Terminología de psicoterapia de grupo
Poder
Cat. Poder. Eusk. Gaitasun. Gal. Poder. Ing. Power. Fr. Pouvoir. It. Potére. Por. Poder. Ger. Einfluß. Gr. ισχύς (ishis)
Capacidad relacional de todo individuo de desarrollar si propio potencial vital mediante la modificación o estimulación de aspectos personales o los de su entorno. En su relación consigo mismo supone la activación de sus recursos o la inhibición de los mismos en aras siempre de obtener un beneficio. Y en la relación con los demás, esa capacidad se traduce en un esfuerzo por conseguir que los otros le dejen hacer lo que desea o que los otros hagan lo que él quiere; velando siempre por el empeño en desarrollar o mantener sus propias características personales.
El término poder tiene en nuestro idioma diversas acepciones. Según la Real Academia de la Lengua proviene del lat. potēre, y significa 1. tr. Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo. 2. tr. Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo. 3. 4. intr. Ser más fuerte que alguien, ser capaz de vencerle. 5. intr. Ser contingente o posible que suceda algo. Según Corominas aparece sobre el 1140 originario del verbo latino Posse que vulgarmente adquirirá la forma de Potere.
En español, el término aparece sobre el 1140 y proviene del latín potēre, (potēre-potes-potui-posse) que vulgarmente acaba formando el vocablo putere (Corominas, J., 1996) y de ahí se transforma en «poder». Significa, según la Real Academia Española, varias cosas: 1. o. 2. tr. Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo. 3. tr. coloq. Tener más fuerza que alguien, vencerle luchando cuerpo a cuerpo. 4. intr. Ser más fuerte que alguien, ser capaz de vencerle. 5. intr. Ser contingente o posible que suceda algo.
Es un concepto doble. Por un lado hace alusión a algo que constriñe o fuerza a un determinado comportamiento y por otro indica el potencial o la capacidad de acción. Según se ponga el acento en uno u en otro lugar, el poder será visto como algo presumiblemente negativo, paralizante e incluso castrador o justamente lo contrario. Y como, además, es de uso fácil y frecuente en el terreno social y político, abordarlo desde una perspectiva ajena a todo ello se torna complicado.
En efecto, en el terreno sociológico se entiende la capacidad que tiene uno de influir en la conducta del otro de forma deliberada y en la dirección prevista1. En los portales de internet se habla de muchos tipos de poder (poder económico, del poder social, del poder fáctico, del poder duro o blando, de las relaciones sociales del poder…, también se habla del poder de los sentimientos y del de las emociones e, incluso, del poder terapéutico o psicoterapéutico, del poder del profesional de la salud; pero curiosamente nunca se habla del poder desde la psicología o la psicopatología). Si queremos centrarnos un poco más, se nos remite a las nociones más sociológicas, filosóficas o incluso filosófico políticas, y acaba siendo definido como «en política y en sociología, el poder es la habilidad de influir en el comportamiento de otras personas de forma deliberada y en la dirección prevista», apoyándose en una cita de Max Weber para quien por ello «se entiende cada oportunidad o posibilidad existente en una relación social que permite a un individuo cumplir con sus propia voluntad» (Wikipedia, 2013). Esa connotación sociológica ubica el concepto en el campo del grupoanálisis en tanto que se nutre de la psicología, la sociología y el psicoanálisis. Vayamos pues por pasos.
Si nos ceñimos concretamente a los textos que han podido aparecer en la revista Group Analysis, en ella y a lo largo de toda su historia de publicaciones solo he aparecen seis referencias claras en sus títulos. La primera es un trabajo de Yannis Tsegos (1993). En su trabajo habla del poder «que proviene de nuestro conocimiento y experiencia» (:132) y lo vincula con la formación, con el sistema jerárquico que se introduce en toda experiencia formativa y con el rol profesional. Diferencia poder de esfuerzo, y en la descripción del modelo formativo de su instituto define poder como «un sentimiento que dura mientras mantenemos un rol poderoso, en tanto que esfuerzo es el sentimiento que adquirimos tras perder el poder en algún sentido, pero que, sin embargo, sobrevive emocionalmente» (:135).
Hay un segundo trabajo de Campbell (1994) que se centra en el poder de los elementos transferidos sobre los miembros del equipo. Por su parte Marten (1999) aborda los componentes del poder en los procesos formativos en grupoanálisis vinculándolo con las dificultades que presenta toda institución en mostrarse abierta a nuevas aportaciones conceptuales y a evitar la institucionalización de los propios Institutos.
