Preámbulo
Hoy nos encontramos con algunas novedades: aula nueva y unas cuantas sillas vacías. Algunas de esas sillas se fueron ocupando a lo largo de la primera media hora de trabajo, tardanza que podemos atribuir a la dificultad de ajustar horarios, aparcamientos, circulación… cosas todas ellas normales y a las que no hay por qué poner más significados a colación.
Nos pusimos pronto a trabajar y a los comentarios que ibais aportando, organizaba, involuntariamente, una especie de índice temático. Me parecía que así podíamos ir encauzando esa primera hora de trabajo entre todos. Con algunas de las ideas que salieron pude esbozar lo que comenté en el tercer fragmento de nuestro tiempo.
Tras la primera hora larga de nuestro tiempo de contacto, se expuso un caso que nos dio mucho qué pensar. Le dimos vueltas y más vueltas, y tuve la sensación de que pudimos sacarle punta. Y probablemente la que lo expuso, la persona que coloqué de observadora de lo que había dicho, fue la que más sacó: siempre se saca jugo cuando podemos ver las cosas desde una cierta distancia.
Ya más tarde, mientras comía, pensé en lo que quería escribiros. En esto hay un pequeño problema: dado que estos textos están en el mismo apartado que los que coloqué en un curso similar y realizado desde el mismo marco, puede ser que las temáticas que quiera abordar ya estén reflejadas en ellos. Usadlas para ampliar; por mi cuenta trataré de ir ampliando otros aspectos que quizás sean más apetitosos.
Pensé que quizás podría comenzar por la ansiedad. Creo que en lo que tenéis ahí escrito, algo digo de ella. Subrayaría que la vivencia de eso que llamamos miedo y que en el caso de los bebés está relacionado con la supervivencia del organismo, posteriormente adquiere formato de ansiedad. Eso es más habitual de lo que creemos. En realidad es la respuesta que se nos hace evidente ante algo que nos genera inseguridad. Esa sensación de no seguridad, de que algo puede pasar, puede tener una intensidad leve que no nos suponga un malestar mayor, o puede ir incrementándose hasta niveles elevados. ¿De dónde viene esa inseguridad?
Ya desde bebés detectamos momentos en los que se nos activa un cierto temor, liviano si queréis, ante variaciones cualesquiera de nuestro entorno o de nuestro propio organismo. He dicho liviano, pero no me gustaría tener esas sensaciones que vive un recién nacido que no tiene ningún punto de referencia y que, como organismo, el temor a la supervivencia está ahí. Pero esto es harina de otro costal.
Esas variaciones (imaginaros las miles de pequeñas variaciones que el organismo puede detectar) generan una reacción a la que llamamos miedo (cuando esas variaciones activan la alarma de la supervivencia), y de la generalización de ese miedo, la ansiedad. Un cambio más o menos repentino de luz, o un ruido novedoso, una voz diferente, una textura anómala, un movimiento intestinal no registrado anteriormente… todas estas y una infinidad de modificaciones activan en el organismo del individuo una reacción de miedo, temor. Cuando esos miedos y temores son muy difusos y no podemos concretarlos a algo emerge lo que llamamos ansiedad. Cuando esa ansiedad tiene matices marcadamente somáticos suele recibir el nombre de angustia. Ambas, ansiedad y angustia, siempre son la señal de alarma ante un peligro, mas imaginado que real; pero peligro a fin de cuentas.