La función del conductor
Cuando estamos conduciendo un grupo y vemos que nos identificamos con las situaciones que se plantean, podríamos hacernos esa pregunta ¿qué me pasa o qué me está pasando? Es cierto que a lo largo de todo el día estuvimos hablando de algo que estaba ahí y que se visualizaba en las relaciones entre el muchacho y las figuras paternas, que no necesariamente paternales. Los límites, el “a mí mi madre no me lo hubiera permitido” habla también de la norma, la convención y el cuidado. Y no siempre nuestras relaciones con la norma, la convención y el cuidado son “normales”; me refiero a que cuando tenemos individual o colectivamente un problema con la norma, convención y cuidado nos perdemos. Parece como si viejos fantasmas o aspectos no digeridos de cada uno de nosotros nos lleva a ver más la parte limitante (y necesaria de la norma) que la posibilitadora. Pero este es otro problema.
Si recordamos cómo nos lo contó J., “el señor dijo: voy a meterme contigo” y, a continuación, le dijo lo que le dijo. Y al parecer sin acritud, sin ganas de dañar; pero el joven así se lo tomó. Y apareció la tensión en el grupo. Parece que ese joven adulto todavía no tenía muy engrasadas las bisagras que nos juntan con la norma, la convención y el cuidado.
Estoy convencido de que buena parte de la situación profesional y social que vivimos en Madrid y en España en general, tiene que ver con eso y es consecuencia de las heridas que derivan de un conflicto civil que nadie de los presentes ha vivido. Cierto que muchos hemos vivido sus consecuencias; pero nuestra realidad ya es otra y la vida sigue hacia delante, no mirando atrás. Es cierto que de aquella contienda y de la forma particular que tiene nuestra cultura peninsular y mediterránea en cocinar sus frustraciones y sus debilidades, se han ido fabricando pequeños dictadores, pequeños jefes de manada con las mismas características dictatoriales de aquellas que se vivieron. A lo que hay que añadir las particularidades psicopatológicas de muchos de los que nos lideran (suele ser así). Y posiblemente esa sea una de las razones por las que cuando aparece un señor (que podría ser el padre del otro) y le dice al muchacho (que podría ser su hijo) lo que le dice, nuestra tendencia y reacción fue hacer piña con adulto joven.
Pero ¿es esa nuestra función profesionalmente hablando? ¿Nuestra función no será la de crear espacios para que los pacientes con los que nos juntamos o encontramos puedan realizar (como nosotros) procesos de elaboración (algunos los llaman mentalización) mediante los que el Yo integra aquellos objetos del self y del sí mismo que no ha acabado de hacer suyos?
Los aspectos que podemos llamar normativos, los elementos externos de lo que denominamos superyó, provienen de la sociedad y se expresan o se nos presentan a partir de las relaciones que establecemos con las demás personas. Esas personas no es que “conscientemente” sean representantes de la sociedad, pero están construidas a partir de esas cosas de la sociedad. De toda sociedad. Eso que posee la “sociedad” y que constituye el denominado superyó, surge de la experiencia compartida que va destilando pautas, normas, sugerencias, prohibiciones, así como sentimientos de vergüenza y temor, de afecto, cuidado y cariño. No pueden no existir. Y es cierto que no son aspectos fijos sino que se van adecuando con el paso de los años a las diversas realidades externas e internas por las que transitamos. Y el Yo, ese aspecto de uno que es el que gobierna nuestro caminar por la vida siente que debe incorporar necesariamente una serie de pautas; y en ese deber se percibe el componente impositivo exterior contra el que reaccionamos.
Y es verdad que hay muchos aspectos cuestionables pero… ¿llevaré los pantalones rotos solo por cuestión de moda o por ser una forma de rebelarme contra algo? Si es por lo primero, hoy los podría llevar así y mañana podría ir de esmoquin. Si es por lo segundo… nunca podría llevar esmoquin porque eso, para mí, va en contra del mensaje que quiero transmitir con los vaqueros roídos. Entonces ya estamos hablando de otra cosa. Si como profesional me identifico con la segunda parte, aplaudiré que lleve los pantalones hechos trizas pero no me permitirá pensar más allá que en eso.
En el conflicto que presentó J., como motivo de reflexión grupal, una de las partes del mismo tenía que ver con las relaciones paterno filiales. O filio paternas. Y eso que se le presentaba a J., en el grupo que nos describió, es algo de J., algo del adulto joven con su padre, algo de ese señor de cincuenta con ese hijo adulto, y algo de nosotros con la figura de la autoridad (y viceversa).
Pero algo debió entender el muchacho (y el señor) cuando dejó de vestir de aquella manera (o el señor cuando le pide disculpas). Quizás el primero pudo entender que algo del enfrentamiento no tenía lugar, mientras que el segundo entendió que pudo haber sido violento. Ambas comprensiones suponen que uno y otro han podido elaborar algún aspecto más de los implicados en la relación padre-hijo; e hijo- padre. Esa comprensión no es solo intelectual sino que viene marcada por una relación y unas vivencias que son las que acompañan al proceso de integración de las que estoy hablando.