Por su parte Alfred Garwood (2001) que se centra en los primeros momentos del desarrollo del bebé, articula el poder con los aspectos biológicos y psicológicos. En un momento dado, señala: «Parece que el poder sobre quien observa el llanto de un recién nacido yace en su capacidad para evocar los recuerdos inconscientes de nuestra propia experiencia de impotencia y agonía primitivas» (:159).
Hay también otros trabajos publicados en esta revista (Elliott, B., 1986; Rose, C 2002; Burman, E., 2002; Morris Nitsun, 2009; Sylvia Hutchinson, 2009; Mohamed Tata, 2010) en los que se alude al poder, bien asociado a la identidad de género, o más asociado a la idea de autoridad que a la del poder como fuerza coercitiva o posibilitadora. Pero a lo largo de la historia de la revista no se han encontrado trabajos en los que específicamente aparezca la idea de poder, el poder como concepto; a excepción de algunos otros como el de Dalal (2001), en los que aparece dentro de los descriptores.
Si acudimos a otras publicaciones, el concepto aparece en Whitaker (1985) quien dedica un capítulo a hablar del poder del conductor del grupo que proviene de «su poder real sobre los miembros a partir de su responsabilidad en el control, de sus capacidades para influir sobre situaciones en el contexto del grupo, y de que los miembros asumen su posición de poder y de las formas cómo o emplea» (:372). O Nitsun (1996) que incluye la idea de poder dentro de las dificultades que aparecen en los grupos. Por ejemplo, menciona el poder como uno de los elementos centrales en la segunda fase del desarrollo de un grupo (:86), o como uno de los componentes que distorsionan las relaciones entre los miembros de un equipo (:93), o, sosteniéndose en las aportaciones de Kernberg en relación al odio, aborda las tensiones por obtener un mayor poder sobre el conductor del grupo (:145), o incluso como parte del normal desarrollo de un grupo cuyos miembros en sus inicios deben renegociar los diversos esfuerzos por disponer de un determinado poder sobre los demás (:186), o los esfuerzos por modificar las condiciones del liderazgo de un grupo (215). Igualmente Nitsun aborda el tema del poder en su texto de 2006, vinculándolo a la sexualidad. En todos estos casos el concepto de poder aparece como la fuerza que se opone o impone algo o la que lucha por y para algo; si bien no lo conceptualiza en sí mismo.
Por su parte Rutan y Stone (2001), le dedican una parte cuando hablan de la “fase reactiva” que es la que aparece una vez se ha podido organizar el grupo y los miembros trabajan para hacerse un lugar en él, y recuerdan que Schutz (1958) llamaba a esa fase como la del poder (2001:44) y vinculándolo con aspectos de la identidad. Finalmente, en el año 2010 aparece una compilación de artículos editados por Mortensen y Grünbaum que recogen varios aspectos del poder en el sentido de la influencia que se ejerce en el marco psicoterapéutico desde una perspectiva más psicoanalítica.
Ahora bien, quizás quien ha dedicado más esfuerzos a articular el concepto de poder con el grupoanálisis haya sido F. Dalal (1998, 2001, 2002). En efecto, Dalal en su esfuerzo por reincorporar la figura de N. Elias que influyó notablemente en el pensamiento de S.H. Foulkes, dedica varias páginas al concepto de poder desde la perspectiva eliasiana.
Norbert Elias aporta una visión de las interrelaciones entre la psique y lo social en la que cada una de las partes está profundamente comprometida en la construcción simultánea y mutua de la otra (Dalal, 2002) y en consecuencia rechaza la dualidad que aparece en otros autores. En efecto, este autor se aparta ligeramente de los planteamientos que habían establecido en torno a la idea de poder Foucault, Bourdieu, y Parsons. Si bien comparte con ellos que el poder no es algo que se posea o no o que pueda intercambiarse, sino que es algo estructural a la propia naturaleza humana. Pero mientras los mencionados filósofos y sociólogos seguían planteando la dualidad individuo sociedad, lo que les llevaba a concebir el poder como algo que emerge de la relación, para Elias esa dualidad deja de existir. Individuo y sociedad son siempre la misma cosa, dos expresiones distintas de la esencia humana en tanto que sociedad no es otra cosa que individuos en relación. Y como la relación conlleva poder, éste se actualizaría y expresaría en las relaciones entre los individuos y las diversas configuraciones que se organizasen.
