Unos mecanismos de comunicación: idealización, proyección
Hay una serie de mecanismos mentales, automáticos, naturales (si bien hay un componente de aprendizaje) mediante los que buscamos rebajar los niveles de ansiedad que se sienten constantemente. Uno de ellos era la identificación por la que adoptábamos aspectos que nos parecían interesantes o ricos y que ya describí en otro de mis textos. Otro es el de la idealización.
Todos admiramos a alguien, o a muchas personas. Por su forma de ser, por la manera cómo nos parece que dominan las relaciones, por su capacidad laboral, por sus habilidades como técnicos o artistas… hay miles de elementos por los que admiramos a quienes nos rodean. Pero hay casos en los que esa admiración se torna idealización. Es un caso extremo, ¿verdad? Pero frecuente. Por ejemplo, podemos admirar a un futbolista, o a un cantante, o a un líder político o a un artista. Cuando los vemos nos quedamos fascinados. En algunos casos hay quien se vuelve loco por conseguir un autógrafo, una prenda… algo de la persona admirada porque… porque creemos que posee unos dones, unas características que los hace como dioses. ¿Cómo podemos entenderlo? ¿Cómo es posible que una persona normal consiga que le sigan cientos o miles y hasta millones de personas? Lo vemos en la política nacional pero también en la internacional.
Por lo que sabemos para idealizar a alguien precisamos considerar que posee unos dones, unas características que para nosotros son ideales. Es decir, son valoraciones que hacemos de una persona o una cosa a partir de poner en ellos aspectos que a nosotros nos parecen ideales. Y mediante esta operación mental establecemos un vínculo, un lazo con el otro. Y en tanto que esas creencias, esas atribuciones puedan permanecer en esa fantástica posición el idealizado está sobre un pedestal. En lo alto del mismo. Además, ¿sabéis que hay un par de componentes en nuestra estructura psíquica que le van que ni pintado a la figura que idealizamos? Sí, dos. Uno de estos componentes es lo que se denomina Yo ideal. Ese aspecto es el que reúne un conjunto de pensamientos, fantasías y demás que son las que, en el caso de poseerlos, seríamos ese ser que todo lo puede, todo lo sabe, todo lo consigue… en fin, que seríamos la repanocha. El otro componente (y no os liéis) es el Ideal del Yo. Ahí se reúnen todas las fantasías que giran en torno a lo que creemos que debemos ser, a lo que debemos aspirar, a lo que si nos preguntaran ¿cuál es su meta?, contestaríamos. Este componente tiene mucho de lo que nuestro entorno cercano nos señala como el objetivo o lo que deberíamos ser. Pues bien, ese ser al que idealizamos reúne los componentes del Yo ideal y del Ideal del Yo.
Ahora bien, sabéis que mi empeño (uno de mis empeños) está en recordar que todo es recíproco, que el ser individual no existe como tal sino siempre en relación a los demás. Por lo que ese sujeto idealizado (en el caso de que sea una persona) también se encuentra atenazado por sus seguidores. ¡Esta es la gran trampa! Con lo que el vínculo queda establecido. Es más, hay muchos que les preguntan a los demás, ¿cómo queréis que sea? Y entonces son lo que las masas les dicen que tienen que ser. Duro, ¿verdad?
Estos lazos (y muchos otros similares) como es fácil comprender atenazan muchas relaciones. En particular las que se establecen en el seno familiar. Si trasladamos esta noción a los espacios profesionales en los que desarrolláis vuestra tarea asistencial, las expectativas que los padres colocan en la idea de la paternidad, maternidad, van emparejadas con las idealizaciones que colocan en el hijo. Y las que colocan en la relación materno-filial, paterno-filial, y de la propia pareja (por no añadir y complicar el cuadro las que provienen del contexto familiar en el que están insertas). Es más, vosotros podéis ser esas figuras idealizadas, lo que os da un poder que hay que saber manejar en beneficio de todos, de los niños, de sus padres y de vosotros mismos.