión importantes. Y nadie está excluido de la posibilidad de no poder lidiar con ellos. En estas circunstancias, la capacidad del conductor del grupo y del propio equipo de profesionales se pone a prueba. Y siempre ha resultado gratificante y, por lo tanto, beneficioso para la confianza en el curso y en el propio grupo, constatar que los humanos tenemos la capacidad de poder contener situaciones de descompensación importantes siempre y cuando el contexto en el que se trabaje mantenga las garantías de seguridad y contención necesarias, y la existencia de un equipo capaz de contener las ansiedades que se despiertan en todos sus miembros.
4. La ausencia, por enfermedad u otras circunstancias, del conductor de un grupo. Como bien sabemos todos, los profesionales de la salud no tenemos la garantía de estar sanos y siempre dispuestos al trabajo. En ocasiones una enfermedad de aparición imprevista o un suceso familiar, nos han colocado ante la situación de que uno de los grupos no disponía de conductor. Si, como es de esperar, en dicho grupo hay un observador, éste es el que toma las riendas de la conducción del grupo; pero en algunas circunstancias, dicho observador no estaba. Con lo que el equipo ha tenido que trabajar con el grupo para encontrar una salida óptima: que el propio grupo se conduzca a sí mismo. La experiencia no ha sido mala, sobre todo, porque el equipo de profesionales que conducimos la experiencia nos ocupamos de proveer, en momentos de teoría o de reflexión de tarea, los mecanismos necesarios para que el grupo pueda abordar los elementos agresivos que tal situación les ha suscitado. Agresivos hacia el conductor o hacia los propios compañeros del grupo. Ello ha llevado consigo un doble beneficio: para el grupo, que ha sido capaz de poder mantener la capacidad de trabajo sin la presencia permanente del conductor; y para la estructura que ve cómo estas situaciones de emergencia son abordadas y trabajadas por todo el equipo formativo.
5. La ruptura de la confidencialidad. Si bien la norma es el de mantener la confidencia de lo que se habla y dice en los espacios de grupo pequeño, en ocasiones, dicha norma se ha roto. Lo que conlleva serias consecuencias. De un lado en tanto que representa la ruptura de la membrana protectora del propio grupo. Es un problema que el conductor debe abordar para poder trabajar las circunstancias y significación que ello supone. Pero también esta ruptura representa un problema para la estructura en general y suele aparecer en los grupos grandes. Ello conlleva un trabajo previo por parte del equipo de profesionales que debe elaborar lo sucedido para que, en tanto que aparezca en el grupo grande, se posean elementos suficientes como para poderlo reconvertir y, del suceso, obtener beneficios tanto para la persona que se ha sentido dañada como para la propia estructura. Encontrar la vía por la cual se pueda traducir este hecho en la vida institucional y social, es una buena clave de resolución.
6. Las modificaciones de la estructura. Como se ha ido viendo, la estructura se ha ido modificando a lo largo del tiempo. Ello ha supuesto una readecuación de los alumnos a un sistema nuevo, con las consecuentes tensiones y problemas. En ocasiones aspectos tan triviales como el cambio de la administrativa que nos ayuda u otros más complejos como pueden ser la sustitución de algún conductor, o cambios de horarios o de alguna actividad, ha supuesto la expresión de dolor por parte de muchas personas. Suele generar la idea de debilidad, de falta de seriedad del proyecto, de una cierta improvisación o incluso de someterlos a tensiones y maniobras malévolas con el fin de lograr algún “objetivo” formativo; pero cuando estas circunstancias pueden ser trabajadas, el grupo, la totalidad de los miembros del curso y el curso mismo, han resultado beneficiados.
7. Las situaciones sociales. Siempre los problemas de la sociedad en la que estamos, afectan las vivencia y las estructuras de trabajo. Y no sólo hechos tan aparentemente banales como puede ser la Navidad, sino las misma elecciones políticas, o elementos un poco más duros como pueden ser huelgas, manifestaciones, enfrentamientos políticos; o temas como la inmigración, los problemas de los nacionalismos, de los fanatismos religiosos, la lengua, todos estos temas afectan duramente la vida de los grupos, y en especial, la de los grupos grandes. En las recientes manifestaciones por el tema de la guerra de Irak, casi la mitad de los asistentes al grupo grande que coincidía con una de las manifestaciones, no lo vinieron al grupo. Y ello tuvo sus repercusiones, no sólo en el seno del grupo grande en el que aparecieron posiciones de a favor y en contra, sino dentro del propio equipo que también tuvo que debatir hasta dónde nuestras responsabilidades profesionales se podían o no compatibilizar con nuestras posiciones políticas. Ello nos obliga a estructurar una forma de trabajar que posibilite el hablar de todos estos temas, con el fin de poder mantener el diálogo y mostrar que todavía se pueden encontrar vías de articulación de los conflictos sociales; por duros que ellos sean.
8. Las evoluciones profesionales individuales. Es innegable que a lo largo de todos estos años los miembros del equipo no hemos permanecido iguales al primer día. Cada uno de nosotros ha ido realizando su propio proceso, personal, profesional. Las experiencia vitales y las asistenciales nos llevan a posiciones que en ocasiones suponen lecturas distintas de los fenómenos grupales en los que estamos. Ciertamente que existe un acuerdo tácito entre nosotros: no organizar conflictos entre nosotros durante las sesiones de grupo: nuestros conflictos y diferencias deben ser abordados en nuestros espacios propios. Y como ello ha sido posible, la consecuencia es que en las diversas situaciones grupales en las que nos hemos encontrado, hemos ido pudiendo articularnos desde el respeto mutuo. Y como por otro lado sabemos que nadie es poseedor de la verdad y que en definitiva, de la capacidad que tengamos para poder ir articulando diversas posiciones dependerá el éxito de nuestra propuesta formativa, pues a ello nos atenemos. Este aspecto es percibido por los alumnos quienes sí detectan diferencia entre nosotros, pero de la misma forma, detectan el respeto que nos tenemos frente a las posiciones de cada cual. Ese trabajo es el que beneficia al grupo y evita la emergencia de tensiones que acabarían conformando un elemento antigrupal y dañino para la experiencia formativa.
Para finalizar.
Sólo deseamos subrayar que la permanente evolución de nuestro curso de Barcelona tiene el objetivo de ofrecer una experiencia viva que permita coordinar las diferencias de la misma manera como cada uno de nosotros debe articularlas. En efecto, la psique debe organizar sus experiencias de forma que pueda obtener de ellas una capacidad estructurante mayor. Esta capacidad deriva de la que hemos sido capaces de alcanzar los miembros de un equipo que se consideran “comunidad formativa”, capacidad que deriva de los esfuerzos siempre constantes del Dr. Ayerra y que en su origen se deben a la semilla que en 1975 depositó el Prof. Guimón.
Muchas gracias.