La idealización
La idealización es un mecanismo de defensa, es decir, es una operación mental, psicológica, mediante la que se atribuyen determinadas características a una persona dada; aunque esta idealización puede darse también sobre personas, objetos, situaciones… Cuando idealizamos a alguien o algo lo que hacemos es considerar que esta persona, cosa o situación posee una serie de características que nos parecen fantásticas. O lo contrario, claro (aunque en este caso parece que la palabra idealización no se ajuste demasiado). Al hecho de considerar que esa personas posee eso, en realidad lo que estamos haciendo es que es una consideración nuestra, no necesariamente de él, es la que le atribuye todo eso. Puede tenerlas, claro; pero no necesariamente. Desde la posición de Freud que es fácilmente entendible y hasta aceptable, se indica que lo que hacemos es que aquellas cosas que nos parecen maravillosas que una persona las posea se las atribuimos a esa persona. Por ejemplo, puedo considerar que X es listo, simpático, agradable…; o considerar que tiene habilidades y cualidades que, si estoy próximo a él, pueden beneficiarme de alguna manera. Esto a los humanos nos sucede en muchísimas ocasiones: ante cantantes, o ante profesionales de la comunicación, artistas, políticos, deportistas… que independientemente de su valor real quedan ante nuestros ojos como impregnados de una aurea especial. Eso no nos permite verlos como tales, verlos de forma objetiva. Ejemplos tenemos a diario: artistas que consiguen que determinadas televisiones ganen suculentas cotas de pantalla, personajes de determinados clubs deportivos que utilizan su posición idealizada para obtener beneficios económicos, políticos…
Siguiendo al padre del Psicoanálisis, el proceso de otorgar a alguien determinados valores nos lleva a establecer con él un ligamen, un lazo que nos sirve para mantenernos juntos. Ese lazo psicológico proviene de lo que cada uno “coloca” en el otro. Es como si mediante el proceso psicológico de la identificación se potenciara un enganche entre quien admira y el admirado. Y eso explica muchos de los fenómenos sociales que vemos habitualmente. Por ejemplo en momentos de un desastre natural o de una guerra. En estas circunstancias si aparece alguien que capitaliza esa idealización, lo que conseguirá es que todos sus seguidores serán capaces de hacer cualquier cosa que esa persona decida. Para bien o para mal. Puedo enarbolar una bandera, un trofeo, un objeto y hacer que ese objeto quede señalado como lo que nos une. Y a partir de ahí…
El sujeto idealizado también juega su parte. Cualquiera de las figuras mencionadas precisa y busca, como todo ser humano, un cierto grado de reconocimiento, de admiración. Por esto el cantante busca cantar de manera que “guste a sus fans”, o el deportista trate de contentar a sus seguidores, o el profesor a sus alumnos, el político a sus seguidores… Esta sería la cara de la moneda que Freud no recoge: cómo la persona idealizada también busca cierto grado de idealización. Y en cierta manera, si lo vemos desde una perspectiva más relacional, cuando una persona trata de ser amable, servicial, simpático, y un largo etcétera de cosas, todas ellas buscan seducir al posible “idealizador” para que lo idealice. Cuando el idealizado es una persona podemos hablar de reciprocidad; no así cuando es un objeto, una idea (una ideología), un plan, un programa… aunque esto hace que algunas personas lo acaben considerando propio.
Todas estas situaciones tienen una ventaja: velar, tapar, negar las dificultades que tenemos los “admiradores” entre nosotros. Al hacerlo, quedamos “hermanados” en torno a ese líder al tiempo que evitamos que aparezcan las lógicas tensiones que dimanan de las relaciones entre iguales. Por esto cuando en los grupos humanos desaparece la figura que lidera al grupo, cuando sucumbe el líder al descubrirse que “no es oro todo lo que reluce”, el grupo entra en desbandada, se fragmenta, comienzan a aparecer las disensiones y… o reaparece otro líder o el grupo se desintegra.
Y por la misma razón, cuando la persona idealizada queda desidealizada, aquellos que le idealizaron entran en picado en una situación depresiva, rabiosa contra él. E incluso le podrían llegar a destruir: todo lo que sea preciso para paliar el malestar que uno siente al ver que ha depositado cosas en alguien que no ha respondido a las expectativas propias de la idealización. Se vio por ejemplo en Yugoslavia. A no ser… a no ser que la persona o el grupo en este caso, entre en un proceso de elaboración, de digestión e integración de lo que supuso todo ese juego idealizador en el que entró. Y en este esfuerzo digestivo entra algo que, como fácilmente podéis deducir, está en el origen de todos nuestros procesos de idealización: las figuras paternas.