En efecto, para Elias el poder adquiere un «carácter elástico y fluctuante » (García, 2006:245) y no un carácter vectorial como parece deducirse desde otros planteamientos, y ese carácter es el que nos permite pensar en los equilibrios de poder. Esos equilibrios se alcanzan precariamente en tanto que las relaciones interpersonales son permanentemente cambiantes, fluctuantes. Elias indica que «El poder no es un amuleto poseído por una persona y no por otra; es una característica estructural de las relaciones humanas, de todas las relaciones humanas» (Elias, 2008:87). Eso significa que toda relación, toda interdependencia (que es el tipo de relación que se establece siempre) presenta esta característica estructural en la que el poder está de forma inevitable. Como el ser humano establece por necesidad relaciones e interdependencias con los demás y estas interdependencias vienen caracterizadas por las relaciones de poder, se desarrollan y configuran «entramados de interdependencias o figuraciones con equilibrios de poder más o menos inestables del tipo más variado como, por ejemplo, familias, escuelas, ciudades, capas sociales o estados» (2008:16) o la misma sociedad.
Pero por otro lado Elias es consciente de las limitaciones que impone el propio lenguaje que de alguna forma acaba cosificando la propia realidad, convirtiéndola en algo que existe per se. Dice, “La representación filosófica estática del conocimiento científico como una forma de conocimiento “humana eterna” bloquea casi por completo la pregunta por la sociogénesis y la psicogénesis de los modos de pensamiento y representación científico-naturales, pregunta que sería la única que haría posible avanzar hacia explicaciones de esta reorientación del pensamiento y la experiencia humanos (2008:21), señalando cómo el lenguaje no deja de ser el estructurador del pensamiento humano. En un momento Dalal recoge estas palabras de Elias, “cada individuo aprende un lenguaje social preexistente” y “el lenguaje social requiere de los individuos que lo hablen” (Dalal, 2002:127), señalando que para Elias “lenguaje, razón y conocimiento [que es lo que nos permite] hablar, pensar y conocer.., estas tres actividades está involucradas en el sostenimiento de los símbolos” (2002:129). Así pues, en nuestras relaciones establecemos interdependencias que se vehiculizan a través de la comunicación que se establece entre las personas y sus diversas configuraciones.
Es a través de la teoría del Símbolo de Elias que Dalal señala que “utilizando el lenguaje de Fairbairn podemos decir que el tipo de conducta es una técnica que viene designada para alcanzar determinadas formas de relaciones objetales” (2002:123) de lo que podemos fácilmente pensar que a través de las relaciones humanas no solo se constituye la psique y lo social como elementos abstractos sino que se moldean las formas mediante las que internalizamos el mundo exterior organizando así nuestra miente; y, al tiempo, conformamos el mundo exterior a partir de la externalización de ese mundo internalizado, organizando así lo social.
Si abandonamos a Elias y actualizamos nuestras influencias sociológicas nos encontramos con otro autor de gran relevancia: Manuel Castells (2009) centra su atención en las redes de comunicación social y cómo a través de ellas se ejercita el poder. En su pensamiento aparece una idea clara: “El poder está en el centro de la estructura y dinámica de la sociedad” (2009: 23). Esta idea le lleva a otra no menos radical: “la forma esencial de poder está en la capacidad para modelar la mente […], si la batalla primordial para la definición de las normas de la sociedad y la aplicación de dichas normas a la vida diaria gira en torno al modelado de la mente, la comunicación es fundamental en esta lucha, ya que es mediante la comunicación como la mente humana interactúa con su entorno social y natural” (:24).
