Nitsch, Cornelia; Von Schelling Cornelia. (1998) Límites a los niños. Cuando y Cómo. Medici.
En mis paseos por las librerías, que no son todo lo frecuentes que me gustaría, me topé hace poco con este texto. Dudé encogerlo, lo reconozco; porque en alguna medida le tengo una cierta prevención a los textos que me anuncian los métodos fundamentales para resolver no sé qué cosas. Creo que las cosas son mucho más complejas y los “manuales de resolución de conflictos” me generan una cierta aversión. Pero opté por adquirir el libro pensando, sobre todo, en los lectores de estos Papeles de Psicología y Psicoterapia
Grupoanalítica.
Ya en mi consulta, me puse a leerlo con el ánimo de sacarle provecho y de averiguar si, en mi opinión, les puede resultar útil.
El tema de poner límites es algo complejo. En ocasiones, posiblemente como consecuencia de nuestro pasado reciente, tenemos una cierta aversión a ponerlos. Como si por el hecho de marcar este aspecto de la realidad nos convirtiera en autoritarios o dictadores; olvidando que al no ponerlos, facilitamos el que ellos acaben siendo autoritarios como respuesta a su necesidad de poner paz a un montón de tensiones internas que sí les someten.
Por esto, al empezar a leer el texto, pude ver que las autoras entienden bastante bien ese concepto de poner límites. Por ejemplo, en la página 9 indican: “la educación es algo más que amor, ternura, apoyo, comprensión, estímulo y paciencia. La educación implica también establecer unos límites claros y enseñar a ser independiente. Todo aquel que quiere y respeta a su hijo, que conoce y acepta su personalidad, sabe también que hay que imponer unos límites”. Es decir, nos conviene (y a los hijos también) saber que la realidad es la realidad; que la realidad, la vida, no es un cuento de hadas. Que los deseos no se ejecutan con la inmediatez que querríamos. Que existen más seres. Y que la forma de poder vivir en libertad incluye, necesariamente, saber que hay límites. Y saber que los hay conlleva el ponerlos.
Pero el poner límites no es cosa fácil. Primero es preciso saber el porqué hay que ponerlos. También qué tipo de límites hay que poner. Y cómo ponerlos. Y, sobre todo, ser consecuente ya que los límites son para todos, para padres y para hijos. Porque en muchas ocasiones ponemos los límites más como consecuencia de nuestros temores o nuestros caprichos que como algo necesario para el crecimiento y maduración del hijo, y como algo preciso para establecer una convivencia en libertad.
El libro está articulado en torno a siete temas, para acabarlo con una bibliografía y un índice alfabético. Y en cada página vienen una o dos frases resaltadas en el margen que resumen bien alguna de las ideas que se desgranan en ella. El primer tema, “Imposición de límites: un proceso de aprendizaje”, nos habla de esfuerzo que conlleva separarse del otro. Pasamos de un estado de simbiosis a otro de autonomía en el que comprobamos que, efectivamente, aquel ser que hemos engendrado, tanto madre como padre, va adquiriendo una autonomía ante la que no estábamos acostumbrados. Pero este proceso, que en realidad dura toda nuestra vida, es complejo: al placer que deriva la lógica satisfacción de ver que nos autonomizamos, se le une el dolor de todo proceso autonómico y que nos obliga a plantearnos continuamente nuestra función en la relación.
El segundo capítulo”Por qué los niños necesitan límites” aborda la necesidad de estos límites. Límites que aparecen a lo largo de nuestra vida y que son precisos para poder organizar, también, nuestras propias referencias respecto los demás. Ya en el tercer capítulo “Por qué es tan difícil imponer límites a los niños”se perciben elementos que tienen que ver con la transferencia; tanto la que los hijos van generando como la que nosotros, como padres, trasladamos sobre ellos. No dejamos de ser reflejo de nuestros propios aprendizajes y vernos seres en continuo aprendizaje es algo que no es fácil de aceptar. Nuestros miedos, nuestro temor al ridículo, nuestras propias confusiones se ponen en juego cada vez que tratamos de poner unos límites al deseo arbitrario o a la conducta desbordada de nuestros vástagos.
El cuarto, “Ser consecuentes: algo difícil para muchos padres” aborda el tema de la propia coherencia. ¿Cómo podemos ser coherentes con el hecho de ser el padre o la madre si renunciamos a la responsabilidad de indicarles los elementos de la realidad? Nuestros miedos parece que nos juegan muy malas trastadas, y en ocasiones, son los responsables de nuestras huidas.
El quinto capítulo toca el tema de cómo poner límites. Y nos indican tres pasos que, por su sencillez, quizá a nadie se les hubiera ocurrido. Y, a continuación, en el sexto capítulo, aparecen veintiún ejemplos sobre los que reflexionar. Para acabar, el séptimo capítulo resume todo lo dicho anteriormente, señalando los puntos más importantes.
En definitiva, un libro fácil de leer. En el que, por señalar un pequeño contrapunto, noto en falta el recuerdo de que también estamos los padres en el meollo, no sólo las madres; y quizás, una cierta ampliación hacia otras edades que no sean las infantiles. Pero en cualquier caso, un libro recomendable, sencillo y que puede ser muy útil para aquellos padres a los que nos cuesta tanto, en ocasiones, señalar los límites de las cosas.
Dr. Sunyer