Pero antes de entrar en este otro capítulo pasemos a contemplar la otra alternativa explicativa que se basa en la conceptualización que se inicia con Foulkes y que va siendo enriquecida por muchos que tras él van tratando de aportar algo de lo que entienden desde esa otra visión. La de la no diferenciación individuo-grupo.
El punto de vista desde el que me ubico ahora parte de la visión psicoanalítica (lo que significa que considero adecuadas las propuestas de Freud) pero realiza un giro importante en el momento de considerar, por ejemplo, esto que estamos viendo. Si la propuesta de Freud, como vimos, indicaba que la idealización es un proceso que parte del sujeto y se dirige hacia el otro (perspectiva absolutamente entendible desde esta posición), la que propongo indica que esos procesos de idealización no parten de un punto y se dirigen a otro sino que se dan como parte constitutiva del grupo social, del grupo humano. Es decir, no considera que las cosas provienen tanto de nuestra individualidad, nuestra naturaleza, cuando del contexto en el que nacemos y nos desarrollamos. Eso significa que la idealización está presente en el seno del grupo social y lo que le sucede al individuo no es más que lo que proviene de ese mismo grupo.
En efecto, la idealización está en los registros de nuestra esencia grupal, social, y desde el mismo momento de nacer estamos sujetos a esta influencia. Por ejemplo, la madre al ver a su bebé recién nacido detecta en él cualidades y características que hacen de él un fantástico bebé. Es decir, el bebé queda impregnado de la propia idealización del grupo familiar en el que nace. Y no sólo la madre, el padre, los abuelos, los tíos… todo el grupo aplaude, se regocija, bendice y atribuye un montón de características a ese bebé por lo que se ve imbuido a poseerlas. Pero no sólo en el marco del nacimiento sino que todos sus avances, todos sus progresos reciben el parabién de todos los que lo rodean. Y así seguirá siendo si no toda la vida, buena parte de la misma. O sea que el grupo tiene ya la marca de atribuir antes de que se produzcan o se desarrollen, una serie muy amplia de atributos que se corresponden a la imagen ideal del bebé y posteriormente del niño. La idea de “tener abuela” alude a eso. Al idealizarlo, al atribuirle características y dones que sólo las hadas buenas pueden hacer, el bebé y posteriormente el niño, el adolescente…, navega en aguas en las que la idealización está constantemente presente. Acordaros del cuento de la bella durmiente: todas las hadas le ponen atributos fantásticos hasta que llega la mala y…
Ello nos hace pensar que los grupos, las personas que los constituimos, tanto en nuestros comportamientos individualizados como los de tinte más social tenemos la tendencia a idealizar a personas y a nuestros proyectos, cosas, objetos, situaciones. Eso quizás obedezca a que si no existe este proceso no se van a poder dar las condiciones necesarias para proseguir el proceso de desarrollo de la propia sociedad. De hecho cuando uno crea un proyecto u organiza una simple excursión desea y espera que sea un éxito ya que de lo contrario no lo organizaría.
Al navegar por estas aguas el individuo introduce dentro de sus sistemas de comunicación una tendencia natural a hipervalorar, a idealizar a personas o a las situaciones que pueden aportarle algún tipo de beneficio, o de satisfacción. Y siendo cierto, como sucedió en los ejemplos de los que estuvimos hablando, que cuanto más joven es uno más tendencia tiene a idealizar a personas o situaciones, también lo es que a medida que pasan los años (y por lo tanto se incrementan los niveles de frustración) uno suele ser algo más ¿receloso? y frena los impulsos que le llevarían a idealizar o a ilusionarse con personas o situaciones nuevas. El grupo también aporta dosis de recelo que ayudan a no entregarse a ciegas a propuestas que pueden sonar a fantásticas pero que la realidad suele frustrar.
Dentro de los procesos de idealización cabría poner las expectativas que tenemos ante algo. Evidentemente todos esperamos que aquello que vamos a hacer sea beneficioso, exitoso… que nos suministre aquellas cosas que nos van a ir como anillo al dedo a nuestras necesidades. Estas son expectativas lógicas y legítimas ya que sin ellas nada haríamos. La cuestión es que no siempre las expectativas se cumplen y ante ello, como cuando desidealizamos a alguien, emergen sentimientos negativos que pueden tener mucha intensidad. Y en ello también están las figuras parentales.