En este sentido Castells define poder como “capacidad relacional que permite a un actor social influir de forma asimétrica en las decisiones de otros actores sociales de modo que se favorezcan la voluntad, los intereses y los valores del actor que tiene el poder. El poder se ejerce mediante la coacción (o la posibilidad de ejercerla) y mediante la construcción de significado partiendo de los discursos a través de los cuales los actores sociales guían sus acciones” (:33). Ahora bien esa capacidad relacional llamada poder “significa que el poder no es un atributo sino una relación. No puede abstraerse de la relación específica entre los sujetos del poder, los apoderados y los que están sometidos a dicho apoderamiento en un contexto dado. (:34)
Junto al concepto de poder Castells y basándose en el desarrollo espectacular de nuestras redes de comunicación social, aporta el de red. Una red es “un conjunto de nodos interconectados. Los nodos pueden tener mayor o menor relevancia para el conjunto de la red, de forma que los especialmente importantes se denominan «centros» en algunas versiones de la teoría de redes.”(:45). Las redes constituyen para este autor “la estructura fundamental de la vida, de toda clase de vida” (:46), convergiendo con las ideas que provienen de Foulkes. Ahora bien, Castells no se detiene en el estudio de las redes sociales sino que ahonda en cómo éstas moldean la mente individual. Así indica que La comunicación se produce activando las mentes para compartir significado. La mente es un proceso de creación y manipulación de imágenes mentales (visuales o no) en el cerebro” (:191). Para este sociólogo “La mente es un proceso, no un órgano. Es un proceso material que se produce en el cerebro al interactuar con el cuerpo propiamente dicho” (:192). En ella, “las redes de asociaciones de imágenes, ideas y sentimientos que se conectan con el tiempo constituyen patrones neuronales que estructuran las emociones, los sentimientos y la conciencia. Así pues, la mente funciona conectando en red modelos cerebrales con modelos de percepción sensorial que derivan del contacto con las redes de materia, energía y actividad que constituyen nuestra experiencia, pasada, presente y futura (anticipando las consecuencias de cierras señales de acuerdo con las imágenes almacenadas en el cerebro). Somos redes conectadas a un mundo de redes (:193).
En su incursión en el campo psicológico Castells y sosteniéndose en las aportaciones de Damasio (2008), afirma que “La mayoría del procesamiento es inconsciente. Así pues, para nosotros la realidad no es objetiva ni subjetiva, sino una construcción material de imágenes que mezclan lo que sucede en el mundo físico (fuera y dentro de nosotros) con la inscripción material de la experiencia en la circuitería de nuestro cerebro (…) estas correspondencias no son fijas. Pueden manipularse en la mente. La conexión neuronal crea nuevas experiencias” (:193). Sorprenden las aportaciones de Castells por su paralelismo con las bases de la conceptualización grupoanalítica.
A partir de todo lo señalado anteriormente podemos indicar que en el campo de relaciones creado entre las personas que constituyen un grupo y que denominamos matriz, y que tiene como característica las propiedades de contener y moldear a esas mismas personas que lo forman, las fuerzas que determinan no solo las conductas sino el conjunto de elementos que constituyen la comunicación, son fuerzas de poder. Es decir, el tejido comunicativo que se establece entre las personas está formado por fuerzas de poder que contienen y moldean las emociones, los afectos, los significados y las conductas que se dan entre estas personas. Los lazos que provienen de ellas establecen interdependencias vinculantes.
La comprensión de la etiología de estos lazos podríamos buscarla en la teoría de las relaciones objetales. Ésta, siguiendo a O. Kernberg (1979), «representa el estudio psicoanalítico de la naturaleza y el origen de las estructuras intrapsíquicas que derivan de las relaciones internalizadas del pasado, fijándolas, modificándolas y reactivándolas con otras en el contexto de las relaciones interpersonales presentes» (1979:47). Estas estructuras provienen de los procesos de comunicación que se establecen y expresan, al hilo de todos los mecanismos de defensa, la dinámica de los lugares que ocupan cada aspecto parcial de las imágenes de objeto con los que nos relacionamos y de las imágenes de nuestras relaciones con ellos y con nosotros mismos. Es decir, el individuo percibe cómo es la relación que el otro establece con él a partir de la información que proviene de la percepción de cómo esta persona se relaciona con las imágenes de objeto parciales o totales provenientes del primero, y de la percepción de cómo se relaciona con las imágenes de sí mismo en relación a esas relaciones de objeto. De esta suerte y a modo de ejemplo, cuando una persona escinde o disocia un aspecto de la relación informa al otro de que ese aspecto no puede ser integrado en su self. O cuando desde la grandiosidad de su self, indica las graves carencias de comprensión del otro y del entorno. Estos aspectos que se manifiestan a través de todos sus sistemas de comunicación son la expresión de las dinámicas internas que tratan de ubicar en determinados lugares las relaciones con las imágenes de objeto y de self que han reactivado otras del pasado.
De esta suerte, a través de las interdependencias que se crean con los demás y consigo mismo, el sujeto desarrolla su propio potencial, activando o inhibiendo sus recursos y presionándose o presionando a los demás para acabar consiguiendo aquello que considera vital para su propio desarrollo.
El estudio de las características de estas interdependencias y, por consiguiente, de las formas de expresión del poder nos permitiría una comprensión de la psicología y de la psicopatología más orientada a un modelo de sujeto en constante interacción con los demás que es, a fin de cuentas, la visión grupoanalítica del ser humano